4 nov 2015

Dos varas de medir/Pau Luque

Dos varas de medir/Pau Luque es investigador en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El País | 4 de noviembre de 2015
Hace ya unas semanas se produjeron un par de extraños incidentes indirectamente relacionados con el conflicto Israel-Palestina. En un festival de música en Benicássim, a un cantante judíonorteamericano se le retiró la invitación porque al parecer un grupo de boicot a las políticas de Israel recordó que el cantante había hecho declaraciones en que apoyaba el sionismo, aunque quién sabe qué entiende a día de hoy cada uno por “sionismo”. La dirección del festival, más bien torpe en este asunto, redactó una carta de apoyo a la causa palestina y se la envió al cantante para que este la firmara. El cantante se negó y la dirección decidió no invitarlo. Más tarde, la situación se recondujo y finalmente el cantante pudo actuar.
También hace unas semanas, en un festival de cine político en Noruega, una película israelí, cuya trama tenía lugar en un hospital de Tel Aviv y cuyos protagonistas eran un grupo de minusválidos, fue rechazada en el certamen porque, según parece, no abordaba la perspectiva palestina del conflicto.

Ambos casos son ejemplos de la irracionalidad que rodea este conflicto. La causa palestina reúne una cantidad de apoyo y simpatía de las que dudo gocen otras causas políticas en el mundo. Pero hay algo de extraño en algunas —y quiero poner énfasis en que se trata solo de algunas— de las manifestaciones de este apoyo, y no porque la gente se equivoque respecto de las políticas de Netanyahu y algunos de sus predecesores, que son espantosas, sino porque por alguna extraña razón la vara de medir que debe superar el Estado de Israel, o aquellos que tienen algo que ver de algún modo con él, es más alta que la de los demás. Es común oír la frase que dice que “con lo que los nazis les hicieron a ellos, ¿cómo pueden hacer ellos lo mismo a los árabes?”. Como si el hecho de haber pasado por el Holocausto los vacunara contra hacer cualquier barbaridad; como si el hecho de pasar por Auschwitz impidiera que pudieran hacer cosas que a otros, cuando las hacen, no se les recrimina con tanto ahínco; o, dicho de modo inverso, como si aquellos que no pasaron por Auschwitz, precisamente por no haber pasado y no haber conocido la iniquidad moral, tuvieran manga ancha a la hora de realizar barbaridades, así que ¿cómo iban a saber esos afortunados ignorantes lo que es el mal?
Así que Israel, o aquellos que directa o indirectamente están involucrados con él, deben demostrar siempre algo más que los demás. Al cantante judío —por lo demás, ni siquiera israelí— se le exige algo que no se les exige a los demás: que deplore algo, que haga una declaración política para que todos sepamos que está limpio, que es de fiar. Al resto de cantantes de ese festival, al menos que se sepa, no se les exige que firmen cartas sobre Cuba, sobre el genocidio armenio o sobre la situación en Ucrania. Es de suponer, además, que a los cineastas turcos que hayan participado en ese festival de cine político no se les habrá exigido que en sus películas se trate la represión kurda. Pero al cineasta israelí, en cambio, sí se le requiere, so pena de exclusión, que aborde la perspectiva palestina.
Desconozco con exactitud los mecanismos sociales o psicológicos por los cuales este fenómeno se da, pero lo que parece cierto es que esta exigencia de perfeccionismo moral acostumbra a ser más intensa cuando de lo que se trata es de juzgar a alguien que de un modo u otro está relacionado con Israel.
Las políticas de Israel en los territorios ocupados son equivocadas, por no decir infames. Pero afirmar esto es perfectamente compatible con reconocer que el requerimiento de perfeccionismo moral muchas veces se agudiza cuando el asunto abordado involucra a Israel. A la mayoría de la gente, cuando va a trabajar, no se le pide que sea moralmente impoluta cuando su trabajo no está directamente relacionado con el fenómeno que es objeto de controversia.
No sé si esto está bien o mal, no creo tener una opinión concluyente al respecto. Lo que sí creo que es correcto es usar la misma vara de medir. Y si elegimos la vía del perfeccionismo moral entonces toca ser consecuente y exigir lo mismo a todos, no solo a unos pocos.

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