25 dic 2021

La risa de Santa Claus/Sergio García Ramírez

La risa de Santa Claus/Sergio García Ramírez

El Universal, 25/12/2021;

Concluyó 2021 con una caída en picada, pese a la promesa de que un futuro luminoso sustituiría al pasado sombrío. En el alba del 2021 confiábamos en que llegaría el final de la pandemia, anunciado por autoridades “competentes”. El “sector salud” operaría prodigios. No escasearían los remedios que una eficiente administración pondría al alcance de todos los mexicanos. También creímos que el crimen declinaría, abatido con discursos y jaculatorias. Igualmente esperamos la resurrección de la economía: habría nuevas fuentes de trabajo y mejoraría la suerte de las familias, redimidas. Y entendimos, ilusionados, que un viento democrático impulsaría las velas de la República.

Esa fue la oferta de las alegres matinées que sembraron de ilusiones nuestra vida y condenaron a los causantes de tantos quebrantos y retrocesos, condenados al último círculo del infierno republicano (ya sabemos quiénes fueron). Con esa oferta nos fuimos durante doce meses que pasaron de prisa. ¿Y qué sucedió? No ocurrieron los milagros anunciados. Ni hubo la transformación que soñamos ni progresó la democracia ni mejoró la suerte de millones de mexicanos. Rugió la tierra y abundaron los hundimientos. Nos ganó el carajo, para decirlo con las palabras que el profeta lanza de cuando en cuando.

Al final del 2021 levantamos el fruto de la siembra. ¡Y qué fruto! Todavía hay creyentes que escuchan, absortos, la oratoria rupestre y suponen que México remontó la cuesta. Pero también hay quienes formulan con seriedad el balance de doce meses de agravios e incumplimientos. Estos observadores miran el año sin concesiones ni alegatos que escombren el pasado (que ya pasó, ¿no es cierto?) y no encuentran los milagros anunciados en la catequesis matinal, donde abundaron otros datos. Más allá de las palabras y las sonrisas, descubren la multiplicación de los pesares y el fracaso de las promesas.

Las cifras de la pandemia nos colocan a la cabeza de las naciones vulneradas: varios millones de contagios y centenares de millares de fallecimientos. El crimen se ha desbocado, con crueldad inaudita. Hoy impera sobre territorios cada vez más extensos y preside comunidades cada vez más desvalidas. Se han multiplicado las legiones de autodefensa que desafían la regla de oro de los Estados modernos: deben ser éstos, no los ciudadanos, los depositarios de la fuerza. La pobreza cunde más allá de paliativos que atemperan los síntomas de la decadencia, pero no la resuelven. Y la democracia retrocede, mientras el poder se concentra y vulnera el sistema de frenos y contrapesos que debiera mantener el equilibrio en la sociedad política.

Llegamos a la Navidad. Las matinées siguen colmadas de sonrisas y rebosan ofrecimientos. En estas festividades hemos recordado otros tiempos, que podemos cotejar con el presente milagroso. Algunos compatriotas de mayor edad echaron de menos al jocundo Santa Claus que hace muchos años se instalaba tras un gran aparador de la tienda Sears en Insurgentes, atrayendo a la audiencia infantil con sonoras carcajadas. Por supuesto, la risa era tan falsa como el risueño personaje, ambos movidos por una inagotable cuerda providencial. Pero alegraba.

Entre aquel espectáculo y la fiesta de ahora hay notables coincidencias. No tenemos por qué sentir nostalgia del viejo Santa, tan orondo. Fue relevado por otro personaje jocundo, instalado en el corazón de una feria que bate nuestros días y dotado de la misma cuerda inagotable. El nuevo Santa ríe sin pausa, alegrando a los creyentes que lo observan, audiencia estupefacta. Al tiempo que ríe, proclama la transformación de México. Mientras el público mira y el actor declama, la nave naufraga.


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