12 ene 2025

Fundamentalistas pervertidos/ Slavoj Žižek

Fundamentalistas pervertidos/ Slavoj Žižek, Professor of Philosophy at the European Graduate School, is International Director of the Birkbeck Institute for the Humanities at the University of London and the author, most recently, of Christian Atheism: How to Be a Real Materialist (Bloomsbury Academic, 2024).

Project Syndicate, domingo, 12/Ene/2025


La interpretación usual de la guerra entre Rusia y Ucrania la considera un «choque de culturas» que enfrenta al liberalismo occidental con el autoritarismo tradicional ruso. Pero es profundamente desacertada. Vladímir Putin no es ningún tradicionalista, sino apenas el último de una serie de modernizadores sanguinarios que va de Iván el Terrible y Pedro el Grande a Catalina la Grande y Stalin.

Cuando a fines de la década de 1920 le pidieron a Stalin definir el bolchevismo, lo describió como una combinación entre la dedicación rusa a una Causa y el pragmatismo estadounidense. Al llegar al poder, trató de imitar en la Unión Soviética los logros del empresario estadounidense Henry Ford, y se lanzó a eliminar brutalmente todo rastro de tradición rusa, sobre todo a través de la colectivización violenta de la agricultura.

Stalin era además un gran admirador de Pedro el Grande, que le construyó a Rusia una capital nueva en el mar Báltico (San Petersburgo) para establecer un vínculo directo con Europa Occidental. Las reformas de Pedro enfrentaron resistencia de los «viejos creyentes», cristianos del rito ortodoxo oriental cuyas prácticas litúrgicas y rituales se remontaban a antes de las reformas aplicadas por el patriarca moscovita Nikon entre 1652 y 1666. Muchos prefirieron morir antes que renunciar a su fe, y entre los siglos XVII y XIX, miles de ellos se inmolaron.

Las cosas no cambiaron sino con la Revolución de Octubre, e incluso entonces, el primer gobierno soviético incluyó a varias figuras prominentes vinculadas con el movimiento de los viejos creyentes. Los bolcheviques vieron con razón en esos sectarios a representantes de una larga protesta social contra el régimen zarista. Los viejos creyentes siempre habían desconfiado de la unidad entre la Iglesia y el Estado (que en realidad significaba subordinar la primera al segundo) e insistían en que la comunidad religiosa siguiera siendo una organización de personas comunes independiente.

No es sorprendente que la persecución estatal de la religión se intensificara bajo Stalin, y que la subordinación de la Iglesia Ortodoxa al Estado continúe hasta el día de hoy. Putin, de hecho, ha movilizado a la Iglesia para sus propios fines políticos.

Según el patriarca Cirilo de Moscú, los rusos no tienen que tener miedo de una guerra nuclear, porque los cristianos deben dar la bienvenida al fin del mundo. A fines del año pasado declaró: «Esperamos al Señor Jesucristo, que vendrá en toda la gloria, destruirá el Mal y juzgará a todas las naciones». Así pues, lo que parece un movimiento reaccionario (un regreso a la vieja ortodoxia) puede ser en realidad una expresión perversa del rechazo a la dominación y explotación que en el mundo temporal pasa por «modernización».

Un ejemplo muy diferente, pero ilustrativo, de esa resistencia es Canudos, la comunidad de marginados que en el siglo XIX, en lo profundo del territorio brasileño en el estado de Bahía, se convirtió en hogar de prostitutas, mendigos, bandidos, desterrados y pobres, bajo el liderazgo del profeta apocalíptico Antônio Conselheiro. Según Eduardo Matarazzo Suplicy, del Partido de los Trabajadores de Brasil:

«Esta comunidad desarrolló un “concepto mutuo, cooperativo y solidario del trabajo” … una especie de poder socio‑místico, religioso, asistencial, comunitario, inspirado en la “fraternidad igualitaria del comunismo cristiano primitivo”, donde no había hambre. “Todos trabajaban juntos. Nadie poseía nada. Todos trabajaban la tierra, todos labraban. Cosechaban … Aquí tienes … Aquí tienes. Nadie recibía ni más ni menos”. Conselheiro había leído a Tomás Moro, y sus experiencias eran similares a las de los socialistas utópicos Charles Fourier y Robert Owen. El ejército brasileño arrasó Canudos; en 1897, a Conselheiro lo decapitaron». (Ya había muerto de enfermedad).

Este lugar para refugiarse del dinero, de la propiedad, de los impuestos y del matrimonio no se desintegró por tensiones internas, sino que lo destruyeron las fuerzas armadas del gobierno «progresista» y laico de Brasil. Canudos era un lugar donde las víctimas del progreso histórico habían conseguido un espacio propio. Por un breve lapso existió realmente la utopía, y eso fue demasiado para los modernizadores. ¿Cómo explicar si no la matanza de todos los habitantes de Canudos, con inclusión de mujeres y niños? Había que borrar el recuerdo mismo de la libertad.

El contraargumento obvio a la defensa de Canudos es que no son diferentes de proyectos fundamentalistas religiosos como Estado Islámico. Pero una clara línea los separa. Canudos daba la bienvenida sin reparos al Otro, pero Estado Islámico (como todos los fundamentalistas religiosos) no hace lo mismo.

Si los «fundamentalistas» de hoy de veras creen haber hallado el camino a la Verdad, ¿por qué temen tanto a quienes no creen? Cuando un budista se encuentra con hedonistas occidentales, no se pone nervioso ni siente la necesidad de condenarlos; sólo hace un gesto de compasión ante su contraproducente búsqueda de felicidad.

Pero los pseudofundamentalistas se obsesionan con las vidas pecaminosas de los no creyentes, porque los pecados son reflejo de sus propias tentaciones. A diferencia de los verdaderos fieles, envidian a quienes satisfacen sus apetitos, no los compadecen.

Para los monjes tibetanos, el Tíbet es «el centro del mundo, el corazón de la civilización»; la civilización europea está decididamente excentrada. Nuestro anhelo central es recuperar algún pilar último de Sabiduría, un ídolo secreto o un tesoro espiritual que perdimos hace mucho tiempo. La colonización no se redujo jamás a imponer los valores occidentales al resto; también era una búsqueda de pureza espiritual perdida. Es una historia tan antigua como la civilización occidental: para los antiguos griegos, Egipto era el depósito mítico de sabiduría ancestral.

En nuestras sociedades, la diferencia entre los fundamentalistas auténticos y los fundamentalistas pervertidos es que los primeros (por ejemplo, los amish estadounidenses) se llevan bien con sus vecinos, porque están ocupados con su propio mundo, no con lo que hacen los demás. A los fundamentalistas pervertidos, en cambio, los atormenta la ambivalencia; los mueve una mezcla maléfica de horror y envidia de los pecadores, que los empuja a cometer actos de violencia, ya sean atentados terroristas o invasiones brutales.

El régimen de Putin no tiene nada en común con una espiritualidad rusa auténtica que rechace la modernización europea. Su «Eurasia» imaginaria no es sino un término para legitimar su propio y equivocado proyecto de modernización. Por eso no hay que descartar a Rusia como un país profundamente conservador y tradicionalista perdido para siempre para la modernidad. Al fin y al cabo, la espiritualidad rusa encarnada por los viejos creyentes rechaza el poder autoritario del Estado. Para derrotar a los pervertidos que hoy mandan en el Kremlin, habrá que volver a despertarla.



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