El
histórico alegato de Francisco/ Antxon Olabe Egaña, es economista ambiental.
El
País |27 de agosto de 2015
La
encíclica del papa Francisco Laudato si’ ha supuesto un hito en la conversación
global sobre la situación ambiental de nuestro mundo. Tras el documento de
Bergoglio nada será igual en la mirada de la comunidad católica hacia la
custodia de la naturaleza. El texto ha hecho historia por razones que van más
allá de su importante repercusión en el actual debate sobre el cambio
climático. El que el máximo responsable de una tradición religiosa milenaria en
la que se reconocen cientos de millones de personas haga una apelación expresa
a sus fieles, en el marco de un documento formal del más alto rango, a una
profunda conversión ecológica es algo inaudito, por mucho que algunas voces
insistan en la continuidad de esa enseñanza respecto a las impartidas por papas
anteriores.
Bergoglio
ha escrito un texto de hondo contenido espiritual, político, ecológico y
social, en el que el compromiso con los más vulnerables y desfavorecidos de la
Tierra cruza transversalmente todo el documento. Mi intuición es que su
repercusión perdurará a lo largo de los próximos años, contribuyendo a
alimentar los necesarios debates sobre la reconducción de la crisis ambiental,
el problema de la pobreza extrema y la desigualdad Norte-Sur. Es también un
escrito de rica urdimbre intelectual en la mejor tradición de la Compañía de
Jesús. El jesuita argentino ha presentado un diagnóstico implacable sobre la
crisis ambiental y ha tenido el acierto de situar el problema del cambio
climático en ese marco más amplio, incorporando a su reflexión otros temas
cruciales como la pérdida de diversidad biológica, la escasez de agua potable o
la degradación de los océanos. En ese sentido, estamos ante un diagnóstico
alineado con los informes más serios de las instituciones internacionales de
referencia.
En
la descripción de la crisis ambiental global existe una amplia coincidencia
entre la comunidad epistémica de la ciencia, el movimiento ambiental
internacional y las instituciones de la ONU relacionadas con el tema, si bien a
la hora de explicar las causas profundas del deterioro, las explicaciones y los
énfasis, como no podía ser de otro modo, son diversos. Desde el prisma de la
ecología científica, el punto más débil de la aproximación de Bergoglio a las
causas de la crisis ambiental es la no inclusión de la variable demográfica.
Hay razones doctrinales en la cosmovisión católica relacionadas con la
natalidad y la planificación familiar que se interponen en esa comprensión.
Ahora bien, desde una perspectiva científica el hecho de que la población
humana se haya multiplicado casi por 10 en los dos últimos siglos (ha pasado de
790 a 7.300 millones y la previsión es que alcance los 9.600 millones a
mediados de este siglo) es un dato muy contundente que no puede quedar fuera de
una explicación rigurosa de la crisis ambiental.
Siempre
ha sido un falso debate la disyuntiva causal entre la explicación demográfica
versus el modelo de producción y consumo de los países desarrollados. Ambas
cadenas de argumentos se complementan y refuerzan. Explicar el deterioro
ambiental en función exclusivamente del modelo de producción y consumo de los
países ricos es reduccionista y no se ajusta a los datos disponibles de la
realidad empírica. El diferente modelo de producción y consumo que prevaleció durante
siete décadas en las economías planificadas soviéticas dejó un balance
ambiental desolador. Asimismo, una de las mayores debilidades del actual
sistema mixto de China, en el que la economía de mercado está sujeta a un
férreo control planificador por parte de su Gobierno comunista, ha sido el
desastre ambiental provocado por su modelo de desarrollo. En otras palabras, la
orientación consumista y la tendencia al exceso y el despilfarro que, sin duda,
forman parte de la economía capitalista de mercado y del modelo de consumo de
las sociedades opulentas, siendo relevantes, no agotan la explicación de las
causas profundas de la crisis ambiental.
Más
allá de esa divergencia, un aspecto fundamental del documento de Bergoglio es
su contribución a la ampliación/renovación del marco de referencia en el que se
ha situado el debate sobre el cambio climático, sesgado hacia su formulación
exclusiva en términos científicos-técnicos. Ha existido al respecto una
interesada confusión entre el papel imprescindible de la ciencia para
comprender la esfera de los hechos —el origen, las causas directas y la
dinámica del cambio climático— y la esfera de los significados, es decir, cómo
afecta la desestabilización del clima a nuestra autocomprensión como comunidad
global. Esa confusión ha hecho que el núcleo moral del problema haya quedado
relegado durante demasiado tiempo.
Sin
embargo, el cambio climático afecta a consideraciones muy relevantes de la
justicia intrageneracional e intergeneracional y plantea serios interrogantes sobre
los fundamentos de equidad a los que aspiran nuestras sociedades democráticas.
Sus consecuencias negativas impactan e impactarán de forma devastadora a los
cientos de millones de personas pertenecientes a las comunidades más pobres y
vulnerables de los países en desarrollo, precisamente quienes menos han
contribuido a generar el problema. En el caso de diversos Estados-isla del Sur
supone incluso una amenaza existencial a su propia supervivencia
físico-geográfica. Además, un incremento de la temperatura por encima de los
dos grados centígrados supondrá un desastre sin paliativos para el mundo que
recibirán nuestras hijas y nietos, así como para el resto de formas de vida que
comparten con nosotros la biosfera. Muy oportunamente, el alegato de Bergoglio
ha situado en el centro del debate el desafío moral con que nos confronta este
grave problema.
La
reconducción de la alteración del clima sólo es posible si se avanza hacia una
economía de bajo contenido en carbono. Esa transición precisa poner fecha de caducidad
al sistema energético basado en los combustibles fósiles, como lo ha reconocido
la reciente cumbre de líderes del G-7. Un elemento imprescindible para
garantizar ese proceso es contar con un Gobierno climáticamente responsable en
Estados Unidos, ya que la necesaria transición energética-climática
internacional podría descarrilar si futuros Gobiernos de ese país se retirasen
de una diplomacia climática constructiva. En consecuencia, generar allí un
consenso básico como el que ha predominado en Europa en los últimos 25 años es
un elemento crucial para el éxito de esa transformación. Si hay alguien con
autoridad para lograr la conversión ecológica de los numerosos congresistas
católicos negacionistas y de los millones de personas que les apoyan en las urnas,
es el papa Francisco. Ya se ha anunciado que, cuando en septiembre se dirija en
persona al pleno del Congreso, cientos de miles de norteamericanos van a
acompañarle desde las plazas, las calles y los lugares de culto con las velas
de su conciencia encendidas. Será un momento para recordar. Quiero pensar que
el gran Stefan Zweig lo incluiría entre sus momentos estelares de la humanidad.
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