Fantasmagoría
MONTERO GLEZ
Babelia, 26/02/2011
Babelia, 26/02/2011
Karl Marx vino a contarnos lo que sucede cuando la mercancía toma vida propia y el ser humano se convierte en esclavo de las cosas. Cuando no hay vuelta atrás y acaba sumergido en una fábula gótica, irrespirable, donde las cosas camelan hasta la dependencia.
Karl Marx vino a contarnos lo que sucede cuando la mercancía toma vida propia y el ser humano se convierte en esclavo de las cosas. Cuando no hay vuelta atrás y acaba sumergido en una fábula gótica, irrespirable, donde las cosas camelan hasta la dependencia.
Sin duda alguna, 'El carácter fetichista de la mercancía y su secreto' es el apartado más literario de El Capital de Karl Marx, uno de los libros menos leídos del mundo y una referencia para nuestro tiempo que corre a la velocidad de Internet, barriendo con su vuelo los cacharritos donde escuchábamos música. Visto desde aquí, la recuperación de los discos en vinilo se antoja fantasmagórica. Como si la peña que ahora compra un long play fuera lo más parecido a una pandilla de espiritistas alrededor de una güija que se mueve a 33 revoluciones por minuto. Es curioso que se reediten viejos vinilos cuando la comodidad arrinconó al tocata, cuando ya no hay que levantarse a cambiar la otra cara del disco y donde el único espacio a temer es el de la memoria de la computadora.
Pero más curioso resulta comprobar cómo, vinilos que en su día no fueron valorados, ahora se ponen a la venta y se agotan igual que si fuera droga. El tacto, ese sentido que en la era digital tiende a atrofiarse, se despierta ante la mercancía y se pone a su disposición. Ver es creer pero tocar es mejor. Así ha sucedido con La leyenda del tiempo, de Camarón, el disco más importante que ha prensado la industria made in spain y lo más parecido al Sgt. Pepper's pero en caliente. En su día no tuvo repercusión alguna. Hace nada que se reeditó en vinilo y al poco ya no quedaban existencias. La industria musical de nuestro país estuvo desatinada en su momento y prefirió apostar en otras timbas a melodías fáciles, ritmos binarios y asuntos tales que llevaron a las disqueras instaladas en España a determinarse como sucursales del extranjero. Nuestra música de origen, la más auténtica y por lo mismo la más exportable, fue relegada al ghetto de donde salió, a las casetas de feria y a las pistas de coches chocones. Pero no hay que asombrarse por la paradoja, ya nos avisó Marx: el sistema capitalista trae en sus contradicciones el germen de su propia destrucción. No toda la culpa la va a tener ahora la banda ancha, ni su vuelo de escoba que barre viejos soportes.
Como si fueran los restos fantasmas de un cataclismo, resurgen algunos de aquellos vinilos. El caso de La leyenda del tiempo es el más señalado pero también está ese otro, de Veneno, con su cubierta original. La misma que retiraron de circulación por aparecer el nombre del grupo marcado sobre un placote de jachís al que no faltaba el detalle del papel plata. Tampoco podía faltar el disco pionero en lo que a fusión flamenca se refiere, un trabajo valiente grabado años antes de La leyenda del tiempo y que marcaría rumbo. Se trata del Gypsy Rock de Las Grecas. Guitarras ácidas, batería con el pellejo a punto, pulsaciones de bajo eléctrico, tiros de teclados y toda la cocina de la negritud en las percusiones. La memoria sentimental de las barriadas, la del lumpemproletariado está escrita en cada uno de los surcos.
En resumidas cuentas, el cadáver de la industria discográfica que hoy cuelga en los campanarios, como fantasma que sólo espanta a los pájaros, es asunto que ya profetizó Karl Marx en sus escritos. Sólo hay que poner la música apropiada para darse cuenta de ello.
Karl Marx vino a contarnos lo que sucede cuando la mercancía toma vida propia y el ser humano se convierte en esclavo de las cosas. Cuando no hay vuelta atrás y acaba sumergido en una fábula gótica, irrespirable, donde las cosas camelan hasta la dependencia.
Sin duda alguna, 'El carácter fetichista de la mercancía y su secreto' es el apartado más literario de El Capital de Karl Marx, uno de los libros menos leídos del mundo y una referencia para nuestro tiempo que corre a la velocidad de Internet, barriendo con su vuelo los cacharritos donde escuchábamos música. Visto desde aquí, la recuperación de los discos en vinilo se antoja fantasmagórica. Como si la peña que ahora compra un long play fuera lo más parecido a una pandilla de espiritistas alrededor de una güija que se mueve a 33 revoluciones por minuto. Es curioso que se reediten viejos vinilos cuando la comodidad arrinconó al tocata, cuando ya no hay que levantarse a cambiar la otra cara del disco y donde el único espacio a temer es el de la memoria de la computadora.
Pero más curioso resulta comprobar cómo, vinilos que en su día no fueron valorados, ahora se ponen a la venta y se agotan igual que si fuera droga. El tacto, ese sentido que en la era digital tiende a atrofiarse, se despierta ante la mercancía y se pone a su disposición. Ver es creer pero tocar es mejor. Así ha sucedido con La leyenda del tiempo, de Camarón, el disco más importante que ha prensado la industria made in spain y lo más parecido al Sgt. Pepper's pero en caliente. En su día no tuvo repercusión alguna. Hace nada que se reeditó en vinilo y al poco ya no quedaban existencias. La industria musical de nuestro país estuvo desatinada en su momento y prefirió apostar en otras timbas a melodías fáciles, ritmos binarios y asuntos tales que llevaron a las disqueras instaladas en España a determinarse como sucursales del extranjero. Nuestra música de origen, la más auténtica y por lo mismo la más exportable, fue relegada al ghetto de donde salió, a las casetas de feria y a las pistas de coches chocones. Pero no hay que asombrarse por la paradoja, ya nos avisó Marx: el sistema capitalista trae en sus contradicciones el germen de su propia destrucción. No toda la culpa la va a tener ahora la banda ancha, ni su vuelo de escoba que barre viejos soportes.
Como si fueran los restos fantasmas de un cataclismo, resurgen algunos de aquellos vinilos. El caso de La leyenda del tiempo es el más señalado pero también está ese otro, de Veneno, con su cubierta original. La misma que retiraron de circulación por aparecer el nombre del grupo marcado sobre un placote de jachís al que no faltaba el detalle del papel plata. Tampoco podía faltar el disco pionero en lo que a fusión flamenca se refiere, un trabajo valiente grabado años antes de La leyenda del tiempo y que marcaría rumbo. Se trata del Gypsy Rock de Las Grecas. Guitarras ácidas, batería con el pellejo a punto, pulsaciones de bajo eléctrico, tiros de teclados y toda la cocina de la negritud en las percusiones. La memoria sentimental de las barriadas, la del lumpemproletariado está escrita en cada uno de los surcos.
En resumidas cuentas, el cadáver de la industria discográfica que hoy cuelga en los campanarios, como fantasma que sólo espanta a los pájaros, es asunto que ya profetizó Karl Marx en sus escritos. Sólo hay que poner la música apropiada para darse cuenta de ello.
Montero Glez (Madrid, 1965) ha publicado recientemente Pistola y cuchillo (El Aleph. Barcelona, 2010. 128 páginas. 18 euros). http://gentedigital.es/comunidad/monteroglez. www.monteroglez.com
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