3 jul 2010

Columna Sobreaviso

Columna SOBREAVISO / El sueño y la pesadilla
René Delgado
Reforma, 3 julio 2010.- A 10 años de la alternancia y viene una elección muy distinta a aquélla. El resumen de ésta es fatal: un candidato ejecutado, un candidato encarcelado y un ex candidato secuestrado... Uno de cada uno de los tres principales partidos que, pese a lo prometido, entregan al país una democracia defectuosa y un Estado vulnerado.
Decir que mañana hay elecciones en 14 estados de la República y dos municipios de Coahuila es un decir: no se puede elegir cuando no hay opciones y menos cuando el Estado no puede garantizar el sufragio libre ni efectivo a la ciudadanía.
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No se pueden revisar los comicios de mañana ignorando los 10 años transcurridos desde que Acción Nacional ocupa la Presidencia de la República. Es una década que pesa una eternidad y, en la cual, el albiazul tiene por gloria la alternancia y por fracaso la alternativa.
Ese lapso deja la impresión de que Acción Nacional quería ganar, no gobernar; quería mandar, no obedecer; quería el poder, no ejercer el poder. Los más conspicuos panistas no querían un país distinto sino igual pero bajo su control, y se hicieron del país, pero no del control. Se entendía el voto útil con Vicente Fox como una inversión a fondo perdido para romper el monopolio político; no se entendía así la gestión de Felipe Calderón, su origen, desarrollo y trayectoria sugerían algo mejor. Ahora, sin embargo, la diferencia entre uno y otro mandatario es menor: el primero cometía tonterías con gracia, el segundo sin ella. Es el matiz de su diferencia.
A lo largo de esos 10 años, el panismo se la pasó hablando de reformas estructurales sin concretarlas y, particularmente en este sexenio, puso en práctica un priismo, quién sabe qué tan involuntario. Echó mano de aquello que supuestamente aborrecía.
Hizo del gobierno agencia de colocación de amigos y familiares; de los recursos del Estado, instrumento al servicio del partido o, peor todavía, de una fracción del partido; del brazo de la justicia, ariete para golpear al adversario; del gobierno dividido, justificación de su incapacidad e inmovilismo; de la política exterior, boarding pass de su evasión; de la impunidad, extensión cultural de los usos y las costumbres; de la fuerza, disfraz del fracaso de la política; del combate al crimen organizado, cortina para encubrir a la clase política.
El saldo de la alternancia es lamentable, se renunció a la alternativa y, ahora, ni las tentaciones restauradoras les resultan. La tentación autoritaria no encuentra las palancas, los resortes ni los mecanismos de aquel presidencialismo que ya no existe y que, por lo visto, el panismo no abominaba como decía.
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Es cierto que no toda la factura del fracaso de la transición democrática y la vulneración del Estado de derecho puede endosarse a Acción Nacional.
El priismo se rehabilitó no a partir de su transformación, sino de la incapacidad de su adversario y el desarrollo del neocaciquismo en las provincias. La izquierda lopezobradorista basa su recuperación en el desastre por venir para hacer de las ruinas su imperio, y la izquierda con partido finca su sobrevivencia en la concesión y la transa. Priismo e izquierdismo apoyando y resistiendo al ritmo del beneficio de su interés particular.
Las tres fuerzas -panismo, priismo y perredismo- golpeando a las instituciones viejas y nuevas en función de la mezquindad de su objetivo sin cuidar ni confiar en la ciudadanía que, supuestamente, representan.
Esa falta de perspectiva abrió de par en par las puertas a los otros poderes, criminales y no criminales, corporativos y gremiales, con y sin corbata, de casimir o mezclilla para reclamar privilegios, no derechos. Se echó mano del Ejército para alinear a los poderes manifiestamente criminales, pero no del gobierno y los partidos para alinear a los otros poderes.
Hoy el peso y la acción de esos otros poderes asfixian la democracia y tambalean al Estado.
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El sueño de la alternancia es, ahora, la pesadilla de la falta de alternativa.
Las elecciones de mañana no son el concurso de ideales ni proyectos. No, son la disputa por un botín de 350 mil millones de pesos que significan los presupuestos de los gobiernos en juego y de importantes plazas y recursos políticos desde y con las cuales se pretenderá catapultar al próximo residente de Los Pinos. Es, otra vez, el pleito por el poder sin saber para qué se quiere el poder.
Siendo una elección donde por naturaleza partidos y candidatos debían diferenciarse para subrayar su respectiva opción frente a la ciudadanía, acá, partidos y candidatos, gobiernos federal y estatales se empeñaron en demostrar a la ciudadanía cuán semejantes son. Cómo todos usan recursos públicos para apoyar al suyo, cómo todos delinquen para lograr su objetivo, cómo todos destacan no lo bueno que son, sino lo malo que es el contrario, cómo a todos les importa un bledo la democracia.
Mañana, 10 años después, la oferta es negarle a la ciudadanía la posibilidad de premiar y castigar con su voto a los partidos porque, en el fondo, todos son parecidos: quieren alternarse en el poder, sin ofrecer una alternativa de poder.
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El lunes, el resultado electoral dejará ver una nueva correlación de fuerzas donde el desafío consistirá en asegurar que el sexenio concluya sin los sobresaltos que, ahora, lo ponen en peligro.
Pasado mañana, los largos spots publicitarios que tanto disfruta el presidente de la República no podrán ofrecer, pedirán dialogar y acordar mínimos de estabilidad. Si, agotado su activismo electoral, el jefe del Ejecutivo quiere generar condiciones mínimas de gobierno, tendrá que darle contenido a su llamado al diálogo y la unidad.
El mandatario tendrá que salir de los llamados a misa política, sustantivando la posibilidad del diálogo para recuperar algo de la confianza perdida.
Deberá salir del secretario de Gobernación y garantizar que el sucesor de ese funcionario cesará el acoso a los institutos y la intervención en las comisiones encargadas de garantizar el acceso a la información, los derechos humanos y las telecomunicaciones. Deberá salir del presidente de su partido y alentar a quien garantice conducir a Acción Nacional sin echar mano de los servicios de inteligencia y la procuración de justicia como extensión.
Si el Presidente de la República quiere revertir los 10 años transcurridos sin alternativa, deberá dar un fuerte combate contra la impunidad: esclarecer con rigor quién asesinó a Rodolfo Torre, por qué sólo Greg Sánchez está acusado y recuperar a Diego Fernández de Cevallos.
Pedir diálogo sin poner resultados sobre la mesa que alienten los acuerdos será prolongar una década perdida.

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