El
calvario de Hillary Clinton/Elizabeth Drew is a regular contributor to The New York Review of Books and the author, most recently, of Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon’s Downfall.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
Project
Syndicate |24 de febrero de 2016..
Hillary
Clinton, una de las mujeres más respetadas del mundo, que ha ejercido algunos
de los más altos cargos de la política estadounidense y posiblemente sea la
próxima presidenta de su país, ha tenido bastantes dificultades últimamente.
Hace un año mucha gente pensaba que no le costaría demasiado obtener la
nominación como candidata presidencial del Partido Demócrata. Sin embargo, ha
sido un camino más complicado de lo que cualquiera, (ella incluida) podría
haber imaginado.
En
cualquier caso, la mayor parte de los problemas que enfrenta hoy ya eran
previsibles en 2008, cuando compitió contra Barack Obama. Y otros se los ha
causado ella misma.
Por
una parte, sencillamente no es una buena política. Clinton es la única persona
que, hasta donde se sepa, ha lanzado su campaña dos veces. (El primer intento
fue en Iowa, donde se dirigió a cerca de ocho personas en reuniones cerradas, y
que no funcionó muy bien). Esta impresionante mujer, dotada de una inteligencia
notable, simplemente no está dotada del instinto político necesario para los
más altos niveles.
Para
tener éxito en una campaña presidencial estadounidense se necesita una intuición
extraordinaria, rapidez de reflejos y, sobre todo, un argumentario atractivo.
Es cierto que Clinton ofrece numerosos programas que impulsaría de ser
presidenta, pero, usando la expresión de Winston Churchill, su pastel no tiene
sabor. Lo que más se acerca a un mensaje es el poco atrevido “Soy una
progresista que puede hacer lo hay que hacer”.
En
contraste, su rival Bernie Sanders se ha convertido en un contendor de cuidado
porque compuso de manera brillante un mensaje persuasivo para su campaña: El
sistema está amañado y lo que lo mantiene así es el régimen corrupto de
financiación de las campañas.
Los
radicales programas qua propugna Sanders (sistema universal único de prestación
de salud y enseñanza gratuita en las escuelas públicas), aunque impracticables,
son populares entre los más jóvenes, que lo prefieren abrumadoramente por sobre
Clinton. El mensaje de ella es gradualista: No te atrevas a pensar en grande.
Mientras tanto, Sanders predica la revolución política.
Y
luego tenemos el tema de la credibilidad. La integridad de Sanders es
impecable, mientras que Clinton sigue dando razones para cuestionar la suya.
Tanto ella como sus asesores están claramente abrumados por la fuerza del reto
que están teniendo que enfrentar.
Sanders
parece auténtico, mientras que Clinton parece programada. A veces parece no
escuchar, especialmente en su poca capacidad de captación del estado de ánimo
general sobre cómo se reparte el dinero. Durante años ha ido creciendo la rabia
ante la creciente brecha entre los muy ricos y el resto de la población. Poco
antes de comenzar su campaña, Hillary Clinton dijo que cuando ella y su marido
dejaron la Casa Blanca estaban “sin blanca”. Si así fue, se recuperaron
rápidamente: se cree que Bill y Hillary Clinton tienen un patrimonio muy
superior a los $100 millones, obtenido completamente desde que dejaron la Casa
Blanca y, en su mayoría, gracias a los altísimos honorarios que cobran por sus
charlas.
De
manera no muy diferente a otros ex Presidentes estadounidenses (Jimmy Carter es
una excepción notable), los Clinton aprovecharon su fama e influencia para
amasar una fortuna. No se trata tanto de cómo ganaron ese dinero, sino de quién
se los pagó. Mientras Bill hizo negocios con algunas figuras internacionales de
dudosa reputación, Hillary ganó gran parte de la suya dando charlas a empresas
de Wall Street, principal objetivo de la ira pública por causar la Gran
Recesión de 2008.
Esto
dio a Sanders un blanco ideal, que apuntó al hecho de que Clinton había ganado
$675.000 por tres charlas a Goldman Sachs. Las acusaciones de Sanders la
tomaron desprevenida; cuando el moderador del programa CNN Town Hall le
preguntó por qué había aceptado tanto dinero de Goldman Sachs, una Clinton
perpleja se encogió de hombros y respondió: “Es lo que ofrecían”.
Y
luego está la controversia de haber optado por usar un servidor privado y no
seguro, instalado en su casa de Chappaqua, Nueva York, para procesar sus
correos electrónicos profesionales y personales cuando era Secretaria de Estado
durante el primer período del Presidente Barack Obama. El asunto del servidor,
que se revelara por primera vez en marzo de 2015, hoy hace sombra a su campaña,
señalando su poca sintonía con el ánimo general pero, lo que resulta más
perjudicial, su falta de capacidad de juicio. ¿Cómo podía no haber estado
consciente de que, como Secretaria de Estado, iba a recibir información
clasificada a la que tendría que dar respuesta?
Luego
de que el asunto se hiciera público, Clinton, tal como había hecho antes su
marido, recurrió a legalismos: a través de su servidor no había recibido ni
enviado información que “en esos momentos se hubiera marcado como clasificada”.
Inmediatamente
quienes siguen con atención la manera de hablar de Hillary detectaron que algo
no calzaba. Resultó que el Departamento de Estado tenía dos sistemas de correo
electrónico: uno clasificado y otro sin clasificar, y un tipo de material no se
puede enviar al otro. Para evitar enviarle información clasificada a su
servidor privado, sus asesores lo hicieron por otros medios: oralmente o en
resúmenes por escrito. Por eso “en esos momentos no estaban marcados como
clasificados”.
Sin
embargo, los inspectores del Departamento de Estado han encontrado cientos de
mensajes electrónicos enviados a su servidor y que deberían haberse considerado
como clasificados. El FBI está investigando el tema.
Finalmente,
lo que se suponía que sería una gran ventaja para su candidatura (la
perspectiva de hacer historia como la primera mujer presidenta), no está
funcionando como ella y su campaña esperaban. Tal como en 2008, muchas mujeres
no quieren que se les diga que tienen que votar por Clinton solamente por ser
de su mismo género: sienten que es un insulto a su inteligencia. En particular,
la mayoría de las mujeres jóvenes apoyan a Sanders, ya que prefieren sus
propuestas y se sienten incómodas con los cuestionamientos a la integridad de
Clinton. El único grupo femenino que la apoyó mayoritariamente en New Hampshire,
donde Sanders ganó por 22 puntos porcentuales, fueros las mujeres mayores de 65
años.
En
el último caucus, realizado en Nevada, parece ser que funcionó bien la supuesta
ventaja de Clinton entre los votantes no blancos, que en ese estado son un factor
mucho mayor que en Iowa o New Hampshire: en particular, Sanders no logró
obtener suficientes votos de la comunidad afroamericana para poder derrotarla.
Son buenos augurios para las competencias futuras en la carrera de la
nominación, pero puede que las elecciones generales tengan un cariz diferente.
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