15 ago 2008

Política y violencia

Política y violencia/José Fernández Santillán, académico del Tecnológico de Monterrey
Publicado en El Universal (www.eluniversal.com.mx) 15 de agosto de 2008
Desde que la política nació tuvo que ver con la necesidad de salir de la barbarie para establecer una comunidad civilizada. El propósito, desde su aparición en la Grecia antigua, fue establecer un régimen que pudiese ser fuerte y duradero para no caer, de nuevo, en la “guerra de todos contra todos”.
Se puede decir que la historia de la política es una larga discusión en torno a cuál es la mejor forma de gobierno capaz de garantizar, de mejor manera, la concordia entre los miembros de una sociedad. Fuese que el poder se depositase en una persona (monarquía), en pocas (aristocracia) o en muchas (democracia), la idea siempre fue robustecer la fuerza del Estado para que éste pudiese proteger la vida de los coasociados. Dicho de otro modo: la razón de ser del poder político, en cualquiera de sus versiones institucionales, es la de prevenir el uso privado de la violencia.
La clave para evitar el regreso al estado de naturaleza fue depositar en manos del poder público la seguridad de los individuos. Ceder ante el embate de los violentos significaba retroceder en la función de mantener la exclusividad del uso de la fuerza en las instancias estatales.
En la lucha de la política en contra del caos se entendió que los dos extremos igualmente indeseables son la anarquía y la dictadura. O sea, de un lado, el desbordamiento de la violencia y, de otro, el uso arbitrario del poder. Digo esto porque a principios del siglo XX México encaró, con el porfiriato, la tiranía. Después de un largo ciclo histórico de estabilidad política y paz social, hoy a lo que nos enfrentamos es a la degradación anárquica.
Se pensó, erróneamente, que la opresión sólo podía provenir de la dictadura; pero no es así porque hoy vivimos una forma de opresión que no viene del exceso de poder, sino del defecto de poder. Ya no es el miedo a una persona lo que nos agobia, sino el hartazgo de ver cómo ha venido a menos la autoridad para frenar el desorden. El único remedio es rehabilitar, democráticamente, el poder del Estado después de tantos años en que se le despreció.
jfsantillan@itesm.mx

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