19 may 2012

Francia: una alegría contenida/ Sami Nair

Francia: una alegría contenida/ Sami Nair, es profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
Traducción de M. Sampons.
El País | 15 de mayo de 2012
La elección presidencial ha revelado algo latente en Francia: una profunda crisis de confianza de la mayoría del pueblo ante las elites que lo representan. Más allá de la victoria de François Hollande, que no es una victoria del programa del Partido Socialista, y de la derrota de Nicolas Sarkozy, que es sobre todo un rechazo a su persona, debemos extraer tres lecciones. En primer lugar, la emergencia, en la primera vuelta, de un voto de protesta, tribunicio, que recuerda a los años 50, 60 y 70 del siglo pasado, cuando el Partido Comunista Francés representaba a toda una parte de las clases populares explotadas sin esperanza alguna de acceder al poder. Esta vocación fue utilizada con mucha inteligencia política por François Mitterrand con el proyecto de Unión de la Izquierda, que permitió, a la vez, reconstituir el Partido Socialista, integrar al electorado del Partido Comunista en una perspectiva realista de acceso al poder y, a continuación, destruir la influencia ideológica y política comunista tras la victoria de la izquierda en 1981. Es útil recordar esta experiencia para comprender, en un contexto del todo diferente, lo que probablemente sucederá ahora con el Frente Nacional.

 Este voto de protesta es colérico, determinado: o se reviste del progresismo del Frente de Izquierda (alianza de fuerzas socialistas, militantes de extrema izquierda y restos del Partido Comunista que han invertido toda su habilidad y su aparato de movilización en esta batalla) o representa a una constelación de fuerzas de extrema derecha y derecha xenófobas, gente sin ideología concreta pero desorientada ante los estragos de la crisis europea y de la globalización liberal. Estos dos “extremos” son, en realidad, cada vez más importantes en Francia. Se han hecho oír con fuerza en la primera vuelta, ya que representan aproximadamente a más del 30% del electorado.
En segundo lugar, y éste es un fenómeno nuevo, la extensión del voto en blanco y nulo y de la abstención (24, 59 %), que supera ya los dos millones de electores. Cifra importante, dada la politización de los ciudadanos franceses y de la elección presidencial, vivida tradicionalmente como un escenario refundador del vínculo nacional y republicano. Este fenómeno tiene un significado no solo simbólico sino también político: constituye una estrepitosa desaprobación por parte de ciudadanos formados, políticamente educados (sobre todo los votos en blanco y nulos), de los programas de partidos políticos centrales (la UMP y el PS).
En tercer lugar, esta elección pone en evidencia un dato cruel que no debemos negar: la izquierda es minoritaria en Francia. En la primera vuelta, toda la izquierda no supera el 44% de votos; no es sino por la adhesión de una parte del electorado centrista y de una delgada franja del electorado del Frente Nacional que ha podido superar el 50%. Esta es una realidad que, por lo menos, tiene dos significados estructurales: por un lado, sociológicamente, la izquierda no ha podido recuperar la influencia que tenía en los años 80 en el seno de las clases populares y medias bajas (¡el Frente Nacional, de extrema derecha, se ha convertido así en el primer partido obrero del país!); por el otro, la alianza electoral del PS y del Frente de Izquierda solo podrá esperar una victoria en las próximas elecciones si se abre al centro o logra dar de nuevo esperanza a quienes han votado en blanco, nulo o se han abstenido. La apuesta de Dominique Strauss-Kahn, ese liberal de “izquierda” que tanto gustaba al electorado de las clases medias, era la apertura al centro. En esta elección, Hollande se definió más a la izquierda; le resultará difícil construir un puente entre el centro y la izquierda de la izquierda. Porque, en la cuestión de la lucha contra la crisis, existe una divergencia insuperable entre ambos campos. François Bayrou, dirigente de un centro débil, representa en realidad al centro derecha, es decir, las clases medias altas y la burguesía liberal, que aceptan la política de austeridad y quieren sobre todo una fuerte liberalización del mercado laboral. Sus tropas tenderán pues a ir hacia la derecha. El Frente de Izquierda pondrá como condición para su apoyo al PS la obtención de un grupo propio en la Asamblea nacional, lo que le permitirá pesar en futuras orientaciones de la política presupuestaria y económica. Hollande no está cerca de resolver estas contradicciones, porque cosechó un pobre resultado en la primera vuelta de las presidenciales y no ha podido movilizar a los indecisos en la segunda.
Resumen del cuadro político el día después de esta elección: decepción ante los partidos clásicos, ascenso de los extremos, debilidad estructural de la izquierda. La campaña electoral, a pesar de los esfuerzos de los medios para “calentarla”, desarrollada en un ambiente moroso y, al menos en la izquierda, con menos entusiasmo que en las primarias organizadas en el Partido Socialista, ha conducido ciertamente a la victoria de François Hollande y a la derrota personal de Nicolas Sarkozy pero no, fundamentalmente, a la derrota de la derecha. Es por ello que en las próximas elecciones legislativas el problema de las alianzas volverá a ser central con unas fuerzas políticas que han sido silenciadas en la segunda vuelta de las presidenciales.
En la derecha está claro que un problema ya histórico debe ser resuelto: el Frente Nacional se ha convertido en una realidad permanente de la escena política nacional. No nos desharemos de él ni con facilidad ni con rapidez. Dos evoluciones son posibles: o desintegra a la derecha tradicional, como proclama oficialmente Marine Le Pen, aunque ésta es una hipótesis poco plausible de momento; o evoluciona de manera progresiva influyendo ideológicamente a la derecha, compartiendo con ella cada vez más valores (la puerta ha sido abierta de par en par por Sarkozy), y se convierte en un partido de una derecha populista “respetable”, a imagen del partido neofascista de Fini en Italia y, por tanto, un aliado necesario y aceptable de la derecha clásica. Esta es la evolución más probable, por la que trabaja Marine Le Pen. Situación que, por otra parte, confirma la evolución sociológica e ideológica hacia la derecha de la sociedad francesa. La paradoja es pues que la izquierda ha ganado las elecciones en un contexto de derechización de la sociedad francesa y europea. Y este resultado se debe en buena medida al rechazo a la persona de Sarkozy, que nunca ha entendido nada de la identidad profunda de esta sociedad.
En la izquierda, el problema principal es el de la reconquista del electorado popular, que ya no está encuadrado por el Partido Comunista y ha sido abandonado por el Partido Socialista, que quiere ser en primer lugar el partido de las clases medias. Este electorado se ha perdido en provecho del Frente Nacional desde mitad de los años 90. De él depende la renovación de la izquierda. Esta no tiene ni la ideología ni la estrategia capaz de hacerlo volver a su seno: ya no tiene capacidad utópica para ofrecer un futuro mejor al pueblo ni estrategia de terreno capaz de encuadrarlo, como hacía antes el Partido Comunista. De otra parte, no hay que olvidar que todo el éxito de antaño del Partido Comunista estaba basado en su vocación de ser un partido identitario, mientras que la izquierda de hoy aparece más bien como una fuerza de poder electoral sin identidad bien afirmada. Es esencialmente liberal en el plano identitario, lo que no empuja al electorado popular a reconocerse en ella. En realidad, la única vía que permitiría a la izquierda regresar a la centralidad entre esas clases es la vía republicana, que concilia de manera equilibrada a la vez derechos y deberes de los ciudadanos. Pero por mucho que lo quiera y comprenda, el Partido Socialista aún está lejos de tomar esta vía por su gran alejamiento del pueblo en nombre de la ideología democrática liberal de estos últimos 20 años. Las próximas elecciones legislativas no serán fáciles para la izquierda. Deberá volver a dar confianza al pueblo. Es un desafío, porque, como ha subrayado el profesor Javier de Lucas en un reciente debate en la SER, la alegría con que se ha acogido su victoria ha sido, a decir verdad, una alegría “contenida”.

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