La fórmula de las FARC/Cecilia Soto, candidata a la presidencia de la República en el proceso electoral de 1994, y embajadora de México en Brasil con el gobierno de Fox.
Publicado en Excelsior, 01/19/2008;
Amanecí por primera vez en Bogotá el 15 de marzo de 1975. Era un vuelo nocturno y me despertó el más delicioso aroma de café que jamás hubiera aspirado; las aeromozas lo ofrecían en servicio de plata, incluso a los pasajeros de clase turista. Algo de ese contraste entre lo más refinado y lo más terrenal caracterizaba a la Colombia de aquellos años, especialmente a los bogotanos. Acostumbrada a la cultura del partido único en México, el vigor y la estridencia del debate político colombiano, dividido entre las fuerzas de los conservadores y los liberales, sumaba sorpresa tras sorpresa. El Pollo era el apodo del presidente López Michelsen y los caricaturistas le sacaban jugo sin piedad, algo nuevo para mí.
El movimiento sindical era extraordinariamente fuerte y sindicatos muy importantes eran miembros del la Central Sindical de Trabajadores de Colombia (CSTC), organizada por el Partido Comunista de Colombia (PCC). Las marchas por las avenidas del centro bogotano eran acompañadas por lemas cantados con un ritmo más lento que en México. Por ejemplo, se gritaba: Cé-eSe-Te-Cé (CSTC) y se respondía: “clase- obrera-de-pie”, con grandes silencios entre cada palabra, subrayados por la marcha rítmica de miles de pasos. Y cuando se gritaba PCC, misteriosamente se respondía “combinando-todas-las-formas-de-lucha, ¡venceremos!” Este eslogan llevaba casi una cuadra entera para pronunciarse, pues era largo y contenía palabras muy extensas. ¿Y a qué se refería esa inusitada consigna a “todas las formas de lucha” cada vez que se mencionaba al Partido Comunista? A las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC. De esa forma velada el Partido Comunista, partido legal, reconocía a las FARC como su brazo armado.
Al preparar este artículo me han venido de golpe los recuerdos porque me he topado con la foto de Manuel Cepeda y un pie de foto que me ha dejado helada: “Asesinado hace 13 años”. Cepeda era el director del periódico del PCC, Voz Proletaria, y conversé con él en muchas ocasiones. Nunca se desarrolló una amistad más cercana porque era, como todo el partido, exageradamente pro soviético, pero apreciaba su inteligencia y su pasión por Colombia. Daba la impresión de ser un militante rigurosamente ortodoxo, pero es probable que ésa fuera la impresión que quería dar a quienes no pertenecían a su organización. Tan era más flexible que en 1985, el Partido Comunista se integró al frente Unión Patriótica que, esperanzado con la propuesta de paz del presidente Belisario Betancourt, fue la opción para que miles de militantes de izquierda y guerrilleros se incorporaran a la lucha electoral. Manuel Cepeda, senador y secretario general del PCC, fue una de las tres mil víctimas asesinadas por los paramilitares, la ultraderecha e incluso por fuerzas del Estado, como sucedió en el caso de Cepeda.
Esta masacre política sin parangón, acabó con la vida de dos candidatos presidenciales, Jaime Pardo y Bernardo Jaramillo, además de directorios regionales completos del PC, ¡tres mil militantes políticos! La ultraderecha pensaría “muerto el perro, se acabó la rabia” y, sin embargo, lo que hoy ocurre en ese querido país es precisamente lo contrario. Es cierto, casi se exterminó al Partido Comunista, pero se fortaleció la idea de que la opción de la participación cívica a través de las elecciones es inviable. La rabia se ha extendido y la desconfianza hace extremadamente difícil el diálogo directo entre la guerrilla y el gobierno.
En mi colaboración pasada expresé que la etiqueta “terroristas” colgada a las FARC, resulta poco útil y limita las opciones de negociación. Tampoco me parece que la propuesta de Chávez de reconocerles estatus de fuerza beligerante, sea el mayor de sus errores. Entre la propuesta de Chávez y la etiqueta de terroristas hay muchos matices que pueden enriquecer el abanico de opciones. En efecto, como lo dijera alguna de las dos rehenes liberadas, las FARC están más cerca de ser una “fuerza delictiva” que un ejército beligerante. No se les debe reconocer como fuerza beligerante porque hay un gobierno elegido democráticamente y las FARC no tienen un control territorial explícito, como sí lo tuvieron en épocas anteriores. Pero insisto en los matices. Una analista colombiana, Catarina Heyck, recordaba que en 1999 el ex presidente López Michelsen (sí, el famoso Pollo) planteaba la posibilidad de otorgarle a la guerrilla “una especie de beligerancia restringida” a cambio de que éstas reconocieran el Derecho Internacional Humanitario, concentrado en la Convención de Ginebra de 1949 y sus diversos protocolos, lo que resulta interesante.
Los intentos militares para rescatar a los secuestrados “canjeables” han resultado no sólo en muertes lamentables sino en un mandato para quienes vigilan a los rehenes: asesinarlos. En junio del año pasado, las FARC ejecutaron a 11 diputados del Valle del Cauca, que tenían secuestrados desde hace cinco años. No hubo operación de rescate militar, pero así lo creyeron sus secuestradores. Todas las voces son atendibles: la del gobierno de Colombia que no puede ni debe renunciar al uso del Ejército, las de las familias de los rehenes que se niegan justificadamente a un rescate militar, las voces mayoritarias que favorecen un Acuerdo Humanitario. En pocas palabras: se trata de mejorar el eslogan de las FARC: combinando todas las formas de lucha e iniciativa política, se conseguirá la paz.
El movimiento sindical era extraordinariamente fuerte y sindicatos muy importantes eran miembros del la Central Sindical de Trabajadores de Colombia (CSTC), organizada por el Partido Comunista de Colombia (PCC). Las marchas por las avenidas del centro bogotano eran acompañadas por lemas cantados con un ritmo más lento que en México. Por ejemplo, se gritaba: Cé-eSe-Te-Cé (CSTC) y se respondía: “clase- obrera-de-pie”, con grandes silencios entre cada palabra, subrayados por la marcha rítmica de miles de pasos. Y cuando se gritaba PCC, misteriosamente se respondía “combinando-todas-las-formas-de-lucha, ¡venceremos!” Este eslogan llevaba casi una cuadra entera para pronunciarse, pues era largo y contenía palabras muy extensas. ¿Y a qué se refería esa inusitada consigna a “todas las formas de lucha” cada vez que se mencionaba al Partido Comunista? A las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC. De esa forma velada el Partido Comunista, partido legal, reconocía a las FARC como su brazo armado.
Al preparar este artículo me han venido de golpe los recuerdos porque me he topado con la foto de Manuel Cepeda y un pie de foto que me ha dejado helada: “Asesinado hace 13 años”. Cepeda era el director del periódico del PCC, Voz Proletaria, y conversé con él en muchas ocasiones. Nunca se desarrolló una amistad más cercana porque era, como todo el partido, exageradamente pro soviético, pero apreciaba su inteligencia y su pasión por Colombia. Daba la impresión de ser un militante rigurosamente ortodoxo, pero es probable que ésa fuera la impresión que quería dar a quienes no pertenecían a su organización. Tan era más flexible que en 1985, el Partido Comunista se integró al frente Unión Patriótica que, esperanzado con la propuesta de paz del presidente Belisario Betancourt, fue la opción para que miles de militantes de izquierda y guerrilleros se incorporaran a la lucha electoral. Manuel Cepeda, senador y secretario general del PCC, fue una de las tres mil víctimas asesinadas por los paramilitares, la ultraderecha e incluso por fuerzas del Estado, como sucedió en el caso de Cepeda.
Esta masacre política sin parangón, acabó con la vida de dos candidatos presidenciales, Jaime Pardo y Bernardo Jaramillo, además de directorios regionales completos del PC, ¡tres mil militantes políticos! La ultraderecha pensaría “muerto el perro, se acabó la rabia” y, sin embargo, lo que hoy ocurre en ese querido país es precisamente lo contrario. Es cierto, casi se exterminó al Partido Comunista, pero se fortaleció la idea de que la opción de la participación cívica a través de las elecciones es inviable. La rabia se ha extendido y la desconfianza hace extremadamente difícil el diálogo directo entre la guerrilla y el gobierno.
En mi colaboración pasada expresé que la etiqueta “terroristas” colgada a las FARC, resulta poco útil y limita las opciones de negociación. Tampoco me parece que la propuesta de Chávez de reconocerles estatus de fuerza beligerante, sea el mayor de sus errores. Entre la propuesta de Chávez y la etiqueta de terroristas hay muchos matices que pueden enriquecer el abanico de opciones. En efecto, como lo dijera alguna de las dos rehenes liberadas, las FARC están más cerca de ser una “fuerza delictiva” que un ejército beligerante. No se les debe reconocer como fuerza beligerante porque hay un gobierno elegido democráticamente y las FARC no tienen un control territorial explícito, como sí lo tuvieron en épocas anteriores. Pero insisto en los matices. Una analista colombiana, Catarina Heyck, recordaba que en 1999 el ex presidente López Michelsen (sí, el famoso Pollo) planteaba la posibilidad de otorgarle a la guerrilla “una especie de beligerancia restringida” a cambio de que éstas reconocieran el Derecho Internacional Humanitario, concentrado en la Convención de Ginebra de 1949 y sus diversos protocolos, lo que resulta interesante.
Los intentos militares para rescatar a los secuestrados “canjeables” han resultado no sólo en muertes lamentables sino en un mandato para quienes vigilan a los rehenes: asesinarlos. En junio del año pasado, las FARC ejecutaron a 11 diputados del Valle del Cauca, que tenían secuestrados desde hace cinco años. No hubo operación de rescate militar, pero así lo creyeron sus secuestradores. Todas las voces son atendibles: la del gobierno de Colombia que no puede ni debe renunciar al uso del Ejército, las de las familias de los rehenes que se niegan justificadamente a un rescate militar, las voces mayoritarias que favorecen un Acuerdo Humanitario. En pocas palabras: se trata de mejorar el eslogan de las FARC: combinando todas las formas de lucha e iniciativa política, se conseguirá la paz.
Autosabotaje de Chávez/Cecilia Soto
Publicado en Excelsior, 12-Ene-2008;
El presidente Hugo Chávez no puede evitar una tendencia a dinamitar sus propios éxitos. Su temperamento le hace ganar y perder. En su informe anual, ante la Asamblea Nacional este viernes, acaba de hacer añicos los endebles puentes de la relación diplomática con Colombia y las posibilidades de proseguir como facilitador del acuerdo humanitario para la liberación de los 46 secuestrados que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) consideran “canjeables”. El argumento humanitario ha caído atropellado bajo el peso de la verborrea del presidente: no, no es sólo el interés humanitario por la libertad de los secuestrados lo que lo ha movido, sino la coincidencia con el proyecto bolivariano de las FARC. Imposible aceptar un facilitador tan inclinado por uno de los lados.
La exitosa liberación de las rehenes Consuelo González de Perdomo y Clara Rojas había generado puntos a favor de los gobernantes de Colombia y Venezuela. La jugada de las FARC para fortalecer a Chávez y acorralar a Uribe se frustró por un hallazgo de la inteligencia militar colombiana que interceptó una llamada de las FARC, dando órdenes para “ir a buscar al niño a Bogotá”. Ese fue el hilo del que jaló el ejército para dar con el hijo de Clara Rojas quien, ignorándolo el gobierno, estaba protegido por los servicios sociales colombianos desde hacía dos años. Al revelarse esta historia, las FARC quedaron como mentirosas y Chávez como ingenuo.
Pero al concretarse la entrega de Perdomo y Rojas, se volvía a nivelar el terreno: Chávez recuperaba su imagen y el gobierno de Colombia demostraba que no se requería zona de despeje, la demanda clave de las FARC para proceder al acuerdo humanitario “grande” y que sabía cumplir su palabra. Con todo, había una ventaja para Chávez: la presión para que continuara como facilitador, ahora que había conseguido dos importantes liberaciones y que los medios venezolanos amplificaban las comprensibles expresiones de agradecimiento de Consuelo de Perdomo y Clara Rojas hacia Chávez y sus peticiones para que no desistiera.
Lo que más llamó la atención de las palabras del presidente ante la Asamblea Nacional venezolana es la exigencia peregrina de que el gobierno de Colombia retire a las FARC y al ELN de las listas de organizaciones terroristas, cuestión que, en efecto, se presta a debate. No está claro, por ejemplo, qué beneficio ha traído que, como consecuencia de que México incluyó a las FARC en esta lista, se haya cerrado la oficina de representación de esta organización en nuestro país, presencia que ampliaba el abanico de posibilidades de facilitación, mediación o mero contacto.
Mucho más grave que eso fueron las palabras de reconocimiento para las FARC, como “un proyecto bolivariano que aquí (Venezuela) se respeta”, ampliamente aplaudidas por la Asamblea Nacional y fueron pronunciadas en el contexto de una perorata a favor del proyecto bolivariano original de la Gran Colombia. Es decir, Chávez hizo mención favorable al proyecto de las FARC como un instrumento para un proyecto en el que se disolvería la soberanía de Colombia. Y no se trata de un mero arranque verbal del presidente. Al aumentar el volumen del famoso video en el que el ministro del Interior de Venezuela, Ramón Rodríguez Chapín, recibe a las rehenes y se despide de mano de los guerrilleros de las FARC, se escuchan estas palabras: “En nombre del presidente Chávez… estamos muy pendientes de su lucha, Mantengan ese espíritu, mantengan esa fuerza y cuenten con nosotros… Cuídense, camaradas.”
Para agravar la situación, contra toda evidencia, Chávez reiteró ante la Asamblea Nacional la versión de las FARC de por qué se abortó el primer intento de liberación. Acusó al gobierno de Uribe de “bombardear” al grupo con el que caminaban las rehenes hacia su liberación, “después vino el cuento del niño”. Punto por punto de acuerdo con el comunicado de las FARC.
Hace mucho que pasó el tiempo en que las FARC podían ser consideradas una fuerza insurgente legítima. Como lo atestiguan los testimonios conmovedores de las rehenes liberadas, las FARC violan sistemáticamente los Convenios III y IV de Ginebra, de 1949, dedicados respectivamente al trato de los prisioneros de guerra y a la protección debida a las personas civiles en tiempo de guerra. Las FARC tienen con sus prisioneros políticos la crueldad equivalente de Bush con los prisioneros de Guantánamo. Las FARC castigan a la población civil con terror, tortura y secuestros. Su financiamiento viene del perverso trato de droga por armas instituido con el narcotráfico, del pago por los secuestrados y del “impuesto revolucionario” que se exige para no secuestrar. Ser testigo del aplauso de la Asamblea Nacional de Venezuela a ese proyecto fue patético: ni en los peores tiempos del PRI. Ojalá se vean en el espejo de nuestras dificultades.
Confeti: *Saludos solidarios desde aquí a Carmen Aristegui, cuyo noticiario oía diariamente. Espero oírla nuevamente en otro espacio.
La exitosa liberación de las rehenes Consuelo González de Perdomo y Clara Rojas había generado puntos a favor de los gobernantes de Colombia y Venezuela. La jugada de las FARC para fortalecer a Chávez y acorralar a Uribe se frustró por un hallazgo de la inteligencia militar colombiana que interceptó una llamada de las FARC, dando órdenes para “ir a buscar al niño a Bogotá”. Ese fue el hilo del que jaló el ejército para dar con el hijo de Clara Rojas quien, ignorándolo el gobierno, estaba protegido por los servicios sociales colombianos desde hacía dos años. Al revelarse esta historia, las FARC quedaron como mentirosas y Chávez como ingenuo.
Pero al concretarse la entrega de Perdomo y Rojas, se volvía a nivelar el terreno: Chávez recuperaba su imagen y el gobierno de Colombia demostraba que no se requería zona de despeje, la demanda clave de las FARC para proceder al acuerdo humanitario “grande” y que sabía cumplir su palabra. Con todo, había una ventaja para Chávez: la presión para que continuara como facilitador, ahora que había conseguido dos importantes liberaciones y que los medios venezolanos amplificaban las comprensibles expresiones de agradecimiento de Consuelo de Perdomo y Clara Rojas hacia Chávez y sus peticiones para que no desistiera.
Lo que más llamó la atención de las palabras del presidente ante la Asamblea Nacional venezolana es la exigencia peregrina de que el gobierno de Colombia retire a las FARC y al ELN de las listas de organizaciones terroristas, cuestión que, en efecto, se presta a debate. No está claro, por ejemplo, qué beneficio ha traído que, como consecuencia de que México incluyó a las FARC en esta lista, se haya cerrado la oficina de representación de esta organización en nuestro país, presencia que ampliaba el abanico de posibilidades de facilitación, mediación o mero contacto.
Mucho más grave que eso fueron las palabras de reconocimiento para las FARC, como “un proyecto bolivariano que aquí (Venezuela) se respeta”, ampliamente aplaudidas por la Asamblea Nacional y fueron pronunciadas en el contexto de una perorata a favor del proyecto bolivariano original de la Gran Colombia. Es decir, Chávez hizo mención favorable al proyecto de las FARC como un instrumento para un proyecto en el que se disolvería la soberanía de Colombia. Y no se trata de un mero arranque verbal del presidente. Al aumentar el volumen del famoso video en el que el ministro del Interior de Venezuela, Ramón Rodríguez Chapín, recibe a las rehenes y se despide de mano de los guerrilleros de las FARC, se escuchan estas palabras: “En nombre del presidente Chávez… estamos muy pendientes de su lucha, Mantengan ese espíritu, mantengan esa fuerza y cuenten con nosotros… Cuídense, camaradas.”
Para agravar la situación, contra toda evidencia, Chávez reiteró ante la Asamblea Nacional la versión de las FARC de por qué se abortó el primer intento de liberación. Acusó al gobierno de Uribe de “bombardear” al grupo con el que caminaban las rehenes hacia su liberación, “después vino el cuento del niño”. Punto por punto de acuerdo con el comunicado de las FARC.
Hace mucho que pasó el tiempo en que las FARC podían ser consideradas una fuerza insurgente legítima. Como lo atestiguan los testimonios conmovedores de las rehenes liberadas, las FARC violan sistemáticamente los Convenios III y IV de Ginebra, de 1949, dedicados respectivamente al trato de los prisioneros de guerra y a la protección debida a las personas civiles en tiempo de guerra. Las FARC tienen con sus prisioneros políticos la crueldad equivalente de Bush con los prisioneros de Guantánamo. Las FARC castigan a la población civil con terror, tortura y secuestros. Su financiamiento viene del perverso trato de droga por armas instituido con el narcotráfico, del pago por los secuestrados y del “impuesto revolucionario” que se exige para no secuestrar. Ser testigo del aplauso de la Asamblea Nacional de Venezuela a ese proyecto fue patético: ni en los peores tiempos del PRI. Ojalá se vean en el espejo de nuestras dificultades.
Confeti: *Saludos solidarios desde aquí a Carmen Aristegui, cuyo noticiario oía diariamente. Espero oírla nuevamente en otro espacio.
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