8 nov 2017

Si aterroriza, ¿por qué no es terrorismo?

Si aterroriza, ¿por qué no es terrorismo?
¿Cuándo una matanza es un acto terrorista? 
¿Qué diferencia los ataques de Manhattan y Las Vegas?
Nota de ÓSCAR GUTIÉRREZ
El País,n Madrid 8 NOV 2017
El FBI pone de ejemplo al matrimonio Miller. Jerad y Amanda mataron el 8 de junio de 2014 a tres personas en Las Vegas. Primero entraron en una pizzería donde almorzaban dos agentes de la policía, Igor Soldo y Alyn Beck. Les tirotearon hasta acabar con su vida. En su huida, los Miller entraron en un centro comercial Walmart y empezaron a disparar. El joven Joseph Wilcox trató de parar a Jerad sin darse cuenta de que iba acompañado de su mujer. Ella le mató. Los Miller eran conocidos en las redes por sus proclamas antigubernamentales y conspiranoicas. Dejaron una nota en la pizzería en la que anunciaban el inicio de la "revolución". Era un mensaje para el entonces presidente Barack Obama, diana de su animadversión. Para el FBI esto es un ejemplo de "terrorismo nacional"
¿Se podría aplicar a la matanza en la iglesia baptista de Sutherland Springs (Texas) del domingo? 
¿Qué le diferencia del ataque con una furgoneta en Manhattan en la fiesta de Halloween?
¿Terrorismo islamista?

No hay una definición de terrorismo; hay muchas —ni siquiera la ONU ha logrado encontrar la suya en 70 años de historia—. Cada Código Penal tiene la suya y algunas se parecen. El estadounidense es más parco que el francés, que a su vez no dista mucho del español. Grosso modo, los analistas consultados coinciden en un requisito fundamental: la motivación política. "Un tiroteo masivo y un ataque terrorista son dos cosas muy diferentes", dice John Horgan, analista estadounidense de la Universidad de Georgia. "Podríamos pensar que son lo mismo porque el dolor, trauma y devastación no son diferentes y las víctimas parecen [elegidas] al azar. Pero un tiroteo masivo sin motivación política no puede ser terrorismo".
EL CÓDIGO ESPAÑOL
El código penal español, reformado en 2015, incide también en la finalidad del delito para su calificación como "terrorista". Será así considerado cuando subvierta el orden constitucional, desestabilice las instituciones u obligue a los poderes públicos a hacer o no hacer algo; altere gravemente la paz pública; desestabilice una organización internacional, o provoque un estado de terror en la población o parte de ella.
Devin Kelley, el atacante de Sutherland Springs, mató a 26 personas en su asalto a la única iglesia baptista de la localidad. La definición de terrorismo del FBI dice que el atacante puede seguir ideologías de naturaleza "política, social, racial, medioambiental y religiosa". ¿Sería el motivo religioso el que sirvió a Kelley? La investigación ha puesto algo de luz a la matanza: lo hizo por venganza contra su suegra, que frecuentaba la iglesia. Fin del debate.
Otra cosa es la brutal masacre cometida por Stephen Paddock contra los asistentes a un concierto en Las Vegas el pasado 1 de octubre. Murieron 58 personas. De nuevo las imágenes de terror, de dolor. Un ataque absolutamente indiscriminado: un hombre de 64 años disparando al azar con su fusil desde una habitación de hotel. La mayor matanza de estas características en EE UU. Pero no es, a tenor de las pesquisas, terrorista. El Código Penal estadounidense dice que un acto de terrorismo nacional debe pretender intimidar o coaccionar a la población civil, influir en el Gobierno a través del asesinato, destrucción masiva o secuestro. Pese a la magnitud, la masacre de Paddock, del que apenas se sabe que jugaba mucho y se armó hasta los dientes, no encaja en la lista de actos terroristas. "No hay motivación política", señala Mia M. Bloom, experta canadiense en terrorismo y autora del ensayo Morir matando: la seducción del terror suicida
La frontera entre el ataque y el atentado está sin duda en la intención y motivo y no en el modus operandi. El pasado 21 de agosto, pocos días después del atentado con una furgoneta en La Rambla de Barcelona, un individuo embistió con su vehículo dos paradas de autobús en la ciudad de Marsella (Francia). Murió una persona. Pero el autor del atropello tenía problemas psiquiátricos. “No hay ningún elemento que permita calificar este acto de terrorista”, dijo el fiscal Xavier Tarabeux. La responsabilidad penal se diluye en caso de un problema de salud mental.
El Código Penal francés define por un lado "acto de terrorismo" como aquel que lleva a cabo un individuo o colectivo de forma intencionada con el objetivo de alterar el orden público a través de intimidación o terror; por otro, describe el "atentado" como un acto de violencia que pone en peligro las instituciones de la República o la integridad territorial. Eso perseguía la célula del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) que perpetró los ataques simultáneos en los que fueron asesinadas 130 personas el 13 de noviembre de 2015 en París. Eso y más: castigar la colaboración de Francia en la coalición antiyihadista, asesinar a los infieles, musulmanes entre ellos, que no siguen la ley islámica a rajatabla...
Más cuestionable parecía la calificación de terrorista de Yassin Salih, el hombre que decapitó a su jefe y atacó una empresa de gas cerca de Lyon en junio de 2015. Imitó el método ISIS, pero declaró tras su detención que no tenía vínculos con el grupo y que había una disputa profesional. Una postura inusual entre los asesinos del grupo yihadista. Finalmente le imputaron un delito de asesinato con fines terroristas, pero se quitó la vida antes de su juicio. Otra rara avis entre los del ISIS.
"No hay consenso sobre la definición de terrorismo", explica el analista norteamericano Max Abrahms, "y no la habrá nunca por los Gobiernos usan el término para deslegitimar a sus enemigos". Sobre esto, dos ejemplos recientes: el turco Recep Tayyip Erdogan y el sirio Bachar el Asad. Ambos han abusado del término "terrorista" para definir elementos de la oposición. Y si bien esta práctica no se extiende a democracias asentadas, sí contribuye a descargar paulatinamente la palabra terrorismo de su significado. Abrahms admite no obstante que entre académicos hay mayor consenso que entre políticos. "Definimos terrorismo", señala, "a partir de tres criterios: actos cometidos por actores no estatales contra objetivos civiles con algún tipo de objetivo político".
Esta última parte, la motivación política, apunta Abrahms, es la que no tenía Kelley, el asesino de la iglesia baptista. "Así que el acto", defiende, "aunque terrorífico, no es terrorismo".
Pero sí lo fue el de Sayfullo Saipov, el uzbeko de 29 años, autor de la muerte de ocho personas el pasado Halloween en Manhattan. Este consumidor voraz de propaganda yihadista dejó una nota en su vehículo en la que decía actuar en nombre del ISIS. Precisamente el reconocimiento y la adhesión al grupo motivador es rasgo fundamental del acto terrorista.
Mia M. Bloom coincide en que sin motivación política solo hay "simple violencia". De nuevo, la intención manda independientemente del escenario. Bloom, pone dos ejemplos muy diferentes: el asesinato de nueve afroamericanos a manos del supremacista Dylann Roof en junio de 2015 en una iglesia de Charleston (EEUU) y el ataque perpetrado por el americano-israelí Baruch Goldstein en una mezquita de Hebrón (Cisjordania) en febrero de 1994, con un balance de 29 palestinos muertos. El primero, Roof, fue condenado a muerte por crímenes de odio. El segundo, Goldstein, murió durante el ataque por los golpes de los supervivientes. Estaba vinculado al movimiento ultranacionalista Kach, a la postre considerado terrorista, y por esto, aunque de forma tímida en la prensa de la época, se ha añadido a la lista de ataques terroristas judíos de envergadura.

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