Clint
Eastwood: el pistolero con alma de director/Pedro González-Trevijano, magistrado del Tribunal Constitucional.
ABC
| 19 de septiembre de 2014
Les
animo a acercarse al cine, y ver la última, a la espera del estreno de American
Sniper, de las películas de Clint Eastwood: Jersey boys. En ella, el veterano
director, nacido en San Francisco hace ochenta y cuatro años, narra la historia
de cuatro adolescentes de Nueva Jersey que conforman, a finales de los
cincuenta y los sesenta, uno de los más destacados grupos –con canciones
míticas, como Sherry, Big Girls Don´t Cry o Walk Like a Man– del momento: The
Four Seasons. Eastwood lleva a la gran pantalla, con las recreaciones
personalísimas de nuestro hombre, el afamado musical de Broadway (2005), con
los mismos protagonistas de la obra teatral: John Lloyd Young, Erich Bergen,
Vincent Piazza y Michael Lomenda. Una historia que cuenta, al tiempo, el papel
de la mafia local y la corrupción, con un Cristopher Walken, verdaderamente
maravilloso. Un actor preterido, y hasta maldito en Hollywood durante años, a
quien algunos responsabilizaron de la trágica muerte de Natalie Wood, ahogada
en las aguas del Océano Pacífico cerca de isla Catalina. Por cierto, y ya que
hablamos de un musical, actriz principal de la oscarizada West Side Story con
inolvidable música de Leonard Bernstein.
Nuestro,
primero actor y después director, es, sin duda, uno de los grandes. A sus
espaldas películas como Sin perdón, Mystic River, Los puentes de Madison,
Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima y El Gran Torino. Y a Clint Eastwood
le apasiona la música, o para ser más exacto, su música: desde su aparición en
la superficial Leyenda de la ciudad sin nombre hasta el jazz del saxofonista
Charlie Parker, a quien biografía en Bird; el tema musical de Mystic River; las
notas de Piano Blues, con la presencia, entre otros, de Ray Charles; la
producción del documental sobre la vida del pianista Thelonious Monk; su solo
de piano en un bar de hotel en La línea de fuego; su voz cantarina en los
instantes finales del Gran Torino… Muy lejos quedaban ya los silbidos, en su
entonces vida de pistolero, en la denominada Trilogía del dólar ( Por un puñado
de dólares, La muerte tenía un precio, y El bueno, el feo y el malo), con
Sergio Leone, como director, y Ennio Morricone, en tanto que compositor. No se
puede comprender pues su filmografía sin una referencia expresa y continuada a
la música. Esta no es solo una acompañante de los fotogramas, sino una esposa
fiel que configura, anima y marca el ritmo. Una circunstancia visible ya en la
lejana Escalofrío en la noche. Nada sorprendente en un hombre que ama la música
de Ella Fitzgerald, Nat King Cole, Peggy Lee, Sinatra, Sarah Vaughn, Charlie
Parker o Lester Young, y que de joven tocaba el clarinete en salas de fiestas.
Hasta se atrevió, en Aventurero de mediano-che, a dar vida a un inadaptado
cantante de country en busca del imposible éxito. El reto de realizar un
musical era hasta cierto punto predecible. No extraña así su interés por una
voz única, la de Frankie Willie, el solista del grupo, e integrado también por
Tommy de Vito, Nick Massi y Bob Gaudio, dotado de un falsete que le permitía
llegar a unas notas increíblemente agudas en canciones como Stay ( Just a
Little Bit Longer), Can´t Take My Eyes off You, o la del tema principal de la
banda musical de Grease. «Tenía un sonido diferente –nos recordaba– y no tuvo
miedo a experimentarla con los grupos… Todos los que tienen un don tienen que
bregar con un periodo en el que la gente lo estima ridículo». Si bien su deseo
primigenio había sido la revisión, pero no pudo ser, de Ha nacido una estrella.
Clint
Eastwood apunta, sin desarrollos exhaustivos, con un distanciamiento y hasta
desinterés aristocrático, ¡parece que no está allí!, y ¡hasta que no le
importa!, los rasgos de los personajes, los sentimientos humanos, sus
contradicciones, las alegrías y frustraciones. Historias fragmentadas y
cortadas, pero paralelas, parciales y cambiantes. Historias propias de Scorsese
que se alargan y vuelven, que nos cuentan el presente, desde los ojos del
pasado, y con el desasosiego de lo que nos deparará el futuro. En última
instancia, nos habla del tiempo. No hay vocación de permanencia o prolijidad,
menos de aleccionar, de imponer. La contrastada fragilidad de la vida, la
amargura propia de vivir lo impiden. Apuntado el camino, que de eso se trata,
al espectador le exige seguir su hoja de ruta, su interpretación más singular.
A tal fin, el director actúa como el autor del Laocoonte y sus hijos,
retorciéndose, y dando saltos, como en La máquina del tiempo de Wells, al
pasado y al futuro. Aunque la explicación última pueda ser quizás menos
trascendente: «El negocio de la música es –dice uno de sus actores– como una
jungla».
La
película recrea el musical americano más clásico. Eastwood, es un clásico, con
gustos clásicos. La escena final de los créditos es un homenaje a la señalada
West Side Story. Antes, y hasta la llegada del anhelado triunfo del Grupo, bajo
los risueños perfiles del tempo allegro; para, en un segundo momento,
introducirnos en el tempo triste que siempre acecha y llega. Vivimos el tempo
de la Primavera y del Invierno de las Cua-tro Estaciones –de donde toma el
nombre, precisamente, el grupo– de Vivaldi. Para ello, Eastwood desnuda a los
personajes al hacerles hablar directamente frente a la cámara. Con momentos
mágicos, como la presentación de Bob Gaudio, y su canción Cry For Me, pero
también menos logrados, como la nebulosa relación de Willie con su esposa. Es
como si, parafraseando a Eugenio D´Ors ( Tres horas en el Museo del Prado),
pretendiera la síntesis entre las formas que pesan y las formas que vuelan,
¡casi nada!
No
es ciertamente la mejor de su filmografía. Pero el solitario cowboy no ha
perdido puntería. A mí, parafraseando al inspector Callahan ( Harry el Sucio),
«¡me ha alegrado el día!».
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