27 ene 2020

Es tiempo de poner el vino nuevo en odres nuevas. Tú decides, Presidente

Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán...”Lucas 5:37, Reyna Valera
Cuarta carta abierta a Andrés Manuel López Obrador/ Javier Sicilia en el Zócalo, domingo 26 de enero de 2020
Querido Presidente:
Sabes que soy poeta, un poeta que, por razones muy dolorosas, que tú también conoces y que están relacionadas con lo que me trajo junto con otras y otros hasta tu casa, dejó de ejercer el oficio del poema. Sin embargo, la poesía -que es un don, una gracia- permanece en mí y no ha dejado de acompañarme, junto con el sufrimiento de las víctimas y por voz de otros poetas, a lo largo de este trayecto. Ella, desde tiempo inmemorial, custodia los significados de la tribu y se hace presente cuando esos significados se corrompen o vacilan en la vida pública. Los nabí, que la tradición de Occidente llama profetas (“los que hablan en nombre de…” es su sentido etimológico) proliferaron cuando el pueblo hebreo tuvo una descendencia de reyes, de seres humanos, podríamos decir, de Estado. Su función –más acá de lo que la teología judeocristiana les atribuye y de lo que la imaginería popular los ha cargado–, no era adivinar el futuro, sino recordarle al rey y al pueblo verdades fundamentales y viejas como lo cerros, que se olvidaron o extraviaron. Recuerda, Presidente, a Natán y su relación con David. Un oficio pesado, a veces ingrato, que obliga al poeta a salir de su soledad –el ámbito privilegiado de su quehacer— y a veces a padecer la incomprensión, el insulto, la descalificación y la difamación. Recuerda, Presidente, a Jeremías.
Pese a ello, el poeta, escribió Albert Camus, “en cualquier circunstancia de su vida, oscuro o provisionalmente célebre, constreñido por la tiranía o libre para expresarse” encuentra un comunidad que lo justifica a condición de que, como lo hemos hecho ahora al caminar hasta tu casa, asuma esas dos tareas que constituyen la grandeza y el peso de su vocación: el servicio a la verdad, a la justicia, a la dignidad y a la libertad. Su índole de voz de tribu no puede acomodarse a la mentira, a la servidumbre ni al crimen, porque donde imperan, como hoy imperan en nuestra nación, crecen el horror y la destrucción de la vida común.
Es por ello que a pesar de mis flaquezas personales, de la posibilidad de que te niegues a recibirnos, la nobleza de esa vocación me ha llevado a caminar de nuevo, al lado de otras y otros, para resistir, para darle su lugar al sentido que guarda la palabra y buscar otra vez la verdad, la justicia y la paz que un día, el 14 de noviembre de 2018, en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT), tú y las víctimas acordamos, que olvidaste y que, en medio de tanto horror, tanta impunidad y muerte nos debes, nos debemos y te debes, Presidente.
Voy, por ello, a resumirte, mediante unos versos, lo que hoy hemos venido decirte. No son míos ni de ninguno de las y los poetas que me han acompañado. Pero pertenecen al río de la tradición que se remonta a los nabí hebreos, a los rapsodas helenos y a los xochikuikani nahuas. Son de María Mercedes Carranza, una poeta colombiana, muerta en 2003, que padeció, junto con su pueblo, horrores semejantes a los que desde hace casi dos décadas vive nuestro país: 
“Todo es ruina en esta casa,
están en ruinas el abrazo y la música,
el destino cada mañana, las risas son ruinas;
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos.”
Nuestra casa, México, y la bandera que lo representa y que hemos llevado y traído con nosotros a lo largo de estos días de largo andar, está, como la casa de Mercedes Carranza, llena de violencia, sangre, muerte, desapariciones, fosas, mentira e impunidad; está plagado de crímenes atroces frente a los cuales el lenguaje fracasa; sus caminos, sus plazas, sus recintos están tomados por seres sin alma que, con apoyo de funcionarios de Estado y empresas, corrompen, desaparecen y asesinan a nuestros niños y niñas, a nuestras mujeres, a nuestros jóvenes, a nuestros viejos, cavan fosas siniestras, nos amenazan y exhiben sus atrocidades para inhibir nuestras reacciones vitales.
Sabemos que no eres responsable de ello, Presidente. Heredaste este horror de administraciones que sólo tuvieron imaginación para la violencia, la impunidad y la corrupción. Pero el hecho de que le hayas dado la espalda a la agenda de verdad, justicia y paz como prioridad de la nación, agenda con la que te comprometiste el 14 de septiembre de 2018 y que nos pediste crear junto con la Segob; el hecho de que no atiendas el llamado de los pueblos indígenas de detener los megaproyectos, cuya base es neoliberal y, por lo mismo, destructora de la tierra y de las vidas comunitarias y pueblerinas; el hecho de que se criminalice la migración; el hecho de que en tus mañaneras uses un lenguaje que, lejos de llamar a la unidad, polariza a la nación; el hecho de que tengas abandonadas, desarticuladas y cuestionadas las instituciones que los ciudadanos creamos para atender a las víctimas (la Comisión de Atención a Víctimas, la Comisión Nacional de Búsqueda y la CNDH); el hecho de reducir la paz a un asunto de seguridad y abandonar la verdad y la justicia, ha mantenido articuladas las redes de complicidad del Estado con el crimen organizado, y sus costos en dolor y muerte han sido demasiado altos: cerca de 35 mil asesinatos que se suman a los 61 mil desaparecidos –más de 5 mil en el último año—, a las cientos de miles de víctimas heredadas de las malas administraciones pasadas –prácticamente todas continúan sin conocer la verdad y mucho menos la justicia–, a un número aún mayor y todavía impreciso de torturados y desplazados, y a un grave maltrato a los migrantes centroamericanos y pueblos indígenas.
Esto nada tiene que ver con las cosas buenas que has emprendido. Tiene que ver con una realidad que rebasa a las instituciones ordinarias y que de no asumirse en la dimensión de su emergencia nacional y de su tragedia humanitaria, dará al traste con eso bueno que busca tu gobierno. Sin verdad –volvemos a repetirlo—no habrá justicia ni reconciliación ni amnistía ni paz ni transformación. Lo único que habrá es más infierno.
Tú nos pides más tiempo para buscar la seguridad, pero no hablas de verdad ni de justicia. Después de la masacre de la familia LeBarón, que volvió a poner ante la conciencia pública la dimensión del horror y la tragedia del país, ya sólo hay tiempo para encararla con una política de Estado que, dadas las redes de complicidad enquistadas en el Estado, se base en mecanismos extraordinarios de verdad y  justicia –una verdad que debe tejer, en función de esos mecanismos, a las instituciones creadas para enfrentarla; una verdad que debe pasar también por el respeto a las autonomías indígenas, a los migrantes y el fortalecimiento de los municipios. 
Una política de Estado que, como prioridad del país, llame a la unidad de la nación y al trabajo de todas y todos (gobiernos, víctimas, organizaciones sociales, iglesias, partidos, universidades, sindicatos, empresas, ciudadanos). Una política de Estado con la que tú, Presidente, te comprometiste hace más de un año, que víctimas, organizaciones, academia y expertos trabajaron con Segob y que hoy más que nunca urge llevar a cabo. Una política de Estado que rebasa, como es evidente, al Gabinete de Seguridad y que debe, por lo mismo, ser asumida y promovida por ti que lamentablemente no estás presente a causa de graves y desafortunados prejuicios hacia las víctimas y el sufrimiento del país.
 No hay que repetir el pasado, Presidente. Ese pasado nos ha destruido y continúa destruyéndonos. Hay que crear lo nuevo que preserva la vida. Una verdadera y auténtica transformación del país debe sustentarse en la verdad, la justicia y la paz.
Sabemos que no es fácil. Nunca es fácil enfrentar con medidas radicales una crisis civilizatoria del tamaño de la que hoy padecemos. Pero no hacerlo desde la raíz de la verdad y la justicia hará que la violencia reine para siempre sobre un campo de osarios, despojo y miedo. La verdad, como lo señaló recientemente el escritor Ricardo Raphael “es la que debe prevalecer para que la realidad se conozca, para que los hechos se expongan, para que los argumentos pesen, para que la justicia se haga y la violencia no pueda repetirse”.
Nosotros, al caminar hasta aquí, hemos cumplido con nuestro deber, con aquello a lo que la palabra y la poesía, que custodia el sentido de una tribu, nos llama y que defenderemos siempre. Tú, en cambio, como Presidente, tienes la disyuntiva de continuar caminando hacia el horror que los primeros pasos de tu gobierno han transitado o de unirnos y llevarnos a todas y a todos  mediante una política de Estado basada en la verdad, la justicia, el respeto y el fortalecimiento de las autonomías indígenas y de los municipios, hacia una verdadera transformación, hacia esa esperanza a la que un día nos llamaste y a la que hoy está nación ensangrentada te convoca.
Mientras respondes a esta disyuntiva en la que se juega el destino de todas y todos, te dejamos con el Gabinete de Seguridad, además de estas palabras, los versos de David Huerta, de Tomás Calvillo y de María Mercedes Carranza, que acompañaron la rueda de prensa y los comunicados de nuestro caminar, la voz de la poesía que nos acompañó en la de sus poetas a lo largo del camino, para que medites en el silencio de tu corazón sus sentidos. Te dejamos también los documentos con las propuestas de Justicia Transicional y, junto a la medalla Belisario Domínguez, que doña Rosario Ibarra te dejo en custodia, el símbolo de la patria que hoy está baleado, ensangrentado, invertido, secuestrado, oscurecido por asesinatos, desapariciones, despojo y destrucción de tierras,  comunidades y crímenes aberrantes.
 Devuélvenoslo junto con la patria restaurada como lo prometiste a las víctimas y a los pueblos indígenas durante tu campaña y a las víctimas cuando nos encontramos el 8 de mayo en el Museo Memoria y Tolerancia y, como Presidente el electo, el 14 de septiembre en el CCUT. Ya es tiempo, Presidente, de poner un verdadero alto a tanto dolor, a tanta muerte, a tanta humillación, a tanta mentira; tiempo de que al sufrimiento le palpite de nuevo el corazón y la tierra pueda florecer; tiempo de unir las fracturas ensangrentadas de la patria y de hacer con todos la verdad, la justicia y la paz que tanto necesitamos. Es tiempo de poner el vino nuevo en odres nuevas.
Tú decides, Presidente, hacia qué lado de la historia quieres caminar.
26 de enero 2020
Javier Sicilia


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