25 may 2014

Francisco y Bartolomeo llaman a vencer el miedo al otro con amor


Francisco y Bartolomeo I llaman a vencer el miedo al otro y las divisiones con amor
GIACOMO GALEAZZI
JERUSALÉN.. Vatican Insider, 05/25/2014
Después del almuerzo con los pobres en el alberge “Casanova”, el papa Francisco se reunió en la Delegación Apostólica de Jerusalén con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla. En el encuentro estaban presentes, entre muchas personaslidades del mundo ortodoxo, el cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, y el Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el cardenal Kurt Koch. Después del intercambio de los regalos y del encuentro privado, el Papa y el Patriarca ecuménico firmaron una declaración conjunta. El de hoy, afirmaron «ha sido un nuevo y necesario paso hacia la unidad». Y si «el abrazo entre Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, después de muchos siglos de silencio, prepara el camino hacia un gesto de extraordinario valor, la remoción de la memoria y del medio de la Iglesia de las sentencias de recíproca excomunión de 1504», el nuevo abrazo servirá a «insistir –indicaron ambos líderes religiosos– en nuestro compromiso para seguir caminando juntos hacia la unidad». «Anhelamos el día en el que finalmente participaremos juntos en el banquete eucarístico». «Un objetivo hacia el que orientamos nuestras esperanzas, manifestaremos ante el mundo el amor de Dios y, de esta manera, seremos reconocidos como verdaderos discípulos de Jesucristo».

 Después del encuentro privado en la sede de la nunciatura, Papa Francisco y Bartolomeo I se dirigieron a la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén. Con ternura iban mano en la mano (el Papa dijo en italiano al Patriarca: «Cuidado, no se resbale en las piedras») y entraron juntos a la Basílica. Después veneraron la Piedra de la unción, arrodillándose para besarla.
 «Hemos venido “a ver el sepulcro” –dijo Bartolomeo en su discurso–, como las mujeres que llevaban mirra el primer día de la semana, y también nosotros, como ellas, escuchamos la exhortación del Ángel: “No tengan miedo”. Quiten todo temor de sus corazones, no duden, no desesperen. Esta Tumba irradia un mensaje de ánimo, de esperanza y de vida».
 Además, prosiguió el Patriarca Ecuménico, «hay otro mensaje que surge de esta venerable Tumba, ante la que nos encontramos en este momento. Es el mensaje de que no se puede programar la historia; que la última palabra de la historia no pertenece al hombre, sino a Dios. En vano vigilaron los guardias del poder secular esta Tumba. En vano colocaron una piedra muy grande bloqueando la puerta de la Tumba, para que nadie pudiera moverla. En vano hacen sus estrategias a largo plazo los poderosos de este mundo – todo está supeditado en último término al juicio y a la voluntad de Dios. Todo intento de la humanidad contemporánea de programar el futuro por su cuenta, sin contar con Dios, constituye una vana presunción».
 Y, finalmente, recordó, «esta Tumba sagrada nos invita a vencer otro miedo que es quizás el más extendido en nuestra época moderna: el miedo al otro, el miedo a lo diferente, el miedo al que sigue otro credo, otra religión u otra confesión. La discriminación racial o de cualquier otro tipo está todavía generalizada en muchas de nuestras sociedades contemporáneas; y lo peor es que frecuentemente incluso impregna la vida religiosa de los pueblos. El fanatismo religioso amenaza la paz en muchas regiones de la tierra, donde incluso el don de la vida es sacrificado en el altar del odio religioso. En estas circunstancias, el mensaje de la tumba vivificante es urgente y claro: amor al otro, al diferente, a los seguidores de otros credos y de otras confesiones. Amarlos como a hermanos y hermanas. El odio lleva a la muerte mientras que el amor “expulsa el temor” y conduce a la vida».
 Después del discurso de Bartolomeo I, llegó el turno de Papa Francisco, quien besó la mano de Bartolomeo antes de comenzar. «Es una gracia extraordinaria estar aquí reunidos en oración. El Sepulcro vacío, ese sepulcro nuevo situado en un jardín, donde José de Arimatea colocó devotamente el cuerpo de Jesús, es el lugar de donde salió el anuncio de la resurrección: “No tengan miedo, ya sé que buscan a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho. Vengan a ver el sitio donde yacía y vayan aprisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos’».
En esta Basílica, recordó Papa Francisco, a la que todo cristiano mira con profunda veneración, «llega a su culmen la peregrinación que estoy realizando junto con mi amado hermano en Cristo, Su Santidad Bartolomé. Peregrinamos siguiendo las huellas de nuestros predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, que, con audacia y docilidad al Espíritu Santo, hicieron posible, hace cincuenta años, en la Ciudad santa de Jerusalén, el encuentro histórico entre el Obispo de Roma y el Patriarca de Constantinopla». Y explicó que todos los cristianos deben acoger «la gracia especial de este momento. Detengámonos con devoto recogimiento ante el sepulcro vacío, para redescubrir la grandeza de nuestra vocación cristiana: somos hombres y mujeres de resurrección, no de muerte». «El Buen Pastor –continuó–, cargando sobre sus hombros todas las heridas, sufrimientos, dolores, se ofreció a sí mismo y con su sacrificio nos ha abierto las puertas a la vida eterna. A través de sus llagas abiertas se derrama en el mundo el torrente de su misericordia. ¡No nos dejemos robar el fundamento de nuestra esperanza!, que es justamente esto: “Christos  anesti”. ¡No privemos al mundo del gozoso anuncio de la Resurrección!».
Después reconoció que todavía existen las divisiones, y «este lugar sagrado nos hace sentir con mayor dolor el drama». Sin embargo, subrayó el Papa, cincuenta años después del abrazo «de aquellos dos venerables Padres, hemos de reconocer con gratitud y renovado estupor que ha sido posible, por impulso del Espíritu Santo, dar pasos realmente importantes hacia la unidad. Somos conscientes de que todavía queda camino por delante para alcanzar aquella plenitud de comunión que pueda expresarse también compartiendo la misma Mesa eucarística, como ardientemente deseamos; pero las divergencias no deben intimidarnos ni paralizar nuestro camino».
 «Peregrinando en estos santos lugares –indicó–, recordamos en nuestra oración a toda la región de Oriente Medio, desgraciadamente lacerada con frecuencia por la violencia y los conflictos armados. Y no nos olvidamos en nuestras intenciones de tantos hombres y mujeres que, en diversas partes del planeta, sufren a causa de la guerra, de la pobreza, del hambre; así como de los numerosos cristianos perseguidos por su fe en el Señor Resucitado». Cuando los cristianos de diversas confesiones «sufren juntos, unos al lado de los otros, y se prestan los unos a los otros ayuda con caridad fraterna, se realiza el ecumenismo del sufrimiento, se realiza el ecumenismo de sangre, que posee una particular eficacia no sólo en los lugares donde esto se produce, sino, en virtud de la comunión de los santos, también para toda la Iglesia». Y no hay que olvidar, recordó el Papa, que las personas que matan a los cristianos, «no se preguntan si son católicos u ortodoxos». Este, explicó Francisco con una imagen que ya ha utilizado en diferentes ocasiones, es el «ecumenismo de la sangre. La sangre cristiana es la misma».
 «Cuando la división nos hace pesimistas –concluyó–, poco valientes, recordemos que todos estamos bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Solo bajo el manto de la Santa Madre de Dios encontraremos la paz. Que ella nos ayude a realizar este camino». Tras los discursos, ambos rezaron por primera vez en público, desde el año 1054, el Padre Nuestro.

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