26 abr 2011

Intelectuales mutantes/ CSG

Intelectuales mutantes/ Carlos Salinas de Gortari , articulista invitado
La respuesta de Héctor Aguilar Camín a mi texto “15 años del efecto tequila” gira alrededor del argumento de que, empeñado en ganar en 1994, no hice ajustes económicos y entregué “una bomba de tiempo” a mi sucesor.
Milenio Diario, 26/04/2011 ;
Héctor Aguilar Camín respondió a mi texto sobre los “15 años del efecto tequila” con la mera reproducción de su artículo previo. Todo gira alrededor del argumento de que, empeñado a ganar las elecciones de 1994 “a toda costa”, no hice los ajustes económicos y le entregué “una bomba de tiempo” a mi sucesor. Es decir, repite dos veces el mismo error. Y en ambos casos, por la obsesión de proteger a mi sucesor para quien según Aguilar “fue un triunfo histórico perder la elección”… ¡de su ex futuro sucesor Labastida! Esto último es comprensible
 por sus mutantes afinidades políticas, pero no lo excusa de cometer por duplicado la repetición de estereotipos de la historia oficial producto de la pereza intelectual tan común entre sus colegas.
Dice Aguilar Camín: “En marzo de 1994 Salinas pudo haber hecho el ajuste económico que su gobierno necesitaba, devaluando la moneda, aunque esto debilitara su presidencia y al candidato presidencial de su partido.” Independientemente de que sorpresivamente Aguilar propone que hubiera hecho lo mismo que López Portillo en 1982 (devaluar durante una campaña presidencial), la verdad es que, contra lo que afirma Aguilar, el peso sí se devaluó entre enero y noviembre de 1994: lo hizo en 15% real sin que ocurrieran catástrofes económicas ni crisis, y el país ganó en competitividad. De acuerdo con documentos del Banco de México “en 1994 las exportaciones crecieron 20.2%, la tasa anual más alta registrada en los últimos seis años”.
No recuerda ahora la reunión que tuvimos el 21 de agosto de 1994
Esto está citado en los documentos pluripartidistas del Senado que mencioné en mi artículo anterior (Gaceta del Senado de la República, 16 de abril de 2010), los cuales señalan que mi presidencia dejó problemas a mi sucesor (y yo he agregado que también importantes activos, como sucede con el balance de toda administración). Pero los senadores reconocen que los errores de Zedillo (como “el de diciembre”) y la sumisión a los designios del gobierno estadunidense, convirtieron un problema en una crisis: la bomba la construyó mi sucesor, de acuerdo con los documentos senatoriales. Someterse a la imposición del secretario del Tesoro, Rubín, transmitida personalmente a Zedillo por Larry Summers para elevar draconianamente las tasas de interés fue lo que llevó a la quiebra a miles de empresas y cientos de miles de familias y a 16 millones de mexicanos a la pobreza extrema.
Segundo, Aguilar afirma que, de haber perdido la elección presidencial en 1994, hubiera entregado la economía a mi sucesor (y designa como tal a Diego Fernández de Cevallos) “en condiciones de estabilidad financiera, lo cual hubiera permitido un tránsito tan suave como fue el de Zedillo a Fox en el año 2000.” Aquí también Aguilar se equivoca. Ahora, en su apreciación sobre el balance económico de 2000: los documentos del Senado antes citados comprueban que el manejo económico previo a la elección presidencial de 2000 dejó a Fox en una situación tan débil que su gobierno no dispuso del instrumento compensatorio del gasto público para enfrentar la recesión norteamericana de 2001 y durante el sexenio de Fox la economía sólo creció 2.3% anual, el segundo promedio más bajo para un sexenio desde 1934. Lo que sucedió fue que el gobierno de Zedillo aceleró el gasto público durante el primer semestre de 2000 para favorecer a su candidato y elevó el déficit fiscal ese año a casi 4% del PIB. Los Senadores señalaron que Zedillo expresó en el sexto informe presidencial que el balance fiscal era sano. Pero de acuerdo con los Senadores: “El dato resultó falso… En 2000 el déficit fiscal resultó casi cuatro veces más grande que el reportado en el informe presidencial, y se debía al pago de intereses de los bonos del IPAB.” Sobre el insulto el agravio: Fox también recibió una deuda mayúscula, a pesar de que Zedillo señaló en el sexto informe: “la deuda pública respecto al tamaño de la economía ha tenido una importante disminución”. Nuevamente los documentos pluripartidistas del Senado denunciaron: “El dato tampoco resultó cierto… Contrario a lo señalado en ese informe de 2000, como proporción del PIB, la deuda total más que se duplicó en sólo seis años: pasó de 19.8% en 1994 a 42.3% en 2000.” Y concluyen con un señalamiento terrible para México: “En seis años (1995-2000) se duplicó la deuda contratada durante 173 años de vida independiente”. El problema fue que ni con ese manoseo económico el gobierno logró su objetivo electoral, pues Labastida perdió.
Me comentó su enorme satisfacción sobre la jornada de votaciones
Aguilar también acusa a mi gobierno de haber manipulado medios y procesos políticos para ganar la elección de 1994. Contra su opinión, en ese año se aumentaron los tiempos en televisión y radio y se transmitieron en directo y en vivo los actos de cierre de campaña de cada candidato (Woldenberg ha señalado que “los partidos no presentaron quejas”). Por primera vez en la historia del país se dio un debate en televisión entre los candidatos. Y en relación a los procesos políticos, hay que recordar que durante ese año electoral se significaron por tener el órgano electoral (IFE) por primera vez en la historia en manos de ciudadanos independientes, un avance trascendente. También un padrón confiable; un documento de identificación notable (la credencial con foto para votar), observadores electorales nacionales e internacionales, y por primera vez resultados el mismo día de la elección. ¡Uf! Pocas elecciones presidenciales en la historia del país se han realizado con avances tan notables en su confiabilidad. Por eso es que el resultado de esa elección ha sido de los menos disputados en la época moderna. Sin embargo, Aguilar omite mencionar que el uso de los instrumentos del Estado con fines electorales se dio durante la elección presidencial de 2000 mediante la difusión de información reservada como la real o supuesta transferencia de fondos extranjeros a la campaña de Fox. En materia informativa, hubo un evidente desequilibrio en los contenidos de la cobertura electoral, pues de todo lo que se publicaba sobre Fox alrededor de 70% era negativo. Y a eso se agregó la canalización de más de 100 millones de dólares del erario a la campaña oficial (Pemexgate). Eso prueba que contra lo que escribe Aguilar, no hubo en 2000 “desapego a la victoria a toda costa” por parte del Presidente en funciones. Lo que se antoja es que hubo ineptitud generalizada alrededor de la candidatura oficial, aunque luego se actuó para que el resultado jugara a favor del Presidente al anticiparse al candidato del PRI para reconocer la derrota.
No; para pasar a la historia no había necesidad de “sacrificar” a mi sucesor en 1994 “a la Aguilar Camín”. Creo que en ese caso hasta Zedillo estará de acuerdo. Tampoco fueron “contra la marea de la historia” las decisiones en materia de transparencia electoral que adoptamos para esa elección presidencial, como escribe Camín. En realidad esas innovaciones electorales fueron a favor de un notable avance democrático del país. Ahora Aguilar, igual que otros entonces cercanos a mi gobierno, opina en el sentido de que lo procedente hubiera sido hacer una serie de ajustes que supuestamente sanearan la economía y condujeran a cambio de régimen para proveer hacia la derrota del candidato del PRI. Pero en todo caso, entonces no pensaban lo mismo, o nunca me lo expresaron en las muchas reuniones de reflexión y de trabajo que sostuvimos. Por ejemplo, tal vez por sus mutantes afinidades, Aguilar no recuerda ahora la reunión que tuvimos en la tarde del 21 de agosto de 1994, el día de la elección presidencial, mientras se cerraban las casillas electorales en el país, sentados en el jardín de la residencia oficial de Los Pinos; ahí Aguilar me comentó su enorme satisfacción sobre la jornada electoral y enaltecía su excepcional preparación (todavía no sabíamos que la participación electoral, 78% del padrón, establecería un récord histórico). Entonces el intelectual me dijo que esa elección era “un avance sin precedente en la vida democrática de México”. Ahora en su artículo quiere construir un nuevo estereotipo. No es conveniente hacer recomendaciones para el presente sobre sucesos del pasado recordados sesgadamente o tan pobremente analizados.

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