14 oct 2018

Rito de canonización....de Paulo VI y Monseñor Romero

Más de 60 mil fieles de México, Guatemala, Colombia y España asistieron a la Misa de Canonización de Monseñor Romero, Paulo VI y otros cinco santos..
Estaban presentes en la ceremonia los presidentes de la República italiana, de Chile, El Salvador, Panamá y la reina Sofía de España.
En medio de embargo de emociones tras oír la el rito de la inscripción de los nuevos siete santos en el Canon de la Iglesia Católica. No dejaban de escucharse los aplausos en toda la plaza de San Pedro de diferentes personas provenientes de varias naciones del mundo..
 Francisco celebró las canonizaciones llevando el palio de Pablo VI y el cinturón de cuerda que todavía tiene manchas de la sangre del arzobispo mártir Óscar Romero.
Se colocó a los pies de una imagen mariana una reliquia de cada uno de ellos.
La reliquia de San Pablo VI fue una camiseta que usó cuando sufrió un atentado en Manila, que tenía algunas manchas de sangre a causa de las dos puñaladas que recibió en el aeropuerto a su llegada a Filipinas el 27 de noviembre de 1970.
La reliquia de San Óscar Romero fue una parte de un hueso; mientras que la reliquia de San Francesco Spinelli era un hueso de uno de los pies.
La reliquia de San Vincenzo Romano fue una vértebra mientras que la de San Nunzio Sulprizio, el santo más joven de este grupo ya que falleció a los 19 años, fue un hueso de un dedo de una de las manos.
La reliquia de Santa María Caterina Kasper fue un hueso de la espina vertebral y la de Santa Nazaria Ignacia March Mesa, que ahora es la primera santa de Bolivia, era un mechón de cabellos.
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Cappella Papale presieduta da Papa Francesco con il Rito di Canonizzazione di 7 Beati, El Vaticano a 14.10.2018
Traduzione in lingua spagnola
La segunda lectura nos ha dicho que «la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo» (Hb 4,12). Es así: la palabra de Dios no es un conjunto de verdades o una edificante narración espiritual; no, es palabra viva, que toca la vida, que la transforma. Allí, Jesús en persona, que es la palabra viva de Dios, nos habla al corazón.

El Evangelio, en concreto, nos invita a encontrarnos con el Señor, siguiendo el ejemplo de «uno» que «se le acercó corriendo» (cf. Mc 10,17). Podemos identificarnos con ese hombre, del que no se dice el nombre en el texto, como para sugerir que puede representar a cada uno de nosotros. Le pregunta a Jesús cómo «heredar la vida eterna» (v. 17). Él pide la vida para siempre, la vida en plenitud: ¿quién de nosotros no la querría? Pero, vemos que la pide como una herencia para poseer, como un bien que hay que obtener, que ha de conquistarse con las propias fuerzas. De hecho, para conseguir este bien ha observado los mandamientos desde la infancia y para lograr el objetivo está dispuesto a observar otros; por esto pregunta: «¿Qué debo hacer para heredar?».
La respuesta de Jesús lo desconcierta. El Señor pone su mirada en él y lo ama (cf. v. 21). Jesús cambia la perspectiva: de los preceptos observados para obtener recompensas al amor gratuito y total. Aquella persona hablaba en términos de oferta y demanda, Jesús le propone una historia de amor. Le pide que pase de la observancia de las leyes al don de sí mismo, de hacer por sí mismo a estar con él. Y le hace una propuesta de vida «tajante»: «Vende lo que tienes, dáselo a los pobres […] y luego ven y sígueme» (v. 21). Jesús también te dice a ti: «Ven, sígueme». Ven: no estés quieto, porque para ser de Jesús no es suficiente con no hacer nada malo. Sígueme: no vayas detrás de Jesús solo cuando te apetezca, sino búscalo cada día; no te conformes con observar los preceptos, con dar un poco de limosna y decir algunas oraciones: encuentra en él al Dios que siempre te ama, el sentido de tu vida, la fuerza para entregarte.
Jesús sigue diciendo: «Vende lo que tienes y dáselo a los pobres». El Señor no hace teorías sobre la pobreza y la riqueza, sino que va directo a la vida. Él te pide que dejes lo que paraliza el corazón, que te vacíes de bienes para dejarle espacio a él, único bien. Verdaderamente, no se puede seguir a Jesús cuando se está lastrado por las cosas. Porque, si el corazón está lleno de bienes, no habrá espacio para el Señor, que se convertirá en una cosa más. Por eso la riqueza es peligrosa y –dice Jesús–, dificulta incluso la salvación. No porque Dios sea severo, ¡no! El problema está en nosotros: el tener demasiado, el querer demasiado, ahoga, ahoga nuestro corazón y nos hace incapaces de amar. De ahí que san Pablo nos recuerde que «el amor al dinero es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Lo vemos: donde el dinero se pone en el centro, no hay lugar para Dios y tampoco para el hombre.
Jesús es radical. Él lo da todo y lo pide todo: da un amor total y pide un corazón indiviso. También hoy se nos da como pan vivo; ¿podemos darle a cambio las migajas? A él, que se hizo siervo nuestro hasta el punto de ir a la cruz por nosotros, no podemos responderle solo con la observancia de algún precepto. A él, que nos ofrece la vida eterna, no podemos darle un poco de tiempo sobrante. Jesús no se conforma con un «porcentaje de amor»: no podemos amarlo al veinte, al cincuenta o al sesenta por ciento. O todo o nada.
Queridos hermanos y hermanas, nuestro corazón es como un imán: se deja atraer por el amor, pero solo se adhiere por un lado y debe elegir entre amar a Dios o amar las riquezas del mundo (cf. Mt 6,24); vivir para amar o vivir para sí mismo (cf. Mc 8,35). Preguntémonos de qué lado estamos. Preguntémonos cómo va nuestra historia de amor con Dios. ¿Nos conformamos con cumplir algunos preceptos o seguimos a Jesús como enamorados, realmente dispuestos a dejar algo para él? Jesús nos pregunta a cada uno personalmente, y a todos como Iglesia en camino: ¿somos una Iglesia que solo predica buenos preceptos o una Iglesia-esposa, que por su Señor se lanza a amar? ¿Lo seguimos de verdad o volvemos sobre los pasos del mundo, como aquel personaje del Evangelio? En resumen, ¿nos basta Jesús o buscamos las seguridades del mundo? Pidamos la gracia de saber dejar por amor del Señor: dejar riquezas, dejar nostalgias de puestos y poder, dejar estructuras que ya no son adecuadas para el anuncio del Evangelio, los lastres que entorpecen la misión, los lazos que nos atan al mundo. Sin un salto hacia adelante en el amor, nuestra vida y nuestra Iglesia se enferman de «autocomplacencia egocéntrica» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 95): se busca la alegría en cualquier placer pasajero, se recluye en la murmuración estéril, se acomoda a la monotonía de una vida cristiana sin ímpetu, en la que un poco de narcisismo cubre la tristeza de sentirse imperfecto.
Así sucedió para ese hombre, que –cuenta el Evangelio– «se marchó triste» (v. 22). Se había aferrado a los preceptos y a sus muchos bienes, no había dado su corazón. Y aunque se encontró con Jesús y recibió su mirada amorosa, se marchó triste. La tristeza es la prueba del amor inacabado. Es el signo de un corazón tibio. En cambio, un corazón desprendido de los bienes, que ama libremente al Señor, difunde siempre la alegría, esa alegría tan necesaria hoy. El santo Papa Pablo VI escribió: «Es precisamente en medio de sus dificultades cuando nuestros contemporáneos tienen necesidad de conocer la alegría, de escuchar su canto» (Exhort. ap. Gaudete in Domino, 9). Jesús nos invita hoy a regresar a las fuentes de la alegría, que son el encuentro con él, la valiente decisión de arriesgarnos a seguirlo, el placer de dejar algo para abrazar su camino. Los santos han recorrido este camino.
Pablo VI lo hizo, siguiendo el ejemplo del Apóstol del que tomó su nombre. Al igual que él, gastó su vida por el Evangelio de Cristo, atravesando nuevas fronteras y convirtiéndose en su testigo con el anuncio y el diálogo, profeta de una Iglesia extrovertida que mira a los lejanos y cuida de los pobres. Pablo VI, aun en medio de dificultades e incomprensiones, testimonió de una manera apasionada la belleza y la alegría de seguir totalmente a Jesús. También hoy nos exhorta, junto con el Concilio del que fue sabio timonel, a vivir nuestra vocación común: la vocación universal a la santidad. No a medias, sino a la santidad. Es hermoso que junto a él y a los demás santos y santas de hoy, se encuentre Monseñor Romero, quien dejó la seguridad del mundo, incluso su propia incolumidad, para entregar su vida según el Evangelio, cercano a los pobres y a su gente, con el corazón magnetizado por Jesús y sus hermanos. Lo mismo puede decirse de Francisco Spinelli, de Vicente Romano, de María Catalina Kasper, de Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús y también del gran muchacho abrucense-napolitano, Nuncio Sulprizio: el joven santo, valiente, humilde, que supo encontrar a Jesús en el sufrimiento, el silencio y en la entrega de sí mismo. Todos estos santos, en diferentes contextos, han traducido con la vida la palabra de hoy, sin tibieza, sin cálculos, con el ardor de arriesgarse y de dejar. Hermanos y hermanas, que el Señor nos ayude a imitar sus ejemplos.
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Agradecimiento a las Delegaciones
Después de haber realizado el rito de canonización y antes de concluir esta Santa Misa, el papa Francisco Santo Padre quiso saludar y agradecer a todos los presentes en la Plaza de San Pedro. “Agradezco a mis hermanos Cardenales y a los numerosos Obispos y sacerdotes provenientes de todo el mundo – expresó el Pontífice – así como, mi más sincero agradecimiento a las Delegaciones oficiales de muchos países, que han venido a rendir homenaje a los nuevos Santos, que han contribuido al progreso espiritual y social de sus respectivas naciones.
En particular, saludo a Su Majestad la Reina Sofía, al Presidente de la República Italiana, a los Presidentes de Chile, de El Salvador y de Panamá”.
Del Arzobispado de Canterbury y el Mundo
Además, el Papa Francisco dirigió un pensamiento especial a Su Gracia Rowan Williams y a la delegación del Arzobispado de Canterbury, con profunda gratitud por su presencia en esta celebración. “Mi saludo a todos vosotros, queridos peregrinos – señaló el Papa – así como a todos los que siguen por la radio y la televisión. En particular, saludo al numeroso grupo de ACLI, que ha permanecido muy agradecido al Papa Pablo VI”.
María, la primera y perfecta discípula del Señor
Antes de concluir su alocución, el Obispo de Roma invitó a todos a dirigir la mirada a la Madre de Dios y en oración pedirle que nos enseñe a seguir el camino del verdadero discípulo de Jesús. “Y ahora nos dirigimos en oración a la Virgen María, la primera y perfecta discípula del Señor, para que nos ayude a seguir el ejemplo de los nuevos santos”.

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