8 ene 2012

Carta al cardenal Norberto Rivera

Carta al cardenal Norberto Rivera sobre las reformas propuestas
Palabra De Lector
Publicado en la revista Proceso # 1836, 8 de enero de 2012
Señor director:
Le agradeceré publicar la siguiente carta, dirigida al cardenal Norberto Rivera.
Señor cardenal: estamos de acuerdo. A partir de las recientes propuestas de modificación al artículo 24 constitucional me he preguntado: ¿quién pierde y quién gana con ellas? No creo que estos intentos pretendan derrumbar el carácter laico del Estado mexicano, ni rescatar antiguos privilegios de la Iglesia católica. ¿Pero qué pasaría si en la redefinición de la laicidad mexicana estas reformas fueran más allá y lucháramos juntos por hacer tangibles no únicamente el derecho a la libertad de conciencia, sino también el resto de los preceptos humanitarios?
Comparto con usted la idea de que lo público se convierta en sagrado, dado que por reciprocidad lo sagrado se convertirá en público. Imagínese, señor Rivera, que ahora que ustedes podrán llevar su fe a las calles, nosotros podremos llevar nuestra razón crítica a sus templos. Eso es una muestra de civilidad de la nueva Iglesia que ustedes promueven. Si esos espacios antes sagrados han perdido su razón de ser como “casa de Dios” y las religiones se han vuelto callejeras, deberemos pugnar por que todos los templos se conviertan en bienes públicos, transformándolos en museos, bibliotecas, teatros o salas de conferencias. ¿Le gusta la idea, señor Rivera?
Total, ya perdida la razón de ser de los templos, podemos utilizarlos como sitios de performance, salas de exposiciones o espacios para presentar obras de teatro como Gang Bang, que aborda la crisis católica de valores. Eso sí, cobrando la entrada como si fuera misa para político (usted sabe a qué me refiero). ¿Le parece que con los fondos recaudados compremos ejemplares de la Constitución mexicana, de los Evangelios apócrifos o tratados  filosóficos como los de Baruch Espinosa y los distribuyamos gratuitamente en la entrada de los templos para apuntalar ese llamado que con justicia hacen ustedes a la libertad de conciencia?
Quizás hasta se podrían sustituir las lastimosas imágenes religiosas de sus templos por otras obras artísticas diversas. Si le parece, señor Rivera, los nichos que ocupan esculturas de santos y vírgenes y crucificados podremos usarlos para otras de Afrodita, Pan y Eros o la prehispánica Tonantzin.
¿Le puedo sugerir otra cosa? Los cánones señalan que quien exige derechos está obligado a otorgarlos. Con esta modernización o redefinición de la laicidad que ustedes impulsan, coincidirá conmigo en que los derechos reproductivos deberán ser respetados. Eso, señor Rivera, evitará las feas confrontaciones en temas como el aborto, permitiéndonos como sociedad transitar desde el ¿por qué hacerlo? al ¿cómo hacerlo? Seguramente también coincidirá conmigo en que la nueva laicidad del Estado mexicano incluye la diversidad sexual y familiar, las que deberán ser respetadas y explicadas en todos los espacios públicos, evitando anatematizar las más de cinco expresiones sexuales no convencionales existentes y desechando el modelo único de familia.
Una cosa importante: se tendrá que terminar con el celibato antinatural que por motivos económicos implantó la Iglesia. Con esto pondremos un candado más a las perversas tentaciones de la pederastia cobijada desde los confines del mismísimo infierno.
Le tengo otra propuesta: dado que la nueva laicidad que ustedes promulgan incluye los derechos de las mujeres enmarcados en el principio de igualdad, habrá que acabar con el machismo desde sus bases religiosas, derrumbando el castrante paradigma patriarcal. ¿Se imagina usted que las monjas dejaran de ser la servidumbre no asalariada y sometida por razones confesionales, para poder escalar jerárquicamente como sacerdotisas, “arzobispas”, “cardenalas” y papisas?
Si me permite una sugerencia más: en sus homilías ahora callejeras, ustedes deberán abordar temas sobre los derechos humanos universales, particularmente los referidos a los niños, las mujeres y personas con capacidades diferentes.
Lo que sí creo necesario es que usted ofrezca una disculpa pública por los abominables casos de violaciones y vejaciones infantiles ocurridos en sus templos desde siempre, castigando además a culpables y encubridores.
Le confieso que me preocupa eso de que los ministros religiosos quieran acceder al poder político. Y es que forzosamente dejarán de ser lo que son, dado que tendrán que abjurar públicamente del voto, promesa y juramento de servir única y fielmente al jefe de otro Estado: el Papa. También consideremos que las diferentes expresiones políticas deberán tener accesos a sus homilías públicas para ofertar su propuesta por aquello de la equidad electoral en la construcción de la democracia basada en la laicidad que ustedes atinadamente impulsan.
No será fácil luchar contra retrógradas, señor Rivera, pero tendremos que hacerlo. La nueva laicidad es ya un compromiso no únicamente del Estado, sino de esta sociedad diversa de la que formamos parte. Seguramente con todo ello ¡estamos de acuerdo, señor cardenal! (Carta resumida.)
Atentamente
Pablo E. Alarcón Chaires

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