5 nov 2009

Borges

Borges oculto y a cuatro manos
Recuperado un relato escrito hace medio siglo por el narrador argentino en colaboración con Luisa Mercedes Levinson - Nunca se había publicado en España
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS -EP Madrid - 06/11/2009;
Recuperado un relato escrito hace medio siglo por el narrador argentino en colaboración con Luisa Mercedes Levinson - Nunca se había publicado en España
"De aquella época me acuerdo sobre todo de las risas de Borges y mi madre mientras escribían. Yo era una adolescente que se metía en todo y de vez en cuando me preguntaban si no estarían siendo demasiado kitsch o si tenía sentido una expresión como bustos ecuestres". Aquella muchacha metomentodo era la escritora Luisa Valenzuela, que ahora tiene 70 años. En conversación telefónica desde Buenos Aires, Valenzuela recuerda los días en que su madre, Luisa Mercedes Levinson (1904-1988), una visionaria precursora del realismo mágico, y su amigo Jorge Luis Borges (1899-1986) escribieron a cuatro manos el cuento La hermana de Eloísa.
Aquel relato se publicó en Argentina en 1955 en un volumen de 76 páginas al que daba título y que incluía otros dos cuentos de cada uno de los autores (La escritura del Dios y El fin, de Borges, y El doctor Sotiropoulos y El abra, de Levinson). Una vez agotado, nunca volvió a reeditarse. Jamás se publicó en España y tampoco fue incluido en el tomo de Obras completas en colaboración del autor de El Aleph.
Medio siglo largo después, La hermana de Eloísa verá la luz de nuevo la semana que viene en una edición de bibliófilo ilustrada por el artista argentino Antonio Segui. La publicación corre a cargo del sello madrileño Del Centro Editores, que el año pasado ya rescató varios relatos inéditos de la serie de cronopios y famas de Julio Cortázar.
La edición coincidirá con la inauguración el próximo jueves en el Centro de Arte Moderno, un espacio centrado en la difusión de la cultura latinoamericana, de una exposición que, junto a los originales de Segui, cuenta la historia en fotos y libros de aquella mítica colaboración con la que Borges y Levinson distraían las penurias de los primeros años del peronismo.
Valenzuela no recuerda la fecha exacta de escritura del relato, pero, dice, tuvo que ser pasado 1946. Aquel año, Borges -que ya había publicado El jardín de los senderos que se bifurcan (1941) y Ficciones (1944)- fue destituido por el Gobierno de Perón de su puesto en la biblioteca municipal del barrio bonaerense de Almagro: "Como no podían quitarle la categoría de funcionario, lo degradaron a inspector de aves de corral", cuenta Valenzuela. "A veces también se organizaban conferencias suyas en casas de amigos para completar el sueldo".
De muchas de aquellas reuniones salieron proyectos de colaboración como el que dio lugar a La hermana de Eloísa, un cuento de 22 páginas que relata en primera persona la peripecia de un arquitecto que recibe el encargo de construir un chalet para la familia de una antigua casi novia, el amor que "mató parte de su juventud" y a la que lleva 15 años sin ver. "Ejerció un poder sobre mí y sobre todos los muchachos que la frecuentábamos", dice el protagonista. "No sé si será inteligente, pero había en ella una especie de resplandor que hacía perdurar los gestos cotidianos. Tenía esa seguridad que da la belleza". Tras una serie de kafkianas conversaciones con el padre de Eloísa, el narrador descubrirá el turbio origen del dinero destinado a sufragar el proyecto.
El domingo 29 de mayo de 1995, Adolfo Bioy Casares escribió en su diario: "Come en casa Borges. Me da La hermana de Eloísa, un librito que publicó en colaboración con Lisa Lenson [seudónimo de Luisa Mercedes Levinson]. (...) Borges me contó hace tiempo su argumento; la situación había ocurrido y lo impresionó". A Bioy no le gustó demasiado. De hecho, el estilo transparente con el que está escrito difiere del de muchos de los relatos que él mismo escribió en colaboración con su amigo, al que había conocido cuando éste tenía 32 años y él sólo 17. En 1935, tras cuatro de amistad, publicaron su primer texto a medias, un folleto dedicado, en palabras de Bioy, "a los méritos de un alimento más o menos búlgaro" fabricado por una empresa fundada por su abuelo: la cuajada La Martona. Luego vendrían los cuentos policiales firmados por un autor algo barroco inventado a medias: Bustos Domecq, primero de una serie de seudónimos integrada también por plumíferos imaginarios como Suárez Lynch o Lynch Davis. Borges, que sostenía que para colaborar "es necesario que los colaboradores olviden que son dos personas", solía decir también que él ponía los argumentos y Bioy las frases.
Luisa Valenzuela, por su parte, afirma reconocer cosas de su madre y cosas de Borges: "La ironía es de los dos. La imaginación de mi madre no era nada borgiana, pero siempre dijo que escribiendo con él había aprendido a manejar el absurdo. Sin eso nunca habría escrito su relato más famoso, El abra".
El año en que se publicó La hermana de Eloísa supuso la salida final de Borges del túnel del ostracismo y, paradójicamente, su entrada casi definitiva en el de la ceguera. Le dieron a la vez, lo dijo él mismo, "los libros y la noche". En octubre fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. "Borges se quejó de que había ratones", recuerda Luisa Valenzuela, "y mi madre le regaló un gato al que él llamó Asurbanipal, por aquel rey asirio tan lector. Un día el animal quedó atrapado en una claraboya y Borges llamó a los bomberos. Eso le hizo feliz porque siempre había temido que los llamaría por un incendio en la biblioteca. Es la obsesión que usó Umberto Eco en El nombre de la rosa".
Así comienza 'La hermana de Eloísa'
Habían pasado unos 15 años, pero cuando Jiménez me dijo que había tenido que ir a Burzaco para planear la edificación de un chalet por cuenta de un tal Antonio Ferrari, mi primer pensamiento fue para Eloísa Ferrari, cuya imagen de pronto surgió ante mí, inmediata y casi dolorosa. Sólo después pude sorprenderme de que aquel excelente don Antonio, que pasaba la vida en el café proyectando negocios vagos y vanos, hubiera conseguido, al fin, redondear la suma que significa la construcción de la casa propia. El hecho me resultó tan insólito que, para no pensar algo peor, pensé en una herencia. Jiménez, mientras tanto, seguía explicándome que se trataba de un gran chalet y que los Ferrari eran muy exigentes. Por lo pronto, no íbamos a repetir en Burzaco el tipo 14 de bungaló californiano, ni el 5 en piedra de Mar del Plata, que, innumerablemente multiplicados, ya conoce y acaso habita el lector. Jiménez, mi socio, era constructor; la obra exigía un arquitecto.
Alcé lo ojos al diploma que colgaba de la pared, enmarcado en ébano; ese papel con su sello azul y su letra caligráfica me servía para ver de nuevo a Eloísa, al cabo de los años. (...)



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