La delincuencia
en la República de Venezuela/ Kevin Casas-Zamora, ex
vicepresidente de Costa Rica, es director de la Iniciativa Latinoamericana de
la Brookings Institution.
Traducción de Kena Nequiz
Project Syndicate, 15/02/12):
El reciente secuestro de Carlos Pujalte, embajador de México en Venezuela da
una muy mala imagen de la decadente seguridad pública venezolana. El año pasado varios diplomáticos sufrieron la
misma suerte en Caracas, capital de Venezuela.
En años recientes, el índice delictivo de
Venezuela ha aumentado más que el de cualquier otro país latinoamericano.
En 1998, cuando se eligió por primera vez al presidente Hugo Chávez, se registraron 4,550 asesinatos. Para 2011 esa cifra se había disparado a 19,336 –un número impactante que supera el total de asesinatos en los
Estados Unidos y en la Unión Europea combinados.
Actualmente, con una tasa de homicidios de 67 de cada 100,000 personas, sólo Honduras y El Salvador superan a Venezuela. La situación es especialmente grave en Caracas, que muy probablemente se ha convertido
en la ciudad más peligrosa del mundo. Registra aproximadamente 210
asesinatos por cada 100,000 habitantes, por lo que la tasa de homicidios de la
ciudad ahora ha rebasado la de Ciudad Juárez, México –primera línea de batalla de la guerra contra las drogas en América Latina.
La debacle de seguridad en Venezuela es aleccionadora y trágica al mismo tiempo. Es una enseñanza sobre los límites de las explicaciones, recetas y predicciones fáciles cuando se trata
el tema de la criminalidad.
Las narrativas comunes sobre los altos niveles delictivos en América Latina señalan la desigualdad en el ingreso como el problema de
fondo, y mayores niveles de desarrollo humano como la solución principal. Dichas opiniones no han salido de la nada: hay una marcada
relación empírica positiva entre la desigualdad y la delincuencia en
casi en todo el mundo.
De hecho, incluso factores que están relacionados con
la delincuencia en general pueden tener un poder de predicción limitado en determinadas circunstancias. Los delitos tienden a ser
idiosincrásicos y están vinculados con dinámicas sociales
complejas que no tienen soluciones uniformes o fáciles.
La violencia criminal es un síndrome en el que convergen muchos factores que se
refuerzan mutuamente de formas que generan problemas más grandes que la
suma de sus partes. En Venezuela, algunos de estos factores son atribuibles a las
políticas fallidas de Chávez, entre ellas el
colapso de las instituciones encargadas de aplicar la ley, el sistemático debilitamiento de los gobiernos locales y la participación creciente del país en el comercio de drogas (debido en parte a la política semioficial del gobierno venezolano de proteger a las FARC, la
narco-guerrilla colombiana.)
Sin embargo, si bien estos factores pueden ayudar a explicar los altos
niveles delictivos, no son los únicos. En efecto, el caso de Venezuela muestra que
simplemente no hay explicaciones fáciles y recetas generales para el enigma de delincuencia
en América Latina. La situación es
irreduciblemente desastrosa.
Hay reservas similares cuando se trata de pronosticar las ramificaciones
políticas de los niveles elevados de delincuencia. Tal vez la
pregunta más irritante en Venezuela sea por qué en gran medida Chávez no ha sido objeto de la ira de los ciudadanos. La delincuencia ya era
la preocupación más importante, por mucho, para los venezolanos justo antes
de que Chávez se reeligiera holgadamente en 2006. Actualmente, su
porcentaje de aprobación ronda el 60% a pesar de las horribles condiciones de
seguridad pública del país. Al parecer a los venezolanos les preocupa
profundamente la delincuencia pero en última instancia definen
sus preferencias políticas en torno a otras inquietudes, principalmente
relacionadas con el bienestar económico y las tendencias ideológicas.
Tal vez el deterioro de la seguridad de los ciudadanos es menos explosivo
en términos políticos de lo que a menudo se piensa. Después de todo, la noción de que los temas relacionados con la violencia son
suficientes para movilizar a las personas y expulsar a los gobernantes tiene
poco apoyo. Es difícil citar un ejemplo en el que deterioro de la seguridad
pública haya marcado la suerte de un partido gobernante en
América Latina. El problema de la delincuencia en Venezuela,
aunque desenfrenado, muy probablemente no hará caer a Chávez.
Dicha apatía política conduce a una conclusión deprimente: cuando
se trata de la delincuencia las personas se adaptan. Cambian su conducta,
aceptan una mayor intrusión en sus libertades civiles y adoptan una actitud de
desprecio creciente hacia el Estado de derecho. Las verdaderas implicaciones
políticas de la delincuencia se encuentran más en estas actitudes que en posibles golpes de Estado o resultados
electorales.
De acuerdo con el AmericasBarometer de 2010 (estudios que se centran en los
valores democráticos y en la economía en América Latina), 40% de los latinoamericanos apoyan la idea de que las
autoridades deberían tener la posibilidad de violar la ley cuando persiguen
a los infractores, mientras que 27% de las personas piensa que se debería hacer justicia con su propia mano. Más de cien millones
de personas en la región, por ende, se niegan a aceptar los principios básicos que sirven de fundamento al Estado de derecho y al monopolio del
Estado en el uso legítimo de la violencia.
Esas ideas son la verdadera amenaza –no para el gobierno de Chávez sino para la calidad de la coexistencia democrática en América Latina. El hecho de que la amenaza no sea visible hace que los efectos
corrosivos de estas actitudes sean mucho más difíciles de tratar.
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