14 nov 2011

¿Controlamos nuestras Vidas?

¿Controlamos nuestras Vidas?/JENNY MOIX
El País Semanal, 13/11/2011;
Historia uno: "Apresurada, bajaba las escaleras hacia el andén. Una niña subía por ellas; tuvo que desviarse levemente para no tropezar con ella. Por un segundo no llegó a tiempo. Tuvo que esperar el siguiente metro. Cuando llegó a casa, se encontró a su pareja atendiendo sus quehaceres habituales". Historia dos: "Apresurada, bajaba las escaleras hacia el andén; llegó justo antes de que se cerraran las puertas. Subió al metro y al llegar a casa, antes de lo habitual, pilló a su pareja con otra mujer". Quien haya visto la película Dos vidas en un instante reconocerá que estas historias se basan en ella. El resto del filme es el transcurrir de las dos vidas que hubiera tenido la misma persona cogiendo o no ese metro. Existencias totalmente opuestas. Desencadenadas por la niña que subía por la escalera. ¿Increíble? No. Nuestra vida es así.
Los caprichos del universo
" Todas las cosas están unidas entre sí, de tal modo que no puedes agitar una flor sin trastornar una estrella" Francis Thompson
Si damos marcha atrás mentalmente y analizamos nuestro devenir, nos damos cuenta de que, en cierto modo, parecemos mecidos por el viento. Pensemos en por qué vivimos en nuestra casa o por qué trabajamos donde lo hacemos. Podemos encontrar respuestas del estilo: "Decidimos vivir en esta casa porque un día fuimos a una obra de teatro y al pasar por esa calle, la vimos en venta y nos encantó. Y decidimos ir a esa actuación porque por casualidad esa semana nos encontramos a Pepito y nos la recomendó. Hacía años que no veíamos a Pepito".
Cualquier acción por nimia que sea puede acarrear consecuencias insospechadas. Estamos aquí porque nuestros padres el día de nuestra concepción se dedicaron a sus afanes amorosos; si ese día hubieran ido al cine... Somos hijos del azar. O, dicho de otra forma, el destino lo tejen variaciones infinitesimales de factores que a veces ni conocemos.
En ocasiones, sobre todo cuando sucede alguna desgracia, a nuestra mente le puede dar por torturarnos: "¿Y si no lo hubiera llamado? Entonces no habría ido a... y no hubiera tenido el accidente".
Una de las asignaturas que imparto en la universidad se llama educación para la salud. Les explico a mis alumnos cómo deben motivar y enseñar a las personas a comportarse de una forma saludable: alimentación sana, ejercicio físico, reducción del estrés... Mejorar la salud es un objetivo bienintencionado, pero la intención no es lo único que cuenta. Si los profesionales nos pasamos la vida mandando mensajes del tipo: "No bebas", "Come más verduras", "Haz más deporte"..., ¿qué puede pasar cuando alguien enferma? ¡Que se sienta culpable! Enfermo y encima cargando con el peso de que quizá no ha comido suficientes lechugas. La salud y la enfermedad no dependen únicamente de nuestra conducta; también hay factores ambientales y genéticos. Tenemos que cuidarnos, claro está, pero no caigamos en la trampa de tener como certeza que la salud depende completamente de nosotros. Nada depende enteramente de nosotros. Tenemos que ser proactivos, cuidar nuestra salud y perseguir nuestros anhelos, pero teniendo en cuenta que en el universo puede haber una mariposa volando que interfiera en nuestros planes.
¿Control o ilusión?
"La mente es un profundo océano, pero nosotros solo logramos ser conscientes de la leve espuma de la superficie" (Henry Laborit)
Al orgullo que caracteriza nuestra especie siempre le queda pensar que aunque no puede controlar del todo lo de fuera, sí controla "lo de dentro". ¿Realmente controlamos lo que pensamos, lo que decidimos? Uno de los experimentos más conocidos al respecto fue realizado por Libet en la década de los ochenta. Antes de flexionar un dedo, en el cerebro se produce una determinada actividad eléctrica denominada "potencial de disposición" 550 milisegundos antes de que se lleve a cabo el movimiento.
Los sujetos del experimento estaban colocados ante un cronómetro que debían ir mirando e indicar en qué momento decidían mover el dedo. Esto es, tenían que señalar en qué posición se hallaba la aguja del cronómetro al tomar la decisión. El sorprendente resultado fue que la decisión se tomó 350 milisegundos después del potencial de disposición. Resumiendo: nuestro cerebro se dispone a mover el dedo, luego nos da la sensación de que lo decidimos conscientemente y finalmente lo movemos.
Cuando pensamos que estamos tomando una decisión, en realidad no hacemos más que contemplar una especie de vídeo interno retardado (concretamente, 300 milisegundos) de la auténtica decisión que tuvo lugar inconscientemente en nuestro cerebro. No es que las decisiones las tome nuestro vecino; las tomamos nosotros, pero no nuestra parte consciente, sino la inconsciente. Parece que nuestro yo consciente sea un puro observador. La conclusión de este estudio puede resultar difícil de encajar a nuestra parte prepotente.
Nuestra reacción ante este tipo de evidencias la retrató a la perfección Sigmund Freud: "En el transcurso del tiempo, la humanidad tuvo que soportar tres grandes atentados de manos de la ciencia contra su ingenuo amor propio: el descubrimiento de que nuestro mundo no es el centro de las esferas celestes, sino un punto en un vasto universo; el descubrimiento de que no se nos creó de forma especial, sino que descendemos de los animales, y el descubrimiento de que a menudo nuestra mente consciente no controla nuestra forma de actuar, sino que simplemente nos cuenta un cuento sobre nuestras acciones".
Justificaciones inventadas
"Primero hacemos las cosas y después las justificamos" (Juan José Millás)
Nos cuesta mucho digerir que nuestro cerebro decide por nosotros, pensamos que decidimos conscientemente. Cuando preguntamos a alguien el porqué de su comportamiento, pocas veces nos dirá que no lo sabe muy bien, en bastantes ocasiones nos dará una explicación y normalmente muy lógica. Muchos estudios demuestran lo patéticas que pueden resultar estas justificaciones.
Uno de ellos es el realizado por Peter Johansson y Lars Hall en el año 2005. Los investigadores mostraron a los participantes parejas de fotografías para que eligieran aquella cara que les pareciera más atractiva. Cada sujeto debía escoger y justificar su elección. Lo que no sabía es que, mediante un sencillo juego de manos, el experimentador había cambiado su primera opción por la contraria. Esto es, entregaba al sujeto la cara que precisamente no había elegido. Así que el participante acaba justificando la elección que nunca había hecho. El 70% de los participantes no se percataron del engaño e inventaban los motivos. Uno podía decir, por ejemplo, que elegía una cara porque le gustaban las mujeres con gafas y haber elegido la foto de una mujer sin gafas. En nuestras vidas, ¿cuántas justificaciones nos debemos sacar del bolsillo?
Parece que no controlamos mucho ni lo de fuera ni lo de dentro. Y, sin embargo, vivimos como si todo dependiera exclusivamente de nosotros. Así, tenemos tendencia a sentirnos culpables por infortunios moldeados por corrientes invisibles, a desilusionarnos cuando no se cumplen nuestras detalladas expectativas, a rompernos la cabeza indagando porqués cuando se esconden en los designios inescrutables de nuestros pensamientos subterráneos... Si fuéramos más humildes respecto a nuestra capacidad de control, sufriríamos menos.
Ya lo dijo Oscar Wilde en el Retrato de Dorian Gray: "La vida no la gobiernan ni la voluntad ni la intención. La vida es una cuestión de nervios, de fibras y de células lentamente elaboradas en las que se esconde el pensamiento y donde la pasión tiene sus sueños. Quizá te imagines que estás a salvo y te crees fuerte. Pero un matiz causal de color en una habitación o en el cielo de la mañana, o un perfume particular que una vez te gustó y que te trae sutiles recuerdo, un verso de un poema olvidado con el que de nuevo tropiezas, una candencia de una obra musical que hayas dejado de tocar... Te digo, Dorian, que es de cosas como esas de las que dependen nuestras vidas".
No hay mal que por bien no venga
Un día, el emperador Akbar y su gran visir Birbal salieron camino de la selva. Iban a la caza del tigre de Bengala. El emperador marchaba delante, pero -¡qué mala suerte!- se disparó el fusil y se hirió en un dedo. El visir Birbal le entablilló el dedo. Mientras lo hacía, le animaba con una serie de reflexiones muy sencillas:
-Majestad, nunca sabemos qué es lo bueno y qué es lo malo. Qué sabemos de lo que puede sucederle gracias a la herida. El emperador montó en cólera; no podía aguantar filosofía barata y arrojó a un pozo a su gran visir y siguió su camino por la selva. Pero le salió al encuentro un grupo de guerreros salvajes que buscaban una víctima digna para ofrecer a sus dioses. Cuando todo estaba preparado para el sacrificio humano, el hechicero se acercó al emperador y en cuanto se dio cuenta de la mano herida lo rechazó; no se podía ofrecer a los dioses una víctima que no fuera perfecta. Así fue como el emperador quedó libre de nuevo.
Mientras que Akbar caminaba por el sendero, comprendió la sabiduría de aquellas palabras de su visir: lo que al principio parecía malo, había sido muy bueno para él. Lloró de rabia y se inclinó de rodillas delante del pozo donde había arrojado a su fiel amigo. Pero Birbal no había muerto. Le sacó lleno de alegría y se arrojó a sus pies pidiéndole perdón. El visir le contestó: "Majestad, no tiene por qué pedirme perdón; le debo la vida. Si no me hubiera arrojado al pozo, nos habrían capturado a los dos; su majestad se habría librado, pero yo sería ahora la víctima del sacrificio".

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