- Perdido en Oriente Medio/Samuel Hadas, analista diplomático. Fue el primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede
Quien trate hoy de ilustrar el estado de la diplomacia norteamericana en esta parte del mundo difícilmente encuentre más oportuna definición que la de The Washington Post, para quien se encuentra “perdida en Oriente Medio”. Lo ilustra la última visita a la región de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, que, según uno de sus allegados, “vino a escuchar, sin un plan o propuestas específicas”. Para el presidente George W. Bush, nada es más importante para Estados Unidos en este momento de su historia que tener éxito en Oriente Medio y en Iraq.
En su reciente discurso sobre el estado de la nación ante el Congreso de EE UU., no olvidó señalar los peligros representados por los extremistas islámicos de todos los colores y la amenaza para su país representada por la contagiosa violencia que aqueja a la región, limitándose a pedir una nueva oportunidad para su fallida política. Pero de poco le sirvió al presidente George W. Bush su conciliador discurso. La frialdad con que le recibió esta vez el Congreso -y los principales medios de comunicación- ha sido reflejo del declinante apoyo a su política ( “el estado de su presidencia nunca ha sido tan malo”, sentencia un periódico).
Su retórica, a diferencia de los días subsiguientes al fatídico 11 de septiembre del 2001 y a su declaración de guerra al terrorismo global islámico, ha sido poco convincente esta vez. Sus comentarios sobre la situación en Iraq no han servido para ocultar el fiasco de su política en este país. Su huida hacia delante, con el incremento del número de efectivos militares en Iraq, no podrá detener la espiral de violencia. Una mayor presencia militar norteamericana en Iraq conducirá a una nueva escalada de la violencia. Según The New York Times, Bush no ha sabido explicar cómo financiará el aumento de las fuerzas militares, lo que seguramente requerirá una reducción de los presupuestos de sus programas de armamentos. Para el periódico, esto significaría ir contra la industria armamentista y sus lobbistas, algo que Bush nunca ha querido hacer.
“¿Más de lo mismo?”, ha sido la escéptica reacción en Oriente Medio, en un momento en que el fanático régimen clerical iraní sigue desafiando a la comunidad internacional, prosiguiendo su imparable carrera nuclear mientras implementa sus designios hegemónicos regionales; el conflicto sectario iraquí es prácticamente una guerra civil; las crecientes tensiones sectarias conducen a Líbano a otra guerra fratricida; los palestinos celebran el primer aniversario del ascenso de Hamas al poder en batallas campales que han costado decenas de muertos y centenares de heridos; en Sudán prosigue el olvidado genocidio (y su autor principal, el presidente de Sudán, se apunta a la presidencia de la Unión de Estados Africanos); Israel vive una difícil crisis política que paraliza su diplomacia y la diplomacia internacional no pasa de la etapa de la profunda preocupación por la situación.
Gobiernos árabes aliados de EE UU como los de Egipto, Arabia Saudí, Jordania y los países del Golfo, que se encuentran a la defensiva, impotentes ante la carrera por la hegemonía en la región del régimen iraní, consideran que la llave para la paz en Iraq es un compromiso entre los chiíes y suníes y un compromiso paralelo con los países vecinos de Iraq, Siria e Irán. El temor a un poderoso y agresivo bloque chií manejado por Teherán es tema prioritario en las agendas de los gobiernos de aquellos países, que temen que una derrota norteamericana pueda crear un nuevo foco de terror que amenazaría a los regímenes moderados de Oriente Próximo. La alternativa concebida en Washington de crear un eje moderado antichií no ha sido considerada seriamente hasta ahora por sus gobiernos, aunque Washington y Teherán intentan crear alianzas regionales: Washington, con Israel, Arabia Saudí, Egipto, Jordania, los países del Golfo y el presidente palestino Mahmud Abas, frente a los clientes de Teherán, Siria, Hizbulah y Hamas, por el otro. Además, parecería que para Bush es de nuevo más importante la estabilidad a expensas de la democracia en la región, tolerando regímenes autoritarios.
Todos están a la espera de que Washington, que aún debe aprender que hay un límite a su poder, modifique su fallida política en Oriente Medio. El fracaso de la política de los neocons en Iraq dejó a EE UU con pocas opciones estratégicas, como observa el historiador Paul Kennedy. El departamento de Estado intenta convencer a la Casa Blanca de que los intereses de su país exigen una renovada acción diplomática en la región, sobre todo en el conflicto palestino-israelí. La Unión Europea, por su parte, aspira a desempeñar un papel más activo en la zona. La presidencia alemana de la UE promete una mayor implicación de la diplomacia europea, que hasta ahora ha ido a remolque de la norteamericana, en la búsqueda de soluciones a los problemas candentes de Oriente Medio (¿podrá la UE superar la diversidad de enfoques de las diplomacias de sus miembros y asumir un papel más significativo?). El intento de resucitar una agónica hoja de ruta en la reunión del Cuarteto para Oriente Medio que tendrá lugar en Washington este próximo viernes, por iniciativa de Rice, quizás constituya un nuevo punto de partida. Si lo que se quiere es crear nuevos horizontes políticos, la comunidad internacional, conducida -quiérase o no- por Estados Unidos, debería de una vez por todas plantearse la adopción de una estrategia regional, implicarse directamente en la búsqueda de marcos adecuados para enfrentar los problemas más candentes, en forma rigurosa y sistemática, sin marginaciones ni exclusiones. Pero sin olvidar que el meollo del problema es el conflicto entre moderados pragmáticos y fanáticos extremistas.
Su retórica, a diferencia de los días subsiguientes al fatídico 11 de septiembre del 2001 y a su declaración de guerra al terrorismo global islámico, ha sido poco convincente esta vez. Sus comentarios sobre la situación en Iraq no han servido para ocultar el fiasco de su política en este país. Su huida hacia delante, con el incremento del número de efectivos militares en Iraq, no podrá detener la espiral de violencia. Una mayor presencia militar norteamericana en Iraq conducirá a una nueva escalada de la violencia. Según The New York Times, Bush no ha sabido explicar cómo financiará el aumento de las fuerzas militares, lo que seguramente requerirá una reducción de los presupuestos de sus programas de armamentos. Para el periódico, esto significaría ir contra la industria armamentista y sus lobbistas, algo que Bush nunca ha querido hacer.
“¿Más de lo mismo?”, ha sido la escéptica reacción en Oriente Medio, en un momento en que el fanático régimen clerical iraní sigue desafiando a la comunidad internacional, prosiguiendo su imparable carrera nuclear mientras implementa sus designios hegemónicos regionales; el conflicto sectario iraquí es prácticamente una guerra civil; las crecientes tensiones sectarias conducen a Líbano a otra guerra fratricida; los palestinos celebran el primer aniversario del ascenso de Hamas al poder en batallas campales que han costado decenas de muertos y centenares de heridos; en Sudán prosigue el olvidado genocidio (y su autor principal, el presidente de Sudán, se apunta a la presidencia de la Unión de Estados Africanos); Israel vive una difícil crisis política que paraliza su diplomacia y la diplomacia internacional no pasa de la etapa de la profunda preocupación por la situación.
Gobiernos árabes aliados de EE UU como los de Egipto, Arabia Saudí, Jordania y los países del Golfo, que se encuentran a la defensiva, impotentes ante la carrera por la hegemonía en la región del régimen iraní, consideran que la llave para la paz en Iraq es un compromiso entre los chiíes y suníes y un compromiso paralelo con los países vecinos de Iraq, Siria e Irán. El temor a un poderoso y agresivo bloque chií manejado por Teherán es tema prioritario en las agendas de los gobiernos de aquellos países, que temen que una derrota norteamericana pueda crear un nuevo foco de terror que amenazaría a los regímenes moderados de Oriente Próximo. La alternativa concebida en Washington de crear un eje moderado antichií no ha sido considerada seriamente hasta ahora por sus gobiernos, aunque Washington y Teherán intentan crear alianzas regionales: Washington, con Israel, Arabia Saudí, Egipto, Jordania, los países del Golfo y el presidente palestino Mahmud Abas, frente a los clientes de Teherán, Siria, Hizbulah y Hamas, por el otro. Además, parecería que para Bush es de nuevo más importante la estabilidad a expensas de la democracia en la región, tolerando regímenes autoritarios.
Todos están a la espera de que Washington, que aún debe aprender que hay un límite a su poder, modifique su fallida política en Oriente Medio. El fracaso de la política de los neocons en Iraq dejó a EE UU con pocas opciones estratégicas, como observa el historiador Paul Kennedy. El departamento de Estado intenta convencer a la Casa Blanca de que los intereses de su país exigen una renovada acción diplomática en la región, sobre todo en el conflicto palestino-israelí. La Unión Europea, por su parte, aspira a desempeñar un papel más activo en la zona. La presidencia alemana de la UE promete una mayor implicación de la diplomacia europea, que hasta ahora ha ido a remolque de la norteamericana, en la búsqueda de soluciones a los problemas candentes de Oriente Medio (¿podrá la UE superar la diversidad de enfoques de las diplomacias de sus miembros y asumir un papel más significativo?). El intento de resucitar una agónica hoja de ruta en la reunión del Cuarteto para Oriente Medio que tendrá lugar en Washington este próximo viernes, por iniciativa de Rice, quizás constituya un nuevo punto de partida. Si lo que se quiere es crear nuevos horizontes políticos, la comunidad internacional, conducida -quiérase o no- por Estados Unidos, debería de una vez por todas plantearse la adopción de una estrategia regional, implicarse directamente en la búsqueda de marcos adecuados para enfrentar los problemas más candentes, en forma rigurosa y sistemática, sin marginaciones ni exclusiones. Pero sin olvidar que el meollo del problema es el conflicto entre moderados pragmáticos y fanáticos extremistas.
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