20 jul 2013

Texto que debe leer Fox


Lo malo no es ser ignorante/José Herrera Peña, abogado e historiador.
  • Si Vicente Fox supiera leer, sería interesante que leyera el libro de Patricia Galeana titulado El Tratado McLane-Ocampo, la comunicación interoceánica y el libre comercio, CISAN-UNAM-PORRÚA, 2006.

Todos lo somos.

 Lo malo es emitir opiniones con base en la ignorancia, en lugar de informarse, como lo acaba de hacer Vicente Fox, al señalar: “Sostengo mi dicho, hay muchos cuestionamientos sobre la presidencia de Benito Juárez, el primero de ellos: el Tratado McLane-Ocampo, donde prácticamente entregó la soberanía del país a Estados Unidos, eso es casi una traición a la patria. Afortunadamente, los americanos no aceptaron esa propuesta del propio presidente Juárez”.
 1. Desconcierto ante la disputa
 Siendo estudiante de Bachillerato en el Colegio de San Nicolás, al leer los enconados ataques de los conservadores y las severas críticas liberales contra Melchor Ocampo, ministro de Relaciones del presidente Benito Juárez, por haber negociado un Tratado de Tránsito y Comercio con Robert McLane, embajador de Estados Unidos en México, quedé desconcertado. Era extraño que liberales y conservadores se pusieran de acuerdo para acusar a Juárez de traición. Por otra parte, al leer el Tratado McLane-Ocampo, me asombré de que Ocampo lo hubiera negociado y Juárez firmado. Luego entonces, es cierto que cedió a Estados Unidos, entre otras cosas, el derecho de paso ad perpetuam a sus ciudadanos, efectos mercantiles y tropas por el istmo de Tehuantepec, de un océano a otro.

 Sin embargo, cuando leí el Tratado de La Mesilla,, que le sirve de antecedente, aprobado y ratificado por el,presidente Antonio López de Santa Anna, de lo que me asombré es que siguiera juzgándose tan severamente a Ocampo, porque el paso de las tropas norteamericanas por Tehuantepec había sido estipulado por el artículo 8 de el Tratado de Límites entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, llamado Tratado de la Mesilla, no por el Tratado McLane-Ocampo. Y los derechos de tránsito por los pasos del norte del país habían sido autorizados por el presidente Ignacio Comonfort, no por Ocampo.
Mi asombro fue mayor por dos razones fundamentales: porque el McLane-Ocampo no fue ni es propiamente un Tratado en sí mismo, sino la ampliación del Tratado de La Mesilla, en lo que concierne al tránsito de tropas norteamericanas por el istmo de Tehuantepec, en cumplimiento del compromiso contraído previamente por ambos países, o como lo señala su texto, "una ampliación del artículo 8 del Tratado de 30 de diciembre de 1853".
Pero ni siquiera fue una ampliación, ni nada, puesto que no lo aprobó de inmediato el Senado norteamericano, y al acordar que se discutiera nuevamente seis meses después, el presidente Juárez se negó a ampliar la prórroga para que su discusión, así que de este modo puso fin al asunto.
Además, la cláusula del Tratado de La Mesilla, que hace referencia al compromiso de México para celebrar el “arreglo para el pronto tránsito de tropas y municiones de Estados Unidos” por Tehuantepec, fue derogada de común acuerdo, en abril de 1937, por los presidentes de México y EEUU, Lázaro Cárdenas del Río y Franklin D. Roosevelt, por medio del Tratado que deroga el artículo 8 del Tratado de Límites de 30 de diciembre de 1853.

2. Condenado sin juicio previo
Durante la guerra de reforma, liberales y conservadores buscaron el apoyo de las potencias extranjeras, a cambio de gravosas concesiones. Había que pagar el precio. De esta forma, los conservadores firmaron el Tratado Mon-Almonte, y los liberales, el McLane-Ocampo. El primero involucraba la intervención de España y Francia en los asuntos internos de México; el segundo, la de Estados Unidos. Los dos bandos se acusaron mutuamente de traición a la patria.
 Lo notable es que, mientras los conservadores defendieron con inteligencia el Tratado Mon-Almonte, buena parte de los liberales juzgaron con dureza el McLane-Ocampo. En efecto, al instalarse el Congreso mexicano como resultado del triunfo de la guerra de Reforma, el diputado presidente acusó de traición al presidente Juárez y exigió que se le turnara el expediente sobre el Tratado McLane-Ocampo. El Congreso acordó que se investigara la forma en que el presidente Juárez había utilizado las facultades extraordinarias que se le habían concedido para hacer frente a la situación. El gobierno envió al Congreso los documentos respectivos y Ocampo, que se había retirado a su hacienda de Pomoca, se mostró satisfecho de que se tratara el tema, a fin de exponer públicamente lo que se había negociado confidencialmente, y preparó sus notas y papeles; pero ya no tendría la oportunidad de hacerlo.
 Aunque las armas liberales habían triunfado, las conservadoras no habían sido exterminadas. Las primeras dominaban las ciudades del país, pero las segundas, aún desarticuladas y en forma de gavillas, se movían de un lugar a otro y subsistían como podían, en espera de mejores tiempos. La guerra, pues, seguía viva. Melchor Ocampo fue capturado por una de esas gavillas, acusado de traición y condenado a muerte, por haber firmado el Tratado que lleva su nombre. En su breve testamento escribió: "Muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país cuanto he creído en conciencia que era bueno".
 3. Conocer, antes de juzgar
 De acuerdo con la profecía de Humboldt, la nación que llevara a cabo la comunicación interoceánica en América, estaría llamada a convertirse en el centro del comercio internacional. Por eso, eliminada España de este escenario, dos potencias europeas en su apogeo, Gran Bretaña y Francia, y la naciente potencia americana, Estados Unidos, no sólo presionaron a los tres países poseedores de las zonas críticas para alcanzar dicha comunicación, México, Nicaragua y Colombia (a cuyo territorio pertenecía Panamá), sino también lucharon entre sí en busca de la supremacía.
 Estados Unidos había iniciado su expansión territorial en la primera mitad del siglo XIX, a costa de Francia, con la adquisición de Louisiana; de España, con la compra de la Florida, y de México, con la anexión de Texas, Nuevo México y California.
 Pues bien, en esos años se llevaron a cabo numerosas batallas diplomáticas por la comunicación interoceánica, entre ellas, la del embajador norteamericano Robert McLane con el canciller mexicano Melchor Ocampo, que fue una de las más difíciles y complicadas de nuestra historia (si no es que la más difícil), al haberse llevado a cabo entre un país fuerte, en plena pujanza, y un país débil, dividido y destrozado por la guerra civil, sin más destino que el de convertirse en protectorado, y en la que sólo el talento, el tacto y la habilidad diplomática del débil, compensó y neutralizó la agresividad del fuerte.
 En su libro sobre el tratado “imperfecto” (tratados imperfectos llaman los norteamericanos a los que no entran en vigor), la doctora Patricia Galeana plantea no sólo el tema militar, sino todos los asuntos involucrados en las negociaciones sobre el Tratado McLane-Ocampo, incluyendo el libre comercio (tema que empezaría a adquirir importancia en 1990), y en lugar de acusar, defender o criticar, hace historia: éste es el aspecto más constructivo y apasionante de su obra, porque al historiar, descubre y revela el proceso para llegar a los acuerdos. Y al revelarlo, pone en evidencia no sólo la agresividad diplomática del fuerte y las dignas y decorosas resistencias del débil, sino también el complicado y denso tejido de circunstancias -internas y externas- dentro del cual ocurrieron los hechos.
 Si Vicente Fox supiera leer, sería interesante que leyera el libro de Patricia Galeana titulado El Tratado McLane-Ocampo, la comunicación interoceánica y el libre comercio, CISAN-UNAM-PORRÚA, 2006.
 4. Los primeros tratados
 En 1848, por ejemplo, al negociarse el Tratado de Guadalupe Hidalgo, se instruyó al embajador norteamericano que ofreciera 30 millones de dólares, en lugar de 15, si además de Nuevo México y la Alta California, el gobierno mexicano concedía a Estados Unidos el derecho de paso por Tehuantepec; propuesta que fue rechazada categóricamente por los negociadores mexicanos, amparados en que el 1 de marzo de 1842, el gobierno mexicano había otorgado a José de Garay la concesión para construir una vía de comunicación por el istmo, accesible a todas las naciones del mundo, en el término de 28 meses.
 La empresa era de tales dimensiones, que de Garay pidió varias ampliaciones, todas las cuales le fueron otorgadas, hasta que el 7 de enero de 1847 transfirió sus derechos a los inversionistas ingleses Manning, Macintosh y Scheneider.
 En todo caso, los negociadores mexicanos alegaron que la concesión había sido transferida a Gran Bretaña, con autorización de México, por lo que no era posible establecer con EEUU ninguna negociación al respecto.
 Desde ese momento, EEUU consideraría menos oneroso adquirir la concesión de los británicos, que pagar algo a México; pero en noviembre de 1848, al no cumplir los concesionarios británicos con las condiciones del contrato, México anuló la concesión, un mes después de que una empresa de Nueva York la adquiriera, por lo que EEUU exigió a México que la respetara.
 Dos años después, en 1850, por el Tratado Letcher-Gómez Pedraza, México concedió el derecho de paso de mercancías y ciudadanos norteamericanos, escoltados por tropas de EEUU, por el istmo de Tehuanteoec, previo permiso del gobierno mexicano; pero rechazó la concesión de Garay y la circulación discrecional de tropas norteamericanas por cualquiera otra parte del territorio nacional.
 El gobierno de Washington no envíó dicho Tratado al Senado para su aprobación, a pesar de lo ventajoso que era para sus intereses, sino hasta que se reconociera la concesión de Garay. Ante la amenaza de que México firmara el Tratado en tales términos o el istmo sería ocupado por la fuerza, el canciller Lacunza dijo dramáticamente a su contraparte:
 "El gobierno de usted es fuerte, el nuestro es débil. Ustedes tienen poder para apropiarse de cualquiera parte de nuestro territorio… o de todo, si les agrada. No tenemos medios para resistir. Hemos hecho cuanto nos ha sido posible para contentar a su país. No podemos hacer más. La política así como el deseo de México es mantener con los Estados Unidos las relaciones más amistosas. No podemos conceder lo que se nos exige".

5. Tratados frustrados
 En 1851 se concluyó un Tratado casi igual al anterior, e incluso EEUU permitió que favoreciera a México en algunas de sus cláusulas; pero insistió que se reconociera la concesión de Garay, a menos que quisiera dificultades. Aunque las dificultades no se querían, México ya había declarado insubsistente dicha concesión, así que en abril de 1852, a pesar de sus bondades, el nuevo tratado fue rechazado por el Senado mexicano por 71 votos contra 1.
 En 1853 se firmó otro Tratado entre los dos países, que fue aprobado por el Congreso mexicano, pero no por el Senado norteamericano, porque omitía los privilegios de la concesión de Garay.
 Ese mismo año, el presidente Pierce anunció una política de expansión territorial “en defensa” de su país y anunció la adquisición de Cuba, que era colonia de España, y de los cinco estados fronterizos mexicanos y la península bajacaliforniana, mediante una oferta de compraventa o por cualquier otro medio. Por Cuba ofreció 130 millones a España, y por Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, Sonora y Baja California, 50 millones a México.
 Con el tiempo se modificarían las opciones, salvo Baja California y, al menos, La Mesilla, que era parte de Sonora; territorio necesario para tender las vías del ferrocarril de Brownsville a San Diego. Además, exigió la derogación del artículo 11 del Tratado de Guadalupe Hidalgo, y por último, revivió el asunto de Tehuantepec. Al mismo tiempo, surgió entre grupos políticos mexicanos el proyecto de establecer por métodos revolucionarios (con apoyo texano) la república de la Sierra Madre, formada por los territorios de todos los estados fronterizos de la República Mexicana.

6. El Tratado de La Mesilla
 En estas condiciones, el presidente Santa Anna cedió a EEUU el territorio de La Mesilla y retiró sus tropas del valle; aceptó que se derogara el artículo 11 del Tratado de Guadalupe Hidalgo, sin indemnización, que eximió a EEUU de la obligación de evitar las invasiones de indios salvajes de su territorio a las poblaciones mexicanas, y aunque no reconoció la concesión de Garay, otorgó en todo tiempo, es decir, a perpetuidad, el libre paso a ciudadanos, efectos y tropas norteamericanas de un océano a otro por el istmo de Tehuantepec. La modalidad para efectuar el paso de dichas tropas quedó pendiente y se acordó definirlo en un acuerdo posterior: éste sería el McLane-Ocampo.
 En 1857, el presidente Buchanan quiso obtener los territorios de Baja California, Sonora y Chihuahua y advirtió a México que no podía decidir nada de lo que concerniera a Tehuantepec, ya que había adquirido por el Tratado de La Mesilla un derecho que nunca y bajo ninguna circunstancia abandonaría, y que no tomara ninguna decisión sin su consentimiento; además, insistió que se amplíara dicho Tratado para asegurar su control sobre el istmo y decidir a su arbitrio su protección. El presidente Comonfort rechazó dos proyectos bajo tales lineamientos, pero concedió a EEUU el derecho de tender vías de ferrocarril que partieran de dos de sus puntos fronterizos y llegaran a varios puertos mexicanos del Océano Pacífico y del Golfo de California.. El gobierno norteamericano sugirió entonces dos Tratados, el de Tehuantepec y el de los territorios del norte; pero Comonfort dio golpe de estado y salió de la escena política e histórica.
 En 1858, el embajador Forsyth reconoció al gobierno conservador y le planteó las propuestas anteriores, pero fueron rechazadas. El canciller Luis G. Cuevas expresó:
"No es posible predecir lo que Estados Unidos y México serán dentro de 50 años. Una cosa cierta es que ni uno ni otro pueblo podrán disfrutar una felicidad duradera, ni conservar sus instituciones e independencia, si no son guiados por principios de equidad y justicia en sus relaciones mutuas".
 En 1859, en fin, en plena guerra civil entre liberales y conservadores, mientras estos dominaban no sólo la capital sino gran parte del país, y aquellos se refugiaban en Veracruz, Washington consideró que había llegado el momento de hacer progresar sus intereses. Ordenó que se bloquearan todos los créditos a los liberales, a fin de que quedaran más débiles, y de este modo, las negociaciones entre ellos fueran más fácilesj.

7. El Tratado McLane-Ocampo
 En estas condiciones, llegó el agente confidencial Churchwell ante el debilitado gobierno de Juárez y le reveló que el de EEUU quería la península de Baja California, el derecho perpetuo de tránsito desde El Paso hasta Guaymas en el Golfo de California y de un punto del Río Grande (Río Bravo) a otro de dicho golfo californiano, para tender vías de ferrocarril a través de Sonora y Chihuahua, así como el derecho perpetuo de paso a través de Tehuantepec: todo protegido por sus tropas.
 El ministro de Relaciones Melchor Ocampo replicó que para eso se necesitaba un Tratado entre ambos países y EEUU no podía firmarlo, porque ya había reconocido al gobierno conservador de Zuloaga, así que propuso que se reconociera el gobierno de Juárez como condición sine qua non para discutirse el Tratado. EEUU aceptó. De ese modo, logró lo más importante; es decir, el reconocimiento político y diplomático.
 Entonces, el secretario de Estado de EEUU nombró embajador a Robert McLane, quien al presentar sus cartas credenciales al gobierno mexicano, le advirtió que si no garantizaba la seguridad de los ciudadanos norteamericanos en México, su gobierno actuaría por cuenta propia. Ocampo, aprovechó la amenaza de intervención militar unilateral, para proponerle un tratado de alianza militar, ofensiva y defensiva, entre los dos países. En el fondo, buscaba comprometer a EEUU para que se convirtiera en aliado de México ante la inminencia de la intervención europea. No cedió ni un milímetro en el asunto de Baja California, pero se mostró dispuesto a negociar los tránsitos por el norte y por Tehuantepec, a cambio de una indemnización, porque México dejaría de cobrar los aranceles.
 Durante los meses siguientes se proseguirían las negociaciones, sin que las partes hicieran avanzar sus pretensiones. El Tratado debía celebrarse en cumplimiento de lo dispuesto por el de La Mesilla, que estipula su ampliación. así que el compromiso bilateral tenía que respetarse; pero al insistir McLane en la cesión de Baja California, por la que EEUU estaba dispuesto a pagar una indemnización (que el gobierno liberal de Juárez requería con suma urgencia), Ocampo le dijo que si quería hacer prosperar el asunto de Tehuantepec, separara el de Baja California, porque el Congreso mexicano jamás aceptaría un Tratado que implicara la cesión de territorio.
 Al mismo tiempo, le sugirió un convenio preliminar sobre escoltas binacionales por las rutas que corren del río Bravo a Mazatlán y de Tucson a Guaymas, para proteger las caravanas comerciales norteamericanas, asunto que ya había sido previamente autorizado por Comonfort, y su sugerencia fue aceptada por el embajador norteamericano.
 McLane alertó a su gobierno sobre la inminencia de la intervención europea. Ocampo le reiteró a ese respecto la necesidad de concertar un tratado de alianza defensiva y ofensiva entre ambas naciones, porque sólo así se justificaría el tránsito de tropas por el norte y por Tehuantepec, lo que es razonable entre aliados. Y con base en el principio de reciprocidad, agregó que las tropas mexicanas también tendrían derecho de paso por el territorio norteamericano. Sin embargo, en el artículo 5 de su proyecto puntualizó que ninguna de las dos repúblicas podría situar tropas en el territorio ajeno, sin autorización de la otra.
 Dada la inestabilidad de México, McLane consideró improcedente la alianza militar entre ambos países. A su juicio, EEUU tenía pleno derecho a proteger militarmente no sólo las rutas del norte y el istmo sino "todas las rutas existentes o que se construyan en adelante, ya sea que crucen el istmo o cualquiera otra parte de la república".
 Ocampo siguió rechazando el paso de tropas norteamericanas por el territorio nacional, sin previa autorización del gobierno mexicano, y volvió a proponer el aseguramiento de los pasos comerciales con tropas binacionales. Además reiteró que si EEUU insistía en trasladar su fuerza militar de un punto a otro del territorio nacional, sólo sería posible a condición de que se celebrara una alianza militar entre ambos países, lo que implicaba que México también trasladara la suya por territorio norteamericano; en el entendido de que en los dos casos, el paso se efectuaría previa autorización de ambos gobiernos.
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McLane insistió en Baja California y replicó que México no estaba en posibilidad de proteger los pasos comerciales en su propio territorio, menos en el ajeno; luego entonces, era necesario que EEUU lo hiciera. El secretario de Estado del gobierno norteamericano, por su parte, consideró descabellada la propuesta de alianza militar, porque EEUU jamás admitiría la intervención de tropas de México en su territorio.
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Entonces, Ocampo rechazó definitivamente el asunto de Baja California y la discrecionalidad del tránsito de tropas norteamericanas por el territorio nacional, incluyendo Tehuantepec. EEUU debía respetar la soberanía, las leyes y las instituciones de México, y aún en el caso de que se celebrara la alianza militar, las tropas norteamericanas sólo podrían actuar en México previo premiso del gobierno mexicano, salvo en caso de delito in franganti, pero sin ejercer actos de jurisdicción, ni establecer residencia en la zona.

Al estancarse las negociaciones, Ocampo fue reemplazado en el ministerio de Relaciones por Juan Antonio de la Fuente, pero éste, en lugar de aceptar cambios, defendió el mismo proyecto. EEUU no tenía derecho de imponer sus condiciones a un país independiente. México no podía aceptarlas. El gobierno liberal de Juárez rechazaba convertirse en un instrumento mutilador de la República. También consideraba infranqueable el tránsito de tropas norteamericanas por el territorio nacional sin previo consentimiento del gobierno mexicano. No se les podía otorgar paso franco por el país. Y el derecho de servidumbre por Tehuantepec merecía recompensa.

En tales circunstancias, McLane dio por concluidas las negociaciones y regresó a su país. Mientras tanto, el gobierno de Miramón firmó con España el tratado Mon-Almonte, lo que alarmó a Washington. Miguel Lerdo (secretario de Hacienda), quien se encontraba en EEUU esforzándose por destrabar el asunto de los créditos, y José Ma. Mata (embajador de México en Estados Unidos), elaboraron un proyecto de Tratado que excluyó la cesión de Baja California, con la esperanza de desbloquear los créditos que le urgían a México, y fue apoyado por McLane. Ocampo reprendió a Mata por entablar negociaciones con el gobierno norteamericano, sin autorización de México, y Mata renunció por no tenérsele confianza.

McLane no tuvo más opción que la de trasladarse a Veracruz a presentar el nuevo proyecto de Tratado aprobado por Washington, y Ocampo fue reinstalado por el presidente Juárez en el ministerio de Relaciones Exteriores. El embajador retiró lo de Baja California, pero insistió en que las tropas norteamericanas protegieran discrecionalmente las rutas de tránsito por el norte y por Tehuantepec. Ocampo rechazó categóricamente el punto y reiteró su propuesta de una convención militar anexa al tratado, que implicara el paso de tropas de un país sobre el territorio del otro, y que la alianza de ambos países en esta materia bajo el principio de reciprocidad, para “conservar el orden y la seguridad en el territorio de la República de México y de Estados Unidos”. Finalmente, McLane aceptó las condiciones de Ocampo y se firmó el Tratado.

De ese modo, Ocampo lo obtuvo todo (reconocimiento diplomático, apoyo político y alianza militar) a cambio de nada, porque lo que concedió (el paso de tropas por Tehuantepec) ya había sido previamente concedido por el Tratado de La Mesilla.

Después se celebraron dos batallas por su aprobación y ratificación; una larga y apasionante en EEUU, en la que el Senado rechazó el Tratado, en principio, al oponerse a la convención militar, y pospuso su dictamen final transcurridos seis meses, previa nueva discusión. Y otra en México, en la que Juárez rechazó cualquier prórroga a su discusión, con el apoyo de su consejo de ministros, y de esa manera puso fin al asunto.

En conclusión, no hay que criticar a Vicente Fox por los cortos alcances de su visión histórica, ni tampoco exaltar desmesuradamente las figuras de Juárez y de Ocampo, sino simplemente normar el criterio que se quiera adoptar al respecto, cualquiera que éste sea, con base en un conocimiento más amplio de los hechos respectivos.

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