19 sept 2007

La opinión del Guero Castañeda

La salida menos peor...,
¿Mejor ni los veo ni los oigo?/Jorge G. Castañeda
Publicado en Reforma, 19/09/2007;
Desde hace más de 10 años, quienes ejercíamos una crítica "sistémica" a las acciones de gobierno nos encontrábamos casi siempre en un dilema sin fácil solución. Por un lado nuestro rechazo u oposición era al Sistema, justamente, no a tal o cual política de tal o cual gobierno. Por el otro, había decisiones con las que no se podía estar en desacuerdo. De ahí el dilema: ser congruente con la crítica del todo o nada; o callar frente a ciertos inconfesables. Doy dos ejemplos, en mi caso: estuve plenamente de acuerdo con las reformas de Salinas al 130 constitucional sobre relaciones con la Iglesia, y estuve de acuerdo con la ley de doble nacionalidad de Zedillo. El pleito no era con las decisiones, era con el Sistema.
Como el Sistema ya no es tema, ahora la crítica o el acuerdo son con determinadas decisiones de gobierno. Como en las últimas semanas me he encontrado más bien en desacuerdo con muchos de los caminos escogidos por Felipe Calderón, debía encontrar un tema en el que estuviera de acuerdo, para poder manifestarlo de una manera franca y abierta. Creí haberlo encontrado en su próximo viaje a Estados Unidos. Hasta donde conocí la agenda -dos ponencias en la ONU, cena en la Sociedad de las Américas en Nueva York con empresarios, visita al WSJ, reunión con comunidades mexicanas en NY en la sede del consulado o de la misión, visita a Boston y en particular a MIT, reunión con científicos mexicanos de dicha universidad, visita a Chicago y a las comunidades mexicanas en esa ciudad- me parecía muy bien armada. Tenía la impresión que con esto se corregía el error de verano al haber cancelado la visita a Sun Valley y comunidades mexicanas del oeste de Estados Unidos, sólo porque Bush se lo pedía.
Sospechaba que Calderón y la Cancillería ya habían entendido que no podían posponer indefinidamente un viaje al vecino del norte, y que las cuentas no salían: el presidente de México no puede no ir a Estados Unidos, y si va a EU no puede no visitar a las comunidades mexicanas, y si visita a las comunidades mexicanas no puede carecer de un mensaje para ellas.
Vale la pena recordarlo: todos los presidentes de México desde Ruiz Cortines, excepto Díaz Ordaz, visitaron Estados Unidos en su primer año. Por muy pro-cubano, pro-Chávez y antiyanqui que sea ahora Felipe Calderón, era una imprudencia no ir.
Cuál fue entonces mi sorpresa al saber el viernes durante la celebración de El Grito en Nueva York que el viaje se canceló. Peor aun, por razones evidentemente falsas: atender damnificados y seguir la discusión del presupuesto. Mi desconcierto se magnificó al tratar de descifrar los verdaderos motivos de la posposición. No cabe más que especular y dejar al lector la responsabilidad de escoger la hipótesis que le parezca más racional.
Primera: Calderón canceló porque, por razones protocolarias y/o de fondo, Bush se lo pidió. Las de fondo serían las mismas que en verano: cualquier presencia del presidente de México en las comunidades mexicanas, hoy más hostigadas desde los años cincuenta y la operación wet back, generaría anticuerpos como dicen los burócratas acobardados del servicio exterior, y colocaría al gobierno de Bush en una situación difícil. Para que ésa no fuera la razón formal se habría inventado otra, válida aunque superficial. Se trata del pretexto según el cual el Presidente y jefe de Estado de un país amigo no debe recorrer ciudades de un país también amigo sin pasar primero a saludar al anfitrión en su casa, en Washington. No es falso, pero no es comprable el argumento.
Segunda hipótesis: Calderón y su equipo recogieron malas vibras de su viaje a la India y concluyeron que la opinión pública en México vería con malos ojos un nuevo viaje a Nueva York, Boston y Chicago en plena discusión del presupuesto y con posibles nuevos bombazos del EPR, tampoco es absurdo el argumento, tampoco es incontrovertible.Tanto la objeción protocolaria como la de política interna eran perfectamente predecibles y perfectamente manejables.
La tercera hipótesis es la que me parece más factible, aunque no tengo mayores elementos para corroborarla. Por un lado, se dificultó enormemente el encuentro con las comunidades. No están contentas con México, con su gobierno ni con Calderón en particular. Les generó mucho ruido -al igual que al Departamento de Estado- que Calderón haya recibido a Elvira Arellano, y que haya sido tan errático en sus pronunciamientos sobre la reforma migratoria y la desmigratización de la agenda. Calderón no podía ir a zonas mexicanas de Nueva York por la dificultad de moverse en la ciudad en esos días y los dirigentes de las comunidades de Pueblayork no quisieron moverse a verlo. Las de Chicago no pudieron ponerse de acuerdo en qué decirle y cómo recibirlo, y además Daley, el alcalde de la tercera ciudad de Estados Unidos, no estaría a la ribera del lago Michigan para darle la bienvenida.
Pero sobre todo, Calderón no pudo decidir qué mensaje dar a las comunidades. No puede, como dijimos, ir a verlas sin decir nada, y lo que diga lo compromete: o bien sigue promoviendo un acuerdo-reforma migratoria, cabildeándolo en Estados Unidos, interviniendo en el proceso legislativo y público en EU, y portándose como el jefe de Estado de un país afín -Canadá, Italia, Israel o China-; o mejor se replegaba a la fatigada retórica priista de la no intervención. O defiende a sus compatriotas ante redadas, deportaciones y hostigamientos por parte de las autoridades americanas con la elocuencia del 2 de septiembre en Palacio Nacional, provocando la ira de la extrema derecha de Estados Unidos, o va a los barrios y se queda callado, provocando la ira de sus compatriotas. Meses de comportamiento errático crearon una paradoja sin buena salida, y la salida menos peor fue no ir. A lo mejor la más inteligente, pero no la más valiente.

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