24 dic 2016

Una ventana abierta al mundo político y social

Una ventana abierta al mundo político y social/José Blasco del Álamo es periodista y escritor.
El Español, 24 de diciembre de 2016..
Nochebuena: la noche con más suicidios y violencia doméstica del año. Tierra Santa: los lugares donde Jesús predicó el amor son los más violentos del mundo. Cuando nació, los Reyes Magos le regalaron oro, incienso y mirra; a Ava Gardner, que también nació el día de Nochebuena, Frank Sinatra le regalaba collares y pendientes de esmeraldas, tan verdes y brillantes como los ojos de la condesa descalza.
Flaubert nos recuerda en una carta que cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único en que sólo estuvo el hombre, aunque el escritor francés lee mal la Historia: el último emperador romano que adoró a los dioses del Olimpo, Juliano de Constantinopla, vivió en el siglo IV d. C. Perseguidos por los cristianos, los dioses se tuvieron que esconder en cuevas y bosques. Y dos mil años después seguimos con un único Dios y con el eco del lamento de Nietzsche: “¡Casi dos milenios, y ni un solo Dios nuevo!”.
A los viejos dioses del Olimpo nadie les ha visto desde hace siglos; Dios también está desaparecido en una sociedad cada vez más desacralizada: en el Moscú soviético, había un Museo Antirreligioso situado en una iglesia de estilo bizantino. El visitante podía ver un gran cartel donde se comparaba el dinero que ganaban los obreros durante la época zarista con el que ganaban las autoridades eclesiásticas. Y había unas momias de cazadores de pieles muy bien conservadas en los hielos del Ártico, cuyo objetivo era demostrar que, aunque no se alcanzara la santidad, los cadáveres podían no corromperse.

También tenía su Museo Antirreligioso Leningrado, igualmente situado en una iglesia antigua: en un cuadro se veía a un barbudo pope de rostro compungido junto a una mesa en la que había un periódico, “El primer astronauta soviético en el espacio”. Que no hubiese visto a Dios en el cielo quería decir que no existía. (El astronauta estadounidense Frank Borman, durante una de las vueltas que dio a la Luna a bordo del Apolo VIII, leyó la Biblia y sintió a Dios como nunca lo había sentido).
En Taiwán se puede visitar El Templo de los Dioses Rotos, construido por un monje budista para que los dioses abandonados por los hombres tengan un santuario: hay dioses decapitados, mancos, dioses partidos en dos por un hachazo… En Bruselas, debido a que las iglesias están cada vez más desiertas, tratan de buscarles alternativa como centros culturales.
Si en la Edad Media fue la religión la que elevaba al ser humano hacia algo superior, en la Edad Moderna pasó a ser la cultura. Hoy en día, el valor que más cotiza en la sociedad de consumo es la belleza, el culto al cuerpo, la negación de la muerte. El mundo del siglo XXI es tan materialista como el Imperio Romano. En dicho imperio, en un contexto de grave crisis religiosa, apareció Jesús. ¿Viviremos otra vez alguna aparición similar? ¿Algún Dios nuevo como clamaba Nietzsche?
De momento, después de tanto tiempo destrozándonos el cerebro con las grandes preguntas -“¿Dios ha creado a los hombres o los hombres han creado a Dios?”, “¿somos nosotros los que imaginamos o los imaginados?”-, después de tanto tiempo sin respuestas, sin certezas, La Batalla de Nochebuena parece haberla ganado Ava Gardner, la belleza. Uno de sus biógrafos, Lee Server, en Una diosa con pies de barro, dice que nació “sana y gritona como un demonio”. De familia baptista, empezó a rechazar la religión el día que, siendo una adolescente, durante su bautizo en la iglesia local, el pastor la sumergió en el baño de hormigón del altar: todos los presentes vieron cómo el vestido se volvía transparente…
Cuando llegó a Hollywood, firmó un contrato con la Metro-Goldwyn-Mayer que incluía una “cláusula moral”, según la cual debía llevar una vida tan ejemplar como la que se mostraba en las películas. Sin embargo, pronto descubriría la hipocresía de los magnates: a Mayer le gustaba recibir a Judy Garland en su despacho para acariciar unos pechos de apenas trece años; y el productor de El mago de Oz, Arthur Freed, le enseñó el pene a Shirley Temple cuando era una niña de doce. Quizás Ava pensara de la religión lo mismo que de la MGM: Dios no puede ser tan amoroso si permite que sufran los niños, que mueran.
Cuando uno de los bisnietos de Darwin la conoció en un restaurante griego de Nueva York, dijo que era “el espécimen superior de la especie humana”. Su belleza la convirtió en una gran estrella. Solamente leía la Biblia (en voz alta) para mejorar la pronunciación y la cadencia. Y llegó a tener miles de devotos, siendo Sinatra el mayor de todos: una de las habitaciones de su casa estaba llena de fotos de Ava; alrededor de ellas, velas encendidas. Según un amigo de la actriz, esta sólo quería “beber, bailar y follar”. En una fiesta le confesó a Vinicius de Moraes: “Sí, soy muy guapa, pero moralmente apesto”.
Al terminar de leer la biografía llegas a la conclusión de que fue una mujer infeliz, de que la belleza puede ser una maldición. Algunos filósofos afirman que es la culpable de nuestros males, y hablan de Helena de Troya y de una guerra que duró diez años; o de la nariz de Cleopatra y la conquista de Egipto por los romanos. “La belleza, como el dolor, hace sufrir”, escribió Thomas Mann.
A la hora de elegir entre Ava y Jesús, belleza y moral, el teólogo suizo Von Balthasar construye un puente con ambos materiales: “A Dios se le encuentra por el camino de la belleza”.
Antes de que Pepa Flores se desnudara en Interviú, había desnudado su alma en Cien españoles y Dios: “Yo tuteo a Cristo y lo imagino guapísimo y que estoy enamorada de Él… Una noche soñé que mi madre estaba muy enferma y salí de casa como loca, buscando una farmacia. Corría por una calle estrecha y larguísima, y todas las farmacias estaban cerradas. Y cuando me encontraba ya desesperada, del fondo de la calle larguísima vi que se me acercaba una figura altísima, más alta que las casas. Era Cristo. Cristo joven, con túnica blanca y barba negra. Yo también me acerqué a Él. Y cuando iba a pedirle que abriera una de las farmacias o que curara a mi madre, me miró de tal modo que sentí que ya no había necesidad de nada más, que mi madre estaba curada. Y me desperté. Pero no he olvidado nunca aquel sueño. Quizá fue aquella noche cuando me enamoré de Cristo. Era altísimo, muy guapo y con barba negra”.
¿Sería mejor un mundo sin Dios…? Manuel Jabois piensa que sí: “Sería un mundo sin coartadas, tanto para hacer el mal como para hacer el bien”. Otros, como el agnóstico Vargas Llosa, responden negativamente, alegando que sobrevendría “una barbarización generalizada de la vida social”. Los dos argumentos me parecen plausibles -¿qué otras coartadas buscarían algunos fanáticos para seguir matando?, ¿cuántos misioneros abandonarían África si perdiesen la fe de repente?-, aunque también me pregunto si la verdadera respuesta a quién ganará La Batalla de Nochebuena se encuentra en un lugar indeterminado entre la moral y la belleza, en el amor: nuestro anhelo de inmortalidad tal vez sea un anhelo de ser amados, y, como pensaba Dostoievski, Dios sea necesario -siquiera en la imaginación- porque es el único que puede amar eternamente.

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