6 nov 2018

El antídoto de la ‘Heartland’

 El antídoto de la ‘Heartland’/ Ángel Peña es periodista y profesor en IE University, donde se doctoró con una tesis sobre la percepción ética del espacio en las narrativas colectivas española y estadounidense.
El Mundo, Lunes, 05/Nov/2018;
¿Quién tiene el estómago de votar a Donald Trump? Las elecciones legislativas de mañana han reverdecido la curiosidad española, y el Manifiesto Redneck, de Jim Goad, quizá sea el paradigma del relato más extendido como respuesta. Editado en nuestro idioma en 2017 (el libro original es de 1997), expone la rabia de la América ignorada por las élites liberales (en el sentido estadounidense, no económico, sino más parecido a nuestro progre).
Durante la campaña de las presidenciales, Hillary Clinton agitó el avispero al meter a “la mitad de seguidores de Trump” en la “cesta de los deplorables”. En esa cesta al final cupieron más de 31 millones de sus compatriotas… El adjetivo “deplorable” casa a la perfección con el concepto de white trash, que define al último estrato de la sociedad estadounidense. En un arabesco racista, agrupa a quienes, siendo blancos, se sitúan en la órbita de pobreza y la exclusión de los negros. Sin embargo, según US Poverty Statistics, solo el 8,8% de los blancos no hispanos se hallan bajo el umbral de la pobreza y, además, sencillamente… no votan, como reconoció, Alec MacGillis en The Atlantic.

Tanto Goad como Hillary mezclan churras con merinas para crear una masa crítica que confirme sus hipótesis. Goad apela en su libro a los redneck (“cuellos rojos”, en referencia a la América agraria), pero disolviéndolos sibilinamente en la white trash. Por ejemplo: “[Lo] redneck no es un partido político, es una herencia. No es una filosofía, es un legado. La white trash ha existido desde que surgió la estructura de clases en Europa”. Tras asociar redneck a las ideas de tradición y legado, habla de white trash sin solución de continuidad, como si ambos conceptos fueran sinónimos, para sacar la artillería pseudomarxista e inventarse un ejercito de parias. En realidad, es la geografía la que delimita el campo de batalla. Goad dedica el Manifiesto Redneck a “todos los que viven entre Nueva York y Los Ángeles” y en marzo Hillary dijo despreciativamente que “si miras el mapa de EEUU, ves todo ese rojo [color republicano] en el medio”.
La clave está en el medio oeste, que incluye los estados redneck del centro del país. El término oeste se les aplica porque sus orígenes están conectados con los pioneros que dejaban los civilizados estados de la costa este para seguir los pasos del sol hacia lo desconocido. Una vez establecidos en unas tierras fértiles pero peligrosas, fundaron el verdadero estilo de vida americano, recio y emprendedor, de sanas costumbres rurales. Por ello la zona recibe también el apelativo de Heartland, el corazón del país. Además, por el juego de equilibrios del mapa electoral, ha decidido casi todas las elecciones presidenciales. En las últimas, Trump se hizo en ella con 50 votos electorales más que el anterior candidato republicano.
Este verano, en un viaje por toda la región, encontré numerosos votantes de Trump, pero ninguno se mostraba muy a gusto con sus payasadas. En su análisis regional de las elecciones, el muy demócrata Daily Kos concluyó que el medio oeste no lo ganó Trump: lo perdió Hillary Clinton. Esposa de ex presidente y bien conectada con Wall Street, durante su etapa como secretaria de Estado utilizó el email de un servidor privado para sus comunicaciones oficiales. El redneck lo entendió como la enésima demostración de que la élite no distinguía ya entre las instituciones y el patio de su casa. En un café de Lima, Ohio, conocí a un par de ejemplos de esta caterva de votantes de Trump. Tisha, enfermera con tres hijos, y Donna, ama de casa con seis, coincidían en que el alma del medio oeste reside en una extensa clase media con unos ingresos de alrededor de 60.000 dólares al año. Nada de white trash. “La gente vota a Trump por la economía, y la cosa está mejorando. Trump está haciendo su trabajo, cumple sus promesas, no como otros, y su vida personal es cosa suya”, me explicó Donna. Además, mucho de lo que se decía, añadió Tisha, tenía que ver con la actual deriva de los medios de comunicación. Esta torsión liberal de los hechos indignaba a Donna: “Por primera vez en la historia, una buena parte de la población se negó a aceptar el resultado de unas elecciones. Hubo mucho lloriqueo, se comportaron como niños malcriados que no aceptan la derrota. Cuando ganó Obama, yo tenía muy claro que era mi presidente, aunque no me gustara”.
Días después, me alojé en un airbnb de Marysville, Misuri. Mi anfitrión, un misionero retirado casado con una profesora de la high school local, me insistió en que la gente había reaccionado ante lo que está pasando en las dos costas, tan liberales que el ambiente resultaba ya irrespirable. “El Gobierno se había vuelto demasiado hacia sí mismo, no pensaba en las necesidades de la gente. Necesitábamos a alguien de fuera de ese entorno viciado para arreglarlo”.
En Western American Writing: Tradition and Promise, R. Nash recuerda el concepto de “cultivo parcial” de Emerson para concluir que “los americanos han llegado a ser los suficientemente civilizados como para apreciar el estado salvaje”. En el mismo libro, J. Gurian explica que el mito fundacional del jardín se fue matizando con los hechos históricos hasta dar en el escenario de “las realidades contradictorias”, encarnadas en dos historias paradigmáticas: la del asentamiento democrático y la del fuera de la ley. La primera afirma que los objetivos correctos -civilización, comercio, cultura e iglesia- guían al colono, mientras que el héroe de la segunda opera fuera del orden social aceptado, pero a menudo lo protege. Desde los primeros forajidos del oeste a los superhéroes de la Marvell, este icono cuajó en el adjetivo maverick, acuñado a partir de la figura de Samuel Maverick. Hijo de un acaudalado hombre de negocios y ganadero texano del siglo XIX, se negaba a marcar sus reses. Argumentaba que quería evitarles sufrimientos; sus vecinos sospechaban que lo hacía para atribuirse todo el ganado sin marcar, o no demasiado claramente marcado, de los alrededores. Todos coincidían en que se trataba de una de las cabezas más duras al oeste del Mississippi. Incrementó su fortuna y se metió en política. ¿Le suena? Desde entonces, su apellido se utiliza para referirse a alguien de obstinada independencia. Su uso se extiende por toda la sociedad, pero resuena con fuerza en política. En retrospectiva, se le asigna al presidente Andrew Jackson, un tosco abogado de frontera dispuesto a masacrar a los indios y eliminar el banco central en aras a la expansión del país y el freno a la élite política y económica que corroía el sueño americano. ¿Le suena? Años después, llegó al poder otro outsider, un abogado del medio oeste objeto de las burlas de la aristocrática Washington. Abraham Lincoln acabó con las concesiones politiqueras al sur y cambió el país para siempre. Su final, muy western, fue parecido al de J. F. Kennedy, un outsider católico. Reagan, directamente salido de las películas de vaqueros, también sufrió un atentado.
La biografía oficial del recientemente fallecido John McCain, candidato republicano a la presidencia en 2008, se titula McCain: The Myth of a Maverick. En ella alaba a Roosevelt porque “no buscaba destruir las instituciones del capitalismo, que tanta riqueza crean, sino salvarlas de sus propios excesos”. McCain rechazó a Trump hasta más allá de la muerte: le vetó en su propio funeral. Muy maverick. La morfología mítica del actual presidente se acerca más a la de Jackson -un retrato suyo ocupa hoy el lugar más visible del despacho oval- pero, sobre todo, Trump y McCain eran contemporáneos, y en estos contextos cargados de testosterona, hasta la aldea global es demasiado pequeña para dos mavericks. El maverick está destinado a desaparecer del escenario una vez cumplida su tarea. Si alguno cae en la humana tentación de perpetuarse, los ciudadanos-lectores-espectadores-votantes se encargan de evacuarlo. Mientras nuevos nombres refrescan los partidos demócrata y republicano, en Michigan una encuesta de este verano mostraba que el 62% de votantes consideraba que había llegado el momento de reemplazar a Trump…

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