5 oct 2013

Dos de octubre....


 45 años después... Fallidos intentos exculpatorios
JORGE CARRASCO ARAIZAGA
Revista Proceso No. 1926, 28 de septiembre de 2013;
Pese al reparto de culpas y deslindes, las figuras representadas por los generales Marcelino García Barragán y Luis Gutiérrez Oropeza, ambos ya fallecidos, no pueden quitarse el estigma de represoras por su participación en la matanza estudiantil de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas. Cuarenta y cinco años después, la apuesta que estos altos mandos hicieron por la desmemoria resultó fallida. Documentos históricos confirman que, lejos de aclarar qué sucedió realmente aquel día, ambos se afanaron por demostrar quién era más fiel al entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Ganada la apuesta por la impunidad de la matanza del 2 de octubre de 1968 con el aval de los gobiernos panistas, el Ejército perdió la batalla por la desmemoria. Aunque el silencio institucional se ha impuesto durante 45 años, los jefes castrenses de la época se encargaron de dejar testimonios del papel protagónico y de la división de los militares para asumir responsabilidades.

 Con visiones encontradas, los dos principales mandos de la época –los generales Marcelino García Barragán y Luis Gutiérrez Oropeza, titular del Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y el jefe de Estado Mayor Presidencial (EMP), respectivamente–, el terminaron por dejar uno en el otro la carga de lo ocurrido en la plaza de Tlatelolco. La confrontación que tuvieron como militares en activo la llevaron a su explicación y deslinde de la matanza de estudiantes el 2 de octubre de aquel año.

En junio de 1999, el fundador de Proceso, Julio Scherer García, dio a conocer en la revista (edición 1182) el testimonio póstumo del general García Barragán que apunta directamente contra el general Gutiérrez Oropeza, el militar de máxima confianza del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.

La versión del titular de la Sedena al momento de la masacre se conoció tres años después de que el general Gutiérrez Oropeza escribiera un texto titulado Los presidentes de México y el Ejército (1934-1994), hasta ahora inédito, en el cual asegura que tras la decisión de Díaz Ordaz, la operación en Tlatelolco le correspondió única y exclusivamente al Ejército debido a la “fidelidad” del general García Barragán al entonces presidente de la República.

En su propósito de dejar al Ejército y a su entonces jefe, el general García Barragán, como los únicos responsables de la acción armada, Gutiérrez Oropeza dice en ese escrito que Díaz Ordaz le otorgó diversos beneficios a la institución, luego de que los tres presidentes que lo antecedieron “le habían restado fuerza por el temor que se le tiene”.

En agradecimiento, aseguró, el Ejército respondió cuando Díaz Ordaz le pidió acabar con el movimiento estudiantil.

La explicación del extitular de la Sedena es muy distinta, de acuerdo con la revelación del periodista Scherer García. Con peculiares recursos, una conferencia de prensa imaginaria y una carta a su hijo Javier García Paniagua, el general Marcelino García Barragán acusa directamente a Gutiérrez Oropeza.

El Alto Mando del Ejército dijo que el jefe del EMP de Díaz Ordaz mandó colocar a 10 elementos armados de esa corporación en uno de los edificios del conjunto habitacional Tlatelolco para disparar contra la multitud reunida en la Plaza de las Tres Culturas, pero también contra las tropas destacadas en el lugar para impedir la concentración. No dudó en llamarlos terroristas.

Del hecho se enteró por el propio jefe del EMP, quien le pidió apoyo para que el general Crisóforo Mazón Pineda, comandante de la Operación Galeana –organizada por el Ejército para detener ese día a la dirigencia estudiantil–, respetara la integridad de dos de los francotiradores que no alcanzaron a escapar luego de iniciar el tiroteo hacia la concentración.

Iniciado el fuego por el EMP, los disparos fueron respondidos por el Ejército y el general Mazón Pineda comenzó a catear los departamentos que daban hacia la plaza. En uno de los departamentos, dio con uno de los francotiradores. Luego se le presentó el segundo. Ambos dijeron que habían recibido la orden de disparar del Estado Mayor Presidencial, según la versión del general García Barragán.

La participación de Gutiérrez Oropeza en la masacre de Tlatelolco quedó documentada también en el Archivo de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA, por sus siglas en inglés). En 1997, el NSA desclasificó algunos reportes elaborados por la inteligencia militar estadunidense.

Según esos documentos, publicados por este semanario en septiembre de ese año (Proceso 1091), Gutiérrez Oropeza y el exjefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, el general brigadier Mario Ballesteros Prieto, pasaron por encima del titular de la Sedena.

Gutiérrez Oropeza falleció en 2007 cuando se encontraba indiciado por la fracasada Fiscalía Especializada para Delitos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) debido a la masacre de Tlatelolco, pero que según el Ministerio Público en el gobierno de Vicente Fox dejó sólo 21 muertos.



El tercero en discordia



Las pugnas entre el secretario de la Defensa Nacional y el jefe del EMP fueron corroboradas en entrevista por otro de los protagonistas, el ahora fallecido general Javier Vázquez Tirado (Proceso 1509), a quien García Barragán ordenó recoger los cadáveres de la Plaza de las Tres Culturas y que en su parte informativo aseguró que murieron 38 civiles y cuatro militares.

Sin dejar ver su confrontación con el secretario de la Defensa, Gutiérrez Oropeza se adelantó tres años al general García Barragán para dar su versión de lo ocurrido la noche de Tlatelolco, aunque ya en 1986 había publicado el libro Gustavo Díaz Ordaz. El hombre. El Político. El Gobernante. Diez años después, en 1996, publicó La realidad de los acontecimientos de 1968, editado en versión de autor, pero que se localiza en el fondo de la Sedena ubicado en el Archivo General de la Nación.

De ese mismo año es el escrito Los presidentes de México y el Ejército (1934-1994), de 51 páginas, en el que Gutiérrez Oropeza atribuye las acciones del 2 de octubre de 1968 exclusivamente al Ejército; es decir, a García Barragán.

En ese texto, el autor insiste en que Díaz Ordaz “no tenía más alternativa” que valerse del Ejército para acabar con el movimiento estudiantil. Aunque no entra en detalles, sostiene que tomada la decisión política, la operación recayó en forma exclusiva en el Ejército, como resultado de la “fidelidad” del general García Barragán a Díaz Ordaz.

Según Gutiérrez Oropeza, el general García Barragán había sido uno de los militares más afectados y golpeados por los gobiernos civiles que precedieron a Díaz Ordaz, los de Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos.

Esos presidentes “habían ordenado y apoyado” que se debilitara al Ejército por “el temor que se le tiene”. Díaz Ordaz recibió un Ejército en una condición económica “bastante mala y desproporcionada” en comparación con las otras dependencias del gobierno federal. Su situación material y moral “dejaba mucho que desear”, por lo que para tener el respaldo de esa fuerza armada el nuevo presidente tenía que corregir tales “anomalías”.

Poblano como Díaz Ordaz, Gutiérrez Oropeza fue designado por el propio presidente jefe del EMP luego de haber sido el encargado de su seguridad durante la campaña presidencial, a pesar de que el entonces coronel no formaba parte de ese órgano.

En su afán por deslindarse de las acciones militares en Tlatelolco, continúa: Lo primero que hizo el presidente hizo fue quitarle al EMP la atribución de decidir sobre los mandos y los ascensos en el Ejército, lo que le había restado autoridad y responsabilidad al secretario de la Defensa.

Es más, acusa a sus predecesores en el Estado Mayor Presidencial de comercializar el otorgamiento de los mandos y los ascensos, a lo que atribuye un gran descontento y malestar dentro del Ejército.

Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial entre 1964 y 1970, continúa: Díaz Ordaz decidió que el EMP sólo se encargara del orden y la seguridad de los actos “derivados y públicos” del presidente, valiéndose sólo de personal militar, por lo que se eliminó la participación de los cuerpos policiacos civiles que tenían esas funciones.

También aumentó en 33% los haberes de los militares y ordenó al secretario de la Defensa Nacional “un amplio mejoramiento” en el material y equipo del Ejército.

“Con todo lo anterior, el presidente Gustavo Díaz Ordaz devolvió al Ejército su institucionalidad, sus funciones, el control de mandos y ascensos e hizo el patente el depósito de su confianza en las Fuerzas Armadas”, escribió el general en letras mayúsculas.

Para separarse más de la matanza prosiguió, también con el énfasis gráfico: “Lealtad engendra lealtad y estos actos del señor presidente Gustavo Díaz Ordaz pronto le rindieron frutos por parte del Ejército”.



La lealtad, ante todo



Luego de los paros de médicos con que había iniciado el gobierno de Díaz Ordaz y que fueron desactivados por grupos de choques y personal médico del Ejército, “se esperaba, por sus manifestaciones mundiales, el llamado Movimiento Estudiantil, que a mediados de 1968 irrumpió especialmente en el Distrito Federal, a través de una cadena de acontecimientos sorprendentes por su rápida magnitud. Estos actos se iniciaron y continuaron en una forma compleja y extraña, manejados por diversos intereses”.

Salvo el Ejército, “se sintió una falta de colaboración por parte de casi todo el gabinete del Lic. Díaz Ordaz, motivados tal vez por la apatía, la incapacidad o deslealtad”, toda vez que al año siguiente se definiría al sucesor presidencial y “todos buscaban no perjudicarse en su juego”.

Tan obsesionado como los militares golpistas de América Latina con la idea de una “invasión comunista” y evadiendo toda responsabilidad en la masacre escribió también con mayúsculas: “Ante la alternativa de que se sumiera el país en la anarquía, el Lic. Díaz Ordaz no contaba más que con una institución que pudiese poner fin a la situación subversiva en que se vivía: el Ejército”.

En su explicación sugiere incluso que los militares podían dar un golpe de Estado por falta de autoridad: “El presidente concluyó que la participación del Ejército podría ser “por petición de la ciudadanía, la falta de autoridad y la necesidad de volver al país a la normalidad”.

El exjefe del EMP también atribuye a Díaz Ordaz haber concluido que los militares podrían actuar “a iniciativa de los propios integrantes del Ejército, quienes tomarían la atribución de intervenir y tomar el mando del gobierno del país, justificados ante la falta de autoridad”.

Reivindica “el patriotismo” de Díaz Ordaz, “quien tomó la dura pero única decisión, la de emplear el Ejército para salvar a la Patria y no caer en la anarquía, imposibilitándose en esta forma también la intervención del ejército por mutuo propio (sic)”.

En la atribución directa de los hechos al jefe del Ejército, asegura: “También es de hacerse notar la actitud del general García Barragán, quien no obstante sus inclinaciones políticas, él como el resto del Ejército respondieron a la lealtad y confianza en ellos depositada por el presidente Díaz Ordaz”.

De no haber sido por la participación militar, “que paró en seco todas las actividades delictivas”, éstas hubieran logrado sus objetivos, llevando al país a situaciones desastrosas.

Los mandos castrenses están conscientes de que el Ejército es la única institución que aun en casos extremos y mediante el uso de la fuerza puede sacar adelante los problemas del país, escribió para descansar en ese cuerpo castrense la represión al movimiento estudiantil.

En su deslinde, Gutiérrez Oropeza señala al entonces secretario de Gobernación y sucesor de Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez. Asegura que García Barragán estaba distanciado del encargado de la seguridad interior.

Cuando Echeverría fue designado candidato presidencial, “el Ejército pudo ‘vetarlo’. Si esto no tomó cuerpo fue debido a que al inclinarse públicamente el general García Barragán por la precandidatura del secretario de la Presidencia, Dr. (Emilio) Martínez Manatou, perdió la calidad moral para hacer tal señalamiento”.

Pero en todo caso, dice que en las elecciones de julio de 1970, Echeverría careció del apoyo castrense: “En los recintos militares la votación fue muy baja para el Lic. Echeverría”.

Como en sus anteriores escritos y en sus escasas declaraciones públicas, Gutiérrez Oropeza arremetió contra Echeverría, a quien responsabiliza de estar detrás del movimiento estudiantil. Lo califica de “comunistoide”, “idiota útil” y de “traidor al pueblo de México”.

Echeverría, según él, “tenía una idea muy bien definida de cuál debería ser su comportamiento para llegar al poder: ocultar por todos los medios su inclinación y sus nexos con el marxismo”.

Durante los 11 años en que fue subsecretario y secretario de Gobernación, actuó como un funcionario cumplido, respetuoso y aparentemente leal al presidente Díaz Ordaz; hechos posteriores demostrarían que como hombre es un desleal, con nula calidad y como político un comunistoide”.

De paso, la emprende también contra el secretario de la Defensa de Echeverría, el general Hermenegildo Cuenca Díaz, quien “se prestó para la deslealtad y traiciones al Ejército” al desatar una serie de ‘calumnias’ en contra de los más destacados generales a quienes obligó a pedir su baja”.

Echeverría, ahora de 91 años, fue exonerado en marzo de 2003 por el Poder Judicial, pese a establecer que el 2 de octubre se cometió genocidio contra los estudiantes. Pero el entonces secretario de Gobernación, responsable de la seguridad interior del país, “no tuvo nada que ver”. Ningún militar fue responsabilizado judicialmente.

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