4 ene 2015

La democracia no llegará con los dólares a Cuba

La democracia no llegará con los dólares a Cuba/Casimiro García-Abadillo, director de EL MUNDO.
 El Mundo | 4 de enero de 2014.
El anuncio del pasado 17 de diciembre por el que Estados Unidos y Cuba se comprometen al restablecimiento de relaciones diplomáticas, rompiendo con más de 50 años de aislamiento, ha despertado enormes expectativas tanto dentro como fuera de la isla.
La cuestión es si, como consecuencia de una cierta apertura económica, finalmente se podrán establecer las libertades democráticas en Cuba o bien si ese nuevo balón de oxígeno será aprovechado por el régimen para perpetuarse después de que Raúl Castro abandone el poder en 2018.
La débil oposición interna y los intelectuales no se ponen de acuerdo, mientras que desde Miami el lobby cubano presiona al Partido Republicano para que, si gana las próximas elecciones, revise el acuerdo.
Por el momento, el régimen castrista se ha apuntado un tanto político que refuerza su prestigio. El reconocimiento por parte de Obama de que el «embargo ha sido un fracaso» porque sólo ha conseguido aumentar las dificultades del pueblo cubano mientras que no se ha logrado ni un solo avance en la conquista de la democracia supone un éxito para la política de resistencia del castrismo frente al «imperialismo» norteamericano.

Además, el regreso de los cinco espías liberados en virtud del acuerdo del 17 de diciembre se ha explotado en las últimas semanas propagandísticamente mediante carteles y de forma masiva en la televisión, como la prueba definitiva de que Cuba ha salido ganando.
Dos días después del histórico anuncio, en la reunión de la Asamblea celebrada el 19 de diciembre, el presidente Raúl Castro se encargó de certificar que en lo esencial en su política no habrá un «cambio de rumbo».
Democracia y economía.
En sus aspectos concretos, el acuerdo del 17-D supondrá a corto plazo un aumento significativo de entrada de divisas, fundamentalmente desde la colonia de casi 2 millones de cubanos que viven en Estados Unidos (la mayoría en Florida). También supondrá el fin de las restricciones a la llegada de turistas norteamericanos, la posibilidad de operar con tarjetas de entidades de EEUU e incluso la apertura de sucursales en Cuba.
Eso es lo que percibe la mayoría de la población: habrá más dólares y los cubanos podrán vivir mejor. Cualquier taxista o camarero al que se le pregunte estos días en La Habana responderá con una sonrisa: «Nos irá mejor porque vendrán más turistas yanquis».
El turismo es una de las principales fuentes de ingresos de Cuba. El pasado día 31 de diciembre, el periódico Granma (órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba), daba a tres columnas en su portada este titular: «Recibió Cuba hasta el 30 de diciembre tres millones de visitantes internacionales». La información consistía en una escueta nota del Ministerio de Turismo. En otro artículo en las páginas interiores del mismo diario, y casi como justificación revolucionaria para el impulso de esa actividad económica, se afirmaba que el propio Fidel Castro, en su libro La historia me Absolverá (así escrito en el original), decía que «el turismo puede ser una enorme fuente de riquezas».
El reputado escritor Leonardo Padura (autor, entre otros libros, de El hombre que amaba a los perros), me confesó que, sin lugar a dudas, el acuerdo del 17-D va a ser bueno para la economía: «Los americanos llevan escrito en la frente el 15%, que es el porcentaje que suelen dejar como propina».
Sobre eso sí existe consenso. La depauperada economía cubana necesita un respiro. La caída del precio del petróleo puede poner fin a un ventajoso acuerdo con Venezuela, que exporta el hidrocarburo que necesita la isla a precio irrisorio a cambio de la ayuda que aportan unos 25.000 médicos cubanos que trabajan al servicio del régimen bolivariano.
Desde el comienzo del embargo en 1962, Cuba ha vivido en una continua crisis, aunque lo peor llegó con el llamado «periodo especial», que comenzó en 1991 como consecuencia del fin del comunismo en la URSS, que era el país amigo de Castro que ponía parches al aislamiento económico. El PIB cubano cayó más de un 36% en sólo tres años y no recuperó los niveles anteriores a 1990 hasta diecisiete años después.
Aunque la situación ha mejorado, el nivel de vida es todavía muy bajo (la renta per capita en 2012 era de 6.221 dólares). Un asalariado cubano gana al cambio una media que va desde los 20 a los 60 dólares mensuales. Los servicios y, en general, toda la economía muestra un elevado nivel de ineficiencia. Claro que, como dice un dicho muy popular en Cuba: «Nosotros hacemos como que trabajamos porque ellos (el Estado) hacen como que nos pagan».
Aunque el turismo crece anualmente por encima del 5% la principal fuente de ingresos es la exportación de servicios. Los médicos que trabajan en Venezuela o los que recientemente han sido enviados a Sierra Leona para combatir el ébola son el motor económico del país. Los que trabajan en la república presidida por Nicolás Maduro hacen que haya gasolina para los automóviles y los que están en África reportan 10.000 dólares al mes por cabeza (ese es el salario que les proporciona la OMS). De ese dinero, el Estado se queda con 9.500 dólares, mientras que los otros 500 constituyen el elevado salario -en comparación con la media del país- de los facultativos cuyo trabajo es presentado por los medios oficiales como un gesto de «solidaridad revolucionaria».
La segunda fuente de ingresos la constituyen las remesas de dólares remitidas fundamentalmente desde Miami. Limitadas ahora a 500 dólares al trimestre, tras el acuerdo del 17-D, pasarán a ser de 2.000 dólares al trimestre.
Estas remesas hacen que en Cuba se esté produciendo una diferenciación social entre los que tienen familiares en EEUU y los que no que, curiosamente, está volviendo a dividir a la isla no sólo en clases, sino también en grupos raciales, ya que la mayoría de los emigrados a Florida son blancos. Otra de las paradojas de la revolución castrista.
La supervivencia se hace difícil -hay alimentos, como las patatas, que sólo se consiguen en ocasiones en el mercado negro- y sólo es posible gracias a la existencia de una consentida economía sumergida que consiste, básicamente, en que los funcionarios y empleados públicos detraen una parte de las materias con las que trabajan para, después, venderlas fuera de los circuitos oficiales.
Se habla mucho sobre el modelo que seguirá Cuba tras la apertura económica que significará el acuerdo del 17-D. Se debate sobre si el castrismo adoptará el modelo chino o el modelo vietnamita, o si se seguirá un patrón parecido al de la ex URSS.
No parece fácil la traslación a Cuba de la economía de mercado con un Estado de partido único. El presidente chino Xi-Jinping visitó la isla el pasado 21 de julio y firmó un acuerdo bilateral que suponía la concesión de un préstamo sin intereses para la modernización del puerto de Santiago y un acuerdo para la explotación petrolífera del Golfo de México. La delegación china discutió con los funcionarios cubanos sobre su modelo económico, pero éstos no aceptaron que el mercado fuera el mecanismo de fijación de precios. Los precios en Cuba los fija el Estado. Y los empresarios son tan mal vistos que a los nuevos emprendedores (los propietarios de los conocidos paladares) se les denomina «cuentapropistas».
Para la mentalidad de los dirigentes castristas, el enriquecimiento implica algo intrínsecamente malo, a diferencia de los dirigentes chinos, que lo consideran intrínsecamente bueno. Por tanto, lo más probable es que la liberalización se vaya produciendo con cuenta gotas y siempre bajo control de la estricta normativa cubana.
Un poder inaccesible.
Una de las cosas que más llama la atención en la Cuba de hoy es el desconocimiento, la desconexión entre la sociedad y el poder.
Nadie sabe nada sobre la salud de Fidel Castro. Se dice en círculos bien informados que ha permanecido una larga temporada hospitalizado y que ahora está de nuevo en su domicilio (también secreto) convaleciente de Alzheimer ¿Es eso cierto? Nadie lo sabe.
¿Y Raúl? ¿Se marchará efectivamente en 2018 como está establecido? ¿Quién le sustituirá? Se dice, siempre en círculos cubanos informados, que el vicepresidente Miguel Díaz-Canel no tiene poder real. Para esas fuentes, ni siquiera el influyente viceministro de Defensa, Álvaro López Miera, sería una opción para el postcastrismo.
Todo apunta, según esas fuentes, a que la sucesión se producirá por la vía hereditaria y recaerá en alguno de los hijos de Raúl. El favorito es Alejandro, uno de los máximos responsables del eficiente servicio de inteligencia cubano.
En Cuba el poder lo tiene Raúl Castro y lo sostiene sobre la base de un organizado ejército. Los militares son el sustento del régimen y controlan gran parte de la economía (por ejemplo, el turismo).
Todo apunta a que el castrismo intentará perpetuarse apoyado en la estructura militar, aceptando sí una tímida apertura económica. De hecho, los hijos de algunas de las familias más ilustres del régimen son propietarios de los paladares más exitosos de La Habana.
¿Es posible el cambio?
Uno de los errores que suelen cometer los políticos españoles es comparar la situación actual de Cuba con la que vivió España en los momentos finales del franquismo. Es verdad que la muerte de Fidel Castro supondrá un golpe para el régimen, pero, a partir de ahí, las diferencias son mucho más relevantes que las similitudes.
Para empezar, en España había un sistema capitalista que no hubo que cambiar. Como ya se ha visto, la transición al capitalismo es algo que ahora ni se plantea en Cuba. En segundo lugar, el ejército tiene mucho más poder que el que tenía en España a mediados de los años 70. Ese poder real -el único poder- es totalmente refractario al cambio. En tercer lugar, la oposición interior prácticamente no existe, al contrario de lo que sucedía en España, donde los sindicatos y partidos de izquierda ilegales eran muy activos.
El primer test sobre la actitud del régimen hacia una posible apertura política tuvo lugar el pasado 30 de diciembre en la Plaza de la Revolución, donde la pintora Tania Bruguera trató de convocar un acto que consistía en que los ciudadanos pudieran dar su opinión sobre el régimen. No hubo lugar. La performance fue prohibida y su convocante detenida, así como Reinaldo Escobar, marido de la conocida bloguera Yoani Sánchez y editor del diario online 14ymedio. También fue detenido el conocido opositor Antonio Rodiles, probablemente la figura más interesante del anticastrismo interior.
El día anterior a su detención, conversé con él en su domicilio de La Habana. Rodiles es muy crítico con el acuerdo del 17-D. «El riesgo que tiene es que los que aspiramos a un cambio democrático nos quedemos colgados y el régimen termine legitimándose». Rodiles, que cree que Obama ha dado respiración asistida a Castro, defiende cambios constitucionales que desliguen los derechos ciudadanos de su perfil ideológico.
La postura de Rodiles, de Bruguera, o del prestigioso escritor Raúl Rivero (colaborador de EL MUNDO) no es, sin embargo, mayoritaria entre la intelectualidad de la isla. Otros, como el propio Padura, la escritora y bloguera de elmundo.es Wendy Guerra o el ensayista Iván de la Nuez ven el acuerdo del 17-D como una oportunidad para un cambio democrático. De la Nuez me definió en La Habana a Raúl Castro como «un militar pragmático que ha hecho algo -el acuerdo del 17-D- impensable en Cuba hace tan sólo un tiempo».
Mi opinión coincide básicamente con la de Vargas Llosa (El País, 28-XII-2014). Hay que dar por bueno el paso dado por Obama porque puede suponer una mejora para el pueblo cubano, pero me temo que la libertad quede todavía muy lejos y, desde luego, no vendrá sólo de la mano del acuerdo firmado el 19-D.

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