27 oct 2006

San Rafael Guizar y Valencia

Parte de la homilía que pronunció el Papa Benedicto XVI en la concelebración eucarística para la canonización de cuatro beatos, Rafael Guízar y Valencia, Felipe Smaldone, Rosa Venerini y Teodora Guérin, el pasado 15 de octubre.

Queridos hermanos y hermanas:
Cuatro nuevos santos se proponen hoy a la veneración de la Iglesia universal: Rafael Guízar y Valencia, Felipe Smaldone, Rosa Venerini y Teodora Guérin. Sus nombres se recordarán siempre. Por contraste, viene a la mente inmediatamente el "joven rico", del que habla el evangelio recién proclamado. Este joven ha permanecido anónimo; si hubiera respondido positivamente a la invitación de Jesús, se habría convertido en su discípulo y probablemente los evangelistas habrían registrado su nombre. Este hecho permite vislumbrar enseguida el tema de la liturgia de la Palabra de este domingo: si el hombre pone su seguridad en las riquezas de este mundo no alcanza el sentido pleno de la vida y la verdadera alegría; por el contrario, si, fiándose de la palabra de Dios, renuncia a sí mismo y a sus bienes por el reino de los cielos, aparentemente pierde mucho, pero en realidad lo gana todo.
El santo es precisamente aquel hombre, aquella mujer que, respondiendo con alegría y generosidad a la llamada de Cristo, lo deja todo por seguirlo. Como Pedro y los demás Apóstoles, como santa Teresa de Jesús, a la que hoy recordamos, y como otros innumerables amigos de Dios, también los nuevos santos recorrieron este itinerario evangélico, que es exigente pero colma el corazón, y recibieron "cien veces más" ya en la vida terrena, juntamente con pruebas y persecuciones, y después la vida eterna.
Por tanto, Jesús puede en verdad garantizar una existencia feliz y la vida eterna, pero por un camino diverso del que imaginaba el joven rico, es decir, no mediante una obra buena, un servicio legal, sino con la elección del reino de Dios como "perla preciosa" por la cual vale la pena vender todo lo que se posee (cf. Mt 13, 45-46). El joven rico no logra dar este paso. A pesar de haber sido alcanzado por la mirada llena de amor de Jesús (cf. Mc 10, 21), su corazón no logró desapegarse de los numerosos bienes que poseía.
Por eso Jesús da esta enseñanza a los discípulos: "¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios!" (Mc 10, 23). Las riquezas terrenas ocupan y preocupan la mente y el corazón. Jesús no dice que sean malas, sino que alejan de Dios si, por decirlo así, no se "invierten" en el reino de los cielos, es decir, si no se emplean para ayudar a los pobres.
Comprender esto es fruto de la sabiduría de la que habla la primera lectura. Esta sabiduría ―nos dice― es más valiosa que la plata y el oro, aún más que la belleza, la salud y la luz misma, "porque su resplandor no tiene ocaso" (Sb 7, 10). Obviamente, esta sabiduría no se reduce únicamente a la dimensión intelectual. Es mucho más; es "sabiduría del corazón", como la llama el salmo 89. Es un don que viene de lo alto (cf. St 3, 17), de Dios, y se obtiene con la oración (cf. Sb 7, 7).
En efecto, esta sabiduría no ha permanecido lejos del hombre, se ha acercado a su corazón (cf. Dt 30, 14), tomando forma en la ley de la primera alianza sellada entre Dios e Israel a través de Moisés. El Decálogo contiene la sabiduría de Dios. Por eso Jesús afirma en el Evangelio que para "entrar en la vida" es necesario cumplir los mandamientos (cf. Mc 10, 19). Es necesario, pero no suficiente, pues, como dice san Pablo, la salvación no viene de la ley, sino de la gracia. Y san Juan recuerda que la ley la dio Moisés, mientras que la gracia y la verdad han venido por medio de Jesucristo (cf. Jn 1, 17).
Por tanto, para alcanzar la salvación es preciso abrirse en la fe a la gracia de Cristo, el cual, sin embargo, pone una condición exigente a quien se dirige a él: "Ven y sígueme" (Mc 10, 21). Los santos han tenido la humildad y la valentía de responderle "sí", y han renunciado a todo para ser sus amigos.
Eso es lo que hicieron los cuatro nuevos santos, a quienes hoy veneramos particularmente. En ellos encontramos actualizada la experiencia de Pedro: "Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mc 10, 28). Su único tesoro está en el cielo: es Dios.
El evangelio que hemos escuchado nos ayuda a entender la figura de san Rafael Guízar y Valencia, obispo de Veracruz en la querida nación mexicana, como un ejemplo de quienes lo han dejado todo para "seguir a Jesús". Este santo fue fiel a la palabra divina, "viva y eficaz", que penetra en lo más hondo del espíritu (cf. Hb 4, 12). Imitando a Cristo pobre se desprendió de sus bienes y nunca aceptó regalos de los poderosos, o bien los daba enseguida. Por ello recibió "cien veces más" y pudo ayudar así a los pobres, incluso en medio de "persecuciones" sin tregua (cf. Mc 10, 30).
Su caridad vivida en grado heroico hizo que le llamaran el "Obispo de los pobres". En su ministerio sacerdotal y después episcopal, fue un incansable predicador de misiones populares, el modo más adecuado entonces para evangelizar a las gentes, usando su Catecismo de la doctrina cristiana. Siendo una de sus prioridades la formación de los sacerdotes, reconstruyó el seminario, que consideraba "la pupila de sus ojos", y por eso solía exclamar: "A un obispo le puede faltar mitra, báculo y hasta catedral, pero nunca le puede faltar el seminario, porque del seminario depende el futuro de su diócesis". Con este profundo sentido de paternidad sacerdotal enfrentó nuevas persecuciones y destierros, pero garantizando la preparación de los alumnos. Que el ejemplo de san Rafael Guízar y Valencia sea un llamado para los hermanos obispos y sacerdotes a considerar como fundamental en los programas pastorales, además del espíritu de pobreza y de la evangelización, el fomento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y su formación según el corazón de Cristo (...)
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor por el don de la santidad, que hoy resplandece en la Iglesia con singular belleza. Jesús nos invita también a nosotros, como a estos santos, a seguirlo para tener en herencia la vida eterna. Que su testimonio ejemplar ilumine y anime especialmente a los jóvenes, para que se dejen conquistar por Cristo, por su mirada llena de amor. María, Reina de los santos, suscite en el pueblo cristiano hombres y mujeres como san Rafael Guízar y Valencia, san Felipe Smaldone, santa Rosa Venerini y santa Teodora Guérin, dispuestos a abandonarlo todo por el reino de Dios; dispuestos a hacer suya la lógica del don y del servicio, la única que salva al mundo.
Amén.
Tomado de la agencia Zemit; "Traducción distribuida por la Santa Sede © Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana"

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