Fidel Castro: tres entierros y un funeral/Vicente Botín, ex corresponsal de TVE en Cuba y autor del libro Los funerales de Castro, que la editorial Ariel publicará a finales de mayo
PUBLICADO EN EL PAÍS, 09/05/09;
El cadáver insepulto de Fidel Castro se pasea por las calles de La Habana. Hay quien asegura haberlo visto blandiendo el puño en el “bosque de banderas”, frente al edificio de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba, o en la Plaza de la Revolución, en animada charla con José Martí. Y no es extraño, porque aunque el dictador cubano esté muerto, los medios oficiales dan fe de su capacidad espectral de aparecerse. El semanario Trabajadores lo explica con el habitual celo evangelizador de la prensa cubana, por “la especie de revelación de una moderna Trinidad comunista entre el pueblo, el líder y el espíritu revolucionario”. Gracias a esa hipóstasis, Fidel Castro sigue vivo, atento y vigilante a todo cuanto ocurre en la isla.
La primera vez que Fidel Castro murió fue en Santiago de Cuba, después del frustrado asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953. En el momento de su detención, su hermano Raúl asumió la “entera responsabilidad” del ataque porque “suponía que habían matado a Fidel”. Pero el neófito guerrillero logró huir a la Sierra Maestra, donde fue capturado cuatro días más tarde, y resucitó en un proceso que le sirvió para justificar su acción armada con el objetivo de “devolver al pueblo la soberanía y proclamar la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado”.
Condenado a 15 años de cárcel, Fidel Castro apenas pasó dos en prisión. Fue amnistiado y partió al exilio hasta su regreso en noviembre de 1956 a bordo del Granma para iniciar una guerra de guerrillas contra el régimen de Fulgencio Batista. Los expedicionarios fueron masacrados por el Ejército y Fidel fue dado por muerto, pero resucitó de nuevo y en previsión de que lo mataran de verdad nombró a su hermano Raúl heredero y sucesor.
Cincuenta años después, el 31 de julio de 2006, Fidel Castro falleció, esta vez de muerte política por enfermedad, y rubricó, aunque de manera provisional, el derecho sucesorio de su hermano a través de una Proclama al pueblo de Cuba. El traspaso de la “soberanía popular” a Raúl Castro fue refrendado dos años más tarde, el 24 de febrero de 2008, por la Asamblea Nacional del Poder Popular después de la renuncia del dictador a ser reelegido jefe de Estado.
En ninguna de las tres muertes de Fidel Castro se pudo realizar el correspondiente funeral porque el dictador reapareció siempre, la última vez amortajado con un chándal de Adidas. Pero después de esa última resurrección, Raúl Castro pudo recibir por fin el legado prometido tantas veces tantos años atrás.
Cuba es una aldea Potemkim, una fantasmagoría escondida detrás de enormes decorados construidos con palabras, pero tan eficaces y resistentes como los de cartón piedra que mandó construir el valido de Catalina II de Rusia para ocultarle la miseria de su pueblo. Como Grigori Alexándrovich Potemkim, Fidel Castro supo urdir un fantástico artificio para disfrazar la verdadera naturaleza de su régimen. La lucha contra el “imperio” le dio argumentos para justificarlo todo, la militarización de la sociedad, la falta de libertades, el encarcelamiento de los disidentes, la cartilla de racionamiento, la falta de transporte, la precariedad de la vivienda, los apagones, la prohibición para salir del país, el veto a Internet… Cuba está en guerra y la guerra lo justifica todo.
Pero detrás de los cantos marciales se esconde la miseria de un sistema opresor e incapaz que publicita hasta el cansancio victorias pasadas, sobre todo en materia de salud y educación, cuando la isla flotaba en un relativo mar de bonanza gracias al maná soviético. La desaparición de la URSS condujo a un “periodo especial” en el que se tuvieron que aplicar “recetas capitalistas” para salir de la crisis, como la reapertura de los mercados agropecuarios y la concesión de licencias para trabajadores por cuenta propia, además de la despenalización del dólar y la creación de empresas mixtas, sobre todo en el sector turístico.Aquellos “males necesarios” evitaron que la revolución colapsara, pero introdujeron un peligroso factor de desestabilización. En un discurso en la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005, Fidel Castro llamó a “refundar la sociedad socialista” porque, según él, la revolución estaba en peligro de desaparecer minada por la corrupción. “¿Cuántas formas de robos hay en este país?”, preguntó el dictador.
Meses después, en el fragor de la batalla contra el “debilitamiento ideológico”, el defenestrado Carlos Lage, entonces vicepresidente del Consejo de Estado, dijo sin pestañear que “la primera tarea de un jefe es que no le roben”. El problema es que en Cuba una gran parte de los ciudadanos se ven obligados a robar para poder sobrevivir, pero no lo llaman robar, lo llaman resolver.
Resolver es salir del “mundo feliz” que describen los medios oficiales y entrar en el mundo real donde el salario, en pesos cubanos, impide a la mayoría de la población acceder a los bienes de consumo que el Gobierno vende en pesos convertibles, con un valor 24 veces mayor.
El afán de los cubanos, uno de sus más importantes objetivos, es hacerse con esa moneda a toda costa. Las empresas del Estado son ordeñadas sistemáticamente y los productos vendidos en la bolsa negra para obtener la preciada divisa. Ese empeño por resolver el día a día es, paradójicamente, uno de los mayores logros de la revolución porque, al condenar a los cubanos a la pura supervivencia, les ha privado de la “funesta manía de pensar”. Sólo unos “locos” se han arriesgado a exigir derechos y libertades, pero han sido aplastados sin piedad.
Cuba tiene, en cifras absolutas, el mayor número de presos de conciencia del mundo: 205 personas encarceladas por motivos políticos o político-sociales, de los cuales 66 han sido adoptados como prisioneros de conciencia por Amnistía Internacional.
Fidel Castro deja una triste herencia después de gobernar durante medio siglo. Nunca en la historia del país una sola persona concentró tanto poder durante tanto tiempo. Nunca se produjo en Cuba una sucesión dinástica. Ahora un Castro sucede a otro Castro y a él le toca organizar los funerales por una revolución que murió hace mucho tiempo.
Se ha especulado mucho sobre las intenciones de Raúl Castro de importar el modelo chino o vietnamita, un capitalismo de Estado bajo el férreo control del Partido Comunista, y quizás ése sea su primer objetivo. Pero su mirada es de más largo alcance. La respuesta al envite de Barack Obama podría ser el blanqueo de la revolución a través de una “democracia” surgida de las entrañas del sistema, como ocurrió en la Rusia poscomunista. Bastaría con alumbrar un partido fuerte nacido de la pira funeraria de la revolución después de enterrar definitivamente el cadáver insepulto de Fidel Castro.
La primera vez que Fidel Castro murió fue en Santiago de Cuba, después del frustrado asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953. En el momento de su detención, su hermano Raúl asumió la “entera responsabilidad” del ataque porque “suponía que habían matado a Fidel”. Pero el neófito guerrillero logró huir a la Sierra Maestra, donde fue capturado cuatro días más tarde, y resucitó en un proceso que le sirvió para justificar su acción armada con el objetivo de “devolver al pueblo la soberanía y proclamar la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado”.
Condenado a 15 años de cárcel, Fidel Castro apenas pasó dos en prisión. Fue amnistiado y partió al exilio hasta su regreso en noviembre de 1956 a bordo del Granma para iniciar una guerra de guerrillas contra el régimen de Fulgencio Batista. Los expedicionarios fueron masacrados por el Ejército y Fidel fue dado por muerto, pero resucitó de nuevo y en previsión de que lo mataran de verdad nombró a su hermano Raúl heredero y sucesor.
Cincuenta años después, el 31 de julio de 2006, Fidel Castro falleció, esta vez de muerte política por enfermedad, y rubricó, aunque de manera provisional, el derecho sucesorio de su hermano a través de una Proclama al pueblo de Cuba. El traspaso de la “soberanía popular” a Raúl Castro fue refrendado dos años más tarde, el 24 de febrero de 2008, por la Asamblea Nacional del Poder Popular después de la renuncia del dictador a ser reelegido jefe de Estado.
En ninguna de las tres muertes de Fidel Castro se pudo realizar el correspondiente funeral porque el dictador reapareció siempre, la última vez amortajado con un chándal de Adidas. Pero después de esa última resurrección, Raúl Castro pudo recibir por fin el legado prometido tantas veces tantos años atrás.
Cuba es una aldea Potemkim, una fantasmagoría escondida detrás de enormes decorados construidos con palabras, pero tan eficaces y resistentes como los de cartón piedra que mandó construir el valido de Catalina II de Rusia para ocultarle la miseria de su pueblo. Como Grigori Alexándrovich Potemkim, Fidel Castro supo urdir un fantástico artificio para disfrazar la verdadera naturaleza de su régimen. La lucha contra el “imperio” le dio argumentos para justificarlo todo, la militarización de la sociedad, la falta de libertades, el encarcelamiento de los disidentes, la cartilla de racionamiento, la falta de transporte, la precariedad de la vivienda, los apagones, la prohibición para salir del país, el veto a Internet… Cuba está en guerra y la guerra lo justifica todo.
Pero detrás de los cantos marciales se esconde la miseria de un sistema opresor e incapaz que publicita hasta el cansancio victorias pasadas, sobre todo en materia de salud y educación, cuando la isla flotaba en un relativo mar de bonanza gracias al maná soviético. La desaparición de la URSS condujo a un “periodo especial” en el que se tuvieron que aplicar “recetas capitalistas” para salir de la crisis, como la reapertura de los mercados agropecuarios y la concesión de licencias para trabajadores por cuenta propia, además de la despenalización del dólar y la creación de empresas mixtas, sobre todo en el sector turístico.Aquellos “males necesarios” evitaron que la revolución colapsara, pero introdujeron un peligroso factor de desestabilización. En un discurso en la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005, Fidel Castro llamó a “refundar la sociedad socialista” porque, según él, la revolución estaba en peligro de desaparecer minada por la corrupción. “¿Cuántas formas de robos hay en este país?”, preguntó el dictador.
Meses después, en el fragor de la batalla contra el “debilitamiento ideológico”, el defenestrado Carlos Lage, entonces vicepresidente del Consejo de Estado, dijo sin pestañear que “la primera tarea de un jefe es que no le roben”. El problema es que en Cuba una gran parte de los ciudadanos se ven obligados a robar para poder sobrevivir, pero no lo llaman robar, lo llaman resolver.
Resolver es salir del “mundo feliz” que describen los medios oficiales y entrar en el mundo real donde el salario, en pesos cubanos, impide a la mayoría de la población acceder a los bienes de consumo que el Gobierno vende en pesos convertibles, con un valor 24 veces mayor.
El afán de los cubanos, uno de sus más importantes objetivos, es hacerse con esa moneda a toda costa. Las empresas del Estado son ordeñadas sistemáticamente y los productos vendidos en la bolsa negra para obtener la preciada divisa. Ese empeño por resolver el día a día es, paradójicamente, uno de los mayores logros de la revolución porque, al condenar a los cubanos a la pura supervivencia, les ha privado de la “funesta manía de pensar”. Sólo unos “locos” se han arriesgado a exigir derechos y libertades, pero han sido aplastados sin piedad.
Cuba tiene, en cifras absolutas, el mayor número de presos de conciencia del mundo: 205 personas encarceladas por motivos políticos o político-sociales, de los cuales 66 han sido adoptados como prisioneros de conciencia por Amnistía Internacional.
Fidel Castro deja una triste herencia después de gobernar durante medio siglo. Nunca en la historia del país una sola persona concentró tanto poder durante tanto tiempo. Nunca se produjo en Cuba una sucesión dinástica. Ahora un Castro sucede a otro Castro y a él le toca organizar los funerales por una revolución que murió hace mucho tiempo.
Se ha especulado mucho sobre las intenciones de Raúl Castro de importar el modelo chino o vietnamita, un capitalismo de Estado bajo el férreo control del Partido Comunista, y quizás ése sea su primer objetivo. Pero su mirada es de más largo alcance. La respuesta al envite de Barack Obama podría ser el blanqueo de la revolución a través de una “democracia” surgida de las entrañas del sistema, como ocurrió en la Rusia poscomunista. Bastaría con alumbrar un partido fuerte nacido de la pira funeraria de la revolución después de enterrar definitivamente el cadáver insepulto de Fidel Castro.
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