25 ene 2007

La cancelación de Idomeneo en Alemania



  • Mozar resiste/Juan Ángel Vela del Campo, crítico musical

Publicado en EL PAÍS, 30/12/2006);

La música de Mozart ha sobrevivido sin inmutarse al aluvión de conciertos y homenajes que ha recibido durante 2006, año en que se ha celebrado el 250 aniversario del nacimiento del compositor. No era fácil resistir sin experimentar un sentimiento de saturación. Pero así ha sido, y el arte mozartiano puede comenzar el “año después” sin excesivas resacas. ¿Qué permanece en la memoria tras el exceso festivo? ¿Ha aportado algo sustancial el “año Mozart” o, más bien, se ha quedado en una serie de fuegos artificiales? ¿Se han enriquecido espiritualmente los debutantes y los familiarizados en Mozart, con esta mirada retrospectiva hacia el genio salzburgués?
En la recta de salida del año Mozart, Viena y Salzburgo ocuparon las posiciones de privilegio. Era natural que así fuese. La Historia se impone en ocasiones como ésta. Además, pusieron ambas ciudades, desde el principio, las cartas boca arriba sobre lo que iba a ser su filosofía a la hora de encarar sus proyectos. Se mostró más conservadora Salzburgo, y aceptó un mayor margen de riesgo Viena. Salzburgo abrió oficialmente el año Mozart el 27 de enero, fecha de nacimiento del compositor, con una gala convencional llena de estrellas dirigida por Riccardo Muti, que fue precedida por un acto solemne, con discursos y concierto incluidos, con Nikolaus Harnoncourt de jefe de ceremonias, que no es precisamente la alegría de la huerta. Viena fue más madrugadora, y en el Barrio de los Museos -con la televisión austriaca en directo- se apresuró a mostrar al mundo su aperturismo, convocando en la misma cita a una orquesta sinfónica, a la cantante egipcia Amira Selim, con su grupo de percusiones e instrumentos orientales, y a la estrella vocal de jazz Dee Dee Bridgewater, con sus acompañantes. Selim cantó un aria de la Reina de la Noche, de La flauta mágica, con un movimiento de caderas de los que quitan el hipo, heredado directamente de las danzas del vientre, pero también con una identificación excepcional con Mozart, y las dos mujeres juntas deleitaron con una selección de hits operísticos mozartianos, en el que convivían a la perfección sus estilos, y éstos con los tradicionales acompañamientos orquestales del XVIII. El contrapunto a Salzburgo y Viena, también el 27 de enero, lo ponía París. Un mozartiano declarado como Gérard Mortier no podía permanecer impasible ante las reinvenciones de Mozart, y propuso en el Palais Garnier lo que seguramente sea el montaje escénico en torno al compositor más inteligente del año: un Don Giovanni, ambientado en una oficina de una zona de rascacielos, en el debú operístico del director de cine Michael Haneke. Los campesinos reconvertidos en personal de limpieza permitían una vuelta de tuerca clarificadora a los mecanismos del poder empresarial.
A estas alturas del año nadie podría haber imaginado que la ciudad que haría correr más ríos de tinta con el nombre de Mozart durante 2006 iba a ser Berlín, y que la causa iba a ser la autocensura de la Deutsche Oper en una puesta en escena de Hans Neuenfels para Idomeneo, donde se decapitaba a Mahoma, entre otros, sin que en el libreto original ni siquiera se llegaba a cumplir la muerte de Idamante, hijo de Idomeneo, culminándose toda la historia de héroes de la tragedia griega y dioses con designios funestos en un acto de reconciliación y alabanza del amor y la inocencia. La ópera Idomeneo tiene ahora, allá donde se ponga, una demanda como nunca había tenido, y no está mal que así sea, pues su música es maravillosa, sea cual sea el montaje escénico utilizado, pero algún espectador despistado ha llegado a sentirse desconcertado ante la ausencia de Mahoma en la representación. En fin, cosas que pasan.
¿Qué va a quedar para el futuro del año Mozart? Salzburgo volvió a la carga en su Festival de Verano programando la escenificación de sus 22 óperas, completas o inacabadas, en un abanico de estéticas y planteamientos musicales y teatrales de lo más variado. La colección completa de las grabaciones ha aparecido ya en el mercado en DVD, constituyendo sin duda una de las herencias más valiosas de este año mozartiano, no tanto por la homogeneidad enlas calidades -las hay para todos los gustos- sino por el testimonio que suponen de la efemérides en un emblemático lugar, y por la integración de los medios audiovisuales en la política de festivales, con la consiguiente universalización gracias a los procesos de distribución internacional. Otro de los proyectos divulgativos más útiles del año desde Salzburgo ha sido la posibilidad de bajar las partituras gratuitamente vía Internet, gracias a la Fundación del Mozarteum.
Viena tiró la casa por la ventana desde el 14 de noviembre al 13 de diciembre con la organización del Festival New Crowned Hope, traducible por algo así como La esperanza coronada, en alusión a la logia masónica de este nombre, en la que Mozart estaba al final de su vida. Con el director de escena estadounidense Peter Sellars al frente, el planteamiento de esta curiosa manifestación consistía en una convivencia de creaciones de diferentes sectores de la cultura, inspiradas en las tres últimas obras de Mozart: el Réquiem y las óperas La flauta mágica y La clemencia de Tito, dando a partir de ellas una vuelta de tuerca a los conceptos de reconciliación, magia y transformación, y verdad, en coproducciones de algunos espectáculos con Nueva York, Londres, Berlín, Los Ángeles y otras ciudades, lo que favorecerá su conocimiento. La convocatoria ha supuesto una gran fiesta a escala geográfica mundial, pues han participado grupos artísticos y creadores de Estados Unidos, Venezuela, Indonesia, Nueva Zelanda, Francia, Austria, Irán, Irak, Paraguay, Suráfrica, Tailandia, Taiwan, Malí, Congo, Camboya, Australia, Etiopía, Líbano, México, Zimbabue y Finlandia, entre otros, con 21 producciones, 7 estrenos mundiales y 77 representaciones. En la ópera A flowering tree, de John Adams, intervino la orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, y en el “camino musical en 15 estaciones” La pasión de Simone Weil, con libro de Amin Maalouf y música de Kaija Saariaho, dirigió al Klangforum de Viena la finlandesa Susanna Mälkki. La demostración de que Mozart sigue siendo una fuente de inspiración para la creación encuentra en citas como ésta su prueba evidente.
Pero, por encima de todo, lo que pervive del año Mozart es la sensación familiar y cotidiana de su música, un tesoro sin fondo que continúa suministrando placer, compañía o consuelo, sugiriendo meditaciones y provocando sentimientos, en suma, enriqueciendo al que la escucha con sus insondables poesía y humanismo. Durante 2006 se han recuperado en grabaciones visuales montajes históricos como el de La clemencia de Tito, del matrimonio Herrmann, que demostró ya en 1982 en La Monnaie de Bruselas la posibilidad de hacer representable lo imposible. Y en el terreno literario, al lado de recuperaciones históricas como la biografía de Wolfgang Hildesheimer, se puede señalar la publicación de un libro tan desenfadado como Cenando con Mozart, de Juana Barría Aguiló. Son ejemplos variopintos de muchas, demasiadas cosas quizás, lo cual siempre es preferible a la penuria.
En España el “efecto Mozart” ha beneficiado de rebote a dos compositores a los que se suele relacionar con el salzburgués, y que este año también han estado de aniversario. Me refiero al valenciano Martín y Soler -200 años de su muerte- y al bilbaíno Arriaga -200 años del nacimiento-. La música de ambos ha sonado como nunca en 2006. Del primero, contemporáneo y citado por Mozart en su Don Giovanni, se ha realizado un importante congreso internacional en noviembre en Valencia. Del segundo, conocido por el “Mozart español” por su condición de niño prodigio en su corta vida -no llegó a cumplir los 20- se ha editado su obra completa bajo la dirección de Christophe Rousset. 2006 deja un recuerdo más que estimable.



  • La cancelación de Idomeneo/Daniel Barenboim, pianista y director, fundador de la Orquesta East Western Divan junto con el ensayista palestino Edward W. Said.

Publicado en El País, 04/10/2006);


Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.


La cancelación de las representaciones de Idomeneo en Berlín plantea una pregunta importantísima: qué percepción tenemos del mundo musulmán, un asunto que no se ha abordado de manera satisfactoria en absoluto. La Deutsche Oper ha eliminado temporalmente de su repertorio para esta temporada este espectáculo -que no he visto y que, por tanto, no puedo comentar-, ¡porque contenía elementos que podían ofender o insultar a unas personas que no estaban obligadas a verlo! Un Gobierno tiene el deber de proteger a sus ciudadanos frente a las amenazas de violencia y terrorismo, pero ¿tiene un teatro el deber de proteger a su público de expresiones artísticas que podrían interpretarse como ofensivas? El nexo entre la expresión artística y las asociaciones de ideas que suscita no es muy diferente del que existe entre sustancia y percepción. Con demasiada frecuencia alteramos la sustancia para adaptarla a la percepción que tenemos de ella. Como es natural, no hay manera de saber con exactitud las asociaciones que evoca el arte, porque son prerrogativa de cada individuo. En la música, la diferencia entre el contenido y la percepción la ofrece la página impresa. En el teatro o la ópera, sin una partitura que organice la dirección de escena, eso es responsabilidad exclusiva del director.
La esencia del papel del teatro en la sociedad consiste precisamente en su facultad de mantener un diálogo permanente con la realidad, independientemente de su impacto sobre los hechos concretos. Esta forma de diálogo no es señal de valor ni de cobardía, sino que debe nacer de la necesidad intrínseca de expresarse de un individuo o una institución. Que una persona limite su libertad de expresión por miedo es tan ineficaz como que imponga su punto de vista mediante el uso de la fuerza militar. El arte no es moral ni inmoral; no es edificante ni ofensivo; es nuestra reacción la que hace que nos parezca una u otra cosa. Nuestra sociedad considera la controversia, cada vez más, como un atributo negativo, pero la diferencia de opiniones y la distinción entre el contenido y nuestra percepción de él constituyen la esencia de la creatividad. Si el contenido se puede manipular, la percepción todavía más. Al censurar nuestro propio arte por miedo a insultar a un grupo determinado de personas no sólo limitamos el intelecto humano en general, en lugar de ampliarlo, sino que insultamos la inteligencia de un gran número de musulmanes y les negamos la oportunidad de demostrar su madurez de pensamiento. Es todo lo contrario del diálogo y es consecuencia de no saber distinguir entre los diferentes puntos de vista existentes en el vasto mundo musulmán.
El arte no tiene nada que ver con una sociedad que rechaza lo que yo llamaría unos criterios de inteligencia públicamente reconocidos, como en la antigua Grecia, y se aferra a la solución fácil de lo políticamente correcto que, en definitiva, no se diferencia mucho del fundamentalismo en sus diversas manifestaciones. Tanto la corrección política como el fundamentalismo proporcionan respuestas, no para saber más, sino para evitar preguntas. El hecho de actuar por miedo no apacigua a los fundamentalistas, que, en cualquier caso, no tienen la menor intención de dejarse apaciguar, ni sirve de estímulo a los musulmanes ilustrados que quieren que haya progreso y diálogo. Al contrario, aísla a todos los musulmanes y les convierte en parte del problema, en vez de incorporarlos a la búsqueda de soluciones. Esta demoledora falta de diferenciación es un insulto que empobrece a nuestra sociedad, porque impide la participación fructífera de elementos importantes y permite que una semilla de miedo crezca hasta transformarse en un bosque de pánico. Al privar a nuestra sociedad de este diálogo fundamental, seguimos marginando a personas cuya cooperación pacífica es indispensable para un futuro sin violencia.
Tal vez el mundo musulmán necesita a un equivalente moderno de Spinoza que sea capaz de expresar la auténtica naturaleza del islam, del mismo modo que Spinoza expresó la auténtica naturaleza del pensamiento judeocristiano, desde fuera de él e incluso negándolo. La decisión de no representar Idomeneo representa, en última instancia, una decisión de no distinguir entre los ilustrados y los extremistas, entre los intelectuales y los dogmáticos, entre los que tienen intereses culturales y los intolerantes, de cualquier origen o religión. La negativa a dejar que se vea esta imagen es precisamente el temor que los elementos violentos del mundo musulmán querrían que tuviéramos.
Como decía al principio de este artículo, no he visto este montaje. Sólo espero que el señor Neuenfels considerara la exhibición de las cabezas cortadas de Jesús, Mahoma y Buda una necesidad absoluta dictada por la partitura de Mozart. Quizá debía haber hecho que las cabezas hablaran para rogar el reconocimiento de toda la sabiduría y la fuerza de pensamiento que, todas juntas, representan.

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