24 dic 2016

Cristianismo en tiempos de confusión


Cristianismo en tiempos de confusión/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo. Su último libro es El fútbol (no)es así.
El Mundo, Viernes, 23/Dic/2016 
La Navidad, misterio de misericordia, amor y vaciamiento, convirtió el mundo en el escenario de una historia divina. La decadencia, el derrumbamiento, la devastación de la teología fueron consecuencia del proceso por el que, bajo el dominio de la metafísica, aquélla se fue elaborando casi en el olvido de la persona y de la vida de Jesús, en favor del Cristo de la especulación filosófica; porque dejó de ser teología para convertirse en pura filosofía. Pensar diferente de la ortodoxia no es pensar contra la ortodoxia, sino tratar de acercarse de otra manera; hablar contra la teología metafísica y filosófica no es proclamar la falta de interés y valor de esa teología, sino tratar de hacer una teología más próxima a la realidad cotidiana que envuelve al hombre ordinario. La teología tiene que ir hasta el fondo de Cristo, que es el fondo.
Donde el hombre se siente y mora consigo mismo, en un momento del tiempo agitado por lo que pasa a su alrededor, por las fiestas y los acontecimientos que conmueven a la familia y a la comunidad; atrapado en sus sueños y tocado por sus fracasos, por su identidad político-ideológica, por la historia…, que siente las alegrías y las tristezas de los suyos. La vida de Jesús, como la de sus conciudadanos, está compuesta de alegrías desbordantes, penalidades hondas, dolores olvidados prendidos al rostro, azares pasajeros, leyes eternas, silencios que gritan, soledades impenetrables como rodeadas de muros infranqueables. Aquí toma sentido la infancia, paraíso del hombre, porque “no creáis que el destino sea más que lo denso de la infancia”, escribió Rilke, cuando el hombre despierta a los acordes de la vida y se abre a las tonalidades del mundo.

Ser cristiano no es la superación de una prueba ni la imitación de nadie dejando de ser uno mismo. No es saberse el catecismo ni cumplir unas cuantas normas canónicas, sino conformar el pensar y el actuar al pensar y actuar de Cristo en cada lugar del mundo en donde uno se encuentre: Cristo director de cine, escritor, poeta, labrador, minero, médico, comerciante exportador o importador, panadero, carpintero… Esta diversidad es el signo de los tiempos actuales; mezcla lo lírico con lo prosaico, lo mundano con lo simbólico y místico. Por Cristo tanto da hacer catedrales como mondar patatas. En todas partes es el mismo, pero encarnado de diferente manera y dando respuestas a las necesidades de cada persona. Cada uno es cada uno, pero no puede ser lo que es sin el otro. Esta responsabilidad que es la alegría de vivir, en ocasiones infundirá también miedo y perplejidad.
El cristiano tiene que vivir con intensidad y luchar por lo que cree sin fanatismo, lo que no quiere decir que no se tambalee. Darlo todo por los demás aun en situaciones en las que el hombre se comporta más como un animal que como hombre, como el protagonista de Hasta el último hombre, de Mel Gibson, que salva a amigos y enemigos exponiendo su vida, dispuesto a ir al cadalso por lo que realmente cree de verdad. Una fe inamovible trasciende y supera la vida, hace querer, en estos tiempos vacilantes, lo que nadie sin fe se atreve a querer. El cristiano socava con su vida el silencio de las piedras y capta y reconcilia en su vida las contradicciones del mundo. El cristianismo es la relación del hombre con el Cristo que existió, con su actitud frente a la vida, frente a los demás. Cristo es la proximidad de la “silente indisponibilidad” (Rahner). Sin estar totalmente de acuerdo, creo en este dicho: “Quien intenta conocer a Dios con su intelecto se volverá un ateo”. Aunque es verdad que “sólo podemos amar lo que conocemos”, también lo es que no es el conocimiento el que nos llevará a él, sino el amor, la pasión, la admiración.
A los hombres de hoy, especialmente a los jóvenes, hay que decirles que tal vez la vida está en el aire porque Occidente ha olvidado las cien raíces que constituyen su urdimbre, Jesús. Se equivocan quienes quieren levantar mil tapias frente a él. Existe inquietud por lo que hay al otro lado del límite, después de la puerta de paja: el misterio, lo sagrado… La belleza encarnada y las ideas son efímeras. “Sólo cuando las casas y los templos han muerto, se atreven las bestias salvajes a penetrar por puertas y callejas”, escribió Holderlin. De la esencia del cristianismo, que no es una ideología, brota una serie de normas generales para el obrar del hombre que ama a Dios y también para el profano. Amar a una persona es adueñarse de su esencia, no para poseerla. Sólo el amor nos hace ser lo que somos.
Los ídolos detrás de los que corren y a los que imitan hoy los jóvenes no merecen su entusiasmo, su generosidad, su devoción. Ningún ídolo podrá saciar el deseo de absoluto, nada ni nadie saciará jamás sus deseos insatisfechos de romper los límites de su individualidad.
Hay que decirles que están tratando de llenar el vacío con vacíos que no hacen más que agrandar el vacío, que «buscan en las nubes lo que tienen a sus pies», como escribió Schopenhauer. El hombre es un proyecto que se escapa hacia dentro de un misterio, hacia lo que propiamente llamamos Dios. El hombre de las Star Wars no extrae de sus posibilidades existenciales más que destrucción, amenaza y superficialidad.
Con Jesús pasa como con las antiguas cartas. Releyéndolas nos damos cuenta de que la vida no se reduce al estrecho mundo que nos asfixia hoy. Diferentes personas pueden enamorarse de la misma persona por razones diferentes. Jesús, su vida y sus palabras, ha conmovido el corazón de millones de seres humanos, inteligentes, tontos, pobres, ricos… desde entonces hasta hoy. Hay muchas situaciones actuales que no se daban en época de Cristo. Por lo tanto, no podemos hacer lo que hizo él, sino enfrentarlas con el espíritu con que él se enfrentó a las suyas, con el espíritu de las bienaventuranzas. El adulto trata de vivir lo mejor posible siendo fiel a su experiencia y a la de los demás.
Casi nunca nada está establecido de manera definitiva. No se trata de denunciar la frivolidad actual en nombre de ideas eternas de carácter universal. A veces la misión es estremecedora, otras cómica, y casi siempre es un salto fascinante, pero absorbente, al absurdo. Machacado por contradicciones que casi nunca llegan a resolverse la vida del cristiano es destellos de claridad, invectiva contra la mediocridad y llena de misericordia con la debilidad, un instrumento de transformación social: fermento y sal, tratando de sobrevivir al mundo en permanente tensión que crea vínculos nuevos. Cristo proclamó la transmutación de los valores antes que Nietzsche. La irrupción de Cristo en la Historia supuso una ruptura con la escala de valores hasta sacrificar la vida propia por el otro. Hoy nadie puede ser seguidor de Cristo sin ser políticamente incorrecto. La corrección política es la aceptación de la inmoralidad reinante. No hay acercamiento posible a Cristo sin atisbar la profundidad del abismo interior.
En el futuro no será un problema alimentar a la población, sino dotar de sentido la vida de las personas. La profunda fe del creyente, vivida dentro de todas las contradicciones, será el mejor ejemplo de sentido de vida. La vida moderna, rota en mil fragmentos, es como un rompecabezas al que Cristo puede dar sentido. A pesar de los inconvenientes, el lenguaje es la herramienta para que el creyente explique quién es Jesús para él, capaz de entender el tiempo e interpretarlo. A veces, el silencio es una manera de dar a entender, defender y comunicar la inviolabilidad de Dios, que es la más brillante exposición de los dogmas. “Para cada uno/tiene un camino virgen, Dios”, escribió León Felipe. Francisco teje su vida con las relaciones que hubiera tejido Cristo hoy la suya y trata de que su vida sea la actualización de lo que serían las peripecias de Jesús en Roma y en el mundo.

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