15 ago 2010

Dueña de ti misma/Pedro Salinas



Dueña de tí misma/Pedro Salinas en Largo Lamento.

Una noche te vi tan inclinada
a abandonarte a ti
misma por unos astros,
que me brotaron voces repentinas
del pecho y te hablé así:
¿Qué van a hacer las hojas? Están presas
a las ramas del árbol;
se lloran a sí mismas,
como lágrimas verdes, cuando llueve.
Y el día que se sueltan,
como no tienen pies ni manos, son
del primer viento que las arrebata,
del punto cardinal que menos quieren.
Viven atormentadas y crujiendo
si un huracán las toma por amantes.
O son felices si un adolescente
céfiro retrasado
las coge por el talle, como novias
primeras y las lleva
por el espacio en valses lentos.
Su dolor será siempre
el sentirse sin pies y sin zapatos.
Porque un amor con pies lo puede todo.
La luz no tiene manos.
Las luces rondan las cuadradas casas,
se detienen en quicios y en umbrales
esperando que alguien
abra o cierre casualmente una puerta
y las deje pasar.
A servir a los mismos ojos siempre.
Porque la luz de fuera, vasta, anónima
quiere ser luz de dentro y su gran dicha
es tener ya conciencia de sí misma
entre cuatro paredes, suelo y techo,
como la tiene el cuerpo humano
que al fin se encuentra con amantes brazos.
La pena de las luces
es que no tienen manos y no saben
si entrarán algún día bajo techo
o si la puerta en cuyo umbral están
es una de esas casas
abandonadas que jamás se abren.
¿Qué van a hacer las luces y las hojas
más que esperar a ciegas
sus destinos que nunca serán suyos?

Pero tú tienes pies, tienes zapatos
nuevos, quizá recuerdes
que los compramos juntos.
Tu andar tan firme enorgullece al suelo
y le deja sembrado de recuerdos,
cual si no fuera tierra.
Entonces di ¿por qué te estás tendida
en las noches de enero en tu diván
oyendo anuncios de abstracciones por la radio
y presintiendo vendavales próximos?
¿O por qué sales al jardín vestida
toda de malva, como una hoja seca,
en busca de una brisa que te ame
despacio y con cariño?
No. Tus pasos son tuyos, sólo tuyos.
Tus pasos están llenos de caminos.
Álzate y quiere con los pies seguros
lo que has querido vacilante
hace ya muchos años con el pecho.
Sólo tu paso te hace o te deshace;
no los dioses
que fingen entre nubes vago imperio.
Yo que admiro tus piernas
tan esbeltas y claras como auroras
sé que uno de tus pasos
puede vencer a un dios antiguo.
Y que no hay fábula
más hermosa que un ser cuando camina
derecho a lo que quiere.
A veces es un tren, o es una tienda,
o es un baile de gala. A veces es
otro ser, escogido muy despacio.

Tú también tienes manos y conoces
la medida precisa de tus guantes.
Las cuidas lentamente
al despertar, todos los días
para que se terminen
como acaban las rosas.
Con ellas muchas veces estrechaste
sueños que parecían otras manos.
Entonces di ¿por qué miras al cielo
y deshojando las constelaciones
lucero por lucero dices
“Sí, no, sí, no”? Tu mano,
con cinco puntas como las estrellas,
marca nortes mejor que ningún astro.
Puede escribir las señas en los sobres,
abrirles los capullos a las rosas,
sacar de algún cajón algún olvido
y transformar las despedidas tanto,
diciendo adiós, que nadie se separe.
Y además de esas gracias esenciales,
tu mano firme puede
abrir la puerta al tiempo que aún no ha sido.
Lo puede si lo manda
un amor que descienda como sangre,
en donde ella ha nacido, de ella hermano,
a lo largo del brazo
que tanto admiran cuando vas de baile
entregándolo al aire,
los cisnes que te miran, melancólicos.
Y mejor que escrutar los horizontes,
sus intricadas rayas sin sentido,
mira a tu palma y los verás allí,
horizontes de ti, líneas ciertas
que han nacido contigo.
Cierra la mano y sentirás en ella
latir, como un ave impaciente,
de vuelos en futuro,
las alas de tu suerte.
Mírate cara a cara. No te ocultes,
no me ocultes a mí, que ya los dioses
no tienen en sus manos nada tuyo.
Por eso yo no miro
ya a las nubes olímpicas, de mármol,
ni a las cifras, sin clave, por los cielos.
Y desde hace unos años
te miro a ti a las manos, a los pies.
Te miro más arriba, donde dioses
parejos, tus luceros
pueden negarlo o entregarlo todo.
No es el azul, el pardo, el gris, el negro
el color que te viste la mirada.
El color de tus ojos es de sino.

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