Agradezco
al Reverendo Abner López, Julio Splinker, Gamaliel Novelo, Alfredo Morán y demás líderes cristianos evangélicos de distintas denominaciones, me
hayan invitado de observador a la conformación del proyecto Hacia la
Celebración de los 500 años de la Reforma Protestante y del Parlamento Nacional Cristiano.
¡Suerte
en el proyecto!
De repente me acordé de la Secretaría de Comunicación Social de Iglesias Cristianas Evangélicas formado en 1995, o 1996, que les dio mucha fuerza mediática.
La
aportación de Martín Lutero no fue sólo releer de manera rigurosa las epístolas
de Pablo y la teología de Agustín, no. La mejor de sus contribuciones al
cristianismo fue su traducción de la Biblia a lengua alemana....y de ahí a las
demás lenguas....
La
Biblias en México llegaron tarde…. por cierto. El padre de la Patri, don Miguel
Hidalgo, al morir tenía en sus manos una Biblia francesa de la versión del abad
Vence. La SBM publicó una versión al español en el 200 aniversario del inicio
de Independencia, y de la cual tengo un ejemplar en piel.
Años después de formó la Sociedad Bíblica de México (SBM), y con ella llegaron a los mexicanos miles de biblias, algunos mexicanos aprendieron a leer, gracias a ella.
Le
pregunto a los amigos evangélicos ¿cuándo y por donde llegaron los primeros
cristianos a México?
Tienen
una investigación que darán muy pronto a conocer..
Espero, conocerla..
Martín Lutero (Alemania, 10 de noviembre de 1483 –18 de febrero de 1546), fue un teólogo y fraile católico que comenzó e impulsó la
reforma religiosa en Alemania, y en cuyas enseñanzas se inspiró la Reforma
Protestante y la doctrina teológica y cultural denominada luteranismo. Estudió teología a principios del 1500, fue ordenado sacerdote: estudió teología y se encaminó hacia el sacerdocio en la Orden de San Agustín
Se caracterizó por exhortar a que la Iglesia cristiana regresara a las
enseñanzas originales de la Biblia, impulsando con ello una restructuración de
las iglesias cristianas en Europa.
La
reacción de la Iglesia católica ante la reforma protestante fue la
Contrarreforma.
Las contribuciones del sacerdote alemán a la civilización occidental se llegan a
considerar más allá del ámbito religioso, ya que sus traducciones de la Biblia
ayudaron a desarrollar una versión estándar de la lengua alemana y se
convirtieron en un modelo en el arte de la traducción.
Su
matrimonio con Catalina de Bora el 13 de junio de 1525 inició un movimiento de
apoyo al matrimonio sacerdotal dentro de muchas corrientes cristianas.
Ah
por cierto, como nos dice nuestro amigo Carlos Martínez García, las iglesias
protestantes históricas cada octubre celebran el mes de la Reforma. Lo hacen
para rememorar que el 31 de octubre de 1517 Martín Lutero, clava sus 95 Tesis
contra las indulgencias en las puertas de la capilla del castillo de
Wittemberg. El acto desencadenaría un movimiento teológico de profundas
repercusiones sociales, políticas y culturales: el protestantismo.
La
Iglesia Católica relegó a Luetero, y apenas hace 3 años (en 2011) el papa alemán Benedicto XVI habló del Lutero
en una visita apostólica que hizo a Alemania, y fue justo
en el convento de Martín Lutero, al reunirse con los quince representantes del Consejo de la
EKD – Iglesia Evangélica Alemana.
Vale
la pena recordarlo.
ERFURT,
viernes 23 de septiembre de 2011
Distinguidos
Señores y Señoras:
Al
tomar la palabra, quisiera ante todo dar gracias por tener esta ocasión de
encontrarles.
Mi
particular gratitud al presidente Schneider que me ha dado la bienvenida y me
ha recibido entre ustedes con sus amables palabras, quisiera agradecer al mismo
tiempo por el don especial de que nuestro encuentro se desarrolle en este
histórico lugar.
Como
Obispo de Roma, es para mí un momento emocionante encontrarme en el antiguo
convento agustino de Erfurt con los representantes del Consejo de la Iglesia
Evangélica de Alemania. Aquí, Lutero estudió teología. Aquí, en 1507, fue
ordenado sacerdote. Contra los deseos de su padre, no continuó los estudios de
derecho, sino que estudió teología y se encaminó hacia el sacerdocio en la
Orden de San Agustín. En este camino, no le interesaba esto o aquello. Lo que
le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el
centro de su vida y de su camino. "¿Cómo puedo tener un Dios
misericordioso?": Esta pregunta le penetraba el corazón y estaba detrás de
toda su investigación teológica y de toda su lucha interior. Para él, la
teología no era una cuestión académica, sino una lucha interior consigo mismo,
y luego esto se convertía en una lucha sobre Dios y con Dios.
"¿Cómo
puedo tener un Dios misericordioso?" No deja de sorprenderme que esta
pregunta haya sido la fuerza motora de su camino. ¿Quién se ocupa actualmente
de esta cuestión, incluso entre los cristianos? ¿Qué significa la cuestión de
Dios en nuestra vida, en nuestro anuncio? La mayor parte de la gente, también
de los cristianos, da hoy por descontado que, en último término, Dios no se
interesa por nuestros pecados y virtudes. Él sabe, en efecto, que todos somos
solamente carne. Si hoy se cree aún en un más allá y en un juicio de Dios, en
la práctica, casi todos presuponemos que Dios deba ser generoso y, al final, en
su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas. Pero, ¿son
verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas? ¿Acaso no se destruye el mundo a
causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños, que sólo
piensan en su propio beneficio? ¿No se destruye a causa del poder de la droga
que se nutre, por una parte, del ansia de vida y de dinero, y por otra, de la
avidez de placer de quienes son adictos a ella? ¿Acaso no está amenazado por la
creciente tendencia a la violencia que se enmascara a menudo con la apariencia
de una religiosidad? Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir
de Él, el amor por el prójimo, por las creaturas de Dios, por los hombres,
¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo? Las preguntas
en ese sentido podrían continuar. No, el mal no es una nimiedad. No podría ser
tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra
vida. La pregunta: ¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante
Dios? Esta pregunta candente de Martín Lutero debe convertirse otra vez, y
ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra. Pienso que esto
sea la primera cuestión que nos interpela al encontrarnos con Martín Lutero.
Y
después es importante: Dios, el único Dios, el Creador del cielo y de la
tierra, es algo distinto de una hipótesis filosófica sobre el origen del
cosmos. Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado, en Jesucristo hecho hombre,
se hizo uno de nosotros; Dios verdadero y verdadero hombre a la vez.
El
pensamiento de Lutero y toda su espiritualidad eran completamente
cristocéntricos. Para Lutero, el criterio hermenéutico decisivo en la
interpretación de la Sagrada Escritura era: "Lo que conduce a la causa de
Cristo". Sin embargo, esto presupone que Jesucristo sea el centro de
nuestra espiritualidad y que su amor, la intimidad con Él, oriente nuestra
vida.
Quizás,
ustedes podrían decir ahora: De acuerdo. Pero, ¿qué tiene esto que ver con
nuestra situación ecuménica? ¿No será todo esto solamente un modo de eludir con
muchas palabras los problemas urgentes en los que esperamos progresos
prácticos, resultados concretos? A este respecto les digo: Lo más necesario
para el ecumenismo es sobre todo que, presionados por la secularización, no
perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas
que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea. Fue un error
de la edad confesional haber visto mayormente aquello que nos separa, y no
haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas
de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo.
Éste ha sido el gran progreso ecuménico de los últimos decenios: nos dimos
cuenta de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea común por el
ethos cristiano ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo en
este mundo, reconocemos esta comunión como nuestro fundamento imperecedero.
Por
desgracia, el riesgo de perderla es real. Quisiera señalar aquí dos aspectos.
En los últimos tiempos, la geografía del cristianismo ha cambiado profundamente
y sigue cambiando todavía. Ante una nueva forma de cristianismo, que se difunde
con un inmenso dinamismo misionero, a veces preocupante en sus formas, las
Iglesias confesionales históricas se quedan frecuentemente perplejas. Es un
cristianismo de escasa densidad institucional, con poco bagaje racional, menos
aún dogmático, y con poca estabilidad. Este fenómeno mundial nos pone a todos
ante la pregunta: ¿Qué nos transmite, positiva y negativamente, esta nueva
forma de cristianismo? Sea lo que fuere, nos sitúa nuevamente ante la pregunta
sobre qué es lo que permanece siempre válido y qué pueda o deba cambiarse ante
la cuestión de nuestra opción fundamental en la fe.
Más
profundo, y en nuestro país, más candente, es el segundo desafío para todo el
cristianismo; quisiera hablar de ello: se trata del contexto del mundo
secularizado en el cual debemos vivir y dar testimonio hoy de nuestra fe. La
ausencia de Dios en nuestra sociedad se nota cada vez más, la historia de su
revelación, de la que nos habla la Escritura, parece relegada a un pasado que
se aleja cada vez más. ¿Acaso es necesario ceder a la presión de la
secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe
tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para
que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda
su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Esto es una tarea
ecuménica central. En esto debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más
viva y profundamente. No serán las tácticas las que nos salven, las que salven
el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la
cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo. Como los
mártires de la época nazi propiciaron nuestro acercamiento recíproco,
suscitando la primera apertura ecuménica, del mismo modo también hoy la fe,
vivida a partir de lo íntimo de nosotros mismos, en un mundo secularizado, será
la fuerza ecuménica más poderosa que nos congregará, guiándonos a la unidad en
el único Señor.
∞∞
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