3 feb 2008

Jaime Sabines


A mí me gusta, a mí me encanta Dios. 
Que Dios bendiga a Dios.
Cuanta mi amigo Carlos Martínez Assad que El Mayor Sabines estuvo a punto de morir en (la Revolución), una contienda que no era la suya -debido a que él y su familia habían emigrado de Líbano-, pero a Dios gracias, sobrevivió para casarse y tener como hijo al poeta más leído de México: Jaime Sabines.
Y es que si algo le hubiera pasado al Mayor simplemente no hubieramos podido tener estos bellos poémas:
LOS AMOROSOS
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. 
Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.
#
Te Quiero Porque Tienes.../
(...) Soy una cicatriz que ya no existe,
un beso ya lavado por el tiempo,
un amor y otro amor que ya enterraste.Pero estás en mis manos y me tienes
y en tus manos estoy, brasa, ceniza,
para secar tus lágrimas que lloro.
¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras
me dirás que te amo? Esto es urgente
porque la eternidad se nos acaba...
#
Me tienes en tus manos
y me lees lo mismo que un libro.
Sabes lo que yo ignoro
y me dices las cosas que no me digo.
Me aprendo en ti más que en mi mismo.
Eres como un milagro de todas horas,
como un dolor sin sitio.
Si no fueras mujer fueras mi amigo.
A veces quiero hablarte de mujeres
que a un lado tuyo persigo.
Eres como el perdón
y yo soy como tu hijo.
¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo?
¡Qué distante te haces y qué ausente
cuando a la soledad te sacrifico!
Dulce como tu nombre, como un higo,
me esperas en tu amor hasta que arribo.
Tú eres como mi casa,
eres como mi muerte, amor mío.
#
LA LUNA (fragmento).
(...) Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
#
No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti....
Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos oscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte ,amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mi, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.
#
Te desnudas igual que si estuvieras sola
y de pronto descubres que estás conmigo.
¡Cómo te quiero entonces
entre las sábanas y el frío!
Te pones a flirtearme como a un desconocido
y yo te hago la corte ceremonioso y tibio.
Pienso que soy tu esposo
y que me engañas conmigo.
#
Para hacer funcionar a las estrellas
Para hacer funcionar a las estrellas 
es necesario apretar el botón azul.
#
¿Por qué me levanto a las tres de la 
mañana mientras todos duermen?
¿Mi corazón sonámbulo se pone a andar sobre las azoteas detectando los crímenes, investigando el amor?
Tengo todas las páginas para escribir, tengo el silencio, la soledad, el amoroso insomnio;
pero sólo hay temblores subterráneos, hojas de angustia que aplasta una serpiente en sombra. No hay nada que decir:
es el presagio, sólo el presagio de nuestro nacimiento.
#
Espero curarme de ti en unos días.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana?
No es mucho, ni es poco, es bastante.
En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego.
Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado.
Y también el silencio.
Porque las mejores palabras del amor están entre 
dos gentes que no se dicen nada.
(...) Una semana más para reunir todo el amor del tiempo.
Para dártelo.
Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, 
acariciarlo, tirarlo a la basura.
No sirve, es cierto.
Sólo quiero una semana para entender las cosas.
Porque esto es muy parecido a estar saliendo 
de un manicomio para entrar a un panteón.
#
ME ENCANTA DIOS
Me encanta Dios.
Es un viejo magnífico que no se toma en serio.
A él le gusta jugar y juega,
y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna
o nos aplasta definitivamente.
Pero esto sucede porque es un poco cegatón y 
bastante torpe con las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como 
Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi,
 para que nos digan que nos portemos bien.
Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce.
Sabe que el pez grande se traga al chico, que
 la lagartija grande se traga a la pequeña, 
que el hombre se traga al hombre.
Y por eso inventó la muerte: para que la vida 
—no tú ni yo— la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang...
Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae?
Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mí me encanta Dios.
Ha puesto orden en las galaxias y distribuye 
bien el tránsito en el camino de las hormigas. 
Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí 
que ha hecho —frente al ataque de los antibióticos— ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque.
Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres.
Pero esto es mentira.
Es la tierra que cambia —y se agita y crece— cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor.
Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios.

Que Dios bendiga a Dios.

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