20 mar 2011

Poniatowska habla sobre Carrington

Poniatowska en Babelia; entrevista

La locura de vivir

PABLO ORDAZ
Babelia, 19/03/2011
El universo pictórico siempre ha fascinado a los escritores. Dos autoras se meten en la piel de dos artistas. La mexicana Elena Poniatowska dedica su novela a Leonora Carrington y la italiana Melania G. Mazzuco recoge la intensa relación de Tintoretto con su hija.
Una va a cumplir 79 años y la otra ya llegó a los 95. Son amigas desde hace más de medio siglo, pero solo ahora -delante de dos tazas de té y de un pastel de chocolate- se atreven a volver juntas a la infancia. Lo hacen en inglés y en francés, sus idiomas de una época no solo lejana en el tiempo, sino también en la distancia. Aunque ambas son ya antiguas vecinas de la ciudad de México, la periodista y escritora Elena Poniatowska nació en París en 1932, hija de un descendiente directo del último rey de Polonia, y la pintora surrealista Leonora Carrington llegó al mundo en 1917 en el condado inglés de Lancashire y desde muy joven compartió mesa en el parisiense café Les Deux Magots con Max Ernst, Joan Miró, André Breton,
 Pablo Picasso, Salvador Dalí... Poniatowska supo siempre que la vida de su amiga ameritaba una novela, pero no le resultó nada fácil sonsacar a Leonora Carrington, implicarla en el proyecto. "A Leonora no le interesa nada de lo que se escriba sobre ella. Incluso no creo que vaya a leer el libro. Cuando nos sentábamos a hablar, me decía: '¿En qué estás trabajando?'. Y yo le respondía: en ti. Ella entonces ponía una linda sonrisa y me replicaba: '¿En tea? Ah, muy bien, vamos a tomar el tea'. Finalmente, Poniatowska lo consiguió. Escribió una novela que tituló Leonora y que el jurado del premio Biblioteca Breve 2011 consideró que se merecía ganar porque, "en un escenario cosmopolita y con recursos verbales magistrales, Elena Poniatowska construye una figura femenina turbadora en la que se encarnan los sueños y las pesadillas del siglo XX".
Sentada en su linda casa de México, recién llegada de Barcelona y a punto de salir hacia París, Elena Poniatowska espera la primera pregunta con la misma sonrisa e idéntica curiosidad de aquellos tiempos lejanos en los que, para parecer más mexicana, ocultaba que había sido criada como una princesa, en inglés y en francés, con clases de piano y de equitación. Hasta intentó firmar sus crónicas periodísticas con el apellido de su madre, Amor, y no con el de la dinastía Poniatowska, que le hacía parecer a los ojos de sus compañeros mexicanos "una espía rusa".
-¿Cuándo se conocieron?
- Hace ya más de cincuenta años. Yo creo que le cayó bien la jovencita que era yo entonces. Ahora no hay tanta diferencia de edad porque yo voy a cumplir 79 y ella tiene 95. Pero cuando eres joven sí se nota si tienes tres años más... Yo le hice gracia porque preguntaba todo, cualquier cantidad de estupideces. Yo preguntaba por puritita ignorancia, por no saber ni en dónde estaba ni qué terrenos pisaba. Yo le preguntaba a Diego Rivera si sus dientes eran de leche. Y me decía que sí, para comerse a las polaquitas preguntonas... Yo preguntaba esas cosas porque no sabía nada. Tampoco sé nada ahora. Y sigo preguntando cualquier cosa, pero ya sin naturalidad... Recuerdo que Leonora era una mujer bellísima, bellisísima, que fumaba todo el tiempo. Todas las chimeneas de Inglaterra se las ha fumado Leonora.
-¿La falta de interés de Leonora sobre lo que se cuenta de ella es real o es una pose?
- Es totalmente auténtica. De hecho, no creo que vaya a leer el libro. No le interesa. He escrito muchos artículos sobre ella y nunca me ha comentado nada. Ni recorta nada ni se entera. Supongo que sus hijos lo harán. Pero ella no es así. No tiene nada de figura pública. Ella, cuando le hacen un homenaje, la matan. La matan porque la suben a un estrado, le hablan de Max Ernst [el pintor surrealista alemán con el que tuvo una relación sentimental], un tema del que ella está superaburrida, y además no puede fumar. Pasa muy malos ratos. Leonora es una mujer muy solitaria, no le interesan las pláticas banales. Le aburren tanto que le dan ganas de pegarse un tiro.-
 ¿Por qué se decidió a escribir sobre Leonora Carrington?
- Me di cuenta de que en México no hay mucho sobre ella. Que todos los libros escritos sobre ella y los estudios sobre su pintura están hechos en Estados Unidos. Entonces dije: qué raro, aquí hay muy poco, por qué... Pero no es una biografía, no es su historia. Alguien tendrá que hacerlas después, pero sí es un homenaje, un acercamiento a ella que no había habido. En primer lugar, porque ella y Remedios Varo [su gran amiga, la pintora surrealista hispanomexicana fallecida en 1963] eran muy privadas, no querían que se hablara de ellas. No entendían ni les gustaba el muralismo mexicano, no querían a Diego Rivera, ni a Orozco, ni a Siqueiros, ni a la Revolución en los muros... Estaban muy lejos de todo eso. Es la razón por la cual creo que era importante ver su mundo.
- Usted se metió en ese mundo, ¿qué descubrió?
R. Lo que descubrí me conmovió muchísimo. Leonora fue una espléndida combatiente anti-Hitler. Y una defensora de los judíos. Es un aspecto que no se había tratado. Su rechazo a Hitler es de lo más conmovedor y no se había tocado nunca. Y otra cosa que no se tocó jamás es su matrimonio con el escritor mexicano Renato Leduc. Siempre se había dicho que fue un matrimonio de conveniencia, pero ella sí quiso a Renato, fue pareja de Renato, fueron amantes. De hecho, ella dejó a Max Ernst, que era su maestro, que era lo más importante que podía imaginarse, y dejó Nueva York, que en esa época era la meca de la cultura, por venirse a México con Renato, un México del cual no sabía nada. Max le dijo: "Allí no hay galerías, no hay nada, los muralistas, los tres grandes, son infumables...". Y ella, de todos modos, se vino. Tal vez también lo hizo porque no quería formar parte de la corte de Peggy Guggenheim y quizás también porque quería escapar de la tutela de Max...
- Cuando, después de vivir 20 años en Francia, detienen a Max Ernst, su gran pasión, y se lo llevan a un campo de concentración, Leonora se convierte en una feroz luchadora contra Hitler... ¿Por qué dice que esa oposición al nazismo es conmovedora?
- Porque Leonora lo acompañó, ahí estuvo a su lado. Alquiló un cuarto cerca del campo de concentración para poder verlo todas las tardes. Y fíjese, a pesar de su reticencia a hablar sobre su vida, de lo que sí me habló y lo hizo con vehemencia -aunque no ahora, sino hace 8 o 10 años- fue de cuando estuvo en un manicomio en Santander, en España. Fue a raíz de que se llevaran a Max al campo de concentración. Ella perdió la cabeza y, cuando más tarde llegó a Santander, la encerraron. Allí le inyectaron algo que ya está prohibido y que se llama cardiasol, que provoca unos espasmos espantosos que llegan a provocar la rotura de la columna vertebral. Una cosa aterradora...
-¿Y de eso sí quiso hablar?
-Sí, de eso sí me habló, buscando mi solidaridad, diciendo mira lo que me hicieron. De eso habló con mucha vehemencia, de eso habló como dos horas...
-Como de una herida...
-Como de una herida, de un maltrato, de una humillación. En aquella época, ella quería ir todo el tiempo a entrevistar a Franco, para decirle que cesara la guerra. Su defensa de los judíos es de lo más conmovedor... Y, sin embargo, es una mujer que no se deja llevar por el sentimentalismo. Leonora dice que el sentimentalismo es una forma de cansancio...
- Cómo hizo entonces para que Leonora, tan reservada, se decidiera a contarle tantas cosas... ¿Contribuyó tal vez que las dos tienen trayectorias parecidas, dos mujeres de alta cuna que desafiaron las convenciones...?
-Sí, el desafío a las convenciones, pero yo creo que ella fue más desafiante que yo en ese sentido. Pero es verdad que yo la entrevistaba aprovechando que las dos tuvimos una infancia parecida. Yo le decía: "Yo montaba a caballo". Y ella me respondía: "Lo que más me gustaba era montar a caballo". Y luego le decía: "Yo tuve un profesor de piano". Y ella me contestaba: "El mío se llamaba Mr. Richardson, me aburría como una ostra en sus clases...". Y así iba venciendo su poca predisposición a hablar. Leonora recuerda toda su niñez de maravilla. Dicen que la vida es un círculo, que cuando te acercas al final te acuerdas del principio...
-Y así fue tirando del hilo...
-Yo le platico cosas y ella me dice me too, yo también, a ella le fascina el pastel de chocolate, y hablamos de su infancia y así fue, de poco a poquito.
-¿Cuánto hay de ficción en el libro y cuánto de realidad?
- Ah, sí, yo meto mucha ficción. En la novela hay muchísimo diálogo y los diálogos, pues, nunca sucedieron... Yo escribo como Dios me da a entender, hago como puedo, en el aire las compongo... En el libro incluí muchas de las cosas que ella me contó a lo largo de los años, pero también mucho de lo que ella escribió. Ella es una gran escritora. Ha escrito como nueve libros buenísimos, obras de teatro y cuentos, y todos los cuentos se relacionan con ella. Así que es muy fácil tomar fragmentos enteros de los cuentos y meterlos en la novela. Es lo que yo hice, y lo hice con un entusiasmo total.
-Aunque no cree que lo vaya a hacer, ¿a usted le gustaría que Leonora lo leyera?
-Claro, me gustaría. Tal vez puedo decirle que le voy a leer un capítulo, a ver qué le parece...
-¿Y le preocupa que no le guste?
-No creo que no le gustara. Tal vez me podría decir: "¡Ay qué exagerada eres!" o "¿qué hongos tomaste?" o "¿de cuál te fumaste...?". Pero la novela está escrita con muchísimo respeto, no creo que ella pueda sentir que hay una traición.
-¿Fue Leonora una mujer libre?
-Yo creo que sí.
-¿A costa de qué?
- A costa de su soledad. Es una mujer muy sola. Aprendió a estar sola.

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