8 jun 2016

Homilía del Card. José Francisco Robles, en la Misa de despedida del Nuncio Apostólico

 Homilía del Card. José Francisco Robles, en la Misa de despedida del Nuncio Apostólico
Arzobispo de Guadalajara y Presidente de la CEM           
Señores Cardenales,
Señores Arzobispos y Obispos,
Sacedotes, religiosos, religiosas
y fieles cristianos Laicos:
Los Obispos de México nos hemos dado cita en la Casa de la Nuestra Madre, Nuestra Señora de Guadalupe para agradecer el servicio apostólico de nuestro apreciado Señor Nuncio; y para encomendarlo en el nuevo servicio que el Papa Francisco le ha confiado.
La harina de la gratitud y el aceite del reconocimiento llenan hoy la tinaja y la vasija que ofrecemos a nuestro Dios, por los años que usted, excelentísimo señor Nuncio hizo presente en nuestra patria al sucesor de Pedro.
Este singular ministerio lo ha cumplido desde una profunda comprensión de la novedosa realidad del mundo contemporáneo, de la compleja realidad de México, y particularmente desde su especial sensibilidad para entender y asumir a la Iglesia que peregrina en este suelo con todas sus posibilidades y limitaciones, con sus oportunidades y amenazas, en el entorno difícil pero esperanzador de nuestros tiempos.
En este empeño pastoral de su ministerio hemos podido apreciar con honda satisfacción y provecho su cotidiano esfuerzo por el fortalecimiento de la comunión del episcopado mexicano con el Sucesor de Pedro y su Magisterio, al mismo tiempo su empeño en favor de la genuina colegialidad entre nosotros mismos, obispos puestos por Dios al frente de tan diversas iglesias, desde una actitud siempre respetuosa y amable.
Así mismo valoramos su acción responsable, solícita y oportuna en la propuesta para el nombramiento de nuevos obispos y en la provisión de las diócesis.
Su presencia serena y atenta en nuestras periódicas asambleas, su permanente disponibilidad y apertura para el diálogo fraterno, son signos invaluables de una representación apostólica propia de los nuevos tiempos.
En efecto, a lo largo de estos nueve años, hemos comprobado en innumerables ocasiones el compromiso pastoral del Nuncio Apostólico, no solamente al recibir en su casa a obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, a organismos civiles y apostólicos, a los representantes de la vida económica, cultural, académica y política del país, sino sobre todo en su “actitud de salida”, en ese  constante viajar  para hacerse cercano aún en las regiones más lejanas de nuestra geografía, y también de nuestra cultura católica; su agenda nos ha señalado con claridad esas periferias físicas y  existenciales a las cuales debemos atender con el mismo entusiasmo evangélico que nos comunica el Santo Padre.
De igual manera apreciamos y reconocemos ese servicio destacado y acucioso que permitió a nuestro país recibir al vicario de Cristo, en la persona del Papa Benedicto XVI, primero, y recientemente a nuestro actual Pontífice, el Papa Francisco.
Fueron jornadas preparatorias intensas, donde los detalles y el conjunto se equilibraron armonizando a los diversos actores y sectores involucrados. Gracias a este esfuerzo tantas veces extenuante, las visitas “del Papa” dejaron en la mente y en el corazón de los mexicanos una experiencia invaluable, que desde luego, debemos recuperar, para pasar así de la emotividad del momento al compromiso serio, como usted mismo nos decía, compromiso “en la edificación de una iglesia más organizada y unida, más vigorosa, más evangelizada y evangelizadora, más en comunión y para la comunión”.
Al enumerar, tan sólo estas acciones, constatamos que en la vida de un discípulo de Cristo, que sirve al Reino como Nuncio, se cumple la palabra del Señor, “ que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen den gloria a su Padre que está en los cielos”.
La vida de quienes han sido llamados al ministerio apostólico está marcada por el permanente envío profético, que implica denunciar y anunciar, en los nuevos horizontes que el Espíritu Santo abre al apóstol y a los que debe atender.
Es este mismo Espíritu, quién ahora le envía a usted Sr. Nuncio, a otras regiones del mundo y de la cultura, indicándole como al profeta Elías, que todavía tiene más camino que recorrer. Mientras que a nosotros como obispos nos refrenda nuestro compromiso con la propuesta pastoral que el Papa Francisco viene haciendo a toda la Iglesia, propuesta que usted, en nuestra reciente asamblea, nos delineó de manera tan clara y objetiva.
Ciertamente que con el pasar del tiempo hemos podido entender que ha surgido ante nuestros ojos una nueva civilización de carácter intensamente secular, que su impacto en nuestro país está generando ya desde hace algunos años situaciones inéditas, modificando la forma de pensar, sentir, creer  y vivir de la sociedad, mostrando nuevas necesidades y aspiraciones, incluso una nueva sensibilidad religiosa que ya no se ajusta con nuestras respuestas; somos conscientes de las graves consecuencias que esta novedad produce, y el modo en que a su vez explica la diversidad de retos que enfrentamos.
Sabemos que nuestro ministerio sólo tiene sentido si somos capaces de conservar el sabor de la sal de Cristo en la vida y la acción diaria de nuestras iglesias particulares; sabemos, también, que esta vocación exige una renovación profunda de nuestra espiritualidad, a fin de que los demás vean en nuestra mirada “que hemos visto al Señor”, como nos recordara el Santo Padre en su reciente visita pastoral a México.
Como cristianos somos todos luz del mundo, pero los tiempos que corren nos invitan a revisar con mucha seriedad no solamente si hemos ocultado o manifestado esa luz según los criterios del propio Evangelio, sino también en qué tipo de candeleros la hemos estado poniendo.
La luz de Cristo sólo brilla a través de las buenas obras, nos ha recordado hoy el Evangelio de Mateo, y parte fundamental de esas buenas obras en el momento presente incluyen la construcción de un “modelo profundamente solidario y reconciliador de culturas y realidades globales”, como usted, señor Nuncio, nos lo decía en la asamblea de Pascua.
Construir un nuevo modelo de Iglesia que fortalezca en ella su capacidad original de fecundar con la luz del Evangelio todas las realidades del hombre y del mundo, es un reto extraordinario pues nos exige una verdadera conversión del ser y del quehacer de la Iglesia en México, que debe comenzar desde la misma organización interna de la Conferencia del Episcopado, para que como también usted nos señalaba, “avancemos en la eficacia del servicio” que estamos llamados aprestar.
Esta renovación, lo sabemos con claridad, no deberá quedarse en lo meramente administrativo y estructural, tenemos que ir “mar adentro”, restaurar la espiritualidad viva y operante de la Iglesia de Cristo, para que sus acciones pastorales sean realmente transformadoras y comuniquen la vida nueva del Evangelio.
Nuestras periferias han crecido, queremos nuevamente aprender a mirarlas, con la mirada de María Santísima, que nos enseña a mirar a aquello y a aquellos a los que nadie quiere ver, como en este mismo sitio nos recordara su santidad, el Papa Francisco.
Estimado señor Nuncio, volviendo de nuevo al texto de Elías, queremos decirle que ha llegado el momento de un nuevo éxodo, pero por la experiencia de fe que con usted hemos compartido y por el testimonio que nos ha dado, sabemos que a donde usted vaya ni se vaciará la tinaja de la harina del compromiso pastoral, ni se agotará la vasija del aceite de la fraternidad episcopal, que tanto distinguieron su presencia entre nosotros.
Es el tiempo de llevar la luz del Señor a otras latitudes, unidos en comunión oramos por usted y por el nuevo servicio que se dispone a prestar, que Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote lo halle fiel en el cumplimiento del ministerioo recibido y que la permanente intercesión de María de Guadalupe, Emperatriz de América, lo acompañe.

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