Vatican Insider, 02/14/2015
«La púrpura no es
una dignidad, no es honorífica. Sean ejemplo de caridad»
El saludo de
Benedicto XVI y Francisco en el Consistorio(©Ap)
(©AP) EL SALUDO DE
BENEDICTO XVI Y FRANCISCO EN EL CONSISTORIO
Nota de ANDREA TORNIELLI
El birrete rojo no
es una honorificencia; los cardenales son «quicios» en la Iglesia de Roma; el
programa para los nuevos purpurados se encuentra en el Himno a la caridad de
San Pablo, porque «en la Iglesia, toda presidencia proviene de la caridad, se
desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad. La Iglesia que está en
Roma tiene también en esto un papel ejemplar». Son las palabras que Papa
Francisco dirigió a los nuevos veinte cardenales que hoy creó en el segundo
Consistorio de su Pontificado. Estaban presentes 19 de los nuevos cardenales,
porque el arzobispo de Manizales, el colombiano de casi 96 años Jesús Pimiento
Rodríguez, no quiso afrontar el viaje a Roma debido a problemas de salud y
recibirá el anillo cardenalicio en Colombia. Estaba también presente, y se
trata de la segunda ocasión, Benedicto XVI. Al final de la ceremonia, antes de
salir de San Pedro, Papa Francisco se fue a despedir del Papa emérito.
La dignidad
cardenalicia, explicó Bergoglio «no es honorífica». Lo dice el nombre mismo,
que «remite a la palabra latina «cardo - quicio», nos lleva a pensar, no en
algo accesorio o decorativo, como una condecoración, sino en un perno, un punto
de apoyo y un eje esencial para la vida de la comunidad. Ustedes son «quicios»
y están incardinados en la Iglesia de Roma».
El Papa después
parafraseó el Himno a la caridad de la Primera Carta de Pablo a los Corintos, presentada
como «pauta para esta celebración y para su ministerio, especialmente para los
que desde este momento entran a formar parte del Colegio Cardenalicio»: «Será
bueno que todos, yo en primer lugar y ustedes conmigo nos dejemos guiar por las
palabras inspiradas del apóstol Pablo».
«En primer lugar,
san Pablo nos dice que la caridad es “magnánima” y “benevolente” -explicó
Francisco. Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia,
tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón
de Cristo. La magnanimidad es, en cierto sentido, sinónimo de catolicidad: es
saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones
particulares y con gestos concretos. Amar lo que es grande, sin descuidar lo
que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de las grandes, porque
“non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est”» (No querer un
espacio más grande, sino ser capaces de estar en el espacio más restringido,
esto es divino), dijo Francisco, citando la frase que se lee en la tumba de San
Ignacio de Loyola. «La benevolencia -añadió- es la intención firme y constante
de querer el bien, siempre y para todos, incluso para los que no nos aman».
«El apóstol dice
que la caridad “no tiene envidia; no presume; no se engríe”. Esto es realmente
un milagro de la caridad –observó Francisco–, porque los seres humanos –todos,
y en todas las etapas de la vida– tendemos a la envidia y al orgullo a causa de
nuestra naturaleza herida por el pecado. Tampoco las dignidades eclesiásticas
están inmunes a esta tentación».
El Papa también
recordó que la caridad «“no es mal educada ni egoísta”. Estos dos rasgos
revelan que quien vive en la caridad está des-centrado de sí mismo. El que está
auto-centrado carece de respeto, y muchas veces ni siquiera lo advierte, porque
el «respeto» es la capacidad de tener en cuenta al otro, su dignidad, su
condición, sus necesidades. El que está auto-centrado busca inevitablemente su
propio interés, y cree que esto es normal, casi un deber. Este “interés” puede
estar cubierto de nobles apariencias, pero en el fondo se trata siempre de
“interés personal”. En cambio, la caridad te des-centra y te pone en el
verdadero centro, que es sólo Cristo».
El Papa invitó a
los cardenales a no enojarse ni tener en cuenta el mal recibido. «Al pastor que
vive en contacto con la gente no le faltan ocasiones para enojarse. Y tal vez
entre nosotros, hermanos sacerdotes, que tenemos menos disculpa, el peligro de
enojarnos sea mayor. También de esto es la caridad, y sólo ella, la que nos
libra. Nos libra del peligro de reaccionar impulsivamente, de decir y hacer
cosas que no están bien; y sobre todo nos libra del peligro mortal de la ira
acumulada, «alimentada» dentro de ti, que te hace llevar cuentas del mal
recibido. No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia. Aunque es posible
entender un enfado momentáneo que pasa rápido, no así el rencor. Que Dios nos
proteja y libre de ello».
Papa Bergoglio
subrayó que «el que está llamado al servicio de gobierno en la Iglesia debe
tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna
injusticia, ni siquiera la que podría ser beneficiosa para él o para la
Iglesia. Al mismo tiempo, «goza con la verdad»: ¡Qué hermosa es esta expresión!
El hombre de Dios es aquel que está fascinado por la verdad y la encuentra
plenamente en la Palabra y en la Carne de Jesucristo. Él es la fuente
inagotable de nuestra alegría. Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la
firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad».
Al final,
recordando que la caridad «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin
límites, aguanta sin límites», Francisco indicó en estas cuatro palabras «todo
un programa de vida espiritual y pastoral». «El amor de Cristo –explicó–,
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así,
ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque
estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque
estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia
toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con
amor el peso de todos nuestros pecados».
«Cuanto más
incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que
ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que
somos y hacemos». Después, el Papa nombró uno por uno, en latín, los nombres de
los nuevos 20 cardenales.
Al principio de la
ceremonia, el neocardenal Dominique Mamberti, Prefecto de la Signatura
Apostólica y primero de la lista, pronunció un breve saludo al Papa: «Deseamos
asegurarle nuestra colaboración leal y sincera y la certeza de que ella nos
encontrará cercanos y listos para apoyarlo en la misión que nuestro Señor le ha
encomendado, de guiar a la Iglesia».
Particularmente
conmovido, al momento de recibir la púrpura, se mostró José Luis Lacunza
Maestrojuán, obispo panameño de David. De los 19 nuevos cardenales presentes
solamente uno, el arzobispo de Addis Abeba Berhaneyesus Demerew Souraphiel, no
recibió el tradicional birrete o tricornio, sino un indumento más simple,
típico de su Iglesia. Cuando llegó el momento de Luigi de Magistris, de más de
ochenta años y con problemas para caminar, Francisco se levantó. Después de
haberlo abrazado, habló un buen rato con él. Bergoglio también permaneció de
pie para dar el birrete al ex nuncio Karl-Joseph Rauber.
Al final del rito
de la creación de los nuevos cardenales, Francisco presidió en pocos minutos un
Consistorio ordinario público para la canonización de las Beatas Giovanna
Emilia De Villaneuve, María de Jesucristo y María Alfonsina Danil Ghattas.
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