Regresión autoritaria/Ana Laura Magaloni Kerpel
en REFORMA, 18 Ene. 2020
El diagnóstico es claro: México atraviesa una grave crisis de seguridad, con altas tasas de impunidad y con un sistema de procuración e impartición de justicia débil y corrupto. Según el fiscal general, el paquete de iniciativas que se filtró tiene por objeto resolver estos problemas. Una parte de esas iniciativas busca abandonar la ruta que había planteado la reforma constitucional de 2008. Dicha reforma pretendía transformar un sistema de justicia penal autoritario en uno que cumpliera con los principios de un régimen democrático: presunción de inocencia, debido proceso, transparencia, etcétera. En el paquete de iniciativas se contempla, por ejemplo, el arraigo para todo tipo de delitos o la posibilidad de que pruebas recabadas ilícitamente puedan ser válidas en juicio. Ello es propio de regímenes autoritarios. Valdría la pena entender por qué llegamos aquí y cómo resolver los graves y viejos problemas de nuestro sistema penal sin renunciar a la posibilidad de construir uno propio de una democracia constitucional.
La reforma de 2008 buscaba, entre otros objetivos, profesionalizar el trabajo de las procuradurías a través de elevar los controles judiciales a su actuación, así como a la calidad de las pruebas aportadas en el juicio. La apuesta era terminar con la tortura y la fabricación de culpables propias de la investigación criminal del viejo régimen y obligar al Ministerio Público y a la policía de investigación a hacer bien su trabajo. Ello, se creía, permitiría que el sistema de persecución criminal comenzara a desarrollar verdaderas capacidades investigativas y de acusación, sobre todo en delitos de alto impacto.
Nada de ello sucedió como estaba pensado. Calderón y Peña Nieto nunca le apostaron a la transformación del sistema penal. Tampoco lo hicieron los gobernadores, salvo honrosas excepciones. A la clase política, hasta ahora, le ha parecido profundamente amenazante renunciar al poder que les ha dado controlar políticamente la procuración de justicia. Por ello, la reforma de 2008 se quedó huérfana de liderazgos políticos que le apostaran a su implementación. El plazo de 8 años que establecía la Constitución para la implantación de la reforma transcurrió sin que nadie estableciera y liderara una ruta de navegación. Calderón guardó en el cajón la reforma y Peña Nieto, a dos años de que venciera el plazo constitucional, promovió la aprobación de un Código Nacional de Procedimientos Penales (CNPP) que sí hizo efectivo de un día a otro en todo el país. El resultado ha sido un desastre: el CNPP estableció un procedimiento penal complejo y sofisticado, mientras que las capacidades institucionales se mantuvieron casi intactas. Una parte importante de las altísimas tasas de impunidad se explica precisamente por esta profunda distancia entre las normas y las realidades institucionales. La pregunta central es cómo acortar esta brecha: bajando la vara normativa o subiendo la vara institucional.
Las iniciativas de la Fiscalía General optan por lo primero. Volvamos a darles "subsidios" a las fiscalías para que pueda haber menos impunidad. Todos conocemos los enormes costos sociales que los subsidios autoritarios llevan aparejados. No podemos renunciar a construir un sistema de procuración e impartición de justicia que realmente provea justicia. Ello es clave para volvernos a hilvanar como colectividad. La justicia no tiene que ver con el castigo per se, sino con el método para llegar a éste. La investigación criminal, la acusación del fiscal y el juicio mismo deben estar diseñados para que, a través de argumentos, razones y pruebas se vaya urdiendo la historia del caso y se genere una explicación razonable, para la víctima, el acusado y la sociedad, de qué sucedió, por qué el imputado es responsable y cuál es la sanción aplicable. Las explicaciones claras y persuasivas renuevan y fortalecen el pacto de civilidad, pues hacen que sean la ley, los argumentos y las pruebas -y no la arbitrariedad y el ejercicio desnudo de la coacción- la forma de pacificar nuestros conflictos. Un Estado fuerte es un Estado justo. No renunciemos a ello.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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