19 oct 2018

Carta íntegra del cardenal Ouellet a Viganò

Carta íntegra del cardenal Ouellet a Viganò
Tomado de la web https://www.revistaecclesia.com.
Querido hermano Carlo Maria Viganò, en su último mensaje a los medios de comunicación, en el que denuncia al Papa Francisco y la Curia romana, me exhorta a decir la verdad sobre los hechos que usted interpreta como una corrupción endémica que ha invadido la jerarquía de la Iglesia hasta su nivel más alto. Con el debido permiso pontificio, ofrezco aquí mi testimonio personal, como Prefecto de la Congregación para los Obispos, sobre los acontecimientos relacionados con el Arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick y sus presuntos vínculos con el Papa Francisco, que son el objeto de su clamorosa denuncia pública y de su reclamo de que el Santo Padre renuncie.
Escribo mi testimonio basado en mis contactos personales y en los documentos de los archivos de la Congregación antes mencionada, que actualmente son objeto de un estudio para aclarar este triste caso. Permítame decirle en primer lugar, con total sinceridad, en virtud de la buena relación de colaboración que existía entre nosotros cuando era Nuncio en Washington, que su posición actual parece incomprensible y extremadamente reprensible, no solo por la confusión que siembra en el pueblo de Dios, también porque sus acusaciones públicas dañan seriamente la fama de los Sucesores de los Apóstoles.

Recuerdo haber disfrutado por un periodo de su estima y su confianza, pero me doy cuenta de que habría perdido a tus ojos la dignidad que me reconociste, por el solo hecho de mantenerme fiel a las pautas del Santo Padre en el servicio que me ha confiado en la Iglesia. ¿No es la comunión con el Sucesor de Pedro la expresión de nuestra obediencia a Cristo que lo ha elegido y lo apoya con Su gracia? Mi interpretación de Amoris Laetitia, que usted lamenta, está inscrita en esta fidelidad a la tradición viva, de la que Francisco nos ha dado un ejemplo con la reciente modificación del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la cuestión de la pena de muerte. Vamos a los hechos.
Usted dice que informó al Papa Francisco el 23 de junio de 2013 sobre el caso de McCarrick en la audiencia que le concedió, como a tantos otros representantes pontificios con quienes se reunió por primera vez ese día. Me imagino la enorme cantidad de información verbal y escrita que tuvo que reunir en esa ocasión sobre muchas personas y situaciones. Dudo mucho que McCarrick lo haya interesado hasta el punto de que usted quisiera hacer creer, desde el momento en que era un Arzobispo emérito de 82 años y desde hace siete años sin cargo.
Además, las instrucciones escritas preparadas para usted por la Congregación para los Obispos al comienzo de su servicio en 2011, no decían nada sobre McCarrick, excepto lo que le conté sobre su situación como Obispo emérito teniendo que obedecer ciertas condiciones y restricciones debido a los rumores sobre su comportamiento en el pasado. Desde el 30 de junio de 2010, desde que soy Prefecto de esta Congregación, nunca he llevado el caso de McCarrick a una audiencia con el Papa Benedicto XVI o el Papa Francisco, excepto en estos últimos días, después de su decadencia por el Colegio de Cardenales. Al ex cardenal, jubilado en mayo de 2006, se le exhortó fuertemente que no viajar y a no aparecer en público para no provocar más rumores a su respecto.
Es falso presentar las medidas adoptadas contra él como “sanciones” decretadas por el Papa Benedicto XVI y anuladas por el Papa Francisco. Después del reexamen de los archivos, observo que no hay documentos firmados por ninguno de los papas, ni una nota de la audiencia de mi predecesor, el cardenal Giovanni-Battista Re, quien dio mandado de obligación del Arzobispo Emérito McCarrick de silenciar y de la vida privada, con el rigor de las penas canónicas. La razón es que, a diferencia de hoy, en aquel momento no había pruebas suficientes de su presunta culpabilidad. De ahí la posición de la Congregación inspirada en la prudencia y las cartas de mi predecesor y mías que reiteran, a través del Nuncio Apostólico Pietro Sambi y luego también a través de usted, la exhortación a un estilo de una vida discreta de oración y penitencia por su propio bien y el de la Iglesia.
Su caso habría sido objeto de nuevas medidas disciplinarias si la Nunciatura en Washington o cualquier otra fuente allí, hubiera proporcionado información reciente y decisiva sobre su comportamiento. Espero, al igual que tantos que, por respeto a las víctimas y la necesidad de justicia, la investigación en curso en los Estados Unidos y en la Curia Romana, nos ofrezca finalmente una visión crítica de los procedimientos y circunstancias de este caso para que tales eventos no vuelvan a ocurrir en el futuro.
¿Cómo puede ser que este hombre de la Iglesia, de quien hoy se conoce su incoherencia, haya sido promovido en varias ocasiones, hasta que ocupó los más altos cargos de Arzobispo de Washington y de cardenal? Yo mismo estoy muy sorprendido por esto y reconozco los fallos en el proceso de selección que se han producido en su caso. Pero sin entrar en detalles aquí, hay que entender que las decisiones tomadas por el Sumo Pontífice se basan en la información disponible en ese preciso momento y que son objeto de un juicio prudencial que no es infalible. Me parece injusto concluir que los responsables del discernimiento previo son corruptos aunque si bien, en el caso concreto, se dan algunas pistas. Las conclusiones de la Comisión a partir de los testimonios deberían haber sido examinadas más a fondo.
El prelado en cuestión ha sido informado para defenderse con gran habilidad contra las dudas que se le plantean. Por otro lado, el hecho de pueda haber en el Vaticano personas que practican y apoyan comportamientos contrarios a los valores del Evangelio en materia de sexualidad, no nos autoriza a generalizar y declarar indigna y cómplice a tal o cual persona, incluido al mismo Santo Padre. ¿No es necesario, en primer lugar que los ministros de la verdad se cuiden de la calumnia y difamación?
Querido Representante Pontificio Emérito, le digo francamente que acusar al Papa Francisco de haber encubierto con pleno conocimiento de los hechos este presunto depredador sexual y por lo tanto ser cómplice de la corrupción que prolifera en la Iglesia, hasta el punto de considerarlo indigno de continuar su reforma como primer pastor de la Iglesia, lo encuentro increíble e improbable desde todos los puntos de vista. No llego a comprender como usted se ha podido dejar convencer por esta monstruosa acusación que no se mantiene en pie.
Francisco no tuvo nada que ver con los ascensos de McCarrick en Nueva York, Metuchen, Newark y Washington. Le quitó su dignidad de cardenal cuando la acusación sobre abuso de menores se demostró evidente. Nunca he oído al Papa Francisco hacer alusión a este autodenominado gran consejero de su pontificado para los nombramientos en América, aunque él no oculta la confianza que deposita en algunos prelados. Intuyo que estos no están en sus preferencias, ni en la de los amigos que apoyan su interpretación de los hechos. Sin embargo, me resulta aberrante que aproveche el escándalo del abuso sexual en los Estados Unidos para infligir a la autoridad moral de su Superior, el Sumo Pontífice, un golpe inaudito y no merecido.
Tengo el privilegio de reunirme con el Papa Francisco durante mucho tiempo cada semana, para hablar sobre los nombramientos de los Obispos y los problemas que afectan a su gobierno. Sé muy bien cómo trata a las personas y los problemas: con mucha caridad, misericordia, atención y seriedad, como usted mismo ha experimentado. Leer como concluyes tu último mensaje, aparentemente muy espiritual, burlándote y arrojando dudas sobre su fe, ¡me ha pareció realmente demasiado sarcástico, incluso blasfemo! Esto no puede venir del Espíritu de Dios.
Querido Hermano, quisiera realmente ayudarte a redescubrir la comunión con aquel que es el garante visible de la comunión de la Iglesia católica. Comprendo cómo la amargura y la desilusión han marcado tu camino al servicio de la Santa Sede, pero no puedes terminar así tu vida sacerdotal, en una rebelión abierta y escandalosa, que inflige una herida muy dolorosa a la Esposa de Cristo, a la que pretendes servir mejor, agravando la división y el desconcierto en el pueblo de Dios.
Cómo puedo responder a tu pregunta sino diciéndote: sal de tu escondite, arrepiéntete de tu revuelta y vuelve a tener mejores sentimientos hacia el Santo Padre, en lugar de exacerbar la hostilidad contra él. ¿Cómo puedes celebrar la Sagrada Eucaristía y pronunciar su nombre en el canon de la Misa? ¿Cómo puedes rezar el Santo Rosario, a San Miguel Arcángel y a la Madre de Dios, condenando a aquel que Ella protege y acompaña cada día en su pesado y valiente ministerio?
Si el Papa no fuera un hombre de oración, si estuviera apegado al dinero, si favoreciera a los ricos en detrimento de los pobres, si no mostrara una energía incansable para acoger a todos los pobres y darles el consuelo generoso de su palabra y de sus gestos, si no multiplicara todos los medios posibles para anunciar y comunicar la alegría del Evangelio a todos y a todas en la Iglesia y más allá de sus fronteras visibles, si no tendiera su mano a las familias, a los ancianos abandonados, a los enfermos de alma y cuerpo y, especialmente, a los jóvenes en busca de felicidad, tal vez se podría preferir a otro, según tu punto de vista, con actitudes diplomáticas o políticas diferentes. Pero yo, que he podido conocerlo bien, no puedo cuestionar su integridad personal, su consagración a la misión y, sobre todo, el carisma y la paz que lo habitan por la gracia de Dios y la fuerza del Resucitado.
Querido Viganò, en respuesta a tu injusto e injustificado ataque a los hechos, concluyo que la acusación es un montaje político sin un fundamento real que pueda incriminar al Papa, y reitero que ésta hiere profundamente la comunión de la Iglesia. Dios quiera que esta injusticia sea rápidamente remediada y que el Papa Francisco siga siendo reconocido por lo que es: un pastor excepcional, un padre compasivo y firme, un carisma profético para la Iglesia y para el mundo. Que él continúe con alegría y plena confianza su reforma misionera, consolado por la oración del pueblo de Dios y por la renovada solidaridad de toda la Iglesia, con María, Reina del Santo Rosario.
Cardenal Marc Ouellet



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