El realismo progresista/Joseph S. Nye; fue subsecretario de Defensa y director del Organismo de Seguridad Nacional de Estados Unidos; en la actualidad es catedrático de la Universidad de Harvard
Tomado de EL País, 02/09/2006.
Los sondeos en EE UU reflejan una exigua aprobación ciudadana de la gestión del presidente George W. Bush en política exterior, pero también un escaso consenso respecto a qué debería ocupar su lugar. Las desenfrenadas ambiciones de los neoconservadores y los nacionalistas autoritarios durante su primera legislatura crearon una política exterior que parecía un coche con acelerador, pero sin frenos. Estaba abocada a salirse de la carretera.
Pero, ¿cómo debería utilizar EE UU su poder y qué papel deberían desempeñar los valores? El Partido Demócrata podría resolver este problema adoptando la sugerencia de Robert Wright y otros de perseverar en el “realismo progresista”. ¿Qué constituiría una política exterior realista y progresista?
Una política exterior realista y progresista empezaría por entender la fuerza y los límites del poder estadounidense. Estados Unidos es la única superpotencia, pero preponderancia no es sinónimo de imperio o de hegemonía. Estados Unidos puede influir en otras partes del mundo, pero no controlarlas. El poder siempre depende del contexto, y el contexto de la política mundial actual es como una partida de ajedrez tridimensional. El tablero superior del poder militar es unipolar, pero en el tablero intermedio de las relaciones económicas el mundo es multipolar, y en el tablero inferior de las relaciones transnacionales -que comprenden cuestiones como el cambio climático, las drogas, la gripe aviar o el terrorismo- el poder está distribuido de forma caótica.
El poder militar es una pequeña parte de la solución para responder a las nuevas amenazas que se encuentran en el tablero inferior de las relaciones internacionales. Éstas exigen cooperación entre los gobiernos y las instituciones internacionales. Incluso en el tablero superior (donde Estados Unidos representa casi la mitad del gasto mundial en defensa), el Ejército tiene superioridad en las zonas globales comunes del aire, el mar y el espacio, pero está más limitado en su capacidad para controlar a poblaciones nacionalistas en regiones ocupadas.
Una política realista y progresista también haría hincapié en la importancia de desarrollar una gran estrategia integrada que combine poder militar “duro” con un atractivo poder “blando” en un solo poder “inteligente”, del tipo que ganó la guerra fría. Estados Unidos debe utilizar el poder duro contra los terroristas, pero no puede esperar imponerse en esta batalla a menos que se gane el corazón y la mente de los moderados. El mal uso del poder duro (como en Abu Ghraib o Haditha) engendra nuevos reclutas para el terrorismo.
Actualmente, Estados Unidos carece de esa estrategia integrada para combinar poder duro y blando. Muchos instrumentos oficiales de poder blando -diplomacia, programas de intercambio, ayuda al desarrollo, paliación de los desastres o contactos entre ejércitos- se encuentran repartidos por todo el Gobierno, y no existe ninguna estrategia general. Estados Unidos gasta unas 500 veces más en su Ejército que en difusión e intercambios. ¿Es la proporción adecuada? ¿Y cómo debería relacionarse el Gobierno con los generadores no oficiales de poder blando -desde Hollywood a Harvard, pasando por la Fundación Gates- que emanan de la sociedad civil?
Una política realista y progresista debe fomentar la promesa de “vida, libertad y búsqueda de la felicidad” de la tradición estadounidense. Esa gran estrategia tendría cuatro pilares fundamentales: ofrecer seguridad a Estados Unidos y sus aliados; mantener una sólida economía nacional e internacional; evitar desastres medioambientales, y alentar la democracia y los derechos humanos en el territorio nacional y, donde sea factible, en el extranjero.
Eso no implica imponer los valores estadounidenses por la fuerza. La atracción es mejor que la coacción a la hora de fomentar la democracia, y se necesita tiempo y paciencia. Sería inteligente que Estados Unidos impulsara la evolución gradual de la democracia, y de un modo que acepte la realidad de la diversidad cultural.
Esa gran estrategia se centraría en cuatro amenazas principales. Probablemente el mayor peligro sea la intersección de terrorismo y material nuclear. El impedirlo requiere políticas para contraatacar el terrorismo y fomentar la no proliferación, una mejor protección de los materiales nucleares, la estabilidad en Oriente Próximo y una mayor atención a los Estados fallidos. El segundo gran desafío es el auge de una hegemonía hostil a medida que Asia recupera su cuota de las tres quintas partes de la economía mundial que se corresponden con sus tres quintas partes de la población mundial. Esto exige una política que integre a China como accionista global responsable, pero que proteja sus intereses frente a una posible hostilidad manteniendo estrechas relaciones con Japón, India y otros países de la región. La tercera gran amenaza es una gran depresión económica, que podría verse desencadenada por una mala gestión económica o una crisis que alterara el acceso global a los flujos petrolíferos del golfo Pérsico, donde se encuentran dos tercios de las reservas mundiales de petróleo. Esto requerirá unas políticas que reduzcan progresivamente la dependencia del petróleo. La cuarta gran amenaza son los desastres ecológicos, como las pandemias y un cambio climático negativo. Esto requerirá unas políticas energéticas prudentes, además de una mayor cooperación a través de instituciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud.
Una política realista y progresista debería centrarse en la evolución del mundo a largo plazo y ser consciente de la responsabilidad que tiene el país más poderoso y grande del sistema internacional de generar bienes globales o comunes. En el siglo XIX, Reino Unido definió su interés nacional de forma que incluyera el fomento de la libertad en los mares, de una economía internacional abierta y de un equilibrio de poderes estable en Europa. Esos bienes comunes ayudaron a Reino Unido, pero también a otros países. También contribuyeron a la legitimidad y el poder blando de Reino Unido.
Estados Unidos, que ahora ocupa el lugar de Reino Unido, debería desempeñar un papel similar fomentando una economía y unas zonas comunes internacionales abiertas (mares, espacio, Internet), mediando en las disputas internacionales antes de que se agraven, y desarrollando normativas e instituciones mundiales.
Dado que la globalización propagará las capacidades técnicas, y la tecnología de la información permitirá una mayor participación en las comunicaciones globales, la preponderancia estadounidense será menos dominante en este siglo. El realismo progresista exige a Estados Unidos que se prepare para ese futuro definiendo su interés nacional de un modo que beneficie a todo el mundo.
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