"Al Qaeda es una organización terrorista global"/ Jason Burke; jefe de reporteros en el semanario británico The Observer y autor de Al Qaeda: Casting a Shadow of Terror (Al Qaeda: la sombra del terror; Taurus, Nueva York, 2003) y de Al Qaeda: A True Story of Radical Islam (Al Qaeda: Una historia verdadera del islam radical).
Texto publicado en la edición española de Foreign Policy, junio/julio 2004, http://www.fp-es.org/
¿"Al Qaeda es una organización terrorista global" ?
No. No es tanto una organización como una ideología. La palabra árabe qaeda se puede traducir como "base de operaciones" o "fundamento", o también como "precepto" o "método". Los militantes islámicos siempre la habían interpretado en este último sentido. En 1987, Abdulá Azzam, el principal ideólogo de los activistas radicales modernos del islamismo suní, reclamó la existencia de una al-qaeda al-subah (una vanguardia de los fuertes). Habló de que tenía que haber unos hombres que, mediante acciones independientes, constituyeran un ejemplo para el resto del mundo islámico y, de esa forma, galvanizaran la umma (la comunidad mundial de creyentes) contra sus opresores.
Fue el FBI, durante su investigación de los atentados de 1998 contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, el que llamó a ese grupo vagamente estructurado de activistas constituido por Osama Bin Laden y sus colaboradores "Al Qaeda". Se decidió, en parte, por conservadurismo institucional y, en parte, porque la agencia federal estadounidense necesitaba aplicar las leyes antiterroristas convencionales a un adversario que no era una organización criminal ni terrorista en el sentido tradicional.
Aunque Bin Laden y sus socios fueron capaces de crear en Afganistán una estructura que atrajo a nuevos reclutas y creó vínculos entre grupos islamistas militantes que ya existían, nunca establecieron una red terrorista coherente según el concepto habitual. Al Qaeda funcionaba como una empresa de capital de riesgo y proporcionaba dinero, contactos y asesoramiento experto a numerosos grupos e individuos militantes de todo el mundo islámico.
Hoy, la estructura que construyeron en Afganistán está destruida, y Osama Bin Laden y sus colaboradores se han dispersado, han sido detenidos o han muerto. Ya no existe como tal un centro de operaciones del activismo islámico.
Ahora bien, la concepción del mundo de Al Qaeda, el alqaedismo, tiene cada día más fuerza. Su ideología internacionalista radical –apoyada en una retórica antioccidental, antisionista y antisemítica– tiene muchos partidarios colectivos e individuales, de los que pocos conservan un vínculo auténtico con Bin Laden o su entorno. Se limitan a seguir sus preceptos, sus modelos y sus métodos. Actúan al estilo de Al Qaeda, pero no son parte del movimiento más que en un sentido muy amplio. Por eso, en la actualidad, los servicios secretos israelíes prefieren el término yihadistas internacionales en vez de Al Qaeda.
¿Capturar o matar a Bin Laden supondrá un duro golpe para Al Qaeda"?
Tampoco. Incluso para combatientes claramente vinculados a Bin Laden, la muerte del jeque no supondrá gran diferencia para su capacidad de reclutar gente. El secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, vino a reconocerlo hace poco en un memorándum interno del Pentágono, en el que expresaba sus dudas sobre la posibilidad de matar combatientes yihadistas más deprisa de lo que tardan los clérigos radicales y las escuelas religiosas en crearlos.
En la práctica, Osama Bin Laden ya no tiene más que una capacidad de maniobra muy reducida para cometer actos terroristas, y su participación se limita a la dirección estratégica general de células y grupos fundamentalmente autónomos. Casi todos los analistas de los servicios de espionaje le consideran ya bastante secundario.
Este giro de los acontecimientos no debería extrañar a nadie. Los militantes islámicos existían ya antes de las actividades de Bin Laden. El millonario de origen saudí tuvo muy poca intervención en la violencia islámica que se desató a principios de los 90 en lugares como Argelia, Egipto, Bosnia Herzegovina y Cachemira. Su relación con el atentado de 1993 con coche bomba contra el World Trade Center de Nueva York fue tangencial.
En los primeros años de la década de los 90 no existían campos de entrenamiento de Al Qaeda, aunque de los de otros grupos salieron miles de fanáticos muy preparados. Incluso cuando Osama Bin Laden tenía su cuartel general en Afganistán a finales de esa misma década y con la connivencia del régimen de los talibanes, solían ser individuos o grupos islámicos los que acudían a él en busca de ayuda, y no a la inversa.
Hoy día, dichos grupos pueden recurrir a otras personas, como el activista jordano Abu Musa al Zarqawi, que creó su grupo, Al Tauhid, con el claro propósito de rivalizar con Osama Bin Laden (y no como aliado, pese a lo que se ha dicho en numerosas ocasiones), para la obtención de dinero, experiencia o cualquier otro tipo de ayuda logística.
Lo que sí es cierto es que Bin Laden sigue ocupando un puesto importante en el movimiento como propagandista, porque sabe explotar con eficacia los medios modernos de comunicación de masas. Probablemente, el Gobierno de Estados Unidos acabará por capturarle y esa demostración de poder desmoralizará a muchos militantes.
Pero todo depende, en gran parte, de cómo se le capture o se le mate. Si se rinde sin oponer resistencia, como hizo el depuesto presidente iraquí Sadam Husein –cosa que parece muy poco probable–, muchos seguidores se sentirán profundamente desilusionados. Si se convierte en mártir en una situación que sus partidarios puedan vender como heroica, será fuente de inspiración para las generaciones venideras.
En cualquier caso, la desaparición de Bin Laden de la escena no acabará con la presencia de combatientes islámicos.
¿"Los 'yihadistas' quieren destruir Occidente para imponer un Estado islámico mundial"?
Falso. El principal objetivo de los combatientes islámicos no es conquistar, sino contraatacar a un Occidente que consideran agresivo, que, en su opinión, está intentando culminar el proyecto –iniciado durante las Cruzadas y los periodos coloniales– de denigrar, dividir y humillar al islam.
El objetivo secundario es establecer el califato, un solo Estado islámico, en los territorios que comprendía, aproximadamente, el imperio islámico en su época de mayor expansión, a finales del primer siglo y principios del segundo. Hoy, dicho Estado abarcaría Oriente Medio, el Magreb, Andalucía, Asia central, partes de los Balcanes y posiblemente algunos territorios islámicos en Extremo Oriente. No está claro cómo funcionaría ese califato utópico. Los combatientes creen que, si todos los musulmanes actúan de acuerdo con una interpretación literal de los textos sagrados islámicos, se producirá una transformación casi mística en una sociedad justa y perfecta. Los islamistas radicales quieren debilitar a EE UU y Occidente porque son obstáculos para lograr ese objetivo. Durante los años 90, los activistas de países como Egipto, Arabia Saudí y Argelia empezaron a dirigir su atención hacia el extranjero a medida que crecía su frustración por la imposibilidad de cambiar la situación en sus propios países. Pensaban que atacar a los patrocinadores occidentales de los regímenes árabes (al enemigo lejano, en vez del enemigo próximo) sería la mejor manera de mejorar las condiciones locales. Esta estrategia, de la que son fervientes partidarios Bin Laden y quienes le rodean, sigue siendo objeto de discusión entre los radicales, sobre todo en Egipto. Ahora bien, como demuestran los atentados del 11 de marzo en Madrid, los ataques al enemigo lejano pueden tener un gran efecto. Al atentar contra España antes de sus elecciones, los militantes radicales enviaron a los Gobiernos occidentales el mensaje de que su presencia en Oriente Medio va a tener un terrible precio político y humano.
¿"Los combatientes rechazan las ideas modernas y prefieren el islam tradicional"?
No. Aunque los islamistas más fanáticos desean regresar a la existencia idealizada del siglo VII, no tienen reparos en utilizar las herramientas que les proporciona la modernidad. Su supuesto medievalismo no les ha impedido hacer un uso eficaz de Internet y el vídeo para movilizar a los fieles.En el plano ideológico, destacados pensadores, como Sayyid Qutb y Abu Ala Maududi, han tomado prestados numerosos elementos de las tácticas organizativas de los revolucionarios laicos, tanto de derechas como de izquierdas. Su concepto de la vanguardia está influido por la teoría leninista. La obra más importante de Qutb, Ma'alim fi'l-tariq (Hitos), es casi una especie de Manifiesto Comunista islámico. Una palabra árabe muy usada en los nombres de los grupos militantes es hizb (como en el grupo libanés Hizb Allah o Hezbolá), que significa "partido", otro concepto moderno. De hecho, muchas veces, los radicales envuelven sus quejas en términos tercermundistas familiares para cualquier activista antiglobalización.
Un documento reciente que supuestamente procede de Bin Laden critica a EE UU por no ratificar el acuerdo de Kioto. El dirigente militante egipcio Ayman al Zawahiri ha proclamado que las compañías multinacionales son un gran mal. Mohamed Atta, uno de los secuestradores del 11-S, le dijo una vez a un amigo que le indignaba un sistema económico mundial que hacía que los agricultores egipcios tuvieran que dedicarse a cultivar fresas para los mercados occidentales, mientras la población del país no podía comprar pan.
En todos estos casos, los radicales enmarcan unas preocupaciones políticas contemporáneas, entre ellas la justicia social, en una narración mítica y religiosa. No rechazan la modernización en sí, pero sí les molesta el hecho de no beneficiarse de ella.
Además, dentro del contexto de la observancia islámica, estos nuevos militantes suníes no son tradicionalistas, sino que se les considera reformistas radicales, porque rechazan la autoridad del clero establecido y exigen el derecho a tener su propia interpretación de la doctrina, pese a que, en general, las figuras principales, como Bin Laden o Zawahiri, carecen de las credenciales académicas necesarias.
"Desde el ascenso de Al Qaeda, los islamistas moderados están marginados"
No es cierto. Al Qaeda representa al sector más fanático del pensamiento político en el mundo islámico. Aunque el alqaedismo ha crecido de forma significativa en los últimos años, sólo sigue su doctrina una pequeña minoría de los 1,300 millones de musulmanes del mundo. Muchos simpatizan con Bin Laden y se sienten satisfechos por su capacidad de golpear a Estados Unidos, pero eso no significa que deseen vivir en un Estado islámico unificado y gobernado estrictamente con arreglo al Corán. Y tampoco los sentimientos contra Occidente se traducen en un rechazo de los valores occidentales. Los sondeos de opinión pública en el mundo árabe realizados por organismos como Zogby International y el Centro de Investigaciones Pew para el Pueblo y la Prensa revelan un firme apoyo a los Gobiernos elegidos, la libertad individual, las oportunidades educativas y las opciones económicas.
Ni siquiera quienes consideran que "el islam es la solución" están de acuerdo en cuál puede ser exactamente dicha solución ni en cómo lograrla. Los militantes radicales como Bin Laden quieren destruir el Estado y sustituirlo por una cosa basada en la lectura literal del Corán. Sin embargo, algunos políticos islamistas desean apropiarse de las estructuras del Estado e islamizarlas (en diversos grados), normalmente con el fin de fomentar más justicia social y ganarle la batalla a los regímenes autoritarios y antidemocráticos. Un ejemplo es el movimiento paquistaní Jamaat e Islami (JI), dirigido en la actualidad por el veterano activista Qazi Husein Ahmed.
JI representa a un sector importante de la opinión pública paquistaní y, aunque está teñido de enorme antisemitismo, se ha enfrentado a Bin Laden y los talibanes siempre que le ha sido políticamente posible. Con frecuencia, como ocurre en Irak, Jordania y Turquía, estos grupos son relativamente moderados y pueden ser interlocutores útiles para Occidente. No hay que rechazarlos de plano por ser islamistas; la negativa a negociar con ellos no sirve más que para permitir que los extremistas dominen el discurso político.
"El conflicto palestino-israelí es un elemento central de la causa islámica"
Falso. No hay duda de que las imágenes televisadas de las tropas israelíes que reprimen con violencia a manifestantes palestinos en los territorios ocupados refuerzan el mensaje de que las tierras del islam están siendo atacadas y todos los musulmanes deben levantarse en armas. Sin embargo, aunque la resolución del conflicto palestino-israelí contribuiría a aliviar las tensiones políticas en la región, no acabaría con la amenaza del islam combatiente.
Las raíces de la militancia suní contemporánea no pueden reducirse a un solo problema, por espinoso que sea. Los combatientes creen que la umma está cercada. En su opinión, Israel no es más que el puesto adelantado más visible de Occidente, igual que lo fue en el siglo xii, cuando se convirtió en reino cruzado. Si el Estado israelí desapareciera, los islamistas seguirían luchando en Chechenia, Cachemira, Egipto, Uzbekistán, Indonesia y Argelia. Sus prioridades suelen depender de los agravios locales, a menudo de larga historia. Por ejemplo, aunque Bin Laden pedía el boicot a los artículos estadounidenses ya a finales de los 80, para protestar por el apoyo a Israel, nunca había intervenido en ningún ataque contra objetivos israelíes, hasta hace poco. Su meta fundamental ha sido siempre derrocar al régimen de su país natal, Arabia Saudí. Igualmente, el voluminoso libro publicado por Zawahiri en 2002, Caballeros bajo la bandera del Profeta –en parte autobiografía, en parte manifiesto militante, y publicado previamente por capítulos en 2001–, presta una atención casi exclusiva al Egipto natal del autor.
Además, gran parte del apoyo a la causa islámica nace de la sensación de humillación de los musulmanes. Una solución al conflicto israelo-palestino consistente en dos Estados dejaría intacta la entidad sionista y, por consiguiente, ofrecería escaso alivio tanto al orgullo herido de cualquier fervoroso combatiente como al de la comunidad que apoya y considera legítimos el extremismo y la violencia.
"Si se arregla Arabia Saudí, el problema desaparecerá "
No. Arabia Saudí ha contribuido de forma significativa a la difusión del radicalismo gracias a la exportación de la corriente wahabí del islamismo radical, subvencionada por el Gobierno. Esta política surgió a partir de la confusión de finales de los 70, cuando la indignación por la corrupción gubernamental y la decadencia de la familia real empujó a cientos de radicales islámicos a ocupar la Gran Mezquita de La Meca. La revolución chií de 1978-1979 en Irán era una amenaza para la posición dirigente de los saudíes en el mundo musulmán y les enseñó el destino que podía aguardar a la Casa de Saud. En un esfuerzo por atraer a los conservadores religiosos y contrarrestar el régimen iraní, la familia real dio a los clérigos wahabíes más influencia dentro del país y el mandato de exportar su ideología al extranjero.
Desde entonces, el dinero saudí, canalizado a través de organizaciones cuasi gubernamentales como la Liga Mundial Musulmana, ha construido cientos de mezquitas en todo el mundo. Los saudíes pagan los sueldos de los clérigos radicales y ofrecen incentivos económicos a quienes estén dispuestos a olvidar formas anteriores de culto. En Pakistán, el dinero del golfo Pérsico ha financiado la enorme expansión de las madrazas (escuelas coránicas), que adoctrinan a los jóvenes y les imparten un dogma violento y antioccidental.
Este proselitismo financiado por los saudíes ha causado tremendo daño a las tradiciones islámicas históricas de tolerancia y pluralismo en África oriental y occidental, Extremo Oriente y Asia central. El wahabismo era prácticamente desconocido en el norte de Irak hasta la entrada masiva de misioneros procedentes del Golfo a principios de los 90. Y muchas de las mezquitas identificadas como radicales en Alemania, Reino Unido y Canadá se construyeron con donaciones privadas y oficiales de Arabia Saudí.
Las desigualdades del sistema saudí –en el que la mayoría de la gente es muy pobre y está gobernada por una camarilla inmensamente rica– siguen haciendo que la población se sienta desposeída, y eso permite que florezca el extremismo. Muchos de los predicadores más combativos (y varios de los secuestradores saudíes de los atentados del 11-S) proceden de tribus y provincias marginadas. Una forma de gobierno más abierta y una redistribución más justa de los recursos quitaría legitimidad a los combatientes locales y les impediría obtener nuevos reclutas. Pero, aunque dichas reformas podrían retrasar la difusión del wahabismo y otras corrientes similares fuera de Arabia Saudí, en gran parte del mundo, el daño ya está hecho. Arabia Saudí no es más que una de las muchas causas del activismo islámico moderno, pero no la única culpable.
"El uso de armas de destrucción masiva es sólo una cuestión de tiempo"
Tranquilidad. Aunque los combatientes islámicos (incluido Bin Laden) han intentado acumular un arsenal químico o biológico esencial, sus esfuerzos no han tenido mucho éxito, debido a la dificultad técnica de crear dichos materiales, y no digamos de convertirlos en armamento. Yo fui uno de los primeros periodistas que entró en los laboratorios del campamento de Darunta, Afganistán oriental, en 2001, y me sorprendió lo primitivos que eran. La supuesta fábrica de armas químicas del grupo terrorista Ansar al Islam en el norte de Irak, que inspeccioné al día siguiente de su captura en 2003, era todavía más rudimentaria. Los supuestos intentos de un grupo británico de elaborar veneno de ricina resultarían grotescos si no fuera por la evidente gravedad del propósito.
Tampoco existen pruebas contundentes de que los combatientes estén a punto de crear una bomba sucia (un explosivo convencional envuelto en material radiactivo). La afirmación de que José Padilla, un presunto agente de Al Qaeda detenido en EE UU en 2002, intentaba colocar una bomba sucia ha quedado descartada; era una aspiración, más que un plan práctico. Construir una bomba sucia es más difícil de lo que se imagina. Si bien el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) advierte de que más de cien países poseen un control insuficiente del material radiactivo, sólo un pequeño porcentaje de ese material es suficientemente letal para causar daños graves. Y hace falta una complejidad técnica considerable para construir un dispositivo capaz de esparcir material radiactivo. Algunas fuentes han expresado también su temor de que los combatientes puedan obtener una cabeza nuclear preempaquetada y en funcionamiento de Pakistán. Pero esa situación sólo sería verosímil si llegara al poder un régimen islámico o si en el Ejército paquistaní hubiera más simpatía hacia los extremistas islámicos que en la actualidad.
El atentado con gas sarín cometido por Aum Shinrikyo en 1995 en Japón muestra las dificultades de los grupos terroristas para emplear armas de destrucción masiva. A pesar de poseer mil millones de dólares, el grupo tuvo nueve intentos fallidos, antes de lograrlo en el metro de Tokio. Ante semejantes obstáculos, los combatientes islámicos son más propensos a emplear bombas o dispositivos convencionales y usarlos de forma imaginativa, como en el 11-S y las bombas en trenes españoles el 11 de marzo de 2004.
"Occidente está ganando la guerra contra el terrorismo"
Desgraciadamente, no. El componente militar de la guerra contra el terrorismo ha obtenido varios triunfos importantes. Muchos de quienes se relacionaron con Bin Laden entre 1996 y 2001 están ya muertos o en la cárcel. Él mismo ha visto muy disminuida su capacidad de encargar e instigar atentados. Una mayor cooperación entre los servicios de información de todo el mundo y el incremento de los presupuestos de seguridad han hecho que a los terroristas les cueste mucho más mover su dinero de un país a otro, así como organizar y ejecutar atentados. Sin embargo, para ganar la guerra contra el terrorismo, es preciso erradicar a los enemigos sin crear otros nuevos. Es preciso impedir que los combatientes con los que es imposible negociar cuenten con el apoyo de las poblaciones locales, lo que les ayuda a cometer sus acciones y les da legitimidad moral.
Para que los países occidentales puedan vencer, deben combinar la dureza de la fuerza militar con la suavidad del atractivo cultural. Es un método que no tiene nada de débil. Cualquier militar con experiencia en la guerra contrarrevolucionaria sabe que es la actitud más sensata. La invasión de Irak, aunque fue completamente justificable desde el punto de vista humanitario, ha hecho que este aspecto resulte todavía más acuciante. Bin Laden es un propagandista y dedica sus esfuerzos a atraer a los musulmanes que hasta ahora han ignorado su mensaje extremista. Sabe que la participación masiva en su proyecto es la única forma de tener alguna posibilidad de triunfar. Su visión del mundo tiene muchísimo más apoyo en todo el mundo que hace dos años, para no hablar de hace 15 años, cuando comenzó a desplegar en serio su campaña. El objetivo de los países occidentales es eliminar la amenaza del terrorismo o, al menos, afrontarla de una forma que no afecte demasiado a la vida de sus ciudadanos. La meta de Bin Laden es radicalizar y movilizar. Y está más cerca de alcanzar esa meta que Occidente de detenerle.
Jason Burke, ha llevado a cabo el más completo análisis y la más compleja investigación periodística sobre la nebulosa que gira en torno a Osama Bin Laden en Al Qaeda: Casting a Shadow of Terror (I.B Tauris, Nueva York, 2003). Para una reflexión filosófica sobre lo que significa este fenómeno, que, contra lo que pudiera parecer, no es un movimiento conservador, sino revolucionario, resulta muy revelador el ensayo de John Gray, profesor de la prestigiosa London School of Economics: Al Qaeda y lo que significa ser moderno (Paidós, Barcelona, 2004). La yihad: expansión y declive del islamismo (Ed. Península, Barcelona, 2002), de otro gran especialista, el francés Gilles Kepel, es un relato perspicaz y detallado de la historia reciente de la militancia y el activismo político en el islam, aunque la tesis central del libro, que afirma que el islamismo radical estaría en decadencia, se ha revelado infundada. Olivier Roy, profesor del Centro Nacional de Investigación Científica de París y otro de los grandes arabistas franceses, analiza el papel de la religión musulmana en la sociedad actual en Islam, terrorismo y orden internacional y en El islam mundializado: los musulmanes en la era de la globalización (ambos libros editados por Bellaterra, Barcelona, 2003). El periodista español Javier Valenzuela, gran conocedor del mundo árabe, investiga las redes islámicas en la península Ibérica en España en el punto de mira: la amenaza del terrorismo islámico (Temas de Hoy, Madrid, 2002).
Terrorismo global (Taurus, Madrid, 2003), de Fernando Reinares, ofrece un agudo análisis de este fenómeno internacional, igual que Terrorismo religioso: auge global de la violencia religiosa (Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2001), de Mark Juergensmeyer. The Age of Sacred Terror (Random House, Nueva York, 2002), de Daniel Benjamin y Steven Simon, es una presentación autorizada e inteligente de la política estadounidense durante el enfrentamiento de la Administración Clinton con Al Qaeda. The Road to al-Qaeda: the Story of Bin Laden's Right-hand Man (Pluto Press, Sterling, 2004), de Montasserr al-Zayyat, ofrece la perspectiva interesante de un militante reconocido.
Para comprender las causas que desembocaron en los atentados neoyorquinos del 11-S, los lectores deben consultar Ghost War. The secret history of the CIA, Afghanistan and Bin Laden, from the Soviet Invasion to September 10, 2001 (Penguin Press, Nueva York, 2004) de Steve Coll, editor gerente de The Washington Post, y Contra todos los enemigos (Taurus, Madrid, 2004), el polémico libro de Richard Clarke, ex director del Grupo de Seguridad Antiterrorista de la Casa Blanca, en el que acusa al presidente George W. Bush de ignorar sus advertencias sobre el peligro que representaba Al Qaeda.
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