CRÓNICA: CRÓNICAS DE AMÉRICA LATINA
El diálogo oculto de África y América
CARMEN BOULLOSA
El diálogo oculto de África y América
CARMEN BOULLOSA
Publicado en El País,-Cultura, 08/03/2008;
Hace unos días, regresé a los Cronistas de Indias por el camino de Madrid: una invitación de Casa de América a hablar sobre el tema. Una ruta riesgosa: soy mexicana, vivo en Nueva York y para llegar a la era de la Conquista debía pasar por la fuente de las Cibeles. Me dejé llevar por los libros de los cronistas, la variedad de personajes y voces: oficiales y espontáneos, indios, mestizos y europeos, soldados, advenedizos y buscadores de suerte; defensores de los indios y genocidas, ricos y pobres, muy educados y casi analfabetos.
Parecería que hay de todo, los abusivos y los generosos, los locos y los mesurados, los orientados y los perdidos. Pero la verdad es que no hay realmente de todo lo que hubo en la Conquista. Falta, entre otros, un cruce de miradas: las del africano con las del indio. ¿Dónde quedaron los conquistadores negros? Algunos escribieron peticiones al rey, pero no "crónicas" con las que podamos conocer su punto de vista. No conocemos por sus propias palabras un mundo imaginario y un ordenamiento racional cuya herencia entrevemos en otras artes (y en nuestras costumbres). Durante nuestra mesa en Casa de América sonaba música cubana en el salón vecino, como acotando lo que aquí digo.
Lo que no tenemos es la narración, la elaboración verbal que nos permita saber cómo percibió el mundo americano quien provenía de las grandes ciudades de Gao o Tembuctú. No sabemos cómo narrarían este encuentro los ciudadanos de aquellas que algún día fueron el centro del mundo, ciudades reinos que recién habían perdido el poder y su gloria. Otros ombligos del cielo, como lo fue Tenochtitlan.
El código racista no dio cabida a que un negro dejara constancia escrita en su Crónica de Indias del cruce de miradas Tembuctú-Tenochtitlan; Gao-Cuzco, África-las Indias, las ciudades reino africanas-Cholula.
Desde el primer momento, los africanos participaron en las expediciones, fueron navegantes, lucharon con Cortés en México, con Ponce de León en Puerto Rico, con Diego de Velázquez en Cuba. Juan Garrido sembró el primer grano de trigo en México, Francisco de Eguía transmitió la viruela. Sebastián Toral aprendió maya y ayudó a Montejo en Yucatán. Pedro Fulupo en Costa Rica, Juan Bardales en Panamá y Honduras. Cieza de León anota que un negro encontró agua fresca, que unos indios andinos intentaron quitarle lo negro a otro de sus hombres lavándolo, que un español enloquecido de enfermedad intentó asesinar a un negro, que en 1536, en el sitio de Manco Inca a Cuzco, los negros extinguieron el incendio del techo del palacio real. Francisco Pizarro conquistó el Perú con el apoyo de 40 hombres armados africanos, 19 de los cuales eran mujeres. Algunos de ellos fueron retribuidos con tierras e indios.
Africanos negros hubo en todos los rangos: esclavos, hombres de armas, pregoneros, porteros, verdugos, maestros de pesos y medidas, bufones, muleros, mineros, criados en servicio doméstico, sastres, zapateros, granjeros, campesinos. O piratas (como Diego Lucifer y el otro Diego, el mulato), o milicias pardas combatiendo a los piratas en Campeche. No faltaron los motines.
En esta pintura, Retrato de los Mulatos de Esmeraldas: don Francisco de la Robe y sus hijos Pedro y Domingo (1599), que está en el Museo de América de Madrid, estos personajes, con cuellos y puños europeos, en las cabezas joyas de oro local, elaboradas tal vez por artesanos también locales, llevan en la mano lanzas que no estamos seguros si son locales o, como la manera de llevar las joyas, coinciden con el estilo africano y americano. Visten togas que no se asemejan al vestido europeo de la época, aunque las telas de éstas parece raso del más fino, como sus capas. Llevan al pecho collares que pueden ser bicontinentales. Los estudiosos dicen que fueron esclavos huidos (cimarrones) y alzados, y que se les pintó para enviar constancia al poder español de que se habían rendido sin violencia. Parecen haber sido reyes de otras tierras que consiguieron volver a serlo en estas latitudes por un tiempo y que no están muy dispuestos a dejar de serlo.
Los lectores hemos ido conociendo a los Cronistas de Indias paulatinamente. De los best sellers de la época -como la primera carta de Colón que en semanas alcanzó varias ediciones y traducciones, a Guevara, con 600 reimpresiones de sus libros durante el XVI y el XVII 600 veces- hasta algunos aparecidos bien entrado el siglo XX. El monumental trabajo de Fray Bernardino de Sahagún quedó inédito hasta el México independiente, su Historia general de las cosas de la Nueva España se publicó hasta 1823, el mismo año en que Barrazas intentó reconquistar México para los españoles -y en el que el presidente Guerrero firmó la segunda expulsión de los españoles-.
Aún no hemos leído al cronista de Indias que compararía y pondría a dialogar al mundo horizontalmente. ¿Cómo lo habrían visto? En el estado en el que está hoy el fresco móvil de los Cronistas de Indias, el africano no se sienta a la mesa con sus pares, es paje de servicio.
¿Aparecerá algún día la crónica de Indias del africano que nació en Tembuctú, el hijo de noble, vendido como esclavo por un traidor, viajero de África, a Europa, al "Nuevo" mundo, proporcionándonos una Mirada comparativa? Me temo que no, por motivos que no vienen a cuento numerar. Pero hay que intentar imaginarlo. -
Arte y violencia
ARGENTINA La violencia agazapada de la cotidianidad y la vida misma es desenmascarada por cinco artistas en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). Esta Autopsia de lo invisible, título de la muestra, corre por cuenta de los mexicanos Mario García Torres (un diálogo epistolar con el pintor italiano Alighiero e Boetti para mostrar las últimas guerras), Teresa Margolles (colección de materiales de las morgues y muertes de las calles), el colombiano Juan Manuel Echavarría (huesos humanos cuyo entrelazamiento de lejos parecen flores para recordar el llamado periodo de "la violencia" y ahora del secuestro en su país), la guatemalteca Regina José Galindo (homenaje a los muertos sin identificar del cementerio La Verbena) y el puertorriqueño Ignacio Lang (que utiliza recortes de la columna 'Extraño pero verdadero', del diario New York Post, sobre sucesos de diferentes rincones del mundo. Un arte que denuncia sobre la violencia que se hace rutina.
MÉXICO La revista el perro sólo publica literatura: cuentos, poemas, crónicas, ensayos y piezas dramáticas, cuyas características, además de la calidad de los textos, son la brevedad y que se trate de artículos inéditos. Ni tiene director ni se publican editoriales, ni entrevistas, ni artículos de opinión, ni reportajes. Tampoco ilustraciones, porque, literal y metafóricamente, es una publicación (revista.elperro@gmail.com) de puras letras desde la portada hasta la contraportada, y las únicas imágenes que ofrece, fuera del logo del perro, son las que componen las palabras y los párrafos. La revista se realiza en Pachuca Hidalgo, y es un espacio que se propone congregar a escritores hispanohablantes.
Hace unos días, regresé a los Cronistas de Indias por el camino de Madrid: una invitación de Casa de América a hablar sobre el tema. Una ruta riesgosa: soy mexicana, vivo en Nueva York y para llegar a la era de la Conquista debía pasar por la fuente de las Cibeles. Me dejé llevar por los libros de los cronistas, la variedad de personajes y voces: oficiales y espontáneos, indios, mestizos y europeos, soldados, advenedizos y buscadores de suerte; defensores de los indios y genocidas, ricos y pobres, muy educados y casi analfabetos.
Parecería que hay de todo, los abusivos y los generosos, los locos y los mesurados, los orientados y los perdidos. Pero la verdad es que no hay realmente de todo lo que hubo en la Conquista. Falta, entre otros, un cruce de miradas: las del africano con las del indio. ¿Dónde quedaron los conquistadores negros? Algunos escribieron peticiones al rey, pero no "crónicas" con las que podamos conocer su punto de vista. No conocemos por sus propias palabras un mundo imaginario y un ordenamiento racional cuya herencia entrevemos en otras artes (y en nuestras costumbres). Durante nuestra mesa en Casa de América sonaba música cubana en el salón vecino, como acotando lo que aquí digo.
Lo que no tenemos es la narración, la elaboración verbal que nos permita saber cómo percibió el mundo americano quien provenía de las grandes ciudades de Gao o Tembuctú. No sabemos cómo narrarían este encuentro los ciudadanos de aquellas que algún día fueron el centro del mundo, ciudades reinos que recién habían perdido el poder y su gloria. Otros ombligos del cielo, como lo fue Tenochtitlan.
El código racista no dio cabida a que un negro dejara constancia escrita en su Crónica de Indias del cruce de miradas Tembuctú-Tenochtitlan; Gao-Cuzco, África-las Indias, las ciudades reino africanas-Cholula.
Desde el primer momento, los africanos participaron en las expediciones, fueron navegantes, lucharon con Cortés en México, con Ponce de León en Puerto Rico, con Diego de Velázquez en Cuba. Juan Garrido sembró el primer grano de trigo en México, Francisco de Eguía transmitió la viruela. Sebastián Toral aprendió maya y ayudó a Montejo en Yucatán. Pedro Fulupo en Costa Rica, Juan Bardales en Panamá y Honduras. Cieza de León anota que un negro encontró agua fresca, que unos indios andinos intentaron quitarle lo negro a otro de sus hombres lavándolo, que un español enloquecido de enfermedad intentó asesinar a un negro, que en 1536, en el sitio de Manco Inca a Cuzco, los negros extinguieron el incendio del techo del palacio real. Francisco Pizarro conquistó el Perú con el apoyo de 40 hombres armados africanos, 19 de los cuales eran mujeres. Algunos de ellos fueron retribuidos con tierras e indios.
Africanos negros hubo en todos los rangos: esclavos, hombres de armas, pregoneros, porteros, verdugos, maestros de pesos y medidas, bufones, muleros, mineros, criados en servicio doméstico, sastres, zapateros, granjeros, campesinos. O piratas (como Diego Lucifer y el otro Diego, el mulato), o milicias pardas combatiendo a los piratas en Campeche. No faltaron los motines.
En esta pintura, Retrato de los Mulatos de Esmeraldas: don Francisco de la Robe y sus hijos Pedro y Domingo (1599), que está en el Museo de América de Madrid, estos personajes, con cuellos y puños europeos, en las cabezas joyas de oro local, elaboradas tal vez por artesanos también locales, llevan en la mano lanzas que no estamos seguros si son locales o, como la manera de llevar las joyas, coinciden con el estilo africano y americano. Visten togas que no se asemejan al vestido europeo de la época, aunque las telas de éstas parece raso del más fino, como sus capas. Llevan al pecho collares que pueden ser bicontinentales. Los estudiosos dicen que fueron esclavos huidos (cimarrones) y alzados, y que se les pintó para enviar constancia al poder español de que se habían rendido sin violencia. Parecen haber sido reyes de otras tierras que consiguieron volver a serlo en estas latitudes por un tiempo y que no están muy dispuestos a dejar de serlo.
Los lectores hemos ido conociendo a los Cronistas de Indias paulatinamente. De los best sellers de la época -como la primera carta de Colón que en semanas alcanzó varias ediciones y traducciones, a Guevara, con 600 reimpresiones de sus libros durante el XVI y el XVII 600 veces- hasta algunos aparecidos bien entrado el siglo XX. El monumental trabajo de Fray Bernardino de Sahagún quedó inédito hasta el México independiente, su Historia general de las cosas de la Nueva España se publicó hasta 1823, el mismo año en que Barrazas intentó reconquistar México para los españoles -y en el que el presidente Guerrero firmó la segunda expulsión de los españoles-.
Aún no hemos leído al cronista de Indias que compararía y pondría a dialogar al mundo horizontalmente. ¿Cómo lo habrían visto? En el estado en el que está hoy el fresco móvil de los Cronistas de Indias, el africano no se sienta a la mesa con sus pares, es paje de servicio.
¿Aparecerá algún día la crónica de Indias del africano que nació en Tembuctú, el hijo de noble, vendido como esclavo por un traidor, viajero de África, a Europa, al "Nuevo" mundo, proporcionándonos una Mirada comparativa? Me temo que no, por motivos que no vienen a cuento numerar. Pero hay que intentar imaginarlo. -
Arte y violencia
ARGENTINA La violencia agazapada de la cotidianidad y la vida misma es desenmascarada por cinco artistas en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). Esta Autopsia de lo invisible, título de la muestra, corre por cuenta de los mexicanos Mario García Torres (un diálogo epistolar con el pintor italiano Alighiero e Boetti para mostrar las últimas guerras), Teresa Margolles (colección de materiales de las morgues y muertes de las calles), el colombiano Juan Manuel Echavarría (huesos humanos cuyo entrelazamiento de lejos parecen flores para recordar el llamado periodo de "la violencia" y ahora del secuestro en su país), la guatemalteca Regina José Galindo (homenaje a los muertos sin identificar del cementerio La Verbena) y el puertorriqueño Ignacio Lang (que utiliza recortes de la columna 'Extraño pero verdadero', del diario New York Post, sobre sucesos de diferentes rincones del mundo. Un arte que denuncia sobre la violencia que se hace rutina.
MÉXICO La revista el perro sólo publica literatura: cuentos, poemas, crónicas, ensayos y piezas dramáticas, cuyas características, además de la calidad de los textos, son la brevedad y que se trate de artículos inéditos. Ni tiene director ni se publican editoriales, ni entrevistas, ni artículos de opinión, ni reportajes. Tampoco ilustraciones, porque, literal y metafóricamente, es una publicación (revista.elperro@gmail.com) de puras letras desde la portada hasta la contraportada, y las únicas imágenes que ofrece, fuera del logo del perro, son las que componen las palabras y los párrafos. La revista se realiza en Pachuca Hidalgo, y es un espacio que se propone congregar a escritores hispanohablantes.
1 comentario:
Los 10 libros que le cambiaron la vida a Carmen Boullosa, (El País Semanal 10/08/2008)
1. En busca del tiempo perdido, Marcel Proust.
2. Cuentos, Katherine Mansfield.
3. Mi corazón es un cazador solitario, Carson McCullers.
4. Anagnórisis, Tomás Segovia .
5. El mono gramático, Octavio Paz.
6. Rayuela, Julio Cortázar .
7. Cordelia frente al espejo, Silvina Ocampo.
8. Altazor, Vicente Huidobro.
9. Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar.
10. Los miserables, Víctor Hugo.
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