/ Por Scott Atran*
Cualquiera que sea el resultado final de la partida entre Israel, Hizbulá y Hamas, hay una cosa cierta: se han ido al traste las esperanzas de Israel de garantizarse su seguridad mediante la erección de una muralla para mantenerse al margen de sus rencorosos vecinos. Una de las lecciones de la invasión del Líbano por Israel y de su intervención militar en Gaza es que los misiles le pueden explotar encima.
Cabe esperar que la cooperación multinacional contribuya a consolidar la frontera de Israel con el Líbano. Ahora bien, ¿qué va a pasar con la cuestión palestina, que parece como si hubiera quedado apartada al fuego de atrás de la cocina durante la guerra del Líbano?
Una demostración de firmeza de Israel en estos momentos sorprendería a sus adversarios, transmitiría fortaleza e incluso cogería a la oposición política interna con la guardia baja. Por extraño que pueda parecer, si los EE UU fueran capaces de ayudar a Israel a ayudar a Hamas, se podría dar un giro de 180 grados a la creciente marea de resentimiento de los musulmanes de todo el mundo hacia occidente. Las conversaciones recientes que he mantenido con los dirigentes de Hamas y con partidarios suyos en todo el mundo indican que Israel podría encontrar en la organización un interlocutor razonable e influyente de cara a unas negociaciones.
El principal cargo electo de Hamas, el primer ministro palestino Ismail Haniya, acepta en estos momentos que, para poner fin al sufrimiento de su pueblo, su Gobierno ha de renunciar a propugnar la destrucción de Israel a toda costa. «No tenemos ningún problema con que exista un Estado palestino con soberanía sobre todos nuestros territorios, los incluidos dentro de las fronteras de 1967, que puedan vivir en paz [me dijo Haniya en su despacho de la ciudad de Gaza a finales de junio, poco antes de que un misil israelí lo dejara reducido a escombros], pero necesitamos que occidente se implique con su colaboración en el proceso».
El Gobierno de Haniya acababa de llegar a un compromiso histórico con Al Fatah y su máximo dirigente, el presidente Mahmud Abbas, para formar una coalición nacional que implícitamente aceptara la coexistencia con Israel. Sin embargo, este paso adelante, de una importancia trascendental, quedó eclipsado inmediatamente por la ofensiva de Israel en Gaza en represalia por el secuestro de un soldado israelí, el cabo Gilad Shalit, por milicianos palestinos, entre ellos, miembros de la rama militar de Hamas.
Muchos israelíes consideran el rescate de un soldado un valor sagrado merecedor de que se pague por él cualquier precio, incluso el de una operación militar que lleve a otros soldados israelíes a la muerte. Sin embargo, la ofensiva israelí se propuso también un objetivo estratégico de mayor alcance: destruir cualquier posibilidad que tuviera el Gobierno de Hamas de impedir a Israel un rediseño unilateral de sus fronteras con el objeto de anexionarse determinados asentamientos en Cisjordania. Ésta era una acción que Israel había intentado llevar a cabo desde que logró convencer a los Estados Unidos de que, a partir del momento en que Hamas había derrotado a Al Fatah en las urnas, no existía ya un Gobierno palestino legítimo con el que negociar.
Jaled Meshal, el jefe de la oficina política de Hamas, con sede en Damasco, se negó a poner en libertad al cabo Shalit si Israel no liberaba a su vez a centenares de prisioneros. Si bien es verdad que Israel había demostrado en el pasado cierta disposición a soltar a cientos de detenidos palestinos a cambio de la libertad de un solo israelí, es posible que la posición de Meshal fuera parte de una jugada política más amplia.
Como me dijo uno de los principales asesores del presidente Abbas acerca de Meshal: «Ha tratado de socavar la autoridad del Gobierno de Haniya al presentarse como el verdadero artífice de las decisiones de Hamas y no se le recordará como la persona que legitimó a Israel ni la sagrada tierra palestina sacrificada».
Como me dijo uno de los principales asesores del presidente Abbas acerca de Meshal: «Ha tratado de socavar la autoridad del Gobierno de Haniya al presentarse como el verdadero artífice de las decisiones de Hamas y no se le recordará como la persona que legitimó a Israel ni la sagrada tierra palestina sacrificada».
Es sobradamente conocido que el primer ministro Haniya y un gran número de los dirigentes suníes de Hamas no se sienten a gusto con la coalición más o menos informal que Meshal se ha dedicado a forjar con los chiíes de Irán y de Hizbulá. Hasan Yusuf, un destacado integrante de Hamas preso en la cárcel israelí de Ketziot, no comparte la idea de que tengan alguna utilidad práctica ni que sean prudentes las declaraciones del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, sobre que la solución fundamental a la crisis de Oriente Próximo pasa por la eliminación del «régimen sionista».«Lo sucedido en el Líbano no modifica nuestros puntos de vista -confirmó Yusuf-. Nosotros creemos en dos estados uno al lado del otro». También me ha asegurado que «todas las facciones de Hamas han llegado al acuerdo de un alto el fuego unilateral, que incluye la interrupción del lanzamiento de los cohetes Qassam; la organización está dispuesta a llegar aún más lejos si recibe alguna respuesta positiva de Israel y Occidente».
Sin embargo, hasta los dirigentes moderados de Hamas tienen la sensación de que, mientras Israel, los Estados Unidos y Europa sigan boicoteando al Gobierno electo en Gaza y Cisjordania, no les quedará más remedio que aceptar cualquier otra ayuda que les pueda llegar.
Esto no deja de ser una doble desgracia. Si bien Meshal afirma que el islam sólo permite una tregua a largo plazo con Israel, los representantes de Hamas más próximos al primer ministro Haniya están convencidos de que es posible un acuerdo formal de paz, sobre todo si existiera la posibilidad de que las negociaciones se desarrollaran sin publicidad y se avanzara gradualmente.
Aunque el primer ministro Haniya cuenta con mayor apoyo popular, Meshal controla las milicias y el dinero. Si se pudiera canalizar hacia el Gobierno de Haniya un cierto volumen de financiación, quizás procedente de estados árabes moderados, para destinarlo a servicios sociales como salarios, combustible, alimentos, reparación de edificios, recogida de basuras y otras cosas por el estilo, los recursos con que cuenta Meshal (principalmente de origen iraní) no representarían un factor tan decisivo y la presión popular podría contribuir a controlar el ala militar de Hamas.
En este mismo mes de agosto, Susilo Bambang Yudhoyono, presidente de Indonesia, ha hecho notar que las hostilidades permanentes en Oriente Próximo en las que está implicado Israel «radicalizan al mundo musulmán, incluso a aquellos de nosotros que hoy por hoy somos moderados. A partir de ahí, ya no queda más que un paso para la más terrible de las pesadillas: el choque de civilizaciones».
Sin embargo, Jurshid Ahmad, senador de Pakistán y cabeza visible de Jamaat-e-Islami, uno de los movimientos islámicos más antiguos, ha asegurado recientemente que, si Hamas aceptara una solución de dos estados, «con soberanía plena tanto de los palestinos como de los israelíes en los órdenes económico, político y militar sobre sus territorios en la situación anterior a 1967, y con los palestinos en Palestina y los judíos en Israel, yo recomendaría a toda la población musulmana que la aceptara».
Son importantes las medidas simbólicas. Los representantes de Hamas han subrayado la importancia de que Israel reconozca el sufrimiento de los palestinos por la pérdida de los territorios originariamente palestinos.
El problema entre israelíes y palestinos ha llegado a convertirse en la principal falla tectónica por la que el mundo se quiebra en conflictos. Si el derramamiento de sangre en la Franja de Gaza y en la frontera del Líbano sirviera como punto de partida de un proceso que pusiera término a un conflicto de mayor dimensión, aun doloroso, nos debería producir satisfacción.
El problema entre israelíes y palestinos ha llegado a convertirse en la principal falla tectónica por la que el mundo se quiebra en conflictos. Si el derramamiento de sangre en la Franja de Gaza y en la frontera del Líbano sirviera como punto de partida de un proceso que pusiera término a un conflicto de mayor dimensión, aun doloroso, nos debería producir satisfacción.
*Scott Atran es investigador del Centro Nacional de Investigación Científica de París, de la Universidad de Michigan y de la Facultad John Jay de Justicia Penal de la ciudad de Nueva York.
Publicado en EL MUNDO, 30/08/06):
No hay comentarios.:
Publicar un comentario