29 oct 2012

La ruptura con Scherer, tal cual/Carlos Marín.

La ruptura con Scherer, tal cual/Carlos Marín.
Columna El asalto a la razón
Milenio, Lunes, 29 de Octubre de 2012
A mi salida de Proceso, hace 13 años, Alfaguara, Grijalbo y Cal y Arena me pidieron un libro sobre el semanario del que fui reportero cofundador, jefe de producción, consejero de redacción, copropietario y director de información en el transcurso de 22 años y medio. Me propuse no hacer una “denuncia” de nada ni contra nadie, sólo describir lo mejor y lo peor que viví en “la yema del huevo” de aquella publicación.
Eso de que “los dejamos encerrados y ganamos la calle” que decía en 1976 a nuestra salida de Excélsior (Vicente Leñero, en Los periodistas, escribió que fui “el radical de la causa”), me lo volví a aplicar el 23 de marzo de 1999.
Iba ya quizá en la tercera parte cuando mi aprensión por no querer lastimar al hombre que acompañé 26 años (lo dejé a mis 52) terminó por desalentarme.
La semana pasada, sin embargo, Julio Scherer García publicó una imprecisa y desmemoriada versión sobre mi salida.
Esta es la mía:
Don Julio, Vicente Leñero y Enrique Maza, socios capitalistas nuestros (jurídicamente y a partes iguales… aunque ninguno había aportado un centavo), nos emplazaron al que querían imponer en la dirección, a Enrique Sánchez España, a Froylán M. López Narváez y a mí, dizque para ver los problemas económicos de la empresa.
Esa tarde, la frase “¡Un director ya!” tapizaba las paredes de Fresas 13. Fue la consigna con la que desde el extranjero cinco corresponsales (cómo pataleaba la abusiva de París) atizaron el desenlace porque supieron que me proponía contratar a otros por nota previamente acordada en vez de seguir despilfarrando en ellos como 50 mil dólares mensuales.
También informaría sobre los convenios que yo había conseguido (el primero con Telmex y el más reciente con Pronósticos Deportivos) y que significaban unos 15 millones de pesos cada principio de año.
Para asombro de Froylán y mío, los apoderados legales y un inimaginable notario nos acechaban también.
El motivo de la junta ya era otro, dijo Scherer: “la redacción” elegiría un director entre su incondicional y yo.
Froylán habló para recordar lo que ya les habíamos advertido: si traicionaban el acuerdo patronal de conservar una dirección colectiva, ambos nos iríamos.
 “Nos citaron para otra cosa”, dije después. “Esta es una trampa con sello Excélsior, don Julio: jamás habíamos hablado entre nosotros ante un notario. No ando en campaña ni traigo pancartas; Proceso no es ejido, cooperativa ni municipio autónomo. No me prestaré a una farsa. Usted preside la empresa, nombre a quien quiera…”.
Scherer tocó una rodilla cercana: “Creo que usted será director…”, musitó.
Volví a levantarme: “A partir de este momento, don Julio, tomo vacaciones eternas…”.
Salí; después Froylán y, al día siguiente, otros veintitantos indignados.
Me fui a mi casa y minutos después me chismearon: Scherer dijo a la redacción que me había “tomado unas vacaciones”. Regresé para aclararles a reporteros y editores: “Ya me fui”.
Y porque Froylán y yo nunca nos creímos ni sentimos “dueños” de Proceso, cedimos nuestras participaciones accionarias: él se las regaló a Leñero y yo a Julio Scherer García.

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