18 oct 2011

Gracias, Miguel Ángel/Guadalupe Loaeza

Gracias, Miguel Ángel/Guadalupe Loaeza
 Reforma, 18 octubre 2011.- La primera persona a quien le entregué mi primer texto periodístico fue a Miguel Ángel Granados Chapa. Recuerdo muy bien la fecha, porque sin duda fue un parteaguas en mi vida, fue el martes 21 de agosto de 1982. Debido a los temas que empezaría a abordar en el Uno más uno, el entonces subdirector del diario estuvo de acuerdo con que los firmara con un seudónimo, Clara Garay. Pasaron muchas semanas para que finalmente tuviera un espacio definitivo en el periódico, sería todos los sábados en la sección Cultura. En el mes de octubre de ese mismo año, la primera persona a quien le entregué mi primera entrevista para su publicación fue a Miguel Ángel Granados Chapa; mi entrevistado era el líder de los ferrocarrileros, Demetrio Vallejo. El primero en invitarme al primer mitin por la libertad de expresión (junio de 1983) ante el monumento a Francisco Zarco fue Miguel Ángel Granados Chapa. "El derecho de reunión es la esencia de un régimen democrático", me decía muy serio mientras tomábamos un café en el Kiko en San Cosme; era la primera vez que escuchaba conceptos de esa naturaleza, pero sobre todo dirigidos a mi persona de boca de uno de los mejores periodistas de México. A partir de esa fecha, todo lo que hacía respecto a mis pininos periodísticos era por primera vez y siempre gracias a Miguel Ángel: la primera vez que formaba parte de un grupo de periodistas que renunciaba al Uno más Uno para formar un nuevo periódico; la primera vez que participaba en un comité para la organización de su fundación; la primera vez que votaba en mi vida y por un partido de izquierda; la primera vez que asistía a las reuniones de los consejeros ciudadanos, del primer IFE; la primera vez que colaboraba, semana a semana, en una revista de oposición como era Mira; la primera vez que me involucraba personalmente con los damnificados del temblor de 1985; la primera vez que apoyaba plenamente a un candidato a la Presidencia por el PRD; la primera vez que asistía a las manifestaciones en el Zócalo para protestar contra el fraude electoral contra el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas; la primera vez que hablé en público en San Luis Potosí, para apoyar al doctor Salvador Nava; la primera vez que un testigo fundamental, como era Miguel Ángel, me explicara con todo lujo de detalle el golpe de Excelsior; y la primera vez que conocía a alguien que quería tanto a México (especialmente a Hidalgo, su estado natal), que se preocupara genuinamente por su país desde su trinchera y que se entregara con esa pasión a su oficio.
Gracias a Miguel Ángel, empecé a conocer otro México, pero sobre todo otros mundos y otros valores. Comenzaba a entender, de más en más, los conceptos con los que el periodista vivía todos los días. Nunca se me olvidará el primer editorial de La Jornada (19 de septiembre de 1984), que escribió (en menos de media hora) con el título: El deber y la vocación: "La parcela que nos toca cultivar es el periodismo. Ejercerlo es al mismo tiempo vocación y deber; gratificante forma de realización humana y modo de acción política... Este oficio cívico, sin embargo, sólo adquiere cabal sentido con la participación social. Siempre es así pues sin los lectores la información pública es piedra lanzada al vacío. Pero lo es doblemente en nuestro caso. Porque La Jornada aparece hoy como resultado del esfuerzo creador, construcción de una importante porción de la sociedad civil".
Gracias a Miguel Ángel, vi en varias ocasiones a don Francisco Martínez de la Vega, a don Manuel Buendía, a don Alejandro Gómez Arias, don Julio Scherer, Carlos Pereyra y Heberto Castillo; seis personajes fundamentales del México democrático. Conocí a políticos mexicanos de primera como Miguel Limón, Fernando Solana, Heladio Ramírez, Humberto Lira Mora, Socorro Díaz, Porfirio Muñoz Ledo, etcétera. Fui a comer a casa de Iván Restrepo, platiqué con Margo Su y conocí a Margo Glantz, Humberto Musacchio y por supuesto Carlos Monsiváis. Gracias a Miguel Ángel, fui por primera vez a la Cueva de Amparo Montes, canté con Pepe Jara y escuché a Emma Elena Valdelamar. Leí por primera vez al poeta Efraín Huerta, a Renato Leduc, Andrés Henestrosa, a José Vasconcelos y conocí las ruinas de Tula y las playas del estado de Jalisco. Gracias a Miguel Ángel, conocí por primera vez el salón Los Ángeles y el teatro Blanquita. Bailé al son de Pedro Navajas y El Negro José y fui varias veces al "Unicornio" a ver a Germán Dehesa.
"Dar cumplimiento" era la consigna de Miguel Ángel Granados Chapa. Ésa fue la primera lección de vida que aprendió de su madre que tanto quiso y admiró. En su caso, la llevó hasta sus últimas consecuencias. Su último texto se publicó el viernes, el último día de la semana, dos días antes de morir. Miguel Ángel se fue un domingo, día de descanso, sin embargo, seguramente fue el día en que más trabajó en su vida porque tuvo que despedirse (con el pensamiento) de los miles y miles y miles de lectores que lo leían con fervor. No hay duda, durante 15 años Miguel Ángel me cambió el rumbo de las cosas, me cambió para bien y me cambió para que encontrara mi vocación de escritora y periodista. Me dio otra identidad. Sin hipérbole, podría decir que hasta me cambió el nombre: "Tú no eres 'Lupita' como te llama tanta gente. Tú eres ¡Guadalupe!", me dijo un día.
Por todo lo anterior, hoy le quiero decir, de todo corazón, gracias, Miguel Ángel.

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