1 ene 2016

El primer Ángelus de 2016

El papa Francisco recordó que hoy la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Paz..
Al inicio del 2016, el Bergoglio felicitó a los fieles con un buen deseo basado en una “esperanza real”. Porque pidió a todos ser conscientes que, con el año nuevo, “no cambiará todo y que tantos problemas de ayer permanecerán también mañana”.
Desde la ventana de su estudio personal, en el Palacio Apostólico del Vaticano, Francisco pronunció su primer Ángelus del año

Antes presidió una Misa en la Basílica de San Pedro por la Solemnidad de Santa María Madre de Dios y después rezó el Ángelus desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico, donde dio las claves de cómo “conquistar” la paz, puesto que hoy también se celebra la Jornada Mundial por la Paz.
“La paz, que Dios Padre desea sembrar en el mundo, debe ser cultivada por nosotros, pero no solo, porque debe ser también conquistada”, aseguró.
“Esto implica una verdadera lucha, un combate espiritual que tiene lugar en nuestro corazón”, añadió.
El Papa también afirmó que, además de la guerra, también es “enemiga de la paz” la “indiferencia, que hace pensar solo en sí misma y crea barreras, sospechas, miedos y cerrajones”.

En su saludo a los fieles, Francisco felicitó el nuevo año y pidió renovar “el deseo de que aquello que venga sea un poco mejor”. “Es, en el fondo un signo de esperanza que nos anima y nos invita a creer en la vida. Sabemos que con el año nuevo no cambiará todo y que muchos problemas de ayer permanecerán también mañana”.
Sirviéndose de las lecturas de la liturgia del día, manifestó un deseo: “que el Señor pose la mirada sobre ustedes y que puedan alegrarse, sabiendo que cada día su rostro misericordioso, más radiante que el sol, resplandece sobre ustedes y no desaparece nunca”.
Por tanto, “descubrir el rostro de Dios hace nueva la vida” porque “es un Padre enamorado del hombre, que no se cansa nunca de recomenzar de nuevo con nosotros para renovarnos”.
Sin embargo, Francisco advirtió que Dios “no promete cambios mágicos, Él no usa la varita mágica” sino que “ama cambiar la realidad desde dentro, con paciencia y amor; pide entrar en nuestra vida con delicadeza, como la lluvia en la tierra, para traer fruto”.
En este contexto, el Santo Padre aprovechó para denunciar que “a veces estamos tan inundados de noticias que nos distraemos de la realidad, del hermano y de la hermana que nos necesitan”.
Francisco pidió la ayuda de la Virgen María, “Reina de la Paz, la Madre de Dios” y aprovechó para explicar qué significa lo que dice el Evangelio del día “Y Ella custodiaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. “¿De qué se trata?”, preguntó.
“Ciertamente de la alegría por el nacimiento de Jesús, pero también de las dificultades que había encontrado: tuvo que poner a su Hijo en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada y el futuro era muy incierto”.
Dijo que eran también “las esperanzas y las preocupaciones, la gratitud y los problemas: todo aquello que acontecía en la vida se transformaba, en el corazón de María, oración, diálogo con Dios”.
“He aquí el secreto de la Madre de Dios. Y Ella hace así también por nosotros: custodia las alegrías y desata los nudos de nuestra vida, llevándonos al Señor”.
Después, el Papa improvisó y propuso a los fieles acordarse de unas palabras de la Escritura y repetirlas todos los días. “Cada mañana, cuando os despertéis recuerden aquel pasaje de la bendición de Dios: ‘Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí’. ¡Todos! –dijo invitando a repetirlo–. Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí. ¡Otra vez! Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí".
Luego de rezar el ángelus, el Pontífice saludó a los peregrinos que le escuchaban en la Plaza de San Pedro y agradeció las numerosas iniciativas que se celebran hoy con motivo de la Jornada Mundial por la paz.
Iinvitó a los presentes a que cada mañana, al despertar, digan: “Hoy el señor hace resplandecer su rostro sobre mi”. Una frase que pidió a todos repetir tres veces en voz alta, antes de concluir su mensaje.
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Francisco en la Vísperas de la Solemnidad de María Madre de Dios y Te Deum de agradecimiento por el año 2015.
Presidió este jueves la última oración del año 2015 en la Basílica de San Pedro. En su homilía, el jesuita hizo una breve reflexión sobre el año que culmina para exhortar a los fieles a “ir más allá de las dificultades del momento presente” y recuperar “los valores básicos de servicio, integridad y solidaridad”.
 Francisco, en referencia al Te Deum por fin de año, afirmó que “la Iglesia en tantas ocasiones siente la alegría y el deber de alzar su canto a Dios con estas palabras de alabanza que desde el siglo IV acompañan la oración en los momentos importantes de su peregrinar terreno”. “Es la alegría del agradecimiento que casi espontáneamente fluye de nuestra oración para reconocer la presencia amorosa de Dios en los acontecimientos de nuestra historia”.
Sin embargo, señaló que con frecuencia “sentimos que en la oración no basta solo nuestra voz. Ella necesita reforzarse con la compañía de todo el pueblo de Dios, que al unísono hace sentir su canto de agradecimiento. Por ello, en el Te Deum pedimos la ayuda de los ángeles, de los profetas y de toda la creación para alabar al Señor”. “Con este himno –indicó-, recorremos de nuevo la historia de la salvación”.
Dijo que “en este Año Jubilar asumen una especial resonancia las palabras finales del himno de la Iglesia: ‘Esté siempre con nosotros, o Señor, tu misericordia: en ti esperamos’. La compañía de la misericordia es luz para comprender mejor cuanto hemos vivido, y esperanza que nos acompaña al inicio de un nuevo año”.
 “Recorrer de nuevo los días del año transcurrido puede ser o como un recuerdo de hechos y acontecimientos que reportan momentos de alegría y de dolor, o bien buscando de comprender si hemos percibido la presencia de Dios que todo lo renueva y sostiene con su ayuda. Somos interpelados a verificar si los acontecimientos del mundo son realizados según la voluntad de Dios, o si hemos escuchado principalmente los proyectos de los hombres, a menudo cargados de intereses privados, de insaciable sed de poder y de violencia gratuita.
 “Y, sin embargo, hoy nuestros ojos tienen necesidad de enfocarse de modo particular en los signos que Dios nos ha concedido, para tocar con mano la fuerza de su amor misericordioso. No podemos olvidar que tantos días fueron marcados por la violencia, la muerte, el sufrimiento impronunciable de tantos inocentes, de los prófugos obligados a dejar su país, de hombres, mujeres y niños sin domicilio fijo, alimento o sustento”.
 “Sin embargo, afirmó, cuántos grandes gestos de bondad, de amor y solidaridad han llenado los días de este año, también si no son convertidos en noticia por los noticieros. Estos signos de amor no pueden y no deben ser oscurecidos por la prepotencia del mal. El bien vence siempre, también si en cualquier momento puede parecer más débil u oculto”.
 Roma, afirmó, “no es extraña a esta condición del mundo entero. Quisiera que llegase a todos sus habitantes la invitación sincera de ir más allá de las dificultades del momento presente”.
 “Los esfuerzos para recuperar los valores básicos de servicio, integridad y solidaridad pueden superar las graves incertidumbres que han dominado este año, y que son síntomas de un bajo sentido de dedicación al bien común. No falte nunca la contribución positiva del testimonio cristiano para que en Roma, de acuerdo con su historia, y su intercesión maternal de María, Salus Populi Romani, sea intérprete privilegiada de la fe, la hospitalidad, la fraternidad y la paz”, expresó el Pontífice.
 “Nosotros te alabamos, o Dios (…) Tú eres nuestra esperanza. No seremos confundidos por siempre”, culminó, antes de visitar por un breve momento el pesebre instalado en la Plaza de San Pedro.

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