15 may 2011

De la marcha al movimiento

Columna PLAZA PÚBLICA/ Miguel Ángel Granados Chapa
De la marcha al movimiento
Publicado en Reforma, 15 May. 11
Estoy seguro de que exigir el retiro de Genaro García Luna no fue la ocurrencia de un desinformado. El pedido buscó medir la reacción gubernamental en términos reales, más allá de la retórica, y cumplió su papel
La Marcha nacional por la paz con justicia y dignidad a que convocó el poeta Javier Sicilia, inmediatamente arropado por organizaciones y dirigentes civiles, es un hito en la historia mexicana. La inspiraron el dolor y la indignación pero va camino de superar esas emociones para convertirse en un vasto y activo movimiento que dé cauce a la protesta expresada en Cuernavaca, primero, en el camino de esa ciudad a la de México, y en la Plaza de la
Constitución. Este vasto espacio para la congregación ciudadana ha sido testigo de la reunión de muchedumbres que en diversos momentos de la historia decidieron no someterse al autoritarismo y, al contrario, avanzar en la búsqueda de libertad, justicia y democracia.
o ocurrido allí el domingo pasado, semejante a otras manifestaciones multitudinarias difiere de ellas porque se colocó la simiente para la movilización de la sociedad. Los participantes, fatigados por la caminata, doloridos por las causas que los condujeron a ella, sonrientes a pesar de ella porque se vieron en múltiples espejos y supieron que no están solos sino que comparten impulsos y avizoran metas comunes, no volvieron a su casa, después de la intensa jornada dominical, de nuevo a la rutina de la impotencia. Encontraron juntos que pueden ejercer un poder, y se disponen a utilizarlo para que México no siga siendo escenario de matanzas que generan desasosiego y terror.
Un medidor de la importancia de la marcha y el comienzo de la movilización es la reacción del gobierno y de sus voceros. Estos últimos no pudieron descalificar la iniciativa de Sicilia por un pudor elemental, pues no se puede negar al padre de un muchacho asesinado que proteste airado por ese crimen y sintetice en su expresión el hartazgo, el "estamos hasta la madre" de una enorme porción de la sociedad mexicana. Pero después del éxito de la marcha y los atisbos de la movilización, se dedicaron a demeritarlas. Utilizan para ello argumentos banales, como la mofa de que no se llenó el Zócalo, hasta señalamientos irresponsables y graves, calumniosos, de que la sonora crítica al gobierno, y en particular al presidente Calderón, surgió del crimen organizado o por lo menos causó en su seno regocijo. Se acusó a los organizadores de poblar artificialmente la marcha al dar cabida a grupos que persiguen fines propios y se montaron en la protesta generada por el dolor. Se ha dicho, en fin, que Sicilia ha sido rebasado, como si el acompañamiento que lo rodea le regateara un liderazgo que es indisputable. A él mismo se le achacó faltar a los consensos en su demanda de que renuncie el secretario de Seguridad Pública, que no fue consultada con otros organizadores de la caminata y se convirtió en una cortina de humo.
Pienso que ocurrió lo contrario. Estoy seguro de que exigir el retiro de Genaro García Luna no fue la ocurrencia de un desinformado. El pedido buscó medir la reacción gubernamental en términos reales, más allá de la retórica, y cumplió su papel. A pesar de que el propio Presidente se abrió al diálogo, y seguramente lo habrá, hasta este momento el gobierno elude sus responsabilidades y no ofrece respuesta alguna a las exigencias de los marchistas.
Sicilia no demandó la salida de cualquier funcionario. Se le reprocha no haber fijado su atención en los altos mandos militares, el general Guillermo Galván y el almirante Mariano Francisco Saynez, secretarios de la Defensa y de la Marina, tan responsables, dicen los defensores de García Luna, como este mismo de la política de seguridad pública. Entiendo por qué Sicilia mencionó únicamente a dicho secretario: porque si bien los tres funcionarios mencionados yerran en el combate al crimen organizado que se les ordenó emprender, la conducta personal de García Luna lo hace sujeto de una crítica que va más allá del análisis para lindar con la denuncia. No sólo debería abandonar su cargo, sino responder penalmente a innumerables señalamientos.
Al defender la actuación del secretario de Seguridad Pública el gobierno asumió con mayor claridad que nunca su plena identificación con ese funcionario, y disminuyó el valor de su aceptación al diálogo. No digo que éste carezca de importancia. Pero quienes acudan a él deberán tener presente que el gobierno reprobó el examen de congruencia al que lo sometió el poeta que organizó la marcha.
La marcha se tornó movilización y ésta será movimiento, a partir del pacto nacional que firmarán el mayor número de organizaciones civiles el 10 de junio en Ciudad Juárez, negro emblema de la violencia criminal y la inseguridad ciudadana. Con Sicilia presentaron y promueven las propuestas que son la médula del pacto: el obispo de Saltillo, don Raúl Vera, único miembro del Episcopado que parece vivir en la realidad y reaccionar ante ella para modificarla, y prestigiados activistas, como Emilio Álvarez Icaza, Clara Jusidman, Rogelio Gómez Hermosillo, los padres Gonzalo Ituarte y Miguel Concha. Muchas otras personas, especialmente las que desde el primer momento rodearon en Cuernavaca al poeta, y las que desde la inmensa geografía del dolor nacional vinieron a sumarse a la marcha, serán sin duda promotores de la movilización, antes y después de la firma del pacto.
El documento respectivo consta de tres partes: Razones y urgencia; visión común con exigencias mínimas y compromisos; y (acciones) para iniciar el camino. La primera es un diagnóstico que parte y concluye de considerar que México vive una emergencia nacional. La segunda se integra con seis exigencias, a las que se ha llamado ejes, que no pueden ser entendidas a plenitud sin su vínculo con la primera y la tercera partes. Ésta señala los primeros pasos y el calendario en que se producirán.
Las exigencias se emiten en primera persona de plural, y de modo reiterativo: exigimos verdad y justicia; exigimos poner fin a la estrategia de guerra y asumir un enfoque de seguridad ciudadana; exigimos combatir la corrupción y la impunidad; exigimos combatir la raíz económica y las ganancias del crimen; exigimos atención de emergencia a la juventud y acciones efectivas de recuperación del tejido social; y exigimos democracia participativa.
Para la satisfacción de estas exigencias los organizadores del movimiento proponen constituir, de inmediato, "espacios de reflexión y acción colectiva nacional", donde no sólo se discutan las propuestas del pacto sino se vislumbren otras nacidas del contacto con realidades vastas y diferentes. Con miras a la firma del pacto en Ciudad Juárez, se integrarán comisiones de verificación y sanción para cada uno de los seis ejes. Por ejemplo, en el último de ellos la comisión respectiva dará cuenta de cómo responde la Cámara de Diputados al emplazamiento de que "a más tardar en dos meses", apruebe la minuta de reforma política constitucional aprobada por el Senado, que establece la consulta popular, la iniciativa legislativa (sic, por ciudadana), las candidaturas independientes y la reelección inmediata de legisladores y alcaldes".

Luego del 10 de junio vendrá el diálogo con el gobierno. Éste ya lo había practicado con "la sociedad civil" en sus Diálogos por la Seguridad. Pero nunca llamó a ellos a las organizaciones de derechos humanos que constituyen la médula del nuevo movimiento. Sin invitados cómodos, se requerirán en el gobierno disposiciones de ánimo que no se conocen y no se han practicado.
El presidente Calderón, si como es debido participa en el diálogo público demandado por el movimiento por la paz, deberá atemperar sus tensiones. Durante su visita a Nueva York, cuando un dirigente de migrantes auguró que la guerra contra la delincuencia organizada no será ganada por nadie, Calderón se encrespó porque el diagnóstico no concuerda con el suyo.
Al volver, incurrió en desmesura e inexactitudes al compararse con Winston Churchill. Éste asumió la jefatura del gobierno británico en mayo de 1940, nueve meses después de iniciada la guerra, de modo que tuvo que encabezar una lucha en términos que no obedecían a su concepción del enfrentamiento con Hitler, enemigo algo superior a El Chapo Guzmán. Ufano sin causa aparente, ante un público cautivo (los delegados de su gobierno), Calderón se ve victorioso en la lucha contra el crimen como Churchill triunfó contra el nazismo. La comparación puede implicar un augurio desastroso: después de la victoria, en 1945, Churchill y su partido fueron derrotados en las urnas.

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