5 oct 2013

Más sobre El legado de Nazar Haro a Peña Nieto


 Más sobre El legado de Nazar Haro a Peña Nieto
 Revista Proceso No. 1926, 28 de septiembre de 2013;
PALABRA DE LECTOR
Señor director:
En el reportaje El legado de Nazar Haro a Peña Nieto, de Gloria Leticia Díaz (Proceso 1924), se menciona la desaparición, presumiblemente violenta, de algunos miembros de la familia michoacana Guzmán Cruz. A un integrante de dicha familia, Alexander Guzmán Cruz, lo conocí a finales de los años sesenta tras ingresar a la preparatoria de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). Nos hicimos amigos y formamos un grupo de estudio de cinco o seis compañeros.

 Alex, como lo llamábamos sus amigos, era un estudiante dedicado, muy capaz. Habría sido un profesionista excelente. La preparatoria nos unió como estudiantes y terminamos aquella etapa muy bien librados.
 Al comenzar la década de los setenta, los preparatorianos pasamos a las diversas facultades de la UMSNH. Casi todo nuestro grupo optó por Ingeniería Química, Alex incluido. Yo me inscribí en la recién reabierta Escuela de Física y Matemáticas. Los amigos nos reuníamos con frecuencia, pero Alex ya casi no acudía. Por entonces, recuerdo, él desapareció por más de un mes. Cuando reapareció, los amigos le preguntamos:

–¿Qué te pasó, dónde has estado, Alex?

–Me llevaron al Campo Militar Número 1 –respondió–. Me aplicaron descargas eléctricas, me metieron al pocito, me simularon fusilamiento… me hicieron lo que quisieron. ¡Me chingaron! –remató con su voz ronca y segura.

Quedamos azorados con su respuesta. Nunca mencionó la razón. No quiso decir más. Alex era discreto en sus asuntos personales. De su familia prácticamente no hablaba. Sólo en alguna ocasión mencionó como de paso a su hermano Amafer. En el grupo de estudio que formábamos él era respetado por su capacidad intelectiva. Si Alex tuvo alguna relación con la guerrilla o con grupos armados durante la guerra sucia nunca nos lo comentó. Pero una vez que nos dijo que lo habían torturado sospechamos que en algo serio andaba. O bien lo habrían involucrado o lo inculpaban con o sin razón. El hecho es que notamos que a partir de entonces su capacidad para resolver problemas decreció, y él se deterioraba gradualmente.

Volvió a desaparecer en varias ocasiones, de suerte que perdió el año escolar. Algunas veces justificaba sus ausencias diciendo que se iba a la ciénaga michoacana con su familia. Al siguiente año lectivo Alex nos buscó y, utilizando un tono hosco, algo agresivo, nos dijo que quería continuar estudiando, ¡que le ayudáramos!

Le dijimos que contara con nosotros y le conseguimos los libros que necesitaba. Pero Alex volvió a desaparecer. Yo lo perdí por casi dos años. Los amigos me contaban que lo veían vagar por las calles de Morelia, que se estaba degradando en forma lastimosa, que prácticamente era un pordiosero.

Un día lo encontré y le inquirí: “¿Qué te pasa, Alex?” Secamente me dijo: “me fui a la ciénaga” y, como para terminar la conversación, agregó: “Dame para comer”.

Salí de Morelia en 1974 para estudiar un posgrado en la UNAM. Volví a ver a Alex más de dos años después. Era, definitivamente, un guiñapo humano. Ya ni siquiera me reconoció.

Esto es lo que sé de Alexander Guzmán Cruz, indudablemente una víctima más de la guerra sucia de los años setenta, orquestada por el Estado mexicano bajo conducción priista.

Si Alex aún vive, no lo sé. Quizá su hermano Abdallán lo sepa.

Atentamente

Doctor en Ciencia de Materiales
Alfonso Huanosta Tera


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