La mezquita divide Milán
La posibilidad de construir un centro religioso para musulmanes crea polémica en la capital económica de Italia
LUCIA MAGI - Milán - 27/10/2010
Los musulmanes de Milán no saben dónde rezar. La alcaldesa de la capital económica de Italia que se saca brillo para albergar la Expo en 2015, vuelve a calentar los ánimos del electorado derechista sobre la cuestión que divide la opinión pública y centra la campaña electoral para las municipales de 2011: Milán no tiene mezquita. "Y no la vamos a construir hasta que el Gobierno no lo pida y no prepare una ley que nos de garantías al respeto", dijo Letizia Moratti , que espera ser reelegida. Frente la audiencia de los votantes de Silvio Berlusconi reunidos en su ciudad, no tiene mucha capacidad de movimiento, con la Liga Norte que amenaza con presentar a su propio candidato en primavera y gna fuerza, en una época dura para Il Cavaliere. "En Milán ya existen lugares de culto para los islámicos". Ovación.
Fuera de allí los casi 100.000 musulmanes que residen en la ciudad (1.300.000 habitantes) peregrinan de un gimnasio alquilado a un sótano prestado, de un viejo cine a una carpa. Lugares improvisados para fieles fantasmas. Zaccaria se arrodilla con cautela sobre la bolsa del supermercado y apoya en el barro sus zapatos inmaculados con una bandera italiana en el centro. Durante la noche ha llovido y el campo de fútbol donde el viérnes se reùne un millar de musulmanes, está mojado. En la oración de la tarde, el quinceañero de las Adidas flamantes rezará en un garaje - paredes pintadas de azul y olor a humedad - en la misma calle Padova. La zona donde viven arrinconados los extranjeros de la capital de la moda y del diseño parece hallarse a mil leguas del Milán de la Bolsa, los palacios del poder, las tiendas de lujo y los aperitivi, pero son cuatro paradas de metro. Aquí se juega el futuro político y social de la ciudad, suspendido al hilo de una vieja polémica que acaba de volver a la actualidad. La comunidad islámica pide la construcción de una Mezquita en plena regla. La Iglesia, por boca del arzobispo Dionigi Tettamanzi, también lo hizo más veces.
De momento, la administración de centro derechas, coalición de Pueblo de la Libertad y Liga Norte, no se da por aludida. Con la bendición del Gobierno central, por supuesto. En 2009 el titular de Interior Roberto Maroni (Liga) cerró el centro islámico de Viale Jenner. Era una nave industrial convertida en lugar de culto, seguramente decadente, poco segura según el ministro, pero acogía a parte de los fieles de Alá. Desde entonces, como peregrinos fantasmas, rezan entre gimnasios, carpas, salas alquiladas un par de horas cada viernes o garajes. Como en via Padova, donde don Piero, sacerdote de la parroquia de San Giovanni, reza y actùa para la integración: "Cada ser humano tiene derecho a profesar su fe. Mi arzobispo me apoya en el camino del respeto". Por eso deja el campo de fùtbol adyacente a su iglesia a los musulmanes que residen en la zona norte. Zacaria es uno de ellos.
La administración reacciona sin pelos en la lengua por boca del vicealcalde leghista, Riccardo De Corato, que explica su contrariedad a la construcción de una mezquita: "La cuestión no es urbanística ni de libertad religiosa. El problema es la seguridad". Y no se refiere sólo el orden público, sino directamente el terrorismo islámico.
"¿Qué es más seguro: miles de personas rezando en espacios improvisados o dejar que acudan a un lugar oficial?". Ali Abushwaima es presidente e imán del centro islámico de Segrate. La única mezquita digna de este nombre en el Norte de Italia: un minarete de apenas 10 metros, un par de edificios blancos, donde se apiñan cada viernes 2.000 fieles. Hombres, mujeres y muchos niñitos morenos llegan desde el centro: 20 minutos de metro, más 10 de autobús, para alcanzar el extremo noreste de la ciudad. Linda con la exclusiva urbanización Milano 2, creación inmobiliaria de Silvio Berlusconi en los setenta: edificios ordenados, geranios en los balcones, todoterrenos aparcados tras las rejas, cámaras que vigilan, jardines sobre que pasean perros microscópicos con correa firmada. "Nunca hubo problemas desde que compramos en 1974 - sigue el imán - pero ya no cabemos". Su homólogo de Viale Jenner, Abdel Hamid Shaari, subraya: "No pedimos ni un duro, sólo nos indiquen dónde construir". En la entrada de cada gimnasio, patio, garaje ocupado por los fantasmas milaneses de Alá, hay una caja con un cartel: "para la Mezquita", el gran sueño colectivo. Además hay financiadores privados y dinero del otro lado del Mediterráneo. Stefano Boeri, ilustre arquitecto y urbanista candidato a las primarias del Pd para las municipales, eligió este tema para su primera declaración pública, con talante práctico: "Es indispensable. ¿Qué van a pensar los hombres de negocio islámicos que lleguen para la Expo de 2015, cuando les acompañen a rezar en un garaje?".
Mientras en Milán se discute, cuarenta minutos de metro al norte del Duomo, se decide. Y contra corriente. En Sesto San Giovanni, 80 mil habitantes, el 13% extranjeros, sobre 11 millones de metros cuadrados, las calles están dedicadas a Gramsci, a Marx, a la Resistencia. Coronas de laurel y placas recuerdan a los partisanos. Es la Estalingrado de la Lombardía, oveja roja en un rebaño devoto al Cavaliere y - cada cita electoral más - a la Liga Norte. Allí surgieron las primeras grandes industrias y llegaron los primeros inmigrantes (del Sur Italia, mucho antes que de África, Albania y China). La acerería de la familia Falck, hoy cerrada, empleaba en los años sesenta a 30 mil personas. El alcalde Giorgio Oldrini del Partido Democrático (suportado por la coalición de centro izquierdas que cosechó en 2007 el 62% de los votos), acaba de conceder el permiso para construir una mezquita a los cerca de 3.000 islámicos. Siembra indignación entre la oposición: "Vendrán desde Milán y será un sin vivir. No es la primera vez que la ciudad soluciona sus problemas de emigración descargándolos aquí, donde el alcalde dice que sí a todos", espeta Antonio Lamiranda, del PdL.
"La gente está preocupada. No le voy a pintar un cuadro de ensueño - comenta Oldrini en su despacho, bajo un retrato de Marx y una foto del Presidente de la República -. Organizamos asambleas. Yo me trago los insultos, explico que no podemos dejar que nuestros vecinos recen bajo una escalera, con tuberías que gotean, en una situación humillante y poco segura. Muchos están en contra, pero hay que educarles". Oldrini, alcalde desde 2002, está organizando un foro sobre el diálogo entre occidente e Islam. Aunque acaba de gastar 292 mil euros para construir una reja de 400 metros para impedir que los gitanos acampen en un área próxima al ferrocarril. Había frecuentes robos y mucha suciedad, cuentan unánimes los vecinos e indican un halo negro en el punto donde se encendían fuegos. Dos niños murieron arrollados por un tren Milán-Monza. Las presiones de comités cívicos y de la derecha llevaron al alcalde a pedir la financiación estatal y cerrar el área. Los gitanos - una veintena - están ahora al otro lado de los raíles. "Les propusimos plazas en centros de asistencia municipales. Nadie quiso: un fracaso de la política". Misma conclusión, con distintas motivaciones, en boca de Lamiranda: "La política ha fallado. En lugar de construir muros, había que evitar que entrasen en Italia". "La comunidad islámica, al revés, es muy activa, legal y colaboradora", dice el alcalde, que fue 10 años corresponsal de L'Unità en Cuba, tiene a una hija magistrado en Pamplona y a un chaval con novia extranjera. "El mundo se ha ampliado, es diverso, bonito". ¿No tiene miedo a perder las elecciones en 2012? "Yo tengo mi conciencia y con ella hago mi trabajo". La mirada aquiescente de Marx le sonríe desde la pared.
Fuera de allí los casi 100.000 musulmanes que residen en la ciudad (1.300.000 habitantes) peregrinan de un gimnasio alquilado a un sótano prestado, de un viejo cine a una carpa. Lugares improvisados para fieles fantasmas. Zaccaria se arrodilla con cautela sobre la bolsa del supermercado y apoya en el barro sus zapatos inmaculados con una bandera italiana en el centro. Durante la noche ha llovido y el campo de fútbol donde el viérnes se reùne un millar de musulmanes, está mojado. En la oración de la tarde, el quinceañero de las Adidas flamantes rezará en un garaje - paredes pintadas de azul y olor a humedad - en la misma calle Padova. La zona donde viven arrinconados los extranjeros de la capital de la moda y del diseño parece hallarse a mil leguas del Milán de la Bolsa, los palacios del poder, las tiendas de lujo y los aperitivi, pero son cuatro paradas de metro. Aquí se juega el futuro político y social de la ciudad, suspendido al hilo de una vieja polémica que acaba de volver a la actualidad. La comunidad islámica pide la construcción de una Mezquita en plena regla. La Iglesia, por boca del arzobispo Dionigi Tettamanzi, también lo hizo más veces.
De momento, la administración de centro derechas, coalición de Pueblo de la Libertad y Liga Norte, no se da por aludida. Con la bendición del Gobierno central, por supuesto. En 2009 el titular de Interior Roberto Maroni (Liga) cerró el centro islámico de Viale Jenner. Era una nave industrial convertida en lugar de culto, seguramente decadente, poco segura según el ministro, pero acogía a parte de los fieles de Alá. Desde entonces, como peregrinos fantasmas, rezan entre gimnasios, carpas, salas alquiladas un par de horas cada viernes o garajes. Como en via Padova, donde don Piero, sacerdote de la parroquia de San Giovanni, reza y actùa para la integración: "Cada ser humano tiene derecho a profesar su fe. Mi arzobispo me apoya en el camino del respeto". Por eso deja el campo de fùtbol adyacente a su iglesia a los musulmanes que residen en la zona norte. Zacaria es uno de ellos.
La administración reacciona sin pelos en la lengua por boca del vicealcalde leghista, Riccardo De Corato, que explica su contrariedad a la construcción de una mezquita: "La cuestión no es urbanística ni de libertad religiosa. El problema es la seguridad". Y no se refiere sólo el orden público, sino directamente el terrorismo islámico.
"¿Qué es más seguro: miles de personas rezando en espacios improvisados o dejar que acudan a un lugar oficial?". Ali Abushwaima es presidente e imán del centro islámico de Segrate. La única mezquita digna de este nombre en el Norte de Italia: un minarete de apenas 10 metros, un par de edificios blancos, donde se apiñan cada viernes 2.000 fieles. Hombres, mujeres y muchos niñitos morenos llegan desde el centro: 20 minutos de metro, más 10 de autobús, para alcanzar el extremo noreste de la ciudad. Linda con la exclusiva urbanización Milano 2, creación inmobiliaria de Silvio Berlusconi en los setenta: edificios ordenados, geranios en los balcones, todoterrenos aparcados tras las rejas, cámaras que vigilan, jardines sobre que pasean perros microscópicos con correa firmada. "Nunca hubo problemas desde que compramos en 1974 - sigue el imán - pero ya no cabemos". Su homólogo de Viale Jenner, Abdel Hamid Shaari, subraya: "No pedimos ni un duro, sólo nos indiquen dónde construir". En la entrada de cada gimnasio, patio, garaje ocupado por los fantasmas milaneses de Alá, hay una caja con un cartel: "para la Mezquita", el gran sueño colectivo. Además hay financiadores privados y dinero del otro lado del Mediterráneo. Stefano Boeri, ilustre arquitecto y urbanista candidato a las primarias del Pd para las municipales, eligió este tema para su primera declaración pública, con talante práctico: "Es indispensable. ¿Qué van a pensar los hombres de negocio islámicos que lleguen para la Expo de 2015, cuando les acompañen a rezar en un garaje?".
Mientras en Milán se discute, cuarenta minutos de metro al norte del Duomo, se decide. Y contra corriente. En Sesto San Giovanni, 80 mil habitantes, el 13% extranjeros, sobre 11 millones de metros cuadrados, las calles están dedicadas a Gramsci, a Marx, a la Resistencia. Coronas de laurel y placas recuerdan a los partisanos. Es la Estalingrado de la Lombardía, oveja roja en un rebaño devoto al Cavaliere y - cada cita electoral más - a la Liga Norte. Allí surgieron las primeras grandes industrias y llegaron los primeros inmigrantes (del Sur Italia, mucho antes que de África, Albania y China). La acerería de la familia Falck, hoy cerrada, empleaba en los años sesenta a 30 mil personas. El alcalde Giorgio Oldrini del Partido Democrático (suportado por la coalición de centro izquierdas que cosechó en 2007 el 62% de los votos), acaba de conceder el permiso para construir una mezquita a los cerca de 3.000 islámicos. Siembra indignación entre la oposición: "Vendrán desde Milán y será un sin vivir. No es la primera vez que la ciudad soluciona sus problemas de emigración descargándolos aquí, donde el alcalde dice que sí a todos", espeta Antonio Lamiranda, del PdL.
"La gente está preocupada. No le voy a pintar un cuadro de ensueño - comenta Oldrini en su despacho, bajo un retrato de Marx y una foto del Presidente de la República -. Organizamos asambleas. Yo me trago los insultos, explico que no podemos dejar que nuestros vecinos recen bajo una escalera, con tuberías que gotean, en una situación humillante y poco segura. Muchos están en contra, pero hay que educarles". Oldrini, alcalde desde 2002, está organizando un foro sobre el diálogo entre occidente e Islam. Aunque acaba de gastar 292 mil euros para construir una reja de 400 metros para impedir que los gitanos acampen en un área próxima al ferrocarril. Había frecuentes robos y mucha suciedad, cuentan unánimes los vecinos e indican un halo negro en el punto donde se encendían fuegos. Dos niños murieron arrollados por un tren Milán-Monza. Las presiones de comités cívicos y de la derecha llevaron al alcalde a pedir la financiación estatal y cerrar el área. Los gitanos - una veintena - están ahora al otro lado de los raíles. "Les propusimos plazas en centros de asistencia municipales. Nadie quiso: un fracaso de la política". Misma conclusión, con distintas motivaciones, en boca de Lamiranda: "La política ha fallado. En lugar de construir muros, había que evitar que entrasen en Italia". "La comunidad islámica, al revés, es muy activa, legal y colaboradora", dice el alcalde, que fue 10 años corresponsal de L'Unità en Cuba, tiene a una hija magistrado en Pamplona y a un chaval con novia extranjera. "El mundo se ha ampliado, es diverso, bonito". ¿No tiene miedo a perder las elecciones en 2012? "Yo tengo mi conciencia y con ella hago mi trabajo". La mirada aquiescente de Marx le sonríe desde la pared.
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