Desarmando a Bartra
Publicado en la revista Proceso 1827, 6 de noviembre de 2011
La Redacción
Respuesta de Enrique Krauze
Armando Bartra es mi fiel lector. Lee Letras Libres (donde ha colaborado), lee mis libros, lee mis artículos, lee mis textos perdidos en la web. Lee hasta lo que no escribo para confirmar su idea de lo que pienso. En Bloomberg View dije que, al menos en tres casos (el PSOE español, Ricardo Lagos en Chile y Lula en Brasil), la izquierda ha sido la única corriente política capaz de introducir reformas que logren la modernización económica con justicia social en el marco de una democracia; y que eso en México puede encabezarlo Marcelo Ebrard.
Si ver en Ebrard un buen candidato es una postura “derechista”, Bartra tendría que considerar “derechistas” a todos los firmantes del manifiesto aparecido en El Universal, el jueves 3 de noviembre. ¿O es que Ebrard representa para él uno de esos “políticos tibios y moderados que desde la izquierda trabajan para la derecha” a que alude su texto de Proceso?
Armando Bartra admite que califiqué de “terrible” el golpe de Estado contra Allende. Y, para convencerse de que no lo creo, tijeretea este párrafo: “El desenlace por todos conocido fue terrible. Con el apoyo de Estados Unidos (que con esa acción coronaba su desprestigio histórico en América Latina) un golpe de Estado derrocó al gobierno de Allende. Una ola de ira casi recorrió la región: estaba hecha de frustración, odio antiimperialista, voluntad de poder, de venganza y sacrificio.”
Esta cita era el corolario de una anterior que Bartra omite y en la que aludía yo “al odio histórico contra Estados Unidos, ganado a pulso por ellos mismos, desde fines del siglo XIX y refrendado en la intervención directa del gobierno de Nixon en el golpe que derrocó en 1973 a Salvador Allende”.
¿Dónde está mi “justificación” del golpe?
En los ojos de Armando Bartra. Algo similar ocurre con mi acercamiento dizque “descaradamente justificatorio” del golpe contra Chávez. En mi libro recogí testimonios de varios actores de la vida pública venezolana, tanto partidarios como opositores al régimen. Uno de esos testimonios es el de un sacerdote que acompañó a Chávez en las horas inciertas del golpe. La glosa de ese testimonio (que Chávez conoció y no desmintió) revela su oscilación psicológica en aquel trance, pero en absoluto puede implicar un apoyo a aquel golpe. Todo lo contrario. La cita completa, que Bartra también prefirió omitir, es ésta: “La situación es confusa: el Alto Mando Militar anuncia en los medios que ha pedido la dimisión al presidente y éste ha accedido, pero el punto crucial es que la renuncia nunca se materializa. Por eso, aunque algunos aducen un “vacío de poder”, los hechos configuran un injustificable golpe de Estado”.
¿Dónde está mi “justificación”?
En el caso del movimiento zapatista, Bartra pepena una cita mía del historiador Juan Pedro Viqueira incluida en el ensayo “El profeta de los indios” (publicado en el primer número de Letras Libres) para tacharme de “racista”. Ese ensayo no debe de haberle parecido tan mal a Bartra, porque al poco tiempo, en junio de 1999, colaboró en Letras Libres con un bonito artículo sobre la fotógrafa Flor Garduño. La cita de Viqueira aludía a la intolerancia y la violencia de algunos usos y costumbres entre los indígenas. Si señalar ese rasgo es prueba de racismo, entonces habrá que concluir que Monsiváis y Marcos son racistas.
En una conversación entre ambos que cito en mi libro Redentores, Marcos, cuestionado por Monsiváis, llegó a aceptar lo siguiente: “Algunos usos y costumbres no sirven a las comunidades indígenas: la compraventa de mujeres, el alcoholismo, la segregación de las mujeres y jóvenes en la toma de decisiones colectivas, que sí es más colectiva que en las zonas urbanas pero es también excluyente. Hay que eliminar el alcoholismo, la venta de mujeres, el machismo, la violencia en el hogar.”
Sobre el obispo de Chiapas escribí: “Su memoria, en no pocos mexicanos, convoca respeto y aún reverencia. Dada la dirección actual de la Iglesia es improbable que llegue a ser canonizado. Pero para los indios en la diócesis de Chiapas, el recuerdo de don Samuel permanecerá al lado de fray Bartolomé de las Casas, como su segundo apóstol.”
¿Donde está la denigración de Samuel Ruiz y de los indios?
Por lo que hace al Subcomandante Marcos, en el ensayo que le dedico en Redentores trazo su filiación legítima y directa con José Carlos Mariátegui. Mis palabras finales sobre Marcos son éstas: “Marcos, según se dice, padece una enfermedad a pesar de la cual –se rumora también visita con frecuencia La Realidad, cuartel que sin los reflectores internacionales es muy distinto al que fuera en los años noventa. También la realidad mexicana de hoy es muy distinta, más cruda y violenta que la de esa época, pero un poco más sensible a la postración de los indios. Y la conciencia de esta realidad es algo que los mexicanos debemos a aquel estallido sorprendente del 1 de enero de 1994, a la prédica de Samuel Ruiz y al tránsito fulgurante del Subcomandante Marcos por el escenario de la historia.”
¿Dónde está la denigración a Marcos y a su movimiento?
Lamento no haber escrito el libro que Bartra necesitaba para confirmar sus prejuicios. Si un alma caritativa se acomide a leerle Redentores, encontrará temas que lo perturbarán aún más: dos ensayos sobre Martí y Rodó que fundamentan el agravio histórico iberoamericano frente al imperialismo estadunidense; un ensayo elogioso sobre Mariátegui, el gran ensayista y editor peruano que escribió sobre Marx, Freud, la vanguardia literaria y el indigenismo; y un ensayo comprensivo sobre la significación mítica del Che Guevara.
Quizá debería leer el texto sobre Octavio Paz en mi libro. Allí encontrará a un pensador que supo confrontar sus pasiones e ideas con los hechos, para concluir que la izquierda latinoamericana necesitaba una profunda autocrítica que le permitiera ver de frente los horrores de los regímenes comunistas y para recobrar sus raíces liberales. Con la izquierda, Paz compartía muchas cosas: su desconfianza del liberalismo económico ortodoxo, su sensibilidad social, su raigambre romántica, su amor y respeto al México campesino. Pero los que prefieren no abrir los ojos le contestaron con descalificaciones y escupitajos. El diálogo civilizado entre el liberalismo y la izquierda puede ser muy útil en sí mismo y para apartarnos de tres caminos deplorables: la restauración autoritaria, el redentorismo caudillista y el continuismo mojigato. A estas alturas de su vida, no seré yo quien convenza a Armando Bartra sobre la necesidad del diálogo. Pero la voluntad sigue ahí, sin dobleces, sin adjetivos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario